Los fallos más comunes de los padres en la educación
Permitidme que comparta con vosotros algunos de los errores más comunes que solemos cometer los padres en la educación de nuestros hijos y algunas sugerencias prácticas.
1.- La figura del padre ausente.
Y no solo porque esté fuera del domicilio familiar la mayor parte del tiempo por su trabajo, sino porque cuando está dentro elude su responsabilidad y la abandona en manos de su mujer. Muchos cumplen el rol de «colegas» de sus hijos, de personaje amable y permisivo como signo de modernidad. La madre por el contrario asume el patrón de histérica, que grita todo el día, persigue a los chicos por cualquier cosa y no les deja tranquilos ni un momento. Claro que también puede ser exactamente a la inversa.
El padre, cabeza del hogar según el patrón que vimos en un capítulo anterior, debe ponerse al frente y no en la retaguardia, escondido detrás de las faldas de su mujer, que muy a menudo manifiesta una mayor abnegación y sentido de la responsabilidad. Este desorden lo ven los chicos que pronto toman buena nota y saben que en la casa no hay autoridad paternal, sino un pusilánime que ha perdido el respeto de su mujer y sus hijos por abandonar su puesto de atalaya y guía. Es la figura del padre pasivo. Al otro lado tenemos el extremo opuesto, el modelo de padre autoritario que manda y ordena, da voces, se enfada por casi todo y mantiene a toda la familia en un estado continuo de tensión cuando está presente, y que conserva el orden por el temor que emana de su presencia pero no por ser un modelo de equilibrio y estabilidad para el hogar. Los padres debemos trabajar en equipo, complementándonos y suplir las carencias de cada uno, pero debemos entender que la primera responsabilidad del bienestar familiar recae sobre el padre. Cuando este falla por ausencia, pasividad o autoritarismo, la casa sufrirá el desorden de su propia negligencia. En muchos casos estas actitudes obligarán a la mujer a una sobrecarga de sus funciones que también serán nocivas para la estabilidad familiar.
2.- Orden y disciplina de horarios desde la cuna.
Los niños necesitan conocer los límites que deben poner sus padres en muchos ámbitos de su vida. Son muchos los casos de padres que se ven impotentes para establecer el tiempo cuando sus hijos deben ir a dormir. Esta disciplina esencial comienza en la cuna. Cuando son bebés a veces se les cambia el sueño, duermen por el día y no dejan dormir a los padres por la noche. Tuvimos este caso con nuestro segundo hijo. Se quedaba dormido en el carrito, por la tarde, cuando salíamos a pasear y después por la noche le costaba conciliar el sueño. Cuando nos dimos cuenta actuamos en consecuencia para impedir que durmiera a las siete de la tarde. No es fácil a veces, pero es un desafío que hay que encarar sin demora. Otras veces el niño solo se duerme si está en la cama de sus padres, un desorden que no debemos permitir ni un solo día. He conocido algunos casos realmente llamativos. Un compañero de trabajo me contó que uno de sus hijos solo se quedaba dormido cuando le echaba de la cama para quedarse agarrado al pecho de su madre. El padre, un hombretón de casi dos metros de altura, tenía que irse a dormir al sofá del comedor (levantándose a las cinco de la mañana para ir a trabajar) porque el chiquitín de su hijo ocupaba su lugar en el lecho. Debemos poner límites a nuestros hijos y no someternos a caprichos indeseables. Cuando comienzan a ir al colegio también debemos establecer el momento apropiado para que vayan a dormir. Es penoso asistir a las reuniones de padres, al inicio del curso escolar, y que sean los maestros quienes tengan que instruir a los progenitores en algo tan elemental como que envíen a sus hijos a dormir pronto, sin ver la televisión hasta la madrugada, porque al día siguiente no podrán levantarse en condiciones para asimilar los contenidos de la clase.
3.- No controlar la ociosidad.
El tiempo de ocio es necesario y útil, pero si no lo regulamos adecuadamente se puede convertir en ociosidad, y llevar a nuestros hijos a una dinámica destructiva en la formación de su carácter. Debemos poner límites al tiempo de juego, a los momentos para ver la televisión y estar en internet, jugar a la consola, las redes sociales, etcétera. Durante el curso escolar la prioridad debe ser la tarea o deberes del colegio, y en el tiempo de verano, el larguísimo verano que tenemos los padres cada año, debemos mantenerles un horario que conjugue las vacaciones con la responsabilidad, sin parar su preparación. Cada año, cuando llega el tiempo veraniego y mis hijos han acabado el curso, tenemos una reunión de planificación, lo primero que les digo es que “cada cosa tiene su tiempo debajo del sol”. Lo segundo es hacer un horario flexible para compatibilizar descanso, playa, cine, lectura, actividades con amigos y tareas escolares continuadas, aunque hayan aprobado todo el curso (en mis hijos eso ha ocurrido hasta ahora todos los veranos). Hay que compaginar firmeza y flexibilidad de horarios. Pero nunca dejar que el tiempo se ocupe por sí mismo de las actividades, hay que organizarlas, ponerse de acuerdo, trazar un plan. Esto les da a los chicos seguridad y saber estar en cada momento, disfrutando lo que toca en cada ocasión. Luego hay que supervisar para que el plan se vaya cumpliendo adecuadamente, no dejarlo sin más porque la inconstancia y el reclamo fácil que continuamente acecha a nuestros hijos les llevarán a descolocar las prioridades y perderse en el desorden que conduce al caos. Como se dice ahora, hay que consensuarlo, claro, hacerlo dinámico, creativo, pero hacerlo.
4.- Cuando se presenta un desafío resolverlo sin demora.
La naturaleza del hombre presenta desafíos a la autoridad en cada etapa de la vida. Dependiendo de la edad de nuestros hijos esas manifestaciones serán de una forma u otra, pero siempre habrá un intento de socavar y poner a prueba la firmeza de nuestras decisiones. Por ello es imprescindible que cuando se presenten, y siempre lo hacen, nos paremos frente a nuestros hijos y les hablemos claro. Si dejamos pasar manifestaciones de rebeldía, malos modos, actitudes irrespetuosas o incluso hostiles, siempre será en perjuicio del bienestar futuro y la armonía familiar. Es inevitable que surjan desacuerdos entre padres e hijos, mas a ciertas edades (aunque ahora los desafíos a la autoridad paterna y materna se presentan demasiado pronto y con actitudes insolentes e insoportables), pero si no corregimos a tiempo esos desajustes y nos dejamos llevar solo por la idea de hablar y hablar y volver a hablar, dedicando demasiado tiempo a una infinidad de explicaciones que nunca comprenderán porque está en la esencia que nos separa, (hay cosas que un hijo o una hija no comprende aunque estés un día entero dando explicaciones, lo comprenderán más adelante), nunca sabrán que hay un rol distinto entre padres e hijos. No hablo de autoritarismo, cerrando toda discusión con «aquí se hace lo que mando yo», no es eso, hay que explicar, persuadir y convencer, pero si no se llega a un acuerdo, debe prevalecer el principio de autoridad en amor. Nunca debemos demorarnos en resolver los desafíos porque no se disuelven solos, se acumulan. Fallar en esto por cobardía, comodidad o permisividad nos puede llevar a sorpresas desagradables y la incomprensión de no saber cómo se han gestado, aunque seamos actores pasivos de ellas.
5.- No estar al lado de nuestros hijos en los momentos malos.
Uno de los privilegios de los padres es poder ayudar a sus hijos. Nos encanta poder echarles una mano cuando lo necesitan, pero no siempre sabemos leer los momentos cuando lo están pasando mal. O estamos demasiado ocupados para oírles. Hay los que vienen pronto a pedir ayuda, pero otros no lo harán antes de que percibamos que algo no va bien. Debemos saber escucharlos. Leer sus emociones. Dar la cara por ellos cuando nos lo piden y supervisar en la distancia los amigos con los que se juntan. Cuando mis hijos llegan a casa suelo mirarlos a la cara para detectar su estado de ánimo. Cuando no estoy es mi mujer la que me informa de alguna novedad relevante. No siempre se puede actuar de inmediato, en ocasiones no están dispuestos a abrir su corazón voluntariamente, pero cuando una actitud inapropiada se mantiene en el tiempo hay que buscar el momento propicio para saber qué está pasando.
6.- No cumplir la palabra dada.
Debemos ser muy cuidadosos a la hora de hablar sin ton ni son, sin saber lo que decimos y prometemos, porque nuestros hijos llevan el registro de nuestras palabras al día y nos recordarán nuestros incumplimientos. Hasta en las cosas más simples debemos cumplir con lo dicho. Y cuando no lo hagamos o no podamos por cualquier motivo, disculparnos y explicar convincentemente nuestra negligencia. Suelo asegurarme el dejar la puerta abierta a ciertos cambios antes de comprometerme firmemente a hacer algo con ellos. Si sé que puede haber modificaciones, dependiendo de las circunstancias movibles, se lo hago saber para que no fijen una idea definitiva en sus mentes a la hora de planificar alguna actividad. Cuando lo que hemos anunciado es un castigo debe aplicarse el mismo principio. No debemos caer en el error de amenazar con medidas restrictivas para luego incumplirlas. A menudo lo hacemos sin pensar, como reacción a una provocación, es un error. Si anunciamos una palabra de corrección como resultado de una indisciplina debemos cumplirla, de lo contrario nuestra autoridad será menoscabada y no producirá los efectos deseados.
7.- No exteriorizar el cariño.
La Biblia nos habla de un tiempo cuando los hombres perderán el afecto natural (2 Timoteo 3:3). Nuestra sociedad puede expresar, en algunos casos, mas afecto a los animales que conviven en la casa que a los propios hijos. Es una muestra de la pérdida del afecto natural. Los padres deben expresar primero el cariño entre ellos, con naturalidad, sin excesos, pero de manera evidente. Abrazar a nuestros hijos y manifestarles cariño y afecto les evitará tener una carencia que buscarán llenarla de otra forma y en otros lugares.
8.- Reuniones familiares.
Necesitamos reunirnos como familia para orar juntos por los desafíos que se presentan en las diversas etapas de la vida y su desarrollo. Exponer la palabra de Dios. Situar los tiempos y etapas de cada momento. Estos momentos deben ser abiertos, donde podemos exponer las necesidades de cada uno, enfatizar la unidad familiar en medio de las pruebas, tener una panorámica global de la situación que se vive en cada período en las diversas áreas. Hacer partícipes a nuestros hijos de los desafíos que se enfrentan, adecuando la información al nivel de comprensión y madurez de cada uno de ellos. Hablar abiertamente de los defectos y las virtudes de cada uno. Corregir lo deficiente. En definitiva, mantener la esfera espiritual dentro del círculo familiar y no como una actividad centrada en la iglesia y sus actividades, aunque no las excluye. El padre debe ser el promotor y guiador de estas reuniones ayudado por su mujer, y los hijos en función de los dones de cada uno. De esta forma también les enseñaremos, mediante el ejemplo, las disciplinas espirituales como la lectura continuada de la Biblia, la oración, el perdón, ser parte de la congregación local, etcétera.
9.- Recompensas.
Establecer un sistema de recompensas para el trabajo bien hecho. Valorar sus logros. Hay que adaptarlas a la edad de nuestros hijos. No es necesario que sean caras económicamente. Tampoco debemos exagerar. Hay cosas que deben ser hechas sin más, con la recompensa de nuestra gratitud. Pero cuando ponemos metas y objetivos como aprobar el curso con buena nota se puede poner delante una recompensa que estimule la motivación.
10.- Tareas domésticas.
No debemos hacer el trabajo que pueden y deben hacer ellos. Necesitan aprender a colaborar en las tareas domésticas como una dinámica cotidiana y normal de la rutina diaria. Deben hacer su cama cuando ya tienen edad para que la hagan ellos mismos. Repartir tareas a cada uno como limpiar su habitación, poner y recoger la mesa, fregar los platos, etcétera. No debemos malcriarlos haciendo nosotros su trabajo, pensando que así estarán más contentos; criaremos vagos, irresponsables y adquirirán una conciencia engañosa de que sean otros los que hacen su trabajo, esto no les ayudará en el futuro laboral ni cuando formen una familia nueva. Madres que-lo-hacen-todo no quieren más a sus hijos, al contrario, transmiten un mensaje engañoso que les conduce a la pereza.
11.- Aceptar, reconocer y canalizar las diferencias entre los hijos y amigos de su misma edad.
Este es un asunto de máxima importancia y en el que solemos cometer errores de bulto. Cualquier padre o madre con varios hijos sabe que estos pueden llegar a ser muy diferentes unos de otros, aunque han nacido en la misma casa y crecen bajo los mismos parámetros de educación. Debemos aceptar a cada uno con sus diferencias de carácter, no compararles con otros hermanos o amigos, sino aceptar su singularidad. Eso no excluye corregir lo deficiente, pero nunca para que acepten un modelo ajeno a su personalidad y que se impone por comparación como la solución perfecta a dificultades complejas. Tampoco debemos justificar defectos de carácter con máximas como las de «yo soy así». El evangelio produce cambios y transformaciones progresivas que afectarán a nuestro carácter aunque permanezcan las bases esenciales de cada uno de nosotros.
12.- Unidad en los padres a la hora de corregir.
Otro error común, y en el que a veces es difícil ponerse de acuerdo entre los progenitores, es tener modelos distintos en la educación. En este caso debemos mantener una comunicación anterior entre los cónyuges para preservar la unidad de criterio cuando vamos a educar y corregir a nuestros hijos. Llevarnos la contraria delante de ellos producirá confusión y división; los chicos se cobijarán al árbol que más sombra les dé. Cuando haya que aplicar castigos deben ser útiles y proporcionados. Cumplirlos con responsabilidad. Sin violencia física o degradante. Corregir no es violencia. Dios al que ama disciplina y lo trata como hijo. El que evita la disciplina a su hijo aborrece. Es necesario el dominio propio y la cordura en su aplicación. Algunos ejemplos pueden ser: quitar temporalmente la paga, la play, el ordenador, juegos, televisión, móviles. Debe haber restitución como resultado de aceptar la corrección. Si el castigo es por haber roto algo que pague de su dinero los desperfectos, al menos una parte. Si el caso ha sido por tirar cosas al suelo, que las recoja además de recibir la sanción anunciada.
13.- Ojo a la doblez, el doble ánimo, la doble alma: una cara dentro de la casa y otra fuera.
Los chicos se dan cuenta de la hipocresía y toman nota. Jesús nos enseñó a guardarnos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía (Lucas 12:1). Si hay un lugar donde no podemos mantener mucho tiempo la falsedad y donde somos expuestos abiertamente a la realidad de lo que somos y no somos es en el ámbito familiar. Esto mismo vale también para los hijos.
14.- Reconocer los fallos cuando los hallamos cometido. Pedir perdón.
Caer en el error de transmitir una imagen de perfección es tan irreal que debemos ser capaces de reconocer nuestros fallos cuando los cometemos, incluso si nuestros hijos son pequeños. Mantener el hábito de pedir perdón, sin caer en la religiosidad cursi, transmitirá una imagen de los padres de vulnerabilidad y necesidad por la que juntos podemos orar y apoyarnos, cubriendo los defectos y valorando las virtudes.
15.- No permitir las faltas de respeto a la madre, ni al padre y entre los hermanos.
En esto debemos ser firmes. Podemos ver que la autoridad, aunque recae en primer lugar sobre el padre, hay una autoridad familiar que podemos ejercer juntos, dependiendo de los casos, y manifestarla en libertad y misericordia.