En ocasiones no es fácil asimilar la rutina diaria con un sentido de dirección y propósito.
Parece como si el día a día fuera vivir una vida de segunda categoría, en comparación con esos «grandes proyectos» que muchas personas importantes llevan a cabo, para asombro y envidia del resto de los mortales. En esa tesitura, podemos llegar a aborrecer nuestra propia vida cotidiana y provocar situaciones que pueden llegar a romper el equilibrio de una familia estable.
La televisión nos presenta un mundo de fantasía y ensueño con personajes de plástico, caras bonitas, cuerpos esculturales y la fama de unos pocos que son la envidia de cualquier ciudadano de a pie con una vida cotidiana aburrida y sin sabor por el azote de la rutina diaria.
Y ante esta cortante realidad ¿qué podemos hacer? Tampoco nos ayudan mucho ciertos sermones que se oyen en las iglesias alabando la entrega al activismo clerical de cultos y más cultos, sin apreciar ni reconocer el mérito de un padre de familia que pasa la semana entera entregando su vida a favor de su casa; o de una esposa que con esfuerzo y abnegación ha dado lo mejor de su tiempo para satisfacer las necesidades de sus hijos. Sencillamente no está de moda la lucha diaria por mantener la estabilidad de un hogar normal.
Y yo me pregunto: ¿nuestra entrega a Cristo no tiene nada que ver con vivir cada día rodeado de blasfemos, engañadores, burlones, incrédulos, sensuales, corruptos, disolutos, egoístas, envidiosos, vanidosos que solo piensan en lo terrenal y mantenernos firmes en la fe del Hijo de Dios frente a los ataques a nuestra integridad? ¿Ser fieles a nuestras esposas, y educar a nuestros hijos en el temor de Dios, ante una sociedad disoluta que ha dado la espalda a Dios y vive en el desenfreno de la maldad, camuflada bajo el manto de la tolerancia, la modernidad y el progresismo, no tiene nada que ver con una vida espiritual ardiente y de fe?
¿Dónde quedan las palabras del apóstol Pablo ampliando nuestra vida de fe en Jesús y nuestra unión con él a todo lo que hacemos de palabra o de obra, porque a Cristo el Señor servimos? ¿No dice Pablo que somos suyos para vivir y para morir; que le pertenecemos por completo porque hemos sido comprados por precio y ya no nos pertenecemos a nosotros mismos? ¿Cómo entonces se da la impresión en la «iglesia» de hoy que existe una separación en nuestro servicio a Dios; por un lado, lo que tiene que ver con la participación en los cultos y las actividades de la «iglesia»; y por otro, todo lo que hacemos en el día a día?
Jesús dijo que la verdad nos haría libres; y esa verdad nos muestra que sí hay un propósito para la rutina diaria. Sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís [1].
Todo lo que hacemos, lo hacemos para el Señor, desde la verdad indisoluble de nuestra unión con Cristo para vivir y para morir. La fidelidad en lo muy poco es garantía de serlo en las demás cosas [2], por tanto, hay recompensa para la rutina de la vida diaria.
NOTAS:
[1] – Colosenses 3:23,24
[2] – Lucas 16:10