La nación española está en estos días en el ojo del huracán. Han pasado más de dos meses desde que hubiera comicios para elegir al nuevo presidente de la nación y aún estamos en ascuas.
Hay una lucha cainita por el poder. A medida que se alarga la espera en la formación de un nuevo gobierno estamos asistiendo a un desgaste nacional que hace aflorar lo peor de la naturaleza humana.
Uno de los demonios que acompaña la búsqueda del poder es la calumnia. Esta viene a ser una de las herramientas más usadas para destruir al adversario y allanar el camino a la codicia del dominio. La calumnia es una acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño. Es la imputación de un delito de los que dan lugar a procedimientos de oficio. Y mientras se tramita la veracidad del supuesto delito (la justicia en España suele ser lenta, muy lenta) los efectos nocivos de la calumnia se imponen sobre quienes se pretende destruir moral, espiritual, política o personalmente.
Estos días me están recordando aquel tiempo cuando se perpetró la mayor matanza terrorista de nuestro país, la del 11-M en 2004. En aquellos días, una vez se comenzó a instrumentalizar el dolor y la rabia, asistimos a una de las manipulaciones informativas más devastadoras de la historia reciente. La calumnia anduvo suelta, recorrió periódicos, radios y televisiónes en busca de sus víctimas, que en aquel momento era el gobierno vigente que además había convocado elecciones para tres días después del atentado. La violencia que se desató en ciertos medios por el uso de la información (falsa en su mayoría) para manipular el voto y cambiar lo que todas las encuestas anunciaban, es decir, que el gobierno conservador liberal ganaría las elecciones, puesto que adelantaba en más de trece puntos al partido socialdemócrata de la izquierda española. Un pueblo sacudido por el dolor y la manipulación informativa, dio lugar a un cambio radical en las votaciones que dieron el gobierno al partido socialista de Zapatero que trajo a España un cambio de rumbo en la mala dirección, tan mala, que me recuerda los días del rey Manasés en Judá y de cuya influencia ya no hemos podido librarnos.
España es un país que tiene en su alma mater las señas de identidad de la intolerancia inquisitorial, cuya fuerza se apoyó sobre acusaciones secretas, dando lugar a que la calumnia anduviera suelta en cada esquina. El rencor vecinal podía canalizarse fácilmente mediante una acusación calumniosa que diera paso a la sospecha y consiguiente denigración social. Solo poner en marcha un proceso así significaba un baldón del que difícilmente podría liberarse. Pues bien, esa España la tenemos delante de nuestras narices en estos mismos momentos. Aprovechando una corrupción generalizada que se ceba en los políticos, aunque no son los únicos corruptos, −la mentira, el engaño, el robo y la picaresca no encuentran freno en ningún área de la vida social− asistimos otra vez al uso de la calumnia para tirar piedras sobre otros sin que el uno esté libre de pecado.
Todo ello me recuerda un episodio luctuoso que aparece en la Escritura bajo el título: Acab y la viña de Nabot. Lo encontramos en el libro de 1 Reyes capítulo 21. El rey Acab tuvo un capricho, conseguir la viña de Nabot; un vecino del rey que cuidaba su viña con esmero porque era la heredad de su padre. Cuando Acab se encontró con la negativa a sus deseos, se fue a la cama triste y disgustado porque todo un rey no había podido doblegar a un simple agricultor. Y es en esos momentos cuando emerge la figura de su mujer, Jezabel. Esta mujer, hija de un rey fenicio, idólatra y que encarna en la Biblia a la mujer manipuladora por excelencia, rápidamente elaboró un plan para conseguir que el rey cumpliera su deseo. Echó mano de la calumnia para socorrer a aquel pobre gobernante deprimido. Veamos brevemente. Jezabel elaboró un plan. Escribió cartas en nombre del rey a los ancianos y principales del pueblo donde vivía Nabot. El mensaje breve y conciso decía lo siguiente: proclamad ayuno, poned a Nabot delante del pueblo, contratar a dos hombres perversos y ponerlos delante de él (la ley decía que por dos o tres testigos se decidirá todo asunto) para que le acusen de haber blasfemado a Dios y al rey, (la blasfemia estaba penada con la muerte), entonces sacar a Nabot y apedrearlo hasta que muera.
Una vez consumada la maldad, Jezabel vino a su marido con el trofeo de haber conseguido la viña de Nabot. Acab se levantó y la tomó sin preocuparse de los medios usados para conseguirla. La calumnia aparentemente había triunfado, y un justo calumniado había perecido a manos del poder corrupto. Me llama la atención con qué facilidad se plegaron las autoridades de la ciudad (ancianos y príncipes) a los deseos del poder; usando la religión (proclamaron ayuno), incluso la ley de Dios (está escrito que para una acusación debía haber dos testigos, y que el pecado de blasfemia era castigado con la muerte), y la disposición de hombres perversos siempre dispuestos a hacer el trabajo sucio a favor del poder.
Sin embargo, a los ojos de Dios el suceso no había pasado desapercibido. El profeta Elías fue enviado al rey Acab para desenmascarar la ignominia cometida. El mal parece salirse con la suya momentáneamente, pero de toda obra dará cuenta el hombre en el día del juicio. La familia real fue juzgada a los ojos del Señor y pronunciada sentencia: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, tu misma sangre. El juicio cayó sobre la casa de Acab, y Jezabel, su mujer, también fue sentenciada ante el trono de Dios.
La calumnia se nutre de la mentira, canalizada por la lengua engañosa. La Escritura no deja lugar a dudas en este caso. La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (Stg.3:6).
Por eso encontramos muchas veces al salmista orando para ser librado de la lengua mentirosa y perversa. Libra mi alma, oh YHVH, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta (Sal.120:2). Los medios de comunicación en las sociedades democráticas suelen ampararse, en ocasiones, bajo la libertad de expresión para dar lugar a todo tipo de calumnias, que una vez cumplido su cometido difícilmente las personas acusadas injustamente recuperan la dignidad perdida. En el conflicto árabe-israelí la parcialidad y manipulación de los medios de comunicación es tan vergonzoso en su comportamiento contra Israel que causa perplejidad.
Mi oración al Señor es que la verdad salga a luz en España en estos días; que la calumnia sea disuelta y se vuelva contra quienes la usan. Porque la mentira nos esclaviza, pero la verdad nos hará libres. Quiera Dios que pronto tengamos en nuestro país un gobierno de hombres rectos, temerosos de Dios y apartados de mal. Que el rencor y la calumnia no se enseñoreen de nosotros impidiendo la reconciliación.
Muy buena la exposición,para reflexionar y pensar.Dios no puede ser burlado,todo lo que el hombre siembra recoge,si sembramos lo bueno en todas las areas ,beneficiaremos a la sociedad y a nuestro prójimo,si sembramos mala hierba a nuestro alrededor dejaremos desolación y mal.
Gracias María, estoy de acuerdo con tu comentario.
Muchas gracias Virgilio por el desarrollo y enseñanaza de esta palabra
Creo que como pueblo de Dios necesitamos estar unidos mas que nunca por los tiempos que nos está tocando vivir, dejarnos de superficialidad y concentrarnos en lo que verdaderamente es importante en estos momentos, buscar el rostro de Dios pues los tiempos se muestran dificiles.
no estar ignorantes de las maquinaciones del adversario es muy importante, y tu enseñanza nos trae luz y ánimo para ponernos en la brecha
gracias de corazón
Gracias por tu comentario Marisol, sigamos orando al Señor por nuestra nación. Un saludo.