El Corán dice que el testimonio de una mujer tiene la mitad del valor que el de un hombre. Y buscad como testigos a dos hombres, pero si no los hubiera, entonces un hombre y dos mujeres (2:282).
El islam permite que los musulmanes puedan casarse con hasta cuatro mujeres (el profeta Mahoma tuvo muchas más), y tener relaciones sexuales con esclavas. Casaos entonces, de entre las mujeres que sean buenas para vosotros, con dos, tres o cuatro; pero si teméis no ser capaces de tratarlas con equidad, entonces una, o con aquellas esclavas que sean de vuestra propiedad (4:3).
El Corán enseña que el hombre reciba el doble de herencia que una mujer. Alá os ordena lo siguiente en lo que toca a vuestros hijos: que la porción del varón equivalga a la de dos hembras (4:11).
Y lo peor de todo, el Corán insta a los hombres a golpear a sus mujeres cuando estas le desobedezcan. Las mujeres virtuosas son devotas y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Alá manda que cuiden. ¡Amonestad a aquellas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no os metáis más con ellas (4:34).
Todo ello no forma parte del pasado remoto de la religión islámica, sino que está vigente en la actualidad en todo lugar donde se aplica la ley sharia, y la normativa coránica. Me pregunto donde están las feministas radicales que asaltan capillas católicas para defender los derechos de la mujer en la sociedad musulmana.
En el evangelio de Jesús la mujer ocupa un lugar preferente.
Aunque ha habido en el cristianismo legalista ejemplos de discriminación hacia la mujer, esa no fue la enseñanza, ni la práctica de Jesús.
Jesús habló con una mujer y samaritana (judíos y samaritanos estaban enemistados históricamente), sorprendiendo incluso a sus propios discípulos. Además le reveló su identidad mesiánica y no condenó su vida conyugal extrema (había tenido cinco maridos), sino que le ofreció el agua de vida como esperanza de salvación (Juan 4).
Jesús dejó que una mujer «pecadora» se sentara a sus pies y los regara con sus lágrimas de arrepentimiento ante la sorpresa de quienes le acompañaban, perdonando sus pecados (Lucas 7:36-50).
Jesús perdonó a una mujer sorprendida en el mismo acto del adulterio, cuando la ley la sentenciaba a muerte. El que esté libre de pecado, dijo, que sea el primero en tirar la piedra (Juan 8:1-11).
Una parte del séquito que acompañaba a Jesús eran mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y enfermedades. De entre ellas, mujeres de buena posición social, le servían con sus bienes (Lucas 8:1-3).
Fue, precisamente una mujer, María Magdalena, a quién se presentó en primer lugar una vez hubo resucitado de entre los muertos. Algunos han querido ver en esta mujer la iniciadora de cierto misterio gnóstico que nada tiene que ver con el mensaje de los evangelios canónicos.
Muy interesante, para reflexionar.