No es nuestra intención hacer un recorrido exhaustivo de un periodo tan largo como dieciocho siglos de historia del pueblo judío. Solo queremos acercarnos a los sucesos que nos parecen más relevantes y que pueden darnos una panorámica general de lo sucedido.
En primer lugar hay que resaltar que lo ocurrido con Israel es un caso único en la Historia de la Humanidad. No es posible encontrar a otro pueblo que después de haber estado dieciocho siglos fuera de su tierra, errante, diseminado entre las naciones, perseguido, expoliado, expulsado de muchas naciones donde vivieron con gran arraigo, soportar leyes injustas que hicieron la supervivencia casi imposible, de haber vivido en guetos y soportado el holocausto nazi haya podido resurgir de sus cenizas, dar al mundo las grandes aportaciones que ha dado en ciencia, economía, cultura, premios Nobel, etc. etc. para restablecerse en su tierra, Erets Israel, con el mismo idioma hebreo de miles de años y ser hoy una democracia pujante rodeado de unos mil millones de enemigos que quieren echarlo al mar.
Si este testimonio a las naciones no es suficiente para reconocer que el Dios de Israel les ha sostenido y guardado y preservado para dar cumplimiento a las profecías que quedan por cumplir y que están ubicadas en la tierra de Judá e Israel, entonces la incredulidad ha llegado a cotas tan altas que oscurecen la posibilidad de que la verdad pueda resplandecer en algunos corazones. Sin embargo, hay muchos otros que podemos ver lo providencial de la existencia del pueblo judío a través de los siglos como un hecho inequívocamente sobrenatural. A la pregunta de Federico el Grande “¿Puede usted citarme una sola prueba de Dios que no haya sido desmentida?”, respondió el Marques Dargens, Jean Baptiste du Boyer, “Sí, majestad, ¡Los judíos!”.
Como digo veremos un resumen de los episodios que nos parecen más relevantes de todo este período hasta alcanzar el tiempo de la restauración. Para el lector que quiera profundizar en una historia más completa le recomiendo estos libros: Historia de los judíos de Werner Keller; la Historia de los judíos de Paul Johnson o Los judíos del autor Luis Suárez. Todas ellas muy bien documentadas. Dicho esto, veamos los hechos.
Algunos escritos de los padres de la iglesia y el Talmud
Hemos dicho anteriormente que a comienzos del siglo II la mayoría de los líderes de las iglesias eran de origen gentil con el consiguiente alejamiento de la tradición hebrea de las Escrituras. En ese período entramos en lo que se conoce en la historia eclesiástica como los padres de la iglesia. Algunos fueron verdaderos defensores de la fe cristiana frente al paganismo de Roma y muchos otros dieron su vida en el martirio para defender la verdad del evangelio. Lo paradójico de algunos de ellos es que mientras hacían una defensa valiente de la fe recibida de los judíos se convertían en verdaderos enemigos de éstos en algunos de sus escritos. Tenemos aquí una vez más la contradicción del ser humano, capaz de los mejores logros y de los mayores atropellos en una misma persona.
También debemos decir que sospechosamente la mayoría de los historiadores cristianos ocultan esas manchas en nuestros ágapes, como diría el escritor Judas, y no mencionan los dichos vergonzosos que algunos de los llamados padres de la iglesia escribieron contra los judíos. Estos escritos fueron generando un caldo de cultivo para el incipiente antisemitismo que se va a producir en el seno de la llamada iglesia. Siempre me ha gustado aprender de la historia y ver como ha sido posible que hombres usados por Dios para el beneficio de muchos también fueron tropiezo para otros, en algunos casos dramáticamente. Veamos algunos de los escritos mencionados.
Justino Mártir (cerca de 160 d.C.), refiriéndose al pueblo judío dijo: «Las Escrituras no son de ustedes, sino nuestras». Vaya contradicción de las mismas Escrituras. El apóstol Pablo dijo: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios” (Ro.3:1,2).
Ireneo, obispo de Lyon (alrededor de 177 d.C.) y uno de los grandes maestros de la iglesia primitiva que están entre mis favoritos declaró: «Los judíos han sido desheredados de la gracia de Dios». Sin embargo, el apóstol dijo: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro.11:1,2).
Tertuliano (160-230 d.C.), en su tratado Contra los Judíos, anunció que Dios había rechazado a los judíos para favorecer a los cristianos. Una vez más la contradicción de las Escrituras en maestros que debían conocerlas y enseñarlas al pueblo en su justa medida.
Hilario de Poitiers (291-371 d.C.) escribió: “Los judíos son una nación maldecida por Dios eternamente”. Eso no fue lo que Dios le dijo a Abrahán, el padre de la nación hebrea, sino todo lo contrario. “Pero el Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Gn.12:1-3). Y Cuando Balac contrató al profeta Balaam para que maldijera a Israel la respuesta de Dios fue esta: “Entonces dijo Dios a Balaam: No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo, porque bendito es” (Números 22:6-12).
Gregorio de Nyssa (335-394 d.C.), Obispo de Capadocia, dijo: “Los judíos son una cría de serpientes, aborrecedores de todo lo bueno”. Jesús dijo que la salvación viene de los judíos, y el apóstol Pablo nos dice “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos, 9:4,5).
San Jerónimo (347-407 d.C.) describe a los judíos como “…serpientes, portando la imagen de Judas; sus salmos y oraciones son el bramido de asnos.” Ha sido tan injusto en la Historia del pueblo judío cargar el pecado de algunas personas a toda la nación, olvidando todo lo demás que hemos recibido del pueblo elegido por la Soberanía de Dios para bendecir a todas las naciones en la persona del Mesías.
Juan Crisóstomo (387-407 D.C.) el gran orador y Obispo de Constantinopla, llamado “pico de oro” por su elocuencia, es tal vez el ejemplo más negativo por su antisemitismo exacerbado. Algunas de sus homilías contienen expresiones llamativamente duras hacia el pueblo judío. Pronunció las siguientes palabras –entre muchas otras: “La sinagoga es peor que un burdel. Los judíos son una banda de criminales. Odio a las sinagogas y a los judíos”. (Citado en Los Judíos el Pueblo del Futuro de Ulf Ekman). Este predicador valiente en muchas de sus denuncias del pecado de su generación, también llegó a adjudicar a todo el pueblo judío la culpa de la muerte de Cristo.
Con escritos como estos es fácil comprender como se pudo llegar a la persecución y el odio más visceral contra el pueblo judío durante tanto tiempo. Un ejemplo claro de adulteración del mensaje del evangelio que nos enseña a amar al prójimo, incluso a nuestros enemigos. Toda una herencia que nos ha acompañado hasta nuestros días y de la que debemos alejarnos y ser redimidos, como dijo el apóstol Pedro: “La vana manera de vivir heredada de nuestros padres” (1 Pedro 1:18 LBLA).
Por su parte Agustín de Hipona (354-430 d.C.) marcó una tesis un tanto más cercana al apóstol Pablo en cuanto que comprendía el misterio que impedía la aceptación del evangelio por parte de los judíos, y la posibilidad de que un día, por el ejemplo de los cristianos llegarían a convertirse. “La tesis expuesta por San Agustín, según la cual la persistencia de los judíos obedecía a misteriosos designios de Dios y era útil porque, siendo depositarios de la Escritura se convertían en testigos excepcionales del cumplimiento de la promesa. Un día, influidos por el ejemplo de los cristianos, llegarían a convertirse. Sin embargo, eran muchos los eclesiásticos que disentían de este planteamiento, culpaban a los judíos de la crucifixión y condenaban en ellos, como un gran pecado, el rechazo del Mesías, que ya había venido” (pág. 282 de Los Judíos de Luis Suárez). Hay que decir también que en la enseñanza del obispo de Hipona se encuentra así mismo la semilla de la teología del reemplazo. La obra de Luis Suárez lo recoge en su página 402 cuando dice: “Ello nos obliga a volver a la doctrina de San Agustín: Si la iglesia es verdadero y definitivo Israel y el Antiguo Testamento solo puede ser comprendido a través del Nuevo, la única consecuencia que puede extraerse es que Dios ha conservado a los judíos no por méritos propios sino en razón de la utilidad que tienen para el Cristianismo… Respetar y amparar a los judíos es cumplir la Voluntad de Dios”. A esta doctrina se acogerían algunos papas en los siglos venideros para defender a los judíos del antisemitismo que se fue extendiendo por toda la Edad Media.
El mismo Martin Lutero (1483-1546 d.C.) contagiado por la tradición religiosa llegó a escribir un libro titulado “Sobre los judíos y sus mentiras”, publicado en 1543. En él hace algunas declaraciones como estas: «¿Qué haremos nosotros los cristianos con este pueblo rechazado y condenado? Les daré mi sincero consejo: En primer lugar, quemar sus sinagogas… en honor de nuestro Señor y de la Cristiandad, para que Dios vea que somos cristianos… Aconsejo que sus casas también sean arrasadas y destruidas… Aconsejo que sus libros de oración y textos talmúdicos sean tomados de ellos para ser destruidos… Aconsejo que a sus rabinos se les prohíba enseñar de ahora en adelante bajo pena de pérdida de la vida…» Hay que decir también que el reformador quiso atraérselos al inicio de la Reforma, pero una vez que chocaron con la pertinaz resistencia de los judíos cambió su actitud al final de sus días.
Para tener un cuadro más amplio de la situación y comprender mejor el tiempo que estamos viendo en nuestro recorrido histórico, debemos incluir también otro factor importante en el devenir de los hechos, nos referimos al Talmud. Durante mucho tiempo se enfrentó los escritos del Nuevo Testamento con el Talmud judío.
El Talmud, según la explicación de los propios rabinos judíos, consta de la Mishná, es decir, la explicación oral de la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia) y la Guemará, que son los comentarios sobre el texto de la Mishná. Se escribió entre los siglos III y VI en arameo y hebreo. En esta obra inmensa que contiene mucha sabiduría por un lado, también se habla despectivamente de Maria, de Jesús y de sus seguidores. Esta obra no era conocida por los gentiles, ni siquiera por los líderes religiosos, sin embargo, cuando algunos de los judíos que se convirtieron al cristianismo y llegaron a ser autoridades en materia de enseñanza, eran conocedores de los comentarios negativos que se hacían en el Talmud sobre Jesús, Maria y el cristianismo en general, lo pusieron en conocimiento de los papas y la jerarquía católica que a su vez fue un motivo más para la controversia y el enfrentamiento. Hubo en la Edad Media varios enfrentamientos entre rabinos defensores del Talmud y maestros cristianos, especialmente conversos, defensores del Nuevo Testamento. La obra citada del historiador español Luis Suárez relata ampliamente estos debates.
El Cristianismo actual, en buena medida, es heredero de este conflicto. Hemos heredado las características del pecado de Jeroboam, (visto en un capítulo anterior), que se establece a través de la tradición religiosa pasando de generación en generación hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas de que habla el apóstol Pedro. Por último, decir que una vez que se asentó la Cristiandad como religión oficial del Imperio los judíos quedaron en una situación de debilidad frente al poder dominante que surgió con la caída del Imperio Romano. La diáspora judía en las naciones cristianas fue dura y difícil. Se dictaron leyes injustas en diversos periodos que llevaron mucho sufrimiento y desprecio al pueblo de la Biblia.
La llegada del Islam, Mahoma y el Corán
Con la decadencia del cristianismo a mero formulismo institucional, convertido mayoritariamente en una religión unida al poder político, tiene lugar en la historia la aparición del Islam con la predicación de Mahoma (570?-630 d.C.) en Arabia. Cito a continuación de la Historia del pueblo judío de Werner Keller. “Como la mayor parte de los habitantes de su ciudad natal, Mahoma se hizo también comerciante. En los mercados de la Meca y en sus numerosos viajes que, primero con las caravanas comerciales de su tío Abu-Talib y luego con las de su primera mujer Kadidja, le llevaron a través del Hedjaz y hasta Siria, conoció los relatos del Antiguo Testamento y del Talmud, historias sacadas de los evangelios y leyendas cristianas. A menudo iban también a la Meca judíos de Yatreb (ciudad que luego cambiaría su nombre por al-Medina), y en sus muros vivían algunos cristianos. Lo que le conmovía de modo más profundo, lo que quedó grabado en él con huella imborrable y tanto contribuyó en su pensamiento fue lo que aprendió del Judaísmo: la creencia en el Dios único, universal, y la creencia en Abraham, en los patriarcas y en los famosos profetas de este pueblo”.
Con cuarenta años, Mahoma tiene transformaciones profundas, se retira a lugares solitarios y aparece más tarde con el mensaje de que el ángel Gabriel se le ha aparecido y le ha mostrado nuevas verdades divinas. Comienza a predicar el monoteísmo y contra la idolatría de su entorno. En la Meca le rechazan y viaja a Yatreb (Medina), donde había conseguido que le siguieran algunos peregrinos, acaricia la idea de que las tribus judías, muy influyentes en ese lugar, aceptaran su mensaje y nueva religión. Mahoma se esforzó por ganarse la simpatía de los judíos, incluso les hizo concesiones haciendo coincidir el día del ayuno más importante con la fecha del Yom Kipur, fiesta de la expiación judía. Werner Keller sigue diciendo en su historia: “Mahoma vio frustradas sus esperanzas. Solo unos pocos judíos le siguieron. La mayoría le rechazaron. Entonces la inclinación del profeta se transforma en odio. Rompe para siempre con los judíos, que se niegan a aceptar su doctrina, y se convierte en su más encarnizado enemigo… Dedica una sura, “sura de la vaca”, llena de improperios contra los judíos”. En el año 623 cambió la dirección del rezo, antes lo había orientado hacia Jerusalén, ahora debe ser hecho con dirección a la Meca. También cambio el ayuno en el día del Yom Kipur judío y lo fija en el mes de Ramadán, establecido de esa forma hasta nuestros días. Y además ordena que el día de descanso de los musulmanes sea el viernes en clara oposición al sábado de los judíos.
Cómo me recuerda este episodio, una vez más, al pecado de Jeroboam. Recordemos que el rey de Israel cambió a su antojo las formas establecidas por Dios en la Torá, cambió días, fiestas, lugares y sacerdotes con el fin de que no tuvieran que ir a adorar a Jerusalén, todo un sistema nuevo, copiando la estructura pero adaptándola caprichosamente a sus intereses políticos y religiosos. Una vez más vemos en el nacimiento del Islam los mismos principios para la formación de un nuevo sistema religioso que se estableció y se extendió rápidamente después de la muerte de Mahoma a través de las invasiones árabes del siglo VII. Precisamente el Islam penetró en gran parte del imperio Bizantino (antiguo imperio romano de oriente) y en el norte de África donde el cristianismo tuvo gran apogeo, hasta llegar a la Península Ibérica en el año 711.
Se puede decir que buena parte del Corán es una mala copia de escritos del Antiguo Testamento, aparecen cambios en sucesos y personajes totalmente inauditos. Los judíos no podían aceptar semejante falsificación y pronto mostraron su rechazo a la predicación de Alah. Con las conquistas árabes vivieron tiempos cuando fueron tolerados y otros cuando fueron perseguidos y masacrados. Resumiendo debemos decir lo siguiente. Las tres religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo y el Islam hunden sus raíces en la revelación que Dios ha hecho a los judíos, los patriarcas y los profetas. Los judíos como nación no aceptaron la llegada del Mesías, Jesús de Nazaret, que sí recibieron los gentiles, llegando con el tiempo a apropiarse de las Escrituras de Israel y rechazando a ese pueblo a través de la teología del reemplazo. De la decadencia del cristianismo tuvo su aparición la fe musulmana que se extendió rápidamente por la mayoría de las naciones que antes había abrazado el cristianismo, especialmente en la parte oriental del imperio romano y el norte de África, mayoritariamente naciones cristianas hasta ese momento. Fue en el norte de Hispania donde se frenó el avance de las huestes islámicas y con ello su incursión en la Europa occidental. El Islam toma su base doctrinal de la influencia del Antiguo Testamento y unas revelaciones supuestas del ángel Gabriel a su profeta Mahoma. Traza de esa forma un nuevo sistema religioso basado en un credo que dice “Hay un solo Dios y Mahoma es su profeta”. También reconoce que la revelación de Dios en el mundo es progresiva y encuentra seis fases de ella: Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma. Después de él no hay necesidad de más profetas; él es el último y en el Corán queda recogida la palabra de Dios final y mejor. Sus cinco pilares doctrinales son: La profesión de fe, que ya hemos citado; la oración echa cinco veces al día en dirección a la Meca; la limosna, deben darla al menos una vez al año a las personas más pobres de la comunidad; el ayuno, hecho en el mes de ramadán y obligatorio para todo musulmán y por último el peregrinaje a la Meca que debe hacerse obligatoriamente al menos una vez en la vida.
En el año 638 cae Jerusalén en manos de las tropas musulmanas, conquistando la ciudad que estaba en poder de los bizantinos y que defendieron tenazmente. Fue el califa Omar ibn al Katab quién entró en ella y mandó construir una mezquita en el mismo lugar donde había estado antes el templo de Salomón; aunque realmente no se llegó a ver cumplido su deseo hasta cincuenta años más tarde con el califa Abd-el-Malik que realizó la obra imponente que ha llegado hasta nuestros días y que domina la explanada de las mezquitas en la Jerusalén actual. Decir también que cuando entró el califa Omar en la ciudad de David revocó la ley que prohibía entrar a los cristianos en la ciudad desde tiempos de Adriano.
Las cruzadas, la peste y la Inquisición
A partir de este momento de la historia se produce una lucha abierta entre dos cosmovisiones religiosas en el mundo conocido, por un lado la cristiana y de otro la musulmana. Los judíos, que seguían dispersos por las naciones ahora se movían entre dos poderes dominantes, la cruz y la media luna. Tuvieron que adaptarse al medio sin perder su identidad. Hubo tiempos cuando vivieron mejor en naciones donde los reyes eran cristianos nominalmente y otras en que fueron mejor tratados en naciones dominadas por los califas. En ninguno de los dos casos tuvieron paz duradera, siempre encontraban en los judíos el chivo expiatorio para cargarles todas las culpas de las miserias vividas por sus pueblos y a las que sus reyes no sabían ofrecer soluciones. Con la conquista de Jerusalén por los musulmanes se consolidó un dominio que duraría hasta la época de las cruzadas. Los judíos habían mantenido comunidades en la Galilea y en otros lugares de Eretz Israel, aunque sometidos al poder dominante en cada periodo. Ahora tocaba soportar a los árabes bajo el califato de Bagdad, y desarrollar su identidad y misión en esas condiciones. Como hemos dicho, una de las mejoras que experimentaron fue que pudieron regresar a vivir en la ciudad de Jerusalén que les había sido vetada por los romanos y bizantinos.
A mediados del siglo XI un nuevo pueblo musulmán, el de los turcos selyúcidas, conquistó el califato árabe de Bagdad e impuso su dominio desde Jerusalén hasta las costas del golfo Pérsico. Los sultanes o reyes turcos arrebataron Asia Menor al imperio bizantino, estableciendo su capital en Nicea, ciudad que no distaba más de 100 Km de Constantinopla. Luego derrotaron a los musulmanes de El Cairo, se apoderaron de Jerusalén (1078) y conquistaron la antigua tierra de Israel y Siria. Todos estos sucesos tuvieron gran repercusión en Europa que se movilizó para rescatar Jerusalén y los lugares santos de las manos de los turcos. Fue el papa Urbano II (1088-1099), quién en el concilio celebrado hacia fines de 1095 en la ciudad de Clermont (sur de Francia) inició la predicación de la Cruzada. El mensaje era sacado de las palabras del evangelio: “Renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. La multitud manifestó su aprobación con el grito de “Dios lo quiere”. De esta forma se puso en marcha la primera cruzada que tendría consecuencias desastrosas para el pueblo judío.
“La indulgencia plena atribuida al viaje a Jerusalén sirvió para recordar a los cristianos que ellos eran el nuevo y definitivo Israel y que la tierra de Palestina era santa para ellos. No una santidad compartida sino vehículo de odio contra los judíos que, en ella, se hicieron responsables de la muerte del Salvador. Los predicadores hicieron referencia a esta circunstancia y el propio Urbano II, al desencadenar la primera expedición, llamó a los caballeros de la cruz “hijos de Israel”. En 1095 masas desorganizadas se pusieron en marcha guiados por fanáticos inexpertos como Gualterio o Pedro “el ermitaño”. Un cronista judío recurrió a un verso de los Proverbios (30:27) para describir esta expedición: “Las langostas no tienen rey, pero van juntas en bandadas”. Los cruzados, en esta primera onda sin control, hablaban de vengar la sangre de Nuestro Señor y, a su paso, organizaban matanzas y saqueos en las juderías, tratando de obligar a sus moradores al bautismo” (Luis Suárez págs. 348,349). Aquel verano de 1096 será recordado en la tradición judía como el de los martirios, muchos judíos “santificaron el nombre de Dios” entregando su vida.
Las cruzadas fueron ocho, no todas de la misma intensidad, alcanzando un periodo de casi dos siglos (1095-1275). En la primera Godofredo de Bouillon consiguió el objetivo de conquistar Jerusalén, además Asia Menor fue devuelta al Imperio Bizantino y la tierra santa fue liberada de la dominación musulmana. Los cruzados establecieron en Siria un estado independiente llamado el reino latino de Jerusalén. La segunda y tercera no fueron exitosas para los intereses de los reinos cristianos. En 1187 Jerusalén volvió a manos musulmanas tras la conquista de Saladino. Las demás cruzadas fueron de menor intensidad, algunas de ellas insignificantes. En 1291 los turcos expulsaron a los últimos cristianos de Siria. Habían pasado dos siglos desde que se proclamara en el concilio de Clermont la cruzada contra los infieles y después de todo ese tiempo no se había logrado debilitar la fuerza del Islam, por tanto, podemos decir que las cruzadas fueron un rotundo fracaso, una obra de la carne que asoló las juderías, incluso ciudades del Imperio Bizantino que eran cristianas, produjo muerte y destrucción a su paso y dejó una huella imborrable en la conciencia judía que ha llegado hasta nuestros días, relacionando la cruz con persecuciones, el término cruzada con destrucción y el bautismo con la imposición o muerte. También el concepto de conversión ha llegado a tener en la mente judía una connotación de obligatoriedad de la fe cristiana contra el aniquilamiento de la fe judía, nada más lejos del pensamiento bíblico y el mensaje de los apóstoles y del mismo Jesús. A nivel social las cruzadas introdujeron nuevas posibilidades de intercambio entre Occidente y Oriente. También debemos decir que sin el levantamiento de los reyes cristianos en este tiempo el Islam hubiera seguido avanzando y anexionándose territorio tras territorio para la fe musulmana.
Avanzando en el periodo de la Edad Media nos encontramos con la llegada de la peste (1348), éste enemigo mortal que produjo en toda Europa una mortalidad dantesca, se cree que pereció la tercera parte de la población europea que en aquel tiempo pudo ser de unos 20 millones de personas, encontró en las comunidades judías unas condiciones higiénicas y dietéticas superiores por lo que experimentaron una menor mortandad que en ciertos barrios cristianos, esto se interpretó como señal de que los judíos serian los causantes de la plaga y habían producido el contagio.
En Saboya, donde se celebraron los primeros juicios formales en septiembre de 1348, se confiscó la propiedad de los judíos mientras estos permanecían en prisión esperando que se probasen las acusaciones que contra ellos se levantaron. Las acusaciones fueron comprobadas por el método medieval: confesiones obtenidas mediante tortura. Se dijo que existía una conspiración judía internacional con base en Toledo, de donde partían emisarios que llevaban el veneno escondido en pequeñas bolsas, así como instrucciones rabínicas sobre la forma de envenenar pozos y manantiales. Los judíos fueron encontrados culpables; once de ellos fueron quemados vivos y el resto de la comunidad judía tuvo que pagar un impuesto de ciento sesenta florines al mes durante seis años para seguir residiendo en la ciudad.
Las confesiones obtenidas en Saboya, distribuidas por carta de ciudad en ciudad, formaron la base para una serie de ataques a lo largo y ancho de Suiza, Alsacia y Alemania. El Papa intentó frenar la histeria con otra bula en la que decía que aquellos cristianos que inculpaban a los judíos de la peste habían sido seducidos y engañados por el diablo. Señalaba que la peste afectaba por igual a todo el mundo, incluidos los judíos, y que lugares donde no vivía ninguna comunidad judía la plaga era tan terrible como en el resto del mundo. Animó además al clero a acoger a los judíos bajo su protección, pero desgraciadamente su voz no fue oída. En Basilea, el nueve de enero de 1349, toda la comunidad judía, de varios cientos de personas, fue quemada en una casa de madera construida especialmente al efecto en una isla del Rin, y se emitió un decreto por el cual ningún judío podía volver a la ciudad en más de cien años. En Estrasburgo, el consejo municipal, que se oponía a la persecución, fue depuesto por el voto de los gremios y se eligió otro dispuesto a cumplir la voluntad popular. En febrero de 1349, antes de que la peste alcanzase la ciudad, los judíos de Estrasburgo, unos dos mil, fueron conducidos a un camposanto donde todos aquellos que no aceptaron la conversión fueron quemados en hogueras. Los últimos pogromos tuvieron lugar en Amberes y en Bruselas, donde toda la comunidad judía fue exterminada en diciembre de 1349. Cuando acabó la peste quedaban muy pocos judíos en Alemania y los Países Bajos.
La Inquisición medieval se fundó en 1184 mediante una bula papal como un instrumento para acabar con la herejía de los cátaros o albigenses en la zona de Languedoc (el sur de Francia). Sería el embrión del que nacería el Tribunal de la Santa Inquisición y el Santo Oficio. El primer inquisidor nombrado por el Pontífice romano fue Domingo de Guzmán (1170-1221), español de Caleruega (Burgos) y fundador de la orden de los dominicos. Otra bula del papa Inocencio IV en 1252 autorizó el uso de la tortura para conseguir la confesión de los reos. Se recomendaba a los torturadores que no se excedieran hasta el punto de mutilar o matar a los acusados. Los que se negaban a adjurar de su herejía, llamados herejes relapsos, eran entregados al brazo secular para la ejecución de la pena de muerte. En sus inicios funcionó esencialmente en el sur de Francia y el norte de Italia. A España llegaría más tarde, primero a la corona de Aragón y ya en la época de los reyes católicos a Castilla en 1478 por medio de otra bula papal con la finalidad de combatir las prácticas de los judaizantes judeoconversos españoles. En España tardó mucho más tiempo en desaparecer este Tribunal y dependía de la corona española, implantándose en todos sus reinos y más tarde en las Américas. El Santo Oficio fue un instrumento de persecución implacable contra todo lo que se salía de la ortodoxia católica. Sembró el terror allí donde se implantó, hizo de la acusación anónima una herramienta para sembrar la desconfianza entre las gentes y dio alas a aquellos que querían vengarse de algún vecino molesto desatando la codicia sobre los bienes de muchos judíos ricos para arrebatárselos a través de las condenas que la Santa Inquisición llevaría a cabo, también los reyes obtuvieron grandes sumas de dinero y bienes por este medio.
La historia de la Inquisición en España es uno de los episodios más oscuros de nuestro pasado, creó una atmósfera de inseguridad, miedo, sospechas, acusaciones anónimas; las mazmorras donde se interrogaban y torturaban a los acusados eran lugares tenebrosos de donde salían en muchas ocasiones hombres y mujeres destrozados, marcados de por vida junto con sus familias y en muchos casos con destino a la hoguera “purificadora” para erradicar la herejía. Herejía que consistía en celebrar el shabat, o no comer cerdo, o no encender fuego el sábado, en el caso de los judíos; por su parte los procesos a los luteranos o protestantes era por introducir en España algún libro de la Reforma, los evangelios o la Biblia en la lengua del pueblo, por confesar su fe en Jesús según los principios de la Reforma luterana de sola fe, sola gracia y sola Escritura. Paradójicamente, estos sucesos tuvieron lugar en medio del Siglo de Oro español en las letras, es el tiempo de la gramática de Nebrija y la Celestina, de las coplas de Jorge Manrique, del Lazarillo de Tormes y los místicos: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y muchos otros, es por supuesto el tiempo de la gran obra de la literatura universal de Miguel de Cervantes y el Hidalgo Don Quijote. Es el tiempo de las peores persecuciones de judíos (1391), del levantamiento de un gran icono del antisemitismo como fue el juicio por el asesinato “ritual” del santo niño de La Guardia (donde se construyó una capilla que ha llegado hasta nuestros días), es el tiempo de la conquista del reino de Granada y el fin de la Reconquista, es el momento del descubrimiento de América y además de la expulsión de los judíos de España en 1492 por ese edicto infame que promulgaron los reyes católicos y que puso fin a siglos de estancia de los judíos en nuestro país; el edicto de expulsión causó una herida en el alma del pueblo de Israel que aún hoy recuerdan con dolor a pesar de su amor por Sefarad. En fin, un periodo largo y lleno de acontecimientos relevantes que pusieron a España en el centro de la Historia mundial y que han marcado nuestro destino como nación, con sus luces y sombras. Ese periodo dio lugar también a la leyenda negra que nos ha marcado y acompañado como una losa hasta nuestros días.
Hay que decir también que la expulsión de los judíos de España no fue la primera que se realizó en Europa, ni sería la última. En Francia fueron expulsados en varias ocasiones, la primera en 1182 ordenada por el rey Felipe Augusto, luego hubo expulsiones en 1306 ordenada por Felipe IV, 1321 y 1394. En Inglaterra fueron expulsados en 1290 en tiempos de Eduardo I, esta fue la primera gran expulsión de la Edad Media. De Austria fueron expulsados en 1421 después de una persecución que produjo 270 judíos quemados, confiscación de bienes y conversión forzosa de los niños. Y después de la expulsión de España en 1492 le siguieron la de Sicilia en 1493 ordenada por el rey Fernando de Aragón, la de Lituania en 1495, Portugal 1496 y 1497, en Brandeburgo (Alemania) en 1510, Túnez en 1535, Reino de Nápoles en 1451, Génova 1550 y 1567, Baviera en 1554 y los Estados Pontificios del Vaticano en 1569 y 1593 expulsados por el papa Pío V, exceptuando los residentes en las ciudades de Roma y Ancona. Detrás de todo este rechazo tuvo que haber una infinidad de dramas humanos y familiares, no es de extrañar la figura del judío errante. Lo que realmente llama la atención es que la mayoría de estos países señalados eran de religión y tradición cristiana, por tanto, de trasfondo hebraico, lo que nos devuelve una vez más al daño producido por la teología del reemplazo y la acusación de ser un pueblo deicida. Surgen muchas preguntas al pensar en todos estos hechos históricos, pero lo que me viene a la mente en estos momentos es el daño que puede producir la ignorancia, el fanatismo religioso, la intolerancia, la envidia, el celo sin sabiduría, en definitiva lo que el apóstol Pablo llama las obras de la carne en contraste con la obra del Espíritu en su carta a los gálatas. El ser humano caído, no redimido, aunque tenga una fachada o vestido religioso, un lenguaje de apariencia de piedad y un culto preñado de formalismo externo sin cambiar el corazón, el interior, se vuelve un enemigo depravado del otro, del diferente, en definitiva del prójimo a quién debe amar según los mandamientos básicos del evangelio y que tienen su fundamento en la Ley de Dios dada a Moisés, es decir, las Escrituras judías.
En España la Inquisición se mantuvo mucho más tiempo que en otros países y además se consolidó como un instrumento de la corona para mantener la unidad religiosa y expurgar a todo disidente. Se aplicó con saña y el pueblo llano la asimiló y vivió cómodo con esta institución de dominio que le daba la oportunidad de vengarse de los judíos o protestantes y codiciar sus bienes, aunque en muchos casos se volviera contra ellos mismos en una especie de pez que se muerde la cola. Tenemos testimonios de masas desenfrenadas que se lanzaron contra los judíos en la matanza de la judería de Sevilla en 1391 y que se extendió a otras ciudades españolas, manipuladas por predicadores exaltados como el arcediano don Ferrán Martínez que el 6 de junio de 1391 agitó y dirigió a la población para asaltar la judería. Más de cuatro mil judíos fueron asesinados y solo consiguieron salvar la vida algunos que suplicaron el bautismo.
Cito a continuación la narración que hace Cesar Vidal en su libro (España frente a los judíos: Sefarad) al relatar como se extendió la persecución que comenzó en Sevilla y continuo por muchas otras ciudades españolas. “El 5 de agosto, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, era aniquilada la judería de más rancio abolengo de España, la situada en Toledo. El espantoso acontecimiento tenía un paralelo, cronológico y fáctico, en el arrasamiento de la aljama de Barcelona. El grito de los opresores era una verdadera declaración de principios: “Muera todo hombre y viva el rey y el pueblo”. En realidad, el pueblo cometía las atrocidades y lo hacía convencido de que el rey –desde luego, sus funcionarios- tenía que respaldarlas. De los judíos barceloneses tan sólo salvaron la vida aquellos que suplicaron ser bautizados. Antes de llegar a mediados del mes de agosto, el drama vivido por los judíos de Toledo y Barcelona se repetía en Palma, Lérida, Gerona, Mallorca, Burgos, Logroño, Zaragoza, Huesca, Teruel, Palencia y León. Cuando el día 13 del citado mes se detuvieron las principales matanzas de judíos, la inmensa mayoría de las juderías habían dejado de existir. Una tercera parte de sus componentes había perecido; otro tercio se había convertido al catolicismo. En otras palabras, los judíos habían perdido a dos terceras partes de sus efectivos en apenas unas semanas. Las muertes pudieron superar los cincuenta mil muertos, los daños materiales fueron incalculables… Las consecuencias significaron, por lo tanto, una incomparable desgracia que, sin embargo, no sólo afectó a los judíos. Por una de esas terribles ironías que se dan en la Historia, el pueblo llano fue uno de los sectores más perjudicados por las atrocidades que había cometido”.
Estas atrocidades, que no fueron condenadas oficialmente, dejaron pronto otro conflicto al que se entregaron con verdadera pasión los inquisidores de turno, me refiero al problema de los conversos, los judíos que habían abrazado la fe católica en medio de la persecución y que siguieron practicando las tradiciones de sus padres. Muchos de estos judíos llegaron a ocupar puestos relevantes en la administración, incluso en la jerarquía católica. Cuando se anunció el edicto de expulsión el 31 de marzo de 1492 se les dio a los judíos residentes en España, algunos establecidos por siglos en su amada Sefarad por generaciones y generaciones, cuatro meses para que se convirtieran mediante el bautismo a la religión católica o que marcharan con lo puesto fuera del Estado español. Muchos salieron y otros optaron por el bautismo forzado para esperar mejores tiempos. A muchos de los que eligieron quedarse les esperaba la amenaza del Tribunal del Santo Oficio, la inquisición sobre sus vidas y prácticas, tenían que probar su fidelidad al dogma. Muchos fueron acusados de mantener prácticas judaicas, se les llamó marranos y se les persiguió concienzudamente. Nacieron los estatutos de pureza de sangre; el racismo y antisemitismo volvía a mostrar su cara más tenebrosa en nuestro país. Para un desarrollo de estos estatutos de limpieza de sangre ver los apéndices al final del libro.
Después de la expulsión de los judíos de Sefarad en 1492 por los reyes católicos, (una de las sombras más oscuras de nuestra historia), los judíos sefardíes se extendieron unos a la vecina Portugal, de donde pronto volverían a ser expulsados por las presiones de la corona española en 1496; otros cruzaron el Estrecho para entrar en el norte de África y muchos, seguramente la gran mayoría, acabaron dentro de los límites del imperio turco. Todos ellos mantendrían la lengua de Sefarad, y gran parte de su cultura hasta nuestros días. Como hemos dicho antes, esta ha sido una de las grandes heridas en el alma del pueblo de Israel. El daño causado por la expulsión no solo afectó a los descendientes de Abraham, sino que atrajo una gran oscuridad hacia nuestro país, un afincamiento en la intolerancia religiosa que condujo poco después a resistir la luz del evangelio y perseguir con saña a quienes abrazaron la verdad de las Escrituras que se liberaron en la Reforma que dio inicio en 1517. Todo ello en aras de una unidad fabricada, impuesta con fines políticos que nunca tiene el respaldo en la revelación de Dios en Su Palabra. Ese tipo de unidad puede obtener frutos políticos a corto plazo, pero a la larga produce una gran Babel que confunde, ocupa el gobierno de Dios en los corazones de sus hijos y ejerce una tiranía que acaba destruyendo la vida humana. Ese tipo de unidad se ha repetido trágicamente en nuestro pasado siglo XX con dos grandes totalitarismos que han producido el mayor número de muertos de toda la Historia Universal.