El milagro de una vida equilibrada
Capítulo 1 (Lucas 1 y 2)
Etapas determinantes
La niñez, adolescencia y juventud son etapas de la vida que determinan gran parte de la totalidad del proyecto humano. En estas tres etapas tenemos el proceso que incluye: bases, transición y orientación. En la niñez se colocan LAS BASES fundamentales de la personalidad. La adolescencia llega como una TRANSICIÓN de la niñez al despertamiento de las pasiones y deseos. Es un periodo de descubrimientos de uno mismo. Y la etapa juvenil prepara la ORIENTACIÓN del rumbo y el propósito en la vida. Las tres fases están marcadas por todo tipo de convulsiones internas y externas que afectan al desarrollo equilibrado. Podemos decir que todas ellas componen el primer tercio de la vida del ser humano. Los otros dos serán la edad madura y la vejez (o tercera edad).
En este tiempo somos muy afectados por las influencias externas: familia, colegio, amigos, iglesia, televisión, etc. También es una época de grandes desequilibrios y altibajos que irán formando una personalidad estable y equilibrada, en el mejor de los casos; o por el contrario, dejarán secuelas y deformaciones que afectarán el resto de la vida. Por lo tanto, este primer tercio de la existencia se convierte en clave para cada uno de nosotros. Para Jesucristo Hombre significó lo mismo. Él atravesó estas tres etapas con sobresaliente y es poderoso, hoy, para ayudarnos a pasarlas con buena nota. Por su parte el crecimiento de la vida espiritual recorre un proceso similar.
La niñez de Jesús
Fue engendrado de forma milagrosa por la intervención del Espíritu Santo (Lc.1:34-35), y concebido en el vientre de María en un proceso natural de nueve meses de gestación (Lc.2:6). El Nacimiento estuvo rodeado de sucesos sobrenaturales y maquinaciones del diablo para matarle (Lc.2:10-11) (Mt.2:9-11,16) (Lc.2:25-38). Desde niño oyó que se decían de él grandes cosas. Dios le guardó y protegió de los posibles desequilibrios propios de un niño «especial’ enviando a la familia a Egipto, donde nadie les conocía, y dándole nuevos hermanos que comparten el «protagonismo familiar”. Cuando regresan a Nazaret ha pasado la euforia de su nacimiento y crece como un niño más en su pueblo (Mt.2:13-23) (Mt.13:53-58). El Mesías se forma en el seno de una familia judía piadosa, temerosa de Dios y obediente a la Torah (Lc.2:21-24 y 39-42).
La adolescencia de Jesús
Jesús crece como un niño precoz y adelantado. No cabe duda que se ven en él actitudes que le diferencian de la mayoría (Lc.2:41-50). Se desarrolló, como adolescente, al lado de las Escrituras. Amaba la palabra de Dios y los “negocios de su Padre” (Lc.2:49) (2 Tim.3: 15). Aprendió a discernir el bien del mal por su contacto con la Ley y los Profetas (Is.7:14-16) (Sal. 119:97-104) (Neh.4:12). Se mantuvo limpio y puro en esta etapa de su vida, resistiendo toda tentación, por guardar su palabra (Sal. 119:9-11). Resistió los impulsos de independencia y rebeldía, propios de la edad, sometiéndose a sus padres (Lc.2:51).
La juventud de Jesús
No tenemos muchos datos de la vida de Jesús desde la edad de los doce años hasta los treinta; sin embargo, podemos percibir ciertos aspectos generales, sin entrar en la especulación apócrifa. Trabajó como carpintero. «¿No es éste el carpintero?… “(Mr.6:3) (Mt. 13:55). Aprendió un oficio y conjugó los aspectos naturales y prácticos de la vida, con su desarrollo espiritual. Ambos iban juntos. Poco a poco fue despertando y descubriendo el propósito de Dios para su vida. Fue recibiendo informe tras informe por medio de la revelación profética que le orientaban hacia el propósito divino. No se precipitó. Esperó «el tiempo señalado por el Padre (Gá.4:1-4). Resistió las tentaciones de la impaciencia y la independencia, propias de un joven comprometido, determinado y enérgico. No se adelantó a ninguna etapa de su vida. Las vivió sujeto y anclado a la palabra del Padre. Las necesidades de su pueblo eran alarmantes: la confusión reinaba; los líderes religiosos no solucionaban las necesidades de las personas; sin embargo, Jesús guardó el equilibrio y dominio necesarios para llegar al tiempo de Dios «para su manifestación y ministerio publico” (Lc.3:23) (Jn.7:6-8).
Conclusiones
En primer lugar Jesús se hizo hombre y atravesó cada una de las etapas de su vida en un equilibrio perfecto. Su vida fue una sinfonía armónica entre su naturaleza humana (aunque era Dios), su dependencia del Padre, sus enseñanzas y sus obras. Por ello, es Autor de nuestra fe y Guía de nuestro desarrollo en equilibrio (Heb. 12:2; 2:18; 4:14-16).
En segundo lugar Jesús combinó perfectamente lo humano y lo divino. El crecimiento espiritual y el físico; así como el crecimiento en gracia para con Dios y los hombres (Lc.2:52). Cada ser humano es espíritu, alma y cuerpo. El gran milagro de la realización consiste en vivir un crecimiento integral y equilibrado en cada área de la personalidad (1 Ts.5:23-24). Jesús es nuestro modelo de realización completa como seres humanos y como participantes de la naturaleza divina, al recibir, en el nuevo nacimiento, la naturaleza de Dios (2P. 1:3-4).
Y como tercera conclusión podemos decir que Jesús supo llegar al punto clave de su vida con “normalidad”. Se colocó bajo el reloj de Dios sin atrasos ni adelantos sobre el tiempo establecido. Llegó a tiempo. Las tres primeras etapas de su paso por la tierra le llevaron al lugar culminante para él y para la historia de la Humanidad: su ministerio público de tres años y la obra de redención. Nosotros también podemos llegar a tiempo. Enfrentaremos momentos vitales en nuestro peregrinaje, llegaremos a instantes críticos que marcarán nuestro futuro y el de otros. ¡Vayamos con Jesús para llegar en las mejores condiciones al plan de Dios con nosotros!
Tenemos una gran nube de testigos alrededor nuestro que lo consiguieron. Algunos son tipos de Jesús y ejemplos para nuestra esperanza (Ro. 15:4). En las Escrituras podemos ver la juventud de José, la juventud de David y la juventud de Daniel. Se nos dice que «Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud (Lam. 3:27). «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos y lleguen los años de los cuáles digas: No tengo en ellos contentamiento (Eclesiastés, 12:1).