El milagro de una vida equilibrada
Capítulo 8 (Lucas 10:1,2 y Mateo 9:35-38)
Una desproporción alarmante
Jesús pone al descubierto los desequilibrios que nos azotan, no sólo en el conjunto de la sociedad, sino también en la vida del discípulo y de la iglesia. Y cuando lo hace, no es con el propósito de ser crítico nada más; él mismo enfoca y alumbra las respuestas necesarias. La desproporción alarmante a la que me estoy refiriendo en este capítulo es la siguiente:
«La mies (cosecha) es mucha, los obreros (discípulos) pocos”.
Esta desigualdad ha sido y es el gran azote de los pastores de las iglesias. La necesidad es tan grande, el campo de misión es tan vasto, que en muchas ocasiones quedamos paralizados y perplejos ante esta desproporción. Cuando nos convencemos de lo imposible de lograr un acercamiento en este desequilibrio hemos dado el paso final para la indiferencia en cuanto a la gran comisión. De esa forma perdemos la visión de Dios, la sensibilidad del Espíritu Santo y la compasión de Cristo hacia las multitudes. Pero, ¿qué podemos hacer? Somos muy pocos, no tenemos mucha fuerza, y recursos económicos menos aún. Para empezar, podemos leer y meditar las palabras vivas y llenas de unción del Maestro. Al hacerlo, tal vez el Espíritu Santo quiera avivar y vivificar el fuego de la verdad en nuestros corazones. Veamos.
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: a la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:36-38).
No cabe duda que estas palabras son cortantes, abofetean nuestro rostro religioso y la falta de visión, compasión y consagración que existe hoy en muchas iglesias. ¡Qué vergüenza para los hijos del Reino que no haya fondos suficientes para enviar obreros a todas las ciudades de España donde el Señor quiere ir! (Lc. 10:1). “Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir”. Pero no simplifiquemos todo a una falta de recursos económicos. Existen otros factores anteriores que son más determinantes a la hora de realizar la gran comisión. Miremos algunas de las respuestas que Jesús nos da para hacer frente a este desafío. En el pasaje que hemos citado anteriormente de Mateo 9:35-38 Jesús nos abre su corazón de pastor. Nos revela la visión que tiene y el plan para que sus discípulos puedan realizarla.
La visión de Jesús
Mateo dice: “Al ver las multitudes”. Jesús miró físicamente a las personas y penetró a una dimensión espiritual que no todos pueden ver. Al verlas, sus entrañas se conmovieron porque las vio “desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor”. Es decir, en peligro. Vio la falta de protección y cuidado. Las vio sin vallado y con el lobo acechando. Las vio divididas, cada una en sus asuntos, -entreteniendo la vida- y confundidas. Las vio sin pastores con misericordia para cuidarlas. Esta visión turbó a Jesús y la compartió con aquellos que más se acercaban a los sentimientos que él tenía, sus discípulos. Por eso les había dicho en otra ocasión: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, (la mies), porque están blancos para la siega” (Jn.4:35). Sin visión el pueblo perece y se desenfrena (Pr.29:18). Una iglesia sin pastores con visión profética -dada por el Espíritu Santo- ha perdido el sentido de su existencia. Esa visión solo puede venir a nosotros cuando estamos caminando cerca del Maestro; cuando nos fundimos con su mismo sentir y dejamos que el Espíritu Santo, sobre todo en la vida de oración, pueda colocar en nosotros los pensamientos de Dios. Esta visión sólo la reciben aquellos que el Señor llama al monte para transmitirles sus planes. “…Subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad…” (Mr.3: 13-15).
El plan para realizar la visión de Dios
Toda visión necesita un plan para llevarla a cabo. Dios da la visión y el modelo que se debe seguir para su realización. No basta con tener una visión y correr a lo loco por todas partes. Jesús se sujetó a la unción del Espíritu Santo para realizar las obras que el Padre le indicaba. Si unimos los pasajes de Mt.9:35-38 y Lc.10:1,2 podemos ver las claves que Jesús nos da para llevar a cabo la visión de Dios.
Primero, oración. Jesús dijo que orásemos y también dijo lo que debíamos pedir. “Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”. Sin una vida de oración eficaz cualquier proyecto -incluso los que han sido dados por Dios- no tendrá la fuerza para sostenerse. Todo el libro de los Hechos muestra esta verdad. La gran comisión se llevó a cabo, en primer lugar orando, luego esperando al Espíritu Santo, mas tarde predicando la palabra y por fin edificando la iglesia. Esta clase de oración determina que los obreros que serán enviados a predicar son los que Dios ha escogido. Esto fue lo que Jesús hizo. “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos” (Lc.6: 12,13). Si la iglesia no tiene una vida de oración eficaz en esta tarea pueden ocurrir dos cosas: una, que no haya obreros para salir con el evangelio y dos, que podemos escoger a los que no han sido llamados por Dios. La negligencia en este principio fundamental del Reino de Dios nos ha conducido a errores graves que han producido procesos irreversibles.
Segundo, las ciudades. Jesús no se movía al azar. Iba a los lugares que estaban preparados por el Padre. En ocasiones los habitantes de alguna ciudad querían retenerle, pero el seguía su camino. “…La gente le buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos. Pero él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lc.4:42,43). También envió a sus discípulos a las ciudades específicas donde él iba a ir mas tarde. “Designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir” (Lc. 10:1). El apóstol Pablo quiso ir a Asia pero el Espíritu no se lo permitió y después de esperar en Dios, recibió una visión para ir a Macedonia, a la ciudad de Filipos, donde comenzaría la evangelización de Europa (Hch. 16:6-12). El Señor tiene lugares preparados de antemano -ciudades, pueblos, países, personas- para sus obreros. Saber moverse en la dirección correcta y al lugar apropiado es un milagro reservado sólo para los que andan en el Espíritu y viven llenos de oración, conectados con el cielo.
Y tercero, la orden de partida. Este es un punto que puede ofrecer cierta controversia. Por un lado, sabemos que desde el mismo momento de nuestra conversión estamos comisionados para poder predicar el evangelio, es decir, lo que el Señor ha hecho en nuestras vidas (Lc.8:38,39). Pero otra cosa es el llamamiento de Dios para realizar un servicio dado por él; el tiempo en que debemos movernos; el lugar a donde vamos a ir y la preparación que necesitamos. Jesús les dijo a los setenta: “Id, yo os envío” (Lc. 10:3). Les dijo a las ciudades concretas donde debían predicar (Lc. 10:1); y les dio las instrucciones necesarias. A los doce los envió con las instrucciones de ir solo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, que no entraran en ciudad de samaritanos (esos lugares se los reservó para él mismo, Jn.4:4ss); y les dio la autoridad para predicar, sanar, limpiar, resucitar, echar fuera demonios y dar de gracia (Mt. 10:5-8). Otro tema de controversia es sobre la preparación de los discípulos. Existen, básicamente, dos extremos opuestos: uno que encierra en seminarios a las personas con un llamamiento divino y apaga la llama del Espíritu con interminables estudios. Otro, que envía y pone obreros sin experiencia, ni preparación, a jóvenes en la fe que tendrán que pelear batallas espirituales para las que aún no están preparados. Ambos extremos son dañinos. La Biblia no deja ninguna duda que existe una preparación real de Dios para la obra del ministerio. Ejemplos como los de Moisés, Samuel, David, Pablo y muchos otros dan prueba de ello. Por otro lado, las Escrituras muestran diferentes escuelas de preparación de discípulos. Veamos algunas.
La escuela de Moisés (Éxodo 18).
En este capítulo del libro de Éxodo vemos como Moisés recibe la visita de su suegro Jetro, y como éste le da una estrategia muy sabia para delegar autoridad en otras personas. Moisés tenía que enseñar a ellos las ordenanzas y las leyes, y mostrarles el camino por donde debían andar, y lo que debían hacer (Ex.18:20). Esto, en pocas palabras, es una Escuela de enseñanza en el desierto.
“Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar” (Éxodo 18:19-23).
La Escuela de profetas de Samuel (1 Sam. 10:5,10; 12:23; 19:18-24).
La unción que había en Samuel fue repartida sobre muchos que se conocen en la Biblia con el nombre de los hijos de los profetas. La palabra de Samuel llegaba a todo Israel, sin embargo, hubo algunos que fueron sus discípulos de cerca; uno de ellos fue David.
“Huyó, pues, David, y escapó, y vino a Samuel en Ramá, y le dijo todo lo que Saúl había hecho con él. Y él y Samuel se fueron y moraron en Naiot. Y fue dado aviso a Saúl, diciendo: He aquí que David está en Naiot en Ramá. Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron. Cuando lo supo Saúl, envió otros mensajeros, los cuales también profetizaron. Y Saúl volvió a enviar mensajeros por tercera vez, y ellos también profetizaron. Entonces él mismo fue a Ramá; y llegando al gran pozo que está en Secú, preguntó diciendo: ¿Dónde están Samuel y David? Y uno respondió: He aquí están en Naiot en Ramá. Y fue a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá. Y él también se despojó de sus vestidos, y profetizó igualmente delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?” (1 Sam.19:18-24).
La Escuela de Jesús
Sabemos muy bien que el Maestro preparó a doce de forma especial y les enseñó las verdades del Reino de Dios en privado. También hemos visto que tuvo a setenta discípulos y en el Aposento Alto había ciento veinte el día de Pentecostés.
La Escuela de Pablo en Éfeso (Hch. 19:9-10)
“Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno. Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús”.
Esta fue también una Escuela que tuvo una influencia tremenda en la evangelización del Asia Menor. De allí salieron con el evangelio muchos de los discípulos que Pablo había preparado y a quienes transmitió o liberó dones (1 Tim. 1:18; 4:14; 2 Tim. 1:6) (Ro. 1:11) para hacer la obra de Dios.
Sobre esta Escuela de Tiranno anoto del libro de Michael Green, La evangelización en la iglesia primitiva, lo siguiente:
“El texto occidental de Hch. 19:9 presenta una lectura interesante que puede ser, sino original, basada al menos en un buen conocimiento local, como muchas de las afirmaciones occidentales de Hechos. Luego de registrar que Pablo discutía cada día en la escuela de uno llamado Tiranno, agrega, desde la quinta hasta la décima hora, es decir desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Presumiblemente, Pablo trabajaba en la confección de carpas durante las horas frescas de la mañana, mientras Tiranno daba sus discursos. Luego, a las once, cuando la vida pública paraba, y con ella los discursos de Tiranno, Pablo entraba a la escuela y discutía con todos los que llegaban. Debe haber sido muy entusiasta para embarcarse en ese proyecto a una hora tan inapropiada… porque en Éfeso había mas gente durmiendo a la una de la tarde que a la una de la mañana”.
Resumimos que Jesús pone equilibrio en la desproporción que hemos visto, señalando la necesidad de la vida de oración del discípulo.