El milagro de una vida equilibrada
Capítulo 3 (Lucas 4)
El equilibrio ministerial
Dar golpes de péndulo de un extremo a otro es común en el ser humano sea cual fuere la labor que realice. Los ministerios espirituales también. Podemos extremarnos hacia la “religiosidad y conservadurismo” o por el contrario, “el sectarismo y exclusivismo”. Ninguno de ellos es la voluntad de Dios. Las posiciones de autoridad son lugares de grandes riesgos. Muchos para evitar la responsabilidad renuncian al peligro y evitan la potestad que se les delega. Otros tienen ambiciones de poder y lo buscan con diligencia para imponerse a los demás. Sin lugar a dudas, Dios es el que mas arriesga cuando delega autoridad en el ser humano.
Autoridad bajo autoridad
Toda autoridad es dada por Dios (Ro. 13:1). y debe ser ejercida bajo el “temor de Dios”. La autoridad que Dios delega a los responsables de la iglesia es para establecer el orden y edificar Su obra. Debemos distinguir entre:
- Ejercer autoridad (mayordomía)
- Ejercer dominio (enseñorearse)
Los hombres con ministerios espirituales deben ejercer la autoridad delegada por Dios viviendo bajo autoridad, y con el fin de edificar y ordenar Su obra. Nunca tratarán de enseñorearse de la congregación (2 Co.10:8 y 13:10) (Lc.7:7-10) (Tít. 1:5) “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 P.5:2-3).
Señales de desequilibrio espiritual
El apóstol Pablo escribió: “… El que piensa estar firme, mire que no caiga (1Co.10:12). Debemos velar y orar para no caer (Mr.14:37-38) en las tentaciones propias del uso de autoridad. Hay que guardar el corazón, examinándolo a menudo, porque de él mana la vida (Pr.4:23). “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24). Miremos algunas de las señales que pudieran mostrar signos de salirse de la calzada.
- Abuso de autoridad. Es cuando se ejerce dominio y presión sobre las personas, manipulándolas para conseguir los fines deseados. Querer controlar la voluntad de los sencillos y simples. “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios, 4:14).
- Pretender el control o monopolio de la unción. Usar formas “extrañas” para forzar el fluir de la unción de Dios y conseguir nuestras metas. ¡Que peligroso! Debe ser el Espíritu Santo quién nos dirija según Su voluntad (1Co. 12:11). Algunos pretenden la unción para el servicio del sistema religioso y fuerzan (sin darse cuenta) la acción de «otro espíritu…” (2Co. 11:4).
- Por no resistir la adulación de las masas. De forma secreta y como una semilla que crece oculta, podemos albergar en nuestro corazón las adulaciones que engendran el orgullo espiritual. Si no se aborta a tiempo esa semilla pronto pretenderemos “ser los mejores”; actuaremos con altivez y despreciaremos a otros hermanos o iglesias (2Co. 10:4-5). “Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho” (Jud.16). “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error” (2P.2:18).
- Por no equilibrar el ministerio a las multitudes con el ministrar a Dios. Es fácil caer en el “activismo desenfrenado” de “la obra de Dios”; y perder en ello al “Dios de la obra”. Eso no puede ser. El aposento secreto de oración nos guardará en equilibrio. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt.6:6).
- Por no acudir a la cita del desierto y la prueba cuando nos lleva el Espíritu Santo. Esto es difícil de digerir. En esos lugares seremos entrenados, adiestrados y forjados para nuevas batallas a las que Dios nos llevará (Hch.8:26) (1P.5:10). “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:2-4). Las fórmulas modernas de éxito rápido y con el mínimo esfuerzo, muy de moda en la actualidad –también en la iglesia- nos alejan de los medios divinos para el fruto duradero (Jn.15:2,16). La máxima “consigue lo que quieres por los medios que sea” se ha infiltrado en la iglesia. Seamos honestos y reconozcamos que en el Reino de Dios «el fin no justifica los medios (2Tim.3:1, 2,5).
- Vender la verdad del evangelio. Predicar lo que es agradable al oído carnal y mundano por temor a perder gente y popularidad; que a su vez conlleva una pérdida de poder económico y de conseguir los programas presupuestados. ¡Que gran tentación! (2Co.2:17 y 4:2) (Gá.1:10) (Jn.6:60-69). “Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de JHWH, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye? JHWH se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla. Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga: Restituid” (Is.42: 18-22).
Vivimos tiempos difíciles y de grandes sutilezas y engaños disfrazados con el mejor camuflaje. Solo podemos escapar aferrados a Cristo y su palabra. Nuestro punto de mira debe estar centralizado en Jesús. La percepción espiritual que nos hace discernir las imitaciones y falsificaciones de la verdad podemos encontrarla viviendo unidos íntimamente al dador de la verdad: Jesucristo (Jn.8:31-32).
Puestos los ojos en Jesús
Miremos a Jesús en el recorrido que estamos haciendo en el evangelio de Lucas. Veamos como podemos encontrar el equilibrio ministerial. Jesús decidió hacer la voluntad de Dios, y la buscó toda su vida como prioridad máxima (Jn.5:19). “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos, 10:5-10).
Jesús se movió en los tiempos de Dios, sin precipitación ni pasividad. No actuó por su propia cuenta, ni por las presiones de la gente; sino por la hora del reloj profético (Gá.4: 1,2).
Jesús cumplió con toda justicia dejándose bautizar por Juan (Mt.3: 15). Recibió la unción por amar la justicia y aborrecer la iniquidad (Heb.1:9). Esperó la llegada del Espíritu Santo y la aprobación divina para comenzar su ministerio público (Lc.3:21-22). Fue lleno del Espíritu; llevado por el mismo Espíritu al desierto (Lc.4:1); volvió en el poder del Espíritu (Lc.4:14); y supo para qué había sido ungido (Lc. 4: 18-19).
Jesús pasó por el desierto y la prueba superando con sobresaliente ambas etapas de su vida (Lc. 4:1-14).
Jesús se mantuvo en la unción de Dios porque combinó perfectamente su ministerio a las multitudes con la oración privada. Oró en el desierto (Lc.4:1-2). Después de una campaña de milagros y sanidades se apartaba a un lugar desierto para orar (Lc.4:40-42). Su fama se extendía… mas él se apartaba a lugares desiertos y oraba (Lc.5:15-16). Oraba aparte… (Lc.9: 18). Salió a orar con un pequeño grupo de tres discípulos (Lc.9:28-29). Su vida de oración despertó el anhelo de orar de los discípulos (Lc. 11:1). Tenía lugares concretos donde iba a orar de costumbre (Lc.21:37 y 22:39). Enfrentó la noche más oscura de su vida con oración intensa y agonizante. Había entrenado todo su ser para vencer por medio de la oración (Lc.22:40-46). El Hijo de Dios, nuestro substituto, vivió en un equilibrio victorioso el desarrollo de su ministerio a las masas y la comunión íntima con el Padre. Sólo así pudo mantener tal demostración de poder y vitalidad para llevar a cabo la obra de Dios. Para nosotros no puede ser de otra manera. «El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor… (Mt. 10:24-25). Nuestro equilibrio ministerial pasa necesariamente por una vida de oración eficaz y privada.
Jesús se mantuvo fiel a la verdad sin dejarse adular por el sistema religioso (Lc.4:22-30). Tampoco le atemorizaron las amenazas de aquellos que quedaban “dolidos” por sus palabras. Además atacó la mentalidad monopolizadora de ciertos sectores religiosos de su país. El Señor Jesucristo puso las bases para un ministerio equilibrado, sin dejarse manipular por los sentimientos y deseos cambiantes de las multitudes. Sabía lo que debía hacer y lo que necesitaba evitar. Como Maestro y Señor ha mostrado el camino que deben recorrer sus discípulos (Jn.13:13-17).