C. LA JUSTICIA DE DIOS
La verdad de la justicia de Dios pone un fundamento sólido en nuestra vida de oración. Nos da confianza y gratitud para acercarnos al trono de la gracia, porque «la oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Santiago 5:16).
Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1).
Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El (2 Corintios 5:21).
En el libro de Salmos vemos claramente la conexión fundamental entre ser justos y la vida de oración. Ahora, en Cristo, esta verdad cobra una nueva dimensión al ser hechos justicia de Dios en Él, mediante la fe, que debe activar nuestra vida de oración de manera extraordinaria.
Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor… Claman los justos, y el Señor los oye, y los libra de todas sus angustias… Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor (Salmos 34:15, 17,19).
… El Señor sostiene a los justos… Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan… Mas la salvación de los justos viene del Señor (Salmos 37:17, 25, 39).
Conclusión
La vida de oración tiene condiciones que debemos conocer para ser eficaces en un asunto de tanta importancia en la vida del hijo de Dios.
Hemos visto tres: el pecado que hace separación; la fe que agrada a Dios y la justicia que nos permite acercarnos al Trono de la gracia en plena confianza.
La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano contiene estas tres condiciones. La arrogancia del fariseo le impidió recibir respuesta a su oración, porque la elevó fundado en su propia justicia. Por su parte, el publicano, conocía su estado de insuficiencia, reclamó la propiciación del Eterno sobre la fe en la justicia de Dios, y regresó a su casa justificado (Lucas 18:19-14).