13 – UNIDOS CON EL MESÍAS: Aceptados por Dios

Unidos con el Mesías (2)Textos claves: (Jn.3:16) (Ef.1:6) (Is.60:1)

UNIDOS CON YESHÚA

Nuestra unión con Cristo nos habla de amor y aceptación. Jamás podríamos haber experimentado está fusión profunda con la Divinidad sino hubiéramos sido amados y aceptados en Él. «Porque de tal manera amó Dios al mundo (la totalidad de seres humanos), que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel (en particular y personal) que cree en él, no se pierda (en el vacío, el anonimato y el sin-sentido de este mundo), mas tenga vida eterna» (en unión con el autor de la vida). La verdad y realidad de Cristo en nosotros nos habla de aceptación.

RESULTADOS DE ESA UNIÓN

Hemos sido aceptados por Dios.

«Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado» (Ef.1:6)

Dios nos ha aceptado sólo por gracia; sin condiciones previas. Cuando nos volvemos a él, a través de Jesús, nos recibe sin preguntar de dónde venimos, qué hemos hecho, o por qué hemos tardado tanto. Antes de decir ni una sola palabra, el Padre: nos ve venir. Su corazón se mueve a compasión y misericordia. Sus pies corren hacia nosotros. Sus brazos nos envuelven. Su boca nos besa una y otra vez. «Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó» (Lc.15:20).

Venimos cargados de sentimientos de culpabilidad y condenación. «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno…» (Lc.15:21). Pero las primeras palabras del Padre son de plena aceptación. Él nos recibe y nos introduce a la abundancia y dignidad de su casa. «Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse» (Lc.15:22-24).

Esta es una figura maravillosa de que hemos sido aceptados y amados por Dios, sin condiciones; sólo por gracia. Esta verdad, recibida en nuestro espíritu, nos conduce a otras verdades liberadoras.

  • Debemos aceptarnos a nosotros mismos. Debemos hacerlo desde la perspectiva de hombres nuevos en Cristo. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Ro.8:1). «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Marcos, 12:30-31).
  • Debemos aceptar a los demás y amarlos sin condiciones, sólo por gracia. «Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios… Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo» (Ro.15:7 y 16:1,2).

La misma base sobre la que hemos sido aceptados y perdonados. «Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas» (Mr.11:25,26).

Aquí es donde tenemos verdaderos problemas. Observa la actitud del hermano mayor del hijo pródigo. «Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (Lc.15:25-32).

Ser aceptados por Dios en la misma familia no tiene que ver con condiciones doctrinales, o con ciertas formas de personalidad, condición social o ausencia de manías. Sólo tiene que ver con la gracia de Dios. «Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él» (Fil.2:29). «Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros» (1 Ts.5:12,13).

Si hemos recibido y experimentado su gracia, entonces nos resultará normal aceptarnos a nosotros mismos y también a los demás.

CONSECUENCIAS

Nuestra unión con Cristo es una garantía de haber sido aceptados por Dios; por tanto, podemos levantarnos en una vida libre de complejos, condenación y culpabilidad (Is.60:1). Hemos sido redimidos. «Yo YHVH vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os he hecho andar con el rostro erguido» (Lv.26:13).

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