15 – La restauración en su génesis

EL ENIGMA ISRAELDando un salto cronológico desde el final de la Edad Media, dejando el Renacimiento, pasando por la Ilustración y la emancipación de muchos judíos, incluso la asimilación después de que las leyes posteriores a la revolución francesa que pusieron énfasis en la igualdad de todos los hombres sin atender a su condición social, cultural o religiosa (bastante soñadora, por cierto, por su utópica implantación y su práctica irreal, aunque esforzándose en su aplicación) trajeran algunas mejoras en las condiciones de vida del pueblo hebreo, llegamos al periodo cuando surge el Sionismo moderno, la realización del sueño eterno del judío errante de regresar a su tierra, tener un lugar donde sentirse una vez más nación soberana y ver el cumplimiento del mensaje de los profetas de volver a Sión, a Eretz Israel, la tierra de sus padres dada por Dios a Abraham y su descendencia para siempre. Dejamos atrás muchos episodios de la Historia de Israel que no podemos abordar aquí. Queremos ahora centrarnos en un periodo vital para comprender el resurgir del Estado moderno de Israel en su tierra y clarificar en lo posible la gran controversia del conflicto árabe-israelí.

Los orígenes del Sionismo moderno

El apóstol Pablo nos dice en una de sus cartas que es Dios quién produce en nosotros el querer y el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13). En la Biblia se nos enseña que todas las cosas tienen su tiempo debajo del sol, que Dios envía su palabra a la tierra y esta corre veloz para hacer lo que el Eterno ha dispuesto en Su Soberana voluntad. Que Dios usa a hombres y mujeres para realizar sus planes, no siempre hombres y mujeres sometidos a Su voluntad, creyentes diríamos en un contexto evangélico, sino que si se necesita usar un burro para frenar la locura de un profeta, una ramera para esconder a los espías de Josué, una prostituta para casarse con el profeta Oseas o un Judas para entregar a Jesús a sus perseguidores, lo hace y no siempre comprendemos sus formas, sus caminos, sus propósitos y mucho menos el que haya usado a personas que nosotros nunca pensaríamos en hacerlo. Dios es soberano, no está obligado a dar explicaciones de sus obras, aunque Su carácter, Naturaleza y Atributos muestran  y revelan en muchas ocasiones cual es Su voluntad, oculta a aquellos que tienen un corazón engrosado por sus propios razonamientos, su altivez, orgullo o arrogancia, la cual Dios siempre resiste. Con todo ello queremos decir que los caminos de Dios son más grandes que los nuestros y sus pensamientos siempre son más elevados que los de aquellos que pretenden ser más entendidos que el Creador y Dador de la vida, engañados por su propia presunción y autosuficiencia. No todas las cosas se pueden explicar milimétricamente o mediante un tubo de ensayo; haremos bien concentrándonos  en lo que sí podemos comprender y dejar para tiempos mejores aquello que escapa a nuestra razón para entrar en el ámbito de la fe fundada en la revelación que Dios da, no a todos, sino a los que tienen un corazón perfecto (“completamente suyo” en la Biblia de las Américas) para con El (2 Crónicas, 16:9).

Cuando pienso en el desarrollo del Sionismo  moderno, sin entenderlo todo, veo que hay un componente humano, los deseos naturales del hombre, mezclados con la palabra de los profetas de Israel que hablaron siempre de restauración aunque en sus mensajes iniciales hubiera juicio y castigo por los pecados del pueblo. El mensaje de los profetas siempre acaba con la restauración de Israel en su tierra. También vemos que Dios usa las circunstancias que nos rodean para poner en marcha Su voluntad que acaba coincidiendo con nuestros deseos íntimos e irrefrenables, lo que llamamos el impulso interior, el propósito de la vida, nuestra realización o vocación.

El pueblo de Israel siempre acaba sus fiestas de Pesaj (la Pascua) con las palabras “el próximo año en Jerusalén”, por lo que entendemos que su profundo anhelo  todo el tiempo que ha durado la larguísima diáspora entre las naciones ha sido regresar a la tierra de sus padres.

Theodor HerlzTheodor Herzl (1860-1904), padre del sionismo político moderno era un periodista destinado en Francia como corresponsal del periódico vienés en el que trabajaba. Estando en la capital gala tuvo ocasión de conocer un episodio más de antisemitismo conocido como el caso Alfred Dreyfus (1859-1935). Para conocer los inicios del despertar sionista en la persona de Theodor Herzl quiero darle la palabra al excelente escritor judío de origen austriaco Stefan Zweig, en su libro de memorias “El mundo de ayer” (Págs. 139-143). A pesar de su extensión merece la pena por sus múltiples connotaciones con otros episodios bíblicos e históricos, donde se mezcla lo temporal y eterno en la fragilidad del ser humano. El relato de los hechos nos recordará la misión de Moisés ante Faraón y la respuesta de muchos de los israelitas acomodados en Egipto, así como la tragedia de no haber reaccionado mas contundentemente para salir de Europa y escapar del exterminio nazi, en fin, así está escrito:

“Theodor Herzl había tenido en París una experiencia que le afectó hondamente, uno de esos momentos que transforman toda una vida; había asistido como corresponsal a la degradación pública de Alfred Dreyfus, había visto como le arrancaban las charreteras mientras éste, pálido, gritaba a viva voz: “¡Soy inocente”! Y en el fondo de su corazón había sabido en aquel instante que Dreyfus en efecto era inocente y que lo habían hecho culpable de aquella tremenda sospecha de traición por el simple hecho de ser judío. Pues bien, Theodor Herzl, ya en su época de estudiante, había padecido el destino judío en su íntegro orgullo varonil o, mejor dicho, gracias a su instinto profético, lo había presentido –“pre padecido” en toda su tragedia- en una época en que poco se podía augurar que sería destino trágico. Con el sentimiento de haber nacido para ser líder –posición para la cual le habilitaba un porte magnífico e imponente, además de una amplitud de miras y una mundología considerables-, había concebido el fantástico plan de poner fin, de una vez para siempre, al problema judío, uniendo el judaísmo con el cristianismo mediante un bautizo voluntario en masa. Siempre pensando de forma trágica, se había imaginado a sí mismo conduciendo en una larga procesión a los miles y miles de judíos de Austria a la iglesia de San Esteban para salvar para siempre, en un acto ejemplar y simbólico, al pueblo perseguido y sin patria de la maldición de la segregación y el odio. Pronto tuvo que reconocer lo inviable de este plan; la dedicación a sus quehaceres propios durante años lo había distraído del problema principal, en cuya “solución” veía él su verdadera misión; pero en el instante de la degradación de Dreyfus, el pensamiento del eterno exilio de su pueblo se le clavó en el pecho como un puñal. Si la segregación es inviable, se decía a sí mismo, ¡que sea total! Si la humillación tiene que ser nuestro destino eterno, ¡aceptémosla con orgullo! Si sufrimos por ser apátridas, ¡creémonos una patria nosotros mismos! Y, así, publicó el opúsculo El estado judío en el que proclamaba que para el pueblo judío era imposible cualquier intento de asimilación, cualquier expectativa de tolerancia total. Era preciso fundar una nueva patria, la propia, en la vieja patria de Palestina.

Cuando apareció dicho opúsculo, conciso pero dotado del poder de penetración de una flecha de acero, yo todavía estudiaba en el instituto, pero recuerdo perfectamente la estupefacción y el enojo general de los círculos judeo-burgueses de Viena. ¿Qué le ha ocurrido, decían, a ese escritor por lo general tan juicioso, agudo y culto? ¿Qué tonterías dice y escribe? ¿Para qué queremos ir a Palestina? Nuestra lengua es el alemán y no el hebreo, nuestra patria es la bella Austria. ¿Por ventura no vivimos bien bajo el reinado del buen emperador Francisco José? ¿No nos ganamos la vida decentemente y disfrutamos de una posición segura? ¿No somos súbditos con los mismos derechos, ciudadanos leales y establecidos desde hace tiempo en esta querida Viena? ¿Y no vivimos en una época de progreso que en cuestión de pocas décadas habrá eliminado todos los prejuicios religiosos? ¿Por qué él, que habla como judío y dice que quiere ayudar a los judíos, da argumentos a nuestros peores enemigos e intenta separarnos, cuando cada día nos acercamos más y más al pueblo alemán? Los rabinos se exaltaron en las sinagogas, el director de la Neueu Freie Presse prohibió mencionar siquiera la palabra sionismo en su periódico “progresista”. El Tersitas de la literatura vienesa, el maestro de la burla venenosa, Karl Kraus, escribió otro opúsculo, Una corona para Sión y, cuando Theodor Herzl entraba en el teatro, la gente de todas las filas susurraba, burlona: “Su majestad acaba de entrar.” (El mundo de ayer. Memorias de un europeo de Stefan Zweig. Traducción de Joan Fontcuberta y Agata Orzeszek).

Al principio Herzl pudo pensar que lo habían interpretado mal; Viena, la ciudad en la que se creía más seguro debido a su popularidad de muchos años, lo abandonaba, mofándose incluso de él. Pero luego la respuesta retumbó de pronto con tanta furia y éxtasis que Herzl casi se asustó al comprobar que, con unas docenas de páginas, había promovido un movimiento tan fuerte y que lo superaba. La respuesta no vino de los judíos burgueses del Oeste, bien situados y acomodados, sino de las ingentes masas del Este, del proletariado de los guetos de Galitzia, Polonia y Rusia. Sin sospecharlo, Herzl había avivado las ascuas del judaísmo que ardían bajo las cenizas del exilio: el milenario sueño mesiánico del retorno a la Tierra Prometida, confirmado por los libros sagrados; había avivado esa esperanza que era al mismo tiempo certeza religiosa, la única que todavía daba sentido a la vida de millones de personas pisoteadas y esclavizadas. Siempre que alguien, profeta o impostor, a lo largo de los dos mil años de golus o exilio tocaba esta cuerda, el alma entera del pueblo empezaba a vibrar, pero nunca como aquella vez, nunca con una repercusión tan arrebatada y clamorosa. Con unas docenas de páginas, un solo hombre había aglutinado a una masa dispersa y mal avenida.

Aquel primer momento, mientras la idea aún tenía formas inciertas de sueño, estaba destinado a ser el más feliz de la breve vida de Herzl. Tan pronto como comenzó a fijar sus objetivos en el espacio real, a unir fuerzas, tuvo  que reconocer hasta qué punto se había vuelto dispar su pueblo entre los distintos pueblos y destinos; aquí los judíos religiosos, allá, los librepensadores; aquí los socialistas, allá los capitalistas; todos polemizando con todos en todas las lenguas y todos poco inclinados a someterse a una única autoridad. En aquel año de 1901 en que lo vi por primera vez, se hallaba en plena lucha y quizá también en lucha consigo mismo: todavía no creía lo bastante en su éxito como para renunciar a la posición que lo alimentaba a él y a su familia. Todavía tenía que repartir su tiempo entre la pequeña labor de periodista y la misión que constituía el núcleo de su vida. Todavía era el Theodor Herzl redactor del folletín quien me recibió entonces”.

El sonido del Shofár

ShofarEl inicio del Sionismo moderno puso en marcha un movimiento de restauración del pueblo de Israel a su tierra que sería imparable, aunque su desarrollo no fue fácil ni lo rápido que debería, además tuvo muchos factores que confluyeron en este momento de la Historia. En primer lugar quiero resaltar la importancia de la palabra profética activándose y dirigiendo la Historia una vez más como vemos a lo largo de la Biblia. El proceso de la restauración de Israel a su Tierra anunciado por los profetas me recuerda otros dos episodios claves en su devenir, uno la salida de Egipto y otro el regreso de Babilonia después de la cautividad. En todos ellos hay elementos comunes: La voluntad de Dios expresada por medio de sus profetas que pone en marcha el desarrollo de los acontecimientos.

Después aparece la oposición implacable mediante los enemigos que se oponen a ella, surgen los faraones o gobernantes contrarios, los Sanbalat y Tobías, junto con los árabes en el caso del regreso a Judea desde el imperio persa y en la restauración del Estado de Israel vemos lo mismo. Las Escrituras nos enseñan que Dios envía su palabra a la tierra y esta corre veloz para hacer su voluntad.

El envía su palabra a la tierra; velozmente corre su palabra  (Sal. 147:15).

Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié (Is. 55:10,11).

El salmista también lo expresa inequívocamente al relatar los sucesos que ocurrieron en la vida de José, el hijo de Jacob; los sufrimientos que vivió, lo incomprensible de sus experiencias y el propósito divino que existía en todo ello; una lección realmente consoladora para los tiempos de dolor y frustración. Llega el momento cuando se activa la palabra de Dios y los acontecimientos comienzan a sucederse  de tal manera que son imparables.

El es Adonai nuestro Dios;

En toda la tierra están sus juicios.

Se acordó para siempre de su pacto;

De la palabra que mandó para mil generaciones,

La cual concertó con Abraham,

Y de su juramento a Isaac.

La estableció a Jacob por decreto,

A Israel por pacto sempiterno,

Diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán

Como porción de vuestra heredad…

Trajo hambre sobre la tierra,

Y quebrantó todo sustento de pan.

Envió un varón delante de ellos;

A José, que fue vendido por siervo.

Afligieron sus pies con grillos;

En cárcel fue puesta su persona.

Hasta la hora que se cumplió su palabra,

El dicho de Jehová le probó.

Envió el rey, y le soltó;

El señor de los pueblos, y le dejó ir libre (Salmo, 105:7-20).

Sin embargo, la palabra de Dios siempre es perseguida por el Adversario que se opone a Su voluntad y usa a los hijos de ira y desobediencia, a los ignorantes de la verdad revelada para mover las circunstancias en su contra. Esto mismo sucedió en el retorno de los judíos a Erets Israel. Otro factor que hay que tener en cuenta es que antes de que el pueblo de Dios se ponga en marcha impulsado por la palabra profética, ésta viene precedida de persecución y opresión. Lo vimos en Egipto, cuando Faraón promulgó leyes que oprimieron a los israelitas y estos levantaron su voz al cielo para ser librados. En el tiempo que nos ocupa ahora los pogroms o persecuciones implacables contra los judíos de Rusia y el este de Europa dio a muchas familias hebreas el sentir de moverse, unos emigraron a Estados Unidos y otros a la tierra que en ese tiempo se llamaba Palestina. También aparecieron los llamados Protocolos de los sabios de Sión, un panfleto que culpaba a los judíos de una conspiración para tomar el dominio del mundo y que se ha comprobado que eran falsos de toda falsedad, pero que muchos siguieron creyendo (aún hoy lo hacen algunos países árabes) y usando para justificar su antisemitismo. Por otra parte después  del caso Dreyfus en Francia muchos judíos se convencieron que no tenían otra alternativa que la de formar su propio estado, aunque muchos otros habían intentado asimilar la cultura europea y diluirse en ella. Una vez más las persecuciones pusieron en evidencia que no habría facilidades de integración de los judíos sino en su propia tierra.  Al inicio de la Primera Guerra Mundial vivían en Palestina (el gentilicio palestino no era usado por los árabes aún en 1920, incluso se llama palestinos a los judíos que vivían en Palestina) 85.000 judíos;  en 1921, por iniciativa de Winston Churchill se acordó un Libro Blanco que prohibía la emigración judía a unas cantidades por año insuficientes  para que en ningún caso superara  a la población árabe del lugar. De esta forma cuando llegó la persecución nazi las puertas de la tierra de Israel estaban cerradas para los judíos, por lo que muchos no pudieron escapar, otros emigraron a Norteamérica.

Entre las dos guerras se había puesto en marcha por parte de la Agencia Judía un plan para comprar grandes extensiones de terreno improductivo a precios desorbitados  que permitió a los judíos iniciar la puesta en marcha de granjas agrícolas con maquinaria moderna que pronto produjo resultados económicos  y una mejora en las condiciones de vida de aquella generación de pioneros. Paralelamente se estaba produciendo el comienzo del nacionalismo árabe que colisionó con la alyá  judía. Después de la Primera Guerra Mundial y la derrota del imperio Otomano, el Imperio Británico tomó la responsabilidad de gobierno en Palestina mediante el denominado Protectorado Británico que duró desde 1918 hasta 1948. También se había producido en 1917 la llamada Declaración Balfour que manifestaba la buena disposición del gobierno británico para que  hubiera un hogar en Palestina para el pueblo judío. En 1938 la población judía alcanzó la cifra de 300.000 en Palestina, millones quedarían atrapados en Europa.

Para que todos estos datos y acontecimientos no sean un puzle incomprensivo pongamos más o menos en orden los sucesos que culminaron en el Holocausto nazi. Antes veamos el testimonio de las profecías que anunciaban el retorno de Israel a su tierra en el final de los tiempos, su restauración, o en palabras de Jesús, el rebrotar de la higuera.

También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21:29-33)

Aquí tenemos el rebrotar de la higuera (Israel, Joel 1:6,7) y los demás árboles (figura de las naciones  Ezequiel, 17:24), es decir, el resurgir de los nacionalismos que hemos visto a partir del siglo XIX y XX. Tenemos también, como dijo el apóstol Pedro, la palabra profética más segura, a la cual debemos estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro.

Di, por tanto: Así ha dicho el Señor Dios: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel. Y volverán allá, y quitarán de ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones (Ez.11)

Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro paísHabitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios… Así ha dicho Dios el Señor: El día que os limpie de todas vuestras iniquidades, haré también que sean habitadas las ciudades, y las ruinas serán reedificadas. Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron. Y dirán: Esta tierra que era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas. Y las naciones que queden en vuestros alrededores sabrán que yo reedifiqué lo que estaba derribado, y planté lo que estaba desolado; yo Adonai he hablado, y lo haré. (Ez.36).

Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho el Señor Dios: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo. Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Dios el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Adonai, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Adonai hablé, y lo hice, dice el Señor (Ez.37).

Para ver una selección más amplia de textos donde se habla del regreso de Israel a su tierra os remito al final del libro en los Apéndices. Bien, los profetas hablaron de un día cuando la diáspora judía terminaría y Dios los volvería a establecer en su tierra. Todo ello vino después de un tiempo de gran tribulación. (Recordemos la muerte de los niños a manos de Herodes cuando nació el Mesías; la muerte de los niños en el nacimiento de Moisés y el Holocausto nazi antes de que naciera Israel como nación). Un proceso doloroso, a menudo bastante incomprensible, pero que se encamina a la realización de la voluntad de Dios en la tierra para alcanzar el fin de los tiempos. Hay que decir que paradójicamente el movimiento sionista en primer lugar fue laicista y socialista (sigue siéndolo en gran parte hoy); muchos de los judíos religiosos estaban en contra de este movimiento porque pensaban que tomaba el lugar de la restauración que solo se podría producir con la llegada del Mesías. Más tarde los grupos religiosos se han sumado al establecimiento de Israel en su tierra como el sueño de muchas generaciones pasadas.

Dicho esto, recordemos algunos de los sucesos más llamativos del proceso de  restauración que estamos viendo. Arrancando  a finales del siglo XIX, cuando surge el sionismo moderno, tenemos la persecución por medio de los progroms en el Este de Europa, especialmente en Rusia y el imperio de los zares. La figura de Theodor Herlz y su libro El Estado Judío como resultado del caso Dreyfus. La asimilación de muchos judíos en centro Europa, la emigración a Estados Unidos, el retorno de muchos judíos a Palestina, la compra de tierra a los árabes a precios desorbitados, el estallido de la Primera Guerra Mundial, la derrota del imperio Otomano que tenía el gobierno sobre Palestina desde hacía unos quinientos años y que ahora se cambio por el Mandato Británico, la Declaración Balfour, el Libro Blanco, el surgimiento del nacionalismo árabe, la aparición de los primeros Kibutz, las diversas alyás o subidas de emigrantes hebreos a su tierra, la importancia de la nueva energía petrolera en manos de los árabes y compañías europeas para mover el avance de la industrialización en los países más desarrollados, todo ello hace de este proceso un conflicto que dura hasta nuestros días. Luego viene el Holocausto nazi y la maquinaria industrial puesta al servicio de la aniquilación de un pueblo; murieron unos seis millones de judíos por ser judíos, aunque muchos de ellos vivían más como alemanes o centroeuropeos.

El holocausto: Una densa oscuridad

Auschwitz BirkenauLa Biblia nos enseña que hay tiempos cuando una densa oscuridad se adueña de las naciones, hay días malos, tiempos en que el sol no brilla y una oscuridad domina la atmósfera espiritual de una nación que a su vez la descarga sobre otros pueblos. Jesús experimentó en su vida ese tiempo cuando la ciudad de Jerusalén quedó atrapada en el tiempo y el dominio de las tinieblas, visto como la potestad del reino de las tinieblas sobre una ciudad (Lucas 22:53). El profeta Isaías escribió: “He aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones…” (Isaías 60:2). Esta verdad intangible y abstracta toma forma en la vida de ciertas personas, especialmente gobernantes u hombres que están en autoridad; que a su vez y junto con otros del mismo espíritu elaboran leyes impías con el propósito de dominar a unos y destruir a otros. El reino de las tinieblas tiene su jerarquía. Cuando una persona le da lugar al diablo (acordémonos de Judas y como Satanás entró en él, Lucas 22:3-6), éste encuentra un camino para expresarse en el mundo físico y material, aunque él mismo es un ser inmaterial, lo hace a través de pensamientos, argumentos, ideologías que emanan de la combinación entre la naturaleza caída del hombre y su propia naturaleza de pecado. De esta forma se da curso a la manifestación del poder diabólico en las naciones de la tierra. Estas estratagemas siempre tratan de encontrar un envoltorio apropiado para que pueda ser aceptado con razonamientos que pueden ser coherentes y hasta tener una apariencia de bondad, una actitud  que justifica sus acciones a través de eufemismos como “razones de Estado”, “el bien general”, o “hemos sido elegidos democráticamente para gobernar”. Una vez que se comprenden y aceptan los motivos de leyes inicuas por estos parámetros que se usan para justificarlas la sociedad queda atrapada y paralizada (hechizada) por leyes aprobadas por consenso (las leyes de Núremberg de carácter antisemita fueron aprobadas por unanimidad el 15 de septiembre de 1935) en los gobiernos democráticos y un pueblo entero queda sometido a esas leyes a las que sabe debe someterse o quedar fuera de la ley y el sistema, haciendo recaer sobre su persona todo el peso de la autoridad del Estado y sufrir sus consecuencias.

Esto ha ocurrido en varias ocasiones en el pasado siglo XX a través de dos de los más destructores totalitarismos que hemos padecido: El comunismo y el nazismo. Hoy en día vivimos un proceso similar aunque las formas han cambiado, las leyes parecen más justas pero tienen el mismo propósito: tiranizar a las masas imponiendo un estilo de vida desde la “imposición” de gobernantes democráticos. El mismo perro con distinto collar. El hombre no ha cambiado mucho en su naturaleza real a pesar de los avances científicos y tecnológicos que hemos logrado.

Dicho esto a modo de introducción,  nos sirve para ver el trasfondo de cómo se llevó a cabo en Europa el mayor asesinato en masa que han conocido los tiempos, y esto a través de un pueblo, el alemán, muy culto, serio, responsable, diligente, sujeto a las leyes y viviendo con toda normalidad sus vidas familiares como si nada ocurriese ante sus ojos. Hay que decir que cuando hablamos del pueblo alemán no me estoy refiriendo a la totalidad sino al proceso que sigue una nación cuando sus gobernantes la dirigen a la ruina. Cómo se produce el desarrollo paulatino que puede conducir a la destrucción de otros pueblos y el propio. Porque en Alemania con la llegada al poder de Hitler y su partido Nacionalsocialista, (los nazis), elegido democráticamente en 1933 se puso en marcha un proceso que llevó a Europa y el mundo a su mayor destrucción y al pueblo judío a su casi aniquilación, al menos sobre los que vivían en el viejo Continente en ese tiempo. Y todo esto ocurrió ante la mirada indiferente y pasiva de pueblos enteros y sus gobernantes. Los aliados (Inglaterra, Francia, Estados Unidos y muchas otras naciones) ni siquiera se molestaron en bombardear los ferrocarriles por donde llevaban (y se sabía) a los judíos como ovejas al matadero. Nuestra Historia reciente está manchada de sangre.

Por supuesto que hubo excepciones honrosas, pero fueron puntuales y aunque sirvieron para salvar miles de vidas, no tenían la fuerza de detener la masacre. Gracias a Dios por el final de la guerra y la victoria de los aliados, de lo contrario la aniquilación hubiera sido total y la solución final hecha realidad. A pesar de ello se estima que murieron unos seis millones de judíos, junto con otros muchos millones de ciudadanos europeos, americanos y asiáticos que sufrieron la contienda mundial. En España, paradójicamente, el gobierno “fascista” del general Franco salvó a muchos judíos que pasaron la frontera de los Pirineos y no fueron entregados a las autoridades alemanas como sí hicieron en otros países de Europa. Incluso se les dio visado español a muchos descendientes de judíos españoles llamados sefardíes, y a muchos otros que no lo eran. “Esta ayuda de Franco al pueblo judío ha sido y sigue siendo agradecida y reconocida por muchos judíos. Por ejemplo, Enrico Deaglio dice en su libro «La banalidad del bien»: “Si bien el papel de la España franquista en las operaciones de salvamento de los judíos europeos ha sido silenciado casi del todo, fue decididamente superior al de las democracias anti hitlerianas. Las cifras varían entre 30.000 y 60.000 judíos liberados del holocausto.” Así mismo, afirma el señor Duque que “Francisco Franco tiene su nombre en el Libro de la Vida. Y con letras de oro. En las sinagogas de EE.UU. todos los 20 de noviembre se pronuncia un responso o “kadish” en memoria del hombre que libró a tantos hebreos del holocausto.”   (www.verdadeshistoricas.info)

El Holocausto, que muchos quieren hoy silenciar, incluso negar, fue un hecho único en la Historia de la Humanidad. La industria de la muerte que se llevó a cabo no conoce paralelos, aunque el hombre ha cometido tanta maldad desde tiempos antiguos. Cabe preguntarse por qué Dios, el Dios de Israel, permitió semejante brutalidad contra el pueblo judío. Esa pregunta abre un gran interrogante ante nosotros, demuestra que la combinación de la naturaleza del hombre unida a leyes impías y las potestades de las tinieblas pueden hacer mucho mal, aunque Dios pondrá freno en su momento y del levantamiento de los justos con el Espíritu de Dios pone fin a la perversión. Cuando el hombre abandona el temor de Dios y se constituye en dominador de sus semejantes es capaz de lo peor, la Historia lo viene demostrando una y otra vez. Lo que sí podemos decir es que después del Holocausto judío no quedaba ninguna duda de que el retorno a la tierra de Israel era la única manera de poder defenderse creando su propio Estado. Se dieron las condiciones para llevar a la ONU la causa judía y proponer la partición en dos estados de Palestina.

Para los que quieran profundizar en el tema del Holocausto puedo recomendaros los libros siguientes: “Hitler y el Holocausto” de Robert S. Wistrich. “Auschwitz, los nazis y la solución final” de Laurence Rees. Los libros de Primo Levi “Si esto es un hombre”. “Decisiones trascendentales” de Ian Kershaw. “La brigada”, la historia de unos soldados judíos que no se sometieron a la voluntad nazi, de Howard Blum. Hay muchos otros pero estos son los que yo conozco.

Durante el tiempo cuando se estaba llevando a cabo el genocidio de los judíos en Europa la tierra denominada Palestina estaba bajo mandato británico, que había comenzado de facto desde 1917, aunque entró en vigor oficialmente en junio de 1922 encomendado por la Sociedad de Naciones. Estaba activado el llamado Libro Blanco, que impedía que los judíos pudieran regresar a su tierra en una cantidad estipulada al año en 15.000 durante los próximos cinco años, después de los cuales no podría entrar ningún judío más, salvo que lo permitieran las autoridades palestinas. Las palabras del líder judío David Ben Gurión muestran con claridad el daño causado a los emigrantes judíos que estaban atrapados en Europa entre las leyes antisemitas alemanas y la promulgación del Libro Blanco de los británicos, sus palabras son estas: “Ayudaremos a los británicos como si no hubiera Libro Blanco, y lucharemos contra el Libro Blanco como si no hubiera guerra”. Por otro lado hay que recordar que en Palestina la mayor  autoridad de los árabes era el llamado Gran Mufti de Jerusalén (Amin al-Husayni), pariente del futuro líder palestino Yasser Arafat, y que era un declarado admirador de Hitler, antisemita extremo y que apoyó todo lo que pudo la entrada de los nazis en Palestina y el exterminio de judíos en el Holocausto. Sin embargo, la batalla de El Alamein que se libraba en el norte de África, entre los generales Montgomery (inglés) y Rommel (alemán), se decantó finalmente por los aliados, impidiendo de esa forma la entrada de las tropas alemanes en Palestina que hubiera causado el exterminio de la comunidad judía en aquel lugar.

Cuando visité Israel en 1992 tuve ocasión de ver el Museo del Holocausto. Me impresionó la cantidad de niños que murieron, una cinta magnetofónica iba narrando los nombres de cada uno de ellos. Esa densa oscuridad que barrió Europa a mediados del siglo pasado no debe olvidarse. Es necesario que recordemos siempre con pesar la maldad que el ser humano puede llegar a cometer sobre otro ser humano. En este sentido es de justicia reseñar  la decisión del Gobierno español, dirigido por José Luis Rodriguez Zapatero, que ha convertido la fecha del 27 de enero en recuerdo institucional de la Shoah, el Holocausto judío, aunque anteriormente hubiera levantado la polémica colocándose el pañuelo palestino.

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