Ya hemos dicho que el comienzo del pueblo de Israel está en Abraham, Isaac y Jacob. Dios le dijo a Abram: sal de tu tierra y de tu parentela a la tierra que te mostraré, haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición (Gn.12:1,2). Abram obedeció a Dios y se puso en camino a un lugar nuevo y desconocido, anduvo en fe y obediencia como extranjero y peregrino por la tierra que Dios le iba a dar como herencia a él y a su descendencia para siempre.
Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. (Génesis, 13:14-18).
Vemos que el llamamiento de Dios a Abram fue para ser una gran nación en una tierra designada por la soberanía del Eterno y para ser de bendición a todas las familias de la tierra. Luego le prometería un heredero, el hijo de la promesa, Isaac, y cuando el padre de la fe estuvo dispuesto a ofrecerlo en sacrificio obedeciendo la voz de Dios el Señor volvió a hablarle en estos términos:
En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, (Génesis, 22:15-18)
Aquí aparece la simiente de Abraham como el canal a través del cual Dios va a bendecir a todas las naciones de la tierra, y el apóstol Pablo nos dice que:
Y a tu simiente, la cual es Cristo (Gálatas, 3:16).
Por tanto, tenemos que Dios escogió a Abraham, lo sacó de su tierra en Ur de los caldeos (Mesopotamia, el actual Irak), lo llevó a la tierra de Canaán, hizo un pacto con él, le prometió que le daría esa tierra como herencia a él y su descendencia (Isaac), y que en esa línea genealógica nacería uno que traería bendición a todas las naciones de la tierra. Es importante conocer bien el pacto que Dios hizo con Abraham, dándole como señal la circuncisión. Estos son los fundamentos de la nación hebrea, los orígenes.
… Y pondré mi pacto entre mí y ti… He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes…Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos… (Génesis, 17:1-14)
La revelación del Dios Único le fue dada a Abraham; esa revelación estaba relacionada con la tierra que Dios le asignó, la tierra de Canaán, que vendría a ser Eretz Israel, la tierra de Israel, donde estaba el monte Moriah, lugar del sacrificio de Isaac, situado en la actual Jerusalén, el mismo lugar donde sería levantado en una cruz la simiente que había de venir, Jesús de Nazaret, para redimir y salvar a toda la Humanidad. Esa tierra sería para los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, es decir, el pueblo de Israel.
De esta manera la historia de los descendientes de Abraham, la nación hebrea, viene a ser la portadora de la revelación de Dios, heredera de los
pactos y las promesas, de ahí que la narración bíblica se centre en ese pueblo y se desate en su contra una persecución implacable para que los propósitos de Dios no se cumplan, y el pecado aborte la culminación de la salvación a todos los hombres, salvación que como dijo Jesús viene de los judíos.
La promesa dada a Abraham pasaría a su hijo Isaac, aunque el patriarca tuvo más hijos (Ismael y muchos otros de Cetura, que la tradición judía dice que es Agar).
… Isaac… Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente… (Génesis, 26:1-5).
Vemos que la soberanía de Dios se abre camino en la Historia, interviene en ella con un plan predeterminado y que tiene el fin de alcanzar a todas las naciones mediante la elección de un hombre, una familia, y un pueblo a través del cual introduce en el tiempo (cuando vino el cumplimiento del tiempo Dios envió a Su Hijo Gá. 4:4) y el espacio (la tierra de Israel. Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad Miqueas, 5:2) la encarnación del Hijo y Salvador.
De Isaac, la promesa pasa a Jacob, en quién se vuelve a manifestar la soberanía de Dios, porque no era el primogénito, el heredero legal, sino el hijo menor de Isaac y Rebeca (Romanos, 9:10-13).
El proceso histórico de la vida de Jacob a quién el Señor cambió el nombre por el de Israel, lo tenemos recogido en el libro del Génesis, que significa orígenes; en él tenemos el origen de la creación de Dios, el comienzo del ser humano, el inicio de la caída en pecado y el origen del pueblo de Israel a través del cual Dios traza su plan de salvación.
Yo soy Adonai, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente (Génesis, 28:10-17).
… no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel… una nación y conjunto de naciones procederán de ti… La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra (Génesis, 35:9-15).
El patriarca Jacob tuvo doce hijos que vinieron a ser las doce tribus que formaron el pueblo de Israel: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. De entre los doce, Dios escogió a José para preservar a la familia en los tiempos de hambre que hubo en la tierra de Canaán, enviándole a Egipto y haciéndole señor de la casa de Faraón.
Se acordó para siempre de su pacto; de la palabra que mandó para mil generaciones, la cual concertó con Abraham, y de su juramento a Isaac. La estableció a Jacob por decreto, a Israel por pacto sempiterno, diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán como porción de vuestra heredad… Envió un varón delante de ellos; a José, que fue vendido por siervo… Hasta la hora que se cumplió su palabra… Después entró Israel en Egipto, y Jacob moró en la tierra de Cam (Salmos 105:7-25).