Los síntomas de una sociedad decrépita y decadente suelen ser diversos y variados, poniendo de manifiesto la realidad de una enfermedad más profunda, que en el caso de Europa en su conjunto, −salvando siempre las excepciones honrosas a toda regla−, no es otra que la de una decadencia moral, ética, cultural, espiritual, social y política que se ramifica en muchos aspectos que sería muy largo detallar. Me referiré a uno de ellos: la demografía.
Los datos que conocemos son demoledores. Según el artículo de David Mandel en su Enfoque de 12 de mayo de 2017, la tasa de fertilidad necesaria para que la población de un país pueda mantenerse estable es de 2,1 hijos por mujer. Una tasa demográfica inferior a estos niveles produce una disminución del tamaño de su población y su envejecimiento. Según los datos recogidos en el artículo mencionado los índices de fertilidad en algunos de los países europeos son estos:
Gran Bretaña 1.89
Alemania 1.5
Holanda 1.7
Francia 2.07
Suecia 1.88
España 1,33
Nuestro país está a la cola de forma alarmante. Además debemos tener en cuenta que una parte de esas estadísticas tiene que ver con la población emigrante, en su mayoría musulmana, que mantienen unos índices de fertilidad muy elevados.
A estos datos, ya de por sí, negativos, debemos añadir que una gran parte de los líderes actuales de las naciones europeos son personas sin hijos, cuya proyección termina en ellos mismos. Las personas, incluyendo a los políticos, que no tienen hijos, no mantienen, por definición, interés personal en el futuro, lo cual no es generalmente el caso de personas con hijos y nietos.
Teresa May, primer ministro de Gran Bretaña, no tiene hijos. Tampoco los tienen la señora Ángela Merkel, canciller de Alemania; ni Mark Rutte, primer ministro de Holanda; ni Emmanuel Macron, presidente electo de Francia; ni Stefan Lofven, primer ministro de Suecia. Preocupante.
Para que una población con índices de natalidad tan bajos se mantenga estable es necesaria la inmigración como respuesta a corto plazo. Esta parece ser la solución por la que están optando nuestros políticos. A la vez tenemos leyes contrarias a la familia natural; no se incentiva la procreación sino el aborto; no se favorece la estabilidad de la familia como eje vertebrador de la sociedad, sino que se han incentivado normas con otro tipo de familia que no pueden mantener los niveles de crecimiento demográfico, por todo ello, estamos ante un desafío de proporciones imprevistas.
Hemos sustituido los valores judeocristianos, por el hedonismo que tiene como norma la autorrealización personal, el amor a sí mismo, la huida del esfuerzo, el sacrificio y la auto negación en favor de la siguiente generación. Si a ello le sumamos una emigración descontrolada que trae consigo una cultura y religión incompatible con los valores de libertad y democracia, estamos ante un panorama incierto en gran manera.
La verdad siempre nos hará libres, pero la verdad hay que reconocerla, asimilarla y defenderla para que pueda sustentar un modo de vida dispuesto a cambios orientados en pro de la siguiente generación. La verdad también pone en evidencia nuestros pecados de soberbia, altivez y egoísmo que necesitan de un cambio de rumbo drástico; así como una determinación que no acepte la amenaza de lo políticamente correcto. Que la misericordia del Dios de Israel nos asista.
Amén germánico y paisanico y querida familia que gran verdad pero el mundo sigue ciego en su vida lo ven pero da igual. Que Dios tenga misericordia de nuestra nación en donde se están aplicando o poniendo leyes en contra de la voluntad de Dios y es el mismo sentir en toda Europa.