Textos claves: (Ef. 2:11-22) (Is.60:1)
UNIDOS CON YESHÚA
Nuestra unión con Cristo es la unión con el Mesías de Israel. Es la unión con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Al ser unidos a Jesús somos unidos con los pactos y las promesas del Antiguo Testamento. Cristo es el cumplimiento de esos pactos y promesas, pero no su aniquilación. «La salvación viene de los judíos» (Jn.4:22). Nuestro salvador es un judío, nacido de una madre judía y en un pueblo judío. Los apóstoles fueron todos judíos de nacimiento, y la iglesia estuvo compuesta durante muchos años solo por judíos.
La voluntad de Dios es alcanzar a todas las naciones con salvación, incluido el pueblo de Israel, que un día será salvo por completo (Ro.11:26). Como cristianos estamos conectados con Israel. Veamos algunas derivaciones de esa conexión.
RESULTADOS DE ESA UNION
1.- En Cristo, hemos sido reconciliados con Israel.
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre (Ef.2:14-l8).
Somos un nuevo hombre que surge entre judíos y gentiles. Esto no significa la suplantación del pueblo judío.
En la cruz, Jesús ha matado la enemistad entre judío y gentil, sin embargo, el cristianismo tradicional ha hecho lo contrario a lo largo de la Historia de la iglesia.
La cruz de Cristo nos habla de: reconciliación con Dios y reconciliación del judío y gentil, de ruptura de la enemistad y paz con Dios, con Israel y las naciones. El diablo ha hecho de la cruz un símbolo de separación, muerte y persecución entre el judío y el creyente. Hoy es tiempo de la restauración de todas las cosas. En Cristo tenemos entrada al Padre por un mismo Espíritu (el judío y el gentil).
2.- En Cristo, no somos extranjeros ni advenedizos.
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios (Ef.2:19). Es decir, no estamos ajenos a la ciudadanía de Israel y los privilegios, que como nación, Dios les dio a ellos.
Somos conciudadanos de los santos. ¿Qué santos? Los patriarcas, y los escogidos en el A.T. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel (Ex.19:6). (Lv.11:44) (Dt.7:6) En Cristo, somos participantes del llamamiento original de Dios para ser un pueblo santo, en medio de las naciones.
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia (1P.2:9,10).
En Cristo, hemos sido injertados en el pueblo de Dios, en la congregación de Dios que tiene su inicio en el desierto del Sinaí.
Somos la familia de Dios. ¿Qué familia? La que Dios escogió al principio, es decir, Abraham y Sara. Negar nuestra procedencia, origen, y familia en Cristo es negar nuestra propia identidad, nuestra historia y nuestra existencia. Un cristiano no puede ser antisemita.
3.- En Cristo, estamos edificados sobre los apóstoles y profetas.
Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef. 2:20).
Nuestra base de fe es: Profetas (A.T.), Apóstoles (N.T.), Jesús (Piedra angular). Todos ellos tienen un origen judío de nacimiento. Dios ha querido que así sea en su soberana voluntad; debemos estar agradecidos, por tanto, a este pueblo.
4.- En Cristo, somos coherederos de la promesa.
Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef.3:6). ¿Qué promesa? La promesa dada a Abraham y su descendencia de ser «herederos del mundo», porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe (Ro.4:13). «Herederos de las naciones», Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa (Gá.3:29).
Esa promesa la encontramos en Génesis 17:4-6. Así dice en la versión de las Américas. En cuanto a mí, he aquí, mi pacto es contigo, y serás padre de una multitud de naciones. Y no serás llamado Abran; Si no que tu nombre será Abraham; porque yo te haré padre de multitud de naciones. Te haré fecundo en gran manera, y de ti haré naciones, y de ti saldrán reyes. Y en Génesis 22:17-18 dice: De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.
Hemos recibido las primicias de la herencia mediante el Espíritu Santo, primicias de una gran cosecha venidera, en el reino mesiánico, cuando el Rey de Israel sea entronizado en Sion, y compartamos la herencia de las naciones como coherederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo (Ro.8:17). Por eso dice Pablo: Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1 Co.3:21-23). Todas las naciones son suyas; Jesús es el Deseado de todas las naciones (Hag.2:7); aunque haya un príncipe de la potestad del aire, el príncipe de este mundo, y dios de este siglo, que ha usurpado la herencia que no le corresponde. Jesús ha vencido, es el heredero, está sentado a la diestra del Padre hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo el estrado de sus pies (Heb.10:13).
Hoy tenemos un pueblo de Dios redimido y diseminado entre todas las naciones, pero el día vendrá cuando todas las naciones doblen su rodilla ante Él. Todo esto concuerda con la enseñanza sobre la oración de Jesús a los suyos: ¡Venga tu reino! ¡Hágase tu voluntad! Como está escrito: Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Sal.2:8).
CONSECUENCIAS
La primera consecuencia de estas verdades debe ser un levantamiento de la iglesia en gratitud por todo lo que hemos recibido de Israel, a través del Mesías (Is.60:1). Debemos levantarnos en amor por esta nación, por su pasado, su presente y su futuro; orando por la paz de Jerusalén y el advenimiento del reino mesiánico en Sion.
Desechemos de nuestros corazones toda raíz de antisemitismo y oremos por la paz de Jerusalén y la restauración de la nación y el Estado de Israel.