Taller de oración – 33

Tiempo de Oración

ANTES DE ORAR: Haz una primera lectura para ti mismo; si estás de acuerdo con el contenido oremos juntos y unánimes con voz audible.

Orando con Jesús: «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado» (Juan 17:22-23 RV60).

         Padre eterno, elevamos nuestra oración de gratitud ante tu trono de gloria, reconociendo la inmensidad de tu amor; la abundancia de la gracia que nos ha sido dada, y la gloria que compartimos con nuestro glorioso Señor. Alto es, no lo puedo comprender.

         Oh Dios de Israel, que esa gloria recibida cubra nuestras vidas de la desnudez heredada en Adán. Alabado sea tu nombre. Nos has vestido en Cristo, el Mesías, y ahora estamos vestidos y no desnudos; cubiertos con ropas celestiales para ser uno con el Hijo y con el Padre, mediante el Espíritu. Alto es, no lo puedo comprender.

         Oh Señor, a ti te ha placido y así lo recibimos. Por ello, nos vestimos en esta hora final de Jesucristo, para no proveer a los deseos de la carne. Vivimos, Señor, para andar como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidias [1]. Manifestando así la unidad a la que hemos sido entregados como cuerpo del Mesías.

         Y en esa unidad sobrenatural, Señor, pedimos con nuestro Abogado en la tierra y en el cielo: que el mundo te conozca; que sepa que ha sido enviada la salvación a la tierra, a todas las naciones, para que todo aquel que en él crea, no anda más perdido, sino tenga vida eterna.

         Que todos sepan, oh Dios nuestro, que has enviado a tu Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por medio de él. Que tu amor ha sido derramado en cada generación para que sepamos que ese amor fue manifestado en la cruz del Calvario, donde amaste hasta la muerte al Hijo que nos fue dado, y donde quedó de manifiesto tu amor eterno. Señor, que el mundo lo sepa. Dios mío, que nosotros sepamos que nos has amado y entregaste al justo, el Cordero que quita el pecado del mundo, para darnos vida y vida en abundancia.

         Para siempre, oh Señor, permanece tu misericordia en el cielo, por eso, oh Dios, no hemos sido consumidos. Pedimos con Jesús, levanta tu misericordia nuevamente cada mañana en la tierra, porque nunca decayeron tus misericordias. Grande es tu fidelidad. Mi porción es el Señor, dijo mi alma; por tanto en ti esperaré [2]. Amén.

Notas:

[1] – Romanos 13:13,14

[2] – Lamentaciones 3:22-24

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