¿Qué hacer cuando ya no puedo más?

Ya no puedo másMe doy cuenta que muchas de las intervenciones divinas en las Escrituras son «in extremis».

Dios nos lleva en ocasiones hasta el último momento de nuestra resistencia, cuando parece que ya hemos sobrepasado los límites de firmeza para encontrarnos con la provisión de Dios. Parece que el ser humano está más predispuesto para clamar y buscar ayuda del cielo cuando ha agotado todos sus recursos y posibilidades. Este principio se repite una y otra vez.

  • Lo vemos cuando Abrahán fue a sacrificar a su hijo Isaac en el monte Moriah.
  • David lo experimentó en Siclag, cuando los amalecitas habían robado todo su campamento y secuestraron a sus familias.
  • La prueba de Job le llevó hasta límites de difícil superación.
  • El apóstol Pedro fue librado de la cárcel la noche antes de su segura ejecución por Herodes.
  • Lázaro fue rescatado de la muerte cuando ya parecía que todo estaba decidido; cuatro días después llegó la intervención divina.
  • Jesús mismo superó de forma sobrenatural el tiempo de su posible aniquilación por las tinieblas resucitando de entre los muertos cuando parecía que su esperanza y cumplimiento de las promesas de Dios no se realizarían.
  • Por su parte el apóstol Pablo vivió varias veces la experiencia de perder la esperanza de conservar la vida. Una vez en Efeso, escribió mas tarde en su segunda carta a los corintios, fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aún perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos [1]. Y otra vez en su viaje a Roma experimentó una tempestad tan grande que él mismo dijo: Y no apareciendo ni sol (figura de Jesús), ni estrellas (figura de líderes espirituales o compañerismo ministerial) por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos [2].

Todos los que queremos vivir piadosamente en Cristo Jesús, siguiendo la estela del discipulado, experimentamos tempestades similares y tiempos cuando nos parece que nuestra esperanza ha perecido o está a punto de hacerlo. Esos tiempos son momentos cuando perdemos el rumbo y el sentido de dirección. El sentido de nuestra vida nos abandona, nos sentimos desorientados y el alma zozobra en esas aguas turbulentas que sacuden los cimientos de nuestra fe. Es la sensación de pérdida de la expectativa con que se inicia una carrera. En medio de esa oscuridad los sueños se apagan, las metas desaparecen y los objetivos marcados se diluyen en el ocaso para dar lugar al vacío… Los místicos de antaño lo llamaron la noche oscura del alma; y el salmista en su canto sublime de la oveja ante su pastor lo denominó el valle de sombra de muerte [3].

Pues bien, en estos tiempos de máximo desamparo y de total debilidad es cuando aparece la intervención divina in extremis. El por qué Dios nos permite llegar hasta esos extremos de total fragilidad lo ignoro, aunque siempre puede haber argumentos «solventes» al respecto, pero yo prefiero no lanzar proclamas especulativas y estereotipadas a favor de una interpretación simplista. Esos tiempos se constituyen en los baluartes del cambio. Siempre hay cambios cuando alcanzamos y superamos los momentos de máxima tensión y prueba.

EsperanzaLas Escrituras se levantan en nuestro socorro para darnos consolación, paciencia y esperanza hasta alcanzar el tiempo de bonanza y sosiego. Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza [4]. La promesa es que no seremos tentados mas allá de nuestras fuerzas, sino que juntamente con la prueba se nos dará la salida para poder soportar [5]. Sin embargo, en muchas ocasiones nosotros llegamos antes a la conclusión de que ya no podemos más y que pronto haremos agua por todas partes.

Dios confía más en nuestra capacidad para soportar la prueba que nosotros mismos. Nuestra tendencia innata es claudicar, quejarnos y abandonar; pero en esos momentos es cuando debe levantarse nuestro hombre interior, −si está debidamente edificado y fortalecido−, para liderar la lucha y mantener la fe en el Dios vivo antes de soltar el ancla y perecer.

Dios cuida del ánimo de los suyos y levanta una palabra viviente para rescatarnos de la persecución, la muerte, el ostracismo, la desesperación y llevarnos a tierra firme para comenzar una nueva fase de nuestra vida.

Una y otra vez oigo en mi corazón el estímulo del Espíritu Santo diciéndome: ánimo. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia [6]. Así que me uno con Pablo para proclamar que: tuve en mi mismo sentencia de muerte, para que no confiase en mi mismo, sino en Dios que resucita a los muertos [7]. Esta esperanza de la resurrección, en sus múltiples facetas, es la realidad más elevada del hijo de Dios.

NOTAS:

[1] – 2 Corintios 1:8

[2] – Hechos 27:20

[3] – Salmos 23:4

[4] – Romanos 15:4

[5] – 1 Corintios 10:13

[6] – Isaías 41:10

[7] – 2 Corintios 1:9

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