Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán… envanecidos (infatuados)… (2 Timoteo 3:1,4).
Envanecerse es provocar vanidad o soberbia sobre sí mismo o sobre otros. Ambos supuestos son especialmente dañinos. Caer en la vanidad es entregarse a uno mismo como el centro de todas las cosas.
Provocar envanecimiento en otros tiene como fin sacar provecho propio, usar, manipular, para luego desechar con los argumentos radicalmente opuestos.
Si pensamos en los hombres como infatuados, tal como se traduce en la Biblia Reina Valera, debemos saber que significa falto de razón y entendimiento, también es estar llenos de presunción o vanidad infundada y ridícula.
El hombre de hoy es muy dado al autoengaño. Hace cualquier cosa por pura vanidad personal. Aunque sepamos que lo que dicen de nosotros no es del todo cierto, preferimos creerlo mientras se nos adule y fortalezca nuestra necesidad de reconocimiento. De esta forma es muy fácil manipular a las masas si solamente le decimos lo que quieren oír, aquello que infla su vanidad y ego.
Tenemos legión de predicadores dedicados a llenar de palabras infladas a las masas que luego usan para sus propios fines e intereses.
Una generación tan dependiente de la adulación personal es débil.
Cuando los hombres buscan, como un fin en sí mismo, que se hable bien de ellos quedan atrapados inmediatamente en las corrientes de moda que parecen responder a su necesidad. Sin embargo, en muchos, muchísimos casos, es solo un uso interesado, un objeto de usar y tirar que cuando no sirve a los intereses generales es desechado sin escrúpulos.
Una sociedad envanecida es superficial.
Una generación infatuada es aquella que no se mueve por razones basadas en la verdad. Los valores quedan sometidos al interés económico y aquello que produce satisfacción personal, vanidad, que nos permite medrar sin escrúpulos y a costa de quién sea.
Cuando quisieron apelar a la vanidad de Jesús haciéndole rey, se retiró al monte solo (Jn.6:14,15). El Maestro no se fiaba de ellos, porque sabía lo que había en sus corazones (Jn.2:23-25). Cuando quisieron retenerle en una ciudad y hacerle «hijo predilecto», «hombre del año», Jesús dijo que tenía que recorrer otras ciudades anunciando el evangelio (Lc.4:42-44).
Cuando el diablo tentó a Jesús con los reinos de este mundo y la gloria de ellos, dijo: «¡Vete, Satanás!». Jesús, reinando en nuestros corazones, es el antídoto para vencer la vanidad.