Está escrito que generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece [1]. Así ha sido desde el principio y seguirá hasta el final de los tiempos. Es inevitable cierta tensión en los momentos cuando se producen los recambios generacionales en un país.
Cada generación tiene su configuración, nace en unos determinados parámetros que no siempre coinciden con quienes les precedieron.
En España asistimos en estos momentos a uno de ellos, que unido al cambio de liderazgo político, en los que se premia la juventud y se desprecia la experiencia como norma, hace que estemos ante una gran incertidumbre para saber el rumbo que tomará el país.
Vemos que se impone en ciertos círculos de ideología izquierdista el adanismo, es decir, comenzar todo de nuevo como si lo hecho hasta ahora no sirviera. Somos herederos de la historia que nos ha precedido, por tanto, pretender hacer borrón y cuenta nueva no es lo más sabio. Lo paradójico es que en esos círculos ideológicos lo que venden como nuevo y progre es antiguo y probado como modelos que han quedado superados. Pretenden darle una mano de barniz al mismo mueble de madera carcomida por el totalitarismo que siempre emana de aquel primer gobierno mundial que se probó en la llanura de Sinar, y cuyo líder se llamaba Nimrod.
La Escritura nos da varios ejemplos de lo que quiero decir. Lo vemos en la generación posterior a Josué. Una vez asentados en la tierra prometida los hijos de quienes la conquistaron dependiendo del Señor que los libertó de Egipto, se establecieron en la comodidad, el bienestar, la falta de esfuerzo, sacrificio y sufrimiento que diluyó las conquistas de sus padres para quedar a merced de las corrientes paganas de los pueblos que los rodeaban.
En España, después de una transición de Dictadura a Democracia, cuyos artífices, con sus luces y sombras, aciertos y errores, pusieron las bases de la convivencia para futuras décadas de desarrollo, progreso y bienestar, se ha levantado una generación nacida en el estado de derecho, con un régimen de libertades que poco o nada les ha costado conseguir, y por tanto las deprecian como niños mimados por anacrónicas. Hay que hacer reformas, sin duda, pero no deshacer lo conseguido hasta ahora para entrar en un nuevo proceso desintegrador de la nación.
También la Escritura nos muestra otro ejemplo en los días finales del reinado de Salomón. Después de años de paz y bienestar, eso sí, con una sobrecarga de impuestos abusiva, llegó una generación nueva con su hijo Roboam. Este se había criado con jóvenes arrogantes que pretendían ser mejores que sus padres y menospreciaron el consejo de los mayores para seguir la insensatez representada en aquel momento por una nueva generación de jóvenes adinerados, altivos y acostumbrados al bienestar. La consecuencia fue la división del reino de Israel. Pudiera ser que tenemos hoy una situación parecida, salvando las distancias, en nuestro país.
Y ante esta tesitura, la iglesia del Señor debe levantarse para ser luz y sal. Los hijos del reino debemos cumplir con nuestra responsabilidad de levantar nuestras oraciones ante el trono de la gracia y no dejar de hacerlo, como hizo Samuel en días de Saúl [2], para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio y restauración, y él envíe a Jesucristo que nos fue antes anunciado [3]. Pero antes necesitamos el mensaje inicial: Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados.
Levantemos nuestro clamor al cielo en favor de nuestras ciudades y pueblos, por España, para que podamos vivir quieta y reposadamente, cumpliendo con nuestro mandato de anunciar el evangelio a toda criatura.
[1] – Eclesiastés 1:4
[2] – 1 Samuel 12:23
[3] – Hechos 3:19-21