11 – Cambios con la llegada del Mesías

EL ENIGMA ISRAELCon la llegada de Jesús se producen cambios que van a afectar a toda la estructura futura de Israel, a su Historia y por añadidura a todas las naciones con el anuncio de la buena nueva del evangelio de la gracia.

Yeshúa se va a convertir en la piedra angular del edificio de Dios, un edificio, una casa, un pueblo que ya estaba operativo desde los días del patriarca Abraham, pero que ahora va a experimentar una nueva dimensión que alcanzará a todas las naciones. Las autoridades se opusieron a estos cambios, rechazaron la mesianidad de Yeshúa y se aferraron a las tradiciones de los padres sin darse cuenta que se estaba cumpliendo ante sus ojos el anuncio de los profetas, incluso el anuncio que hizo el mayor de los profetas en el Judaísmo, Moisés.

Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oiréis; conforme a todo lo que pediste al Señor tú Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz del Señor mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Adonai me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta (Dt.18:15-19).

El apóstol Pedro hizo referencia a este pasaje de Deuteronomio en su segunda predicación a los judíos de Jerusalén, identificando al profeta que menciona Moisés con Yeshúa.

Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra.A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad (Hechos, 3:22-26)

La brecha se fue haciendo cada vez más grande entre los judíos que aceptaron la mesianidad de Jesús y los que la rechazaron con fanatismo. Aquellos no perdieron su condición de judíos, siguieron siendo amantes de su pueblo, seguían aceptando que Israel era el pueblo de Dios, incluso se mantuvieron durante buena parte del primer siglo unidos a los destinos de Israel como nación, hasta que fue arrasada por los romanos en el año 70 d.C. Sin embargo, había nacido una nueva comunidad dentro del Judaísmo que con el tiempo se conocería como Cristianismo, aunque en un principio eran llamados discípulos, los del camino, nazarenos, o judeocristianos. Es decir, judíos que habían creído en Jesús como el Mesías sin dejar de ser judíos, celosos de la ley de Moisés. El tema es complejo y volverá a rebrotar ya en nuestros días. Lo que la Historia nos muestra es que gradualmente  se fue haciendo una separación entre creyentes en Yeshúa de origen judío y los creyentes de origen gentil, al final se fue imponiendo (en un proceso histórico que no podemos abordar ampliamente en este escrito) el cristianismo de origen gentil y se produjo una sima que ha llegado hasta nuestro tiempo.

Lo que yo quiero hacer notar aquí es que la llegada de Jesús, el Mesías de Israel y el anuncio del evangelio produjo o con llevaba cambios sustanciales que queremos relacionar brevemente, haciendo notar con total rotundidad que en ningún momento Israel dejó de ser pueblo de Dios, no fue rechazado por Dios como se dijo falazmente más tarde, y que este tema lo abordaremos más adelante dentro del capítulo sobre la teología del reemplazo. A modo de introducción diré ya ahora que los primeros creyentes en Yeshúa fueron prácticamente todos judíos, todos los apóstoles eran judíos, los escritores del Nuevo Testamento eran todos judíos excepto Lucas; María, la madre de Jesús era judía, el apóstol Pablo era un judío criado a los pies de Gamaliel y lo que  conocemos como la Iglesia fue originalmente una comunidad de creyentes o congregación que se reunían en casas y otros lugares alquilados y nunca se constituyeron como una Institución religiosa hasta bien entrado el siglo II y especialmente en el siglo IV con la supuesta conversión del emperador Constantino al cristianismo. Dicho esto, vamos a centrarnos ahora en los cambios que tuvieron lugar con la venida del Hijo de Dios.

En primer lugar debemos notar que la piedra que desecharon los edificadores vino a ser cabeza del ángulo, piedra principal del edificio de Dios. Para unos esto fue causa de tropiezo y para otros fue un mensaje precioso, especialmente para los gentiles, porque no tenían las trabas de la tradición religiosa, los esquemas mentales que se levantaron como una fortaleza que muchos no pudieron superar.

Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará. Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos. Pero al buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta (Mateo, 21:42-45) (Salmo, 118:22) (Hch.4:11) (1Pedro, 2:4-8).

Es necesario volver a repetir que este texto pone el acento sobre los edificadores, es decir, las autoridades de Israel en el tiempo de Jesús, porque la masa del pueblo le siguió, las multitudes le buscaban, pero éstas inducidas y manipuladas adecuadamente, extorsionadas con el temor a ser expulsados de la sinagoga, que representaba una buena parte de la ayuda social de la sociedad judía de ese tiempo, fueron inducidas a pedir la crucifixión de Jesús en el tiempo de las tinieblas, cuando había llegado la hora del Hijo del Hombre.

Es muy importante entender bien esto porque de una mala teología más adelante se llegó a otra manipulación con otros actores, en este caso los gentiles que se adueñaron de las Escrituras, despojaron al pueblo de Israel de su condición de pueblo escogido por Dios y ocuparon su lugar con el argumento de que Dios había rechazado a su pueblo por haber matado al Mesías. La historia se repitió pero a la inversa –aunque ha durado muchísimo más tiempo y ha producido muchísimo más dolor-, y esa teología ha llevado muerte y destrucción durante siglos al pueblo de Israel en muchos países donde el cristianismo se constituyó como religión oficial del estado. En este punto estamos tocando un tema muy sensible para «ambos pueblos» y que está impregnado de ignorancia, intolerancia y errores de bulto que han producido una separación irreconciliable, totalmente contraria a lo que Jesús llevó a cabo en la cruz del Calvario, derribando la pared intermedia de separación… (Ef. 2:14-16).

Dicho sea de paso, en el endurecimiento de Israel para no aceptar a Jesús como el Mesías en sentido nacional, hay un misterio que ha permitido a los gentiles entrar en el pacto, las promesas, el culto, ser conciudadanos y de la familia de Dios, en definitiva, ser injertados en el buen olivo (Israel) y participar de la rica savia del olivo; todo ello con el fin de  provocar a celos al pueblo de Israel para que fueran salvos, pero en lugar de eso, históricamente  se ha hecho todo lo contrario, aunque dice el apóstol que un día todo el pueblo de Israel será salvo. (Rom.11:1-36) (Romanos, 9:3-5) (Efesios, 2:11-22). Ahora no veremos estos textos con detenimiento, pero volveremos más adelante. Sigamos, por tanto, con los cambios que se produjeron con la venida del cumplimiento del tiempo, la manifestación del Hijo de Dios al pueblo de Israel y la trascendencia que se deriva de todo ello. Con la venida de Jesús no se produce una ruptura en los planes de Dios si no que es la plenitud de su voluntad que ahora se extiende desde Jerusalén a todas las naciones.

1.- Dios le ha hecho Señor y Mesías (Hch.2:26).

Una vez entregado a la muerte como el siervo sufriente de Isaías 53, Jesús se levantó de la tumba sueltos los dolores de la muerte, y ascendido a los cielos se sentó a la diestra del Padre. Recibió la bienvenida celestial y la proclamación de que Dios le había hecho Señor, (le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y todos confiesen que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre  Fil. 2:6-11); y Cristo, Mesías, (fue confirmado como Mesías de Israel y de todas las naciones, el enviado del cielo para dar vida a los hombres y establecer un Nuevo Pacto).

2.- La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn. 1:17-18).

El apóstol Juan nos dice que la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesús, que es el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre y le ha dado a conocer. Esa gracia que ya estaba presente en el mensaje de los profetas, no era nueva para Israel, pero sí era una nueva dimensión, la plenitud de la gracia vino por medio de Jesús (Jn.1:16) (1 Pedro 1:10-12).

3.- El Nuevo Pacto establecido por el Mesías (Mateo 26:27-28) (Marcos 14:24) (Lucas 22:20).

Celebrando la pascua judía, Jesús alzó la copa de vino y señaló que era símbolo de la sangre que iba a derramar poco tiempo después por todos nosotros, esa sangre, prefigurada en la copa de vino, era la sangre de un Nuevo Pacto, establecido sobre mejores promesas, dice el autor de los Hebreos (Heb. 8:6). Este Nuevo Pacto estaba anunciado por los profetas y era dirigido a Israel en primer lugar. «He aquí que vienen días, dice el Señor, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice el Señor. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce  al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jeremías, 31:31-34). En este pacto hemos entrado también los gentiles por medio de Jesús, el Mediador de un Nuevo Pacto. Por tanto, Jesús es el nexo de unión, no de separación, entre Israel y las demás naciones (Rom.9:3-5) (Ef.2:11-13).

4.- Un nuevo Mediador y Sumo Sacerdote (Hebreos 9:15).

En Jesús ha habido un cambio de sacerdocio, ya no según la orden de Aarón, sino según la orden de Melquisedec (Heb. 7:11-28). Este nuevo mediador ha abierto un camino nuevo y vivo a través de su sangre para que podamos entrar al Lugar Santísimo, acercarnos hasta el Trono de la gracia y alcanzar gracia y misericordia para la ayuda oportuna (Heb. 10:19-22) (Heb. 4:14-16). Este mediador nos convenía porque con una sola ofenda nos ha santificado para siempre, sin necesidad de que se presenten sacrificios continuos que no pueden limpiar por completo. El sacrificio de Jesús ha sido hecho una sola vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención (Heb. 9:12). Este mensaje se repite hasta siete veces en la carta a los Hebreos (Heb. 7:27; 9:12; 9:26; 9:28; 10:10; 10:12; 10:14).  Además vive siempre para interceder por nosotros, es nuestro abogado y mediador entre Dios y los hombres, no hay otro mediador (1 Ti.2:5).

5.- En Cristo hay una  nueva ley, un mejor pacto con mejores promesas.

Jesús cumplió la ley de Dios en nosotros (Ro. 8:1-4) para que nosotros quedaremos libres de la maldición de la ley (Gá. 3:10-14),  por cuanto no hemos podido cumplirla en su totalidad, de ahí que quedáramos bajo maldición puesto que el que falla en un punto se vuelve transgresor de toda la ley (Stg. 2:10-11). En Cristo, junto con la ley del Espíritu recibimos el Espíritu de Dios para que la ley se cumpla en nosotros que no andamos en la carne, si no en el Espíritu Gá. 5:18). El apóstol Pablo, apóstol de los gentiles,  nos ha dejado especialmente dos cartas (Romanos y Gálatas) donde expone ampliamente esta compleja discusión sobre si debemos los gentiles guardar la ley de Moisés o no para ser salvos. Tenemos en el capítulo 15 de los Hechos el primer concilio de la iglesia primitiva donde se abordó este asunto espinoso. Resumiendo esta cuestión tan compleja y sin hacernos maestros de la ley, diremos que Jesús no abrogó la ley, si no que la cumplió (Mt.5:17-18), que toda la ley se resume en dos mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo (Mt. 22:34-40), que Jesús nos dio un nuevo mandamiento, amarnos los unos a los otros (Jn.13:31-34).  Que toda la ley de Moisés queda superada por la ley de Cristo (1 Co. 9:20-21) (Heb. 7:12-16), que en Cristo hemos muerto a la ley (Ro. 7), y nuestra justicia es Cristo (Ro. 3:21-31), su obra perfecta y acabada, echa una vez y para siempre como nuevo sumo sacerdote, y que su sangre ha sido aceptada como sacrificio para el perdón de nuestros pecados (Heb. 9: 11-15). Que en el Sermón del Monte tenemos el contraste entre lo que decía la ley de Moisés y otras leyes ampliadas por los rabinos judíos y el «pero yo os digo» de Jesús. Todo ello nos lleva a una conclusión: No estamos bajo la ley de Moisés, sino bajo la ley de Cristo que hemos resumido anteriormente.

6.- El Mesías levantó un nuevo templo no hecho de manos (Juan 2:18-22).

Una de las acusaciones que presentaron los que pidieron la condena de Jesús, fue que había dicho que destruiría el templo de Jerusalén y levantaría uno nuevo en tres días. «Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Más él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho».

Jesús hablaba de un nuevo templo hecho con piedras vivas; con todos aquellos que aceptaron el Nuevo Pacto, su sacrificio y sacerdocio, su ley y le confesaban como Señor para ser salvos. Todos ellos formarían el cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes, la congregación de los llamados fuera por Dios, es decir, santificados, como lo habían sido anteriormente los judíos. Esta verdad no rechazaba a Israel como pueblo de Dios, estamos hablando del templo, el nuevo templo. (Debemos recordar que el templo de Jerusalén ha sido destruido en varias ocasiones, sin embargo el pueblo de Israel, aunque  ha vivido tiempos de gran debilidad nunca ha sido rechazado ni destruido a lo largo de los siglos). Es importante comprender que para los judíos discípulos de Jesús el aceptar su mesianidad no significó salir de Israel y entrar en otro pueblo, siguieron considerándose judíos, fieles al pueblo escogido de Dios. No comenzaron una nueva religión fuera de la fe de sus padres, sino que recibieron la plenitud del mensaje de los profetas que significaba el advenimiento del Mesías. A menudo nos cuesta a nosotros, creyentes alejados de las raíces hebreas de nuestra fe por tanto tiempo, comprender bien cuál era el sentir de los primeros discípulos. Al leer las Escrituras interpretamos buena parte de lo que leemos con los ojos de la teología de los padres de la iglesia, teología que se consolidó especialmente a partir del siglo II, y que a su vez había alejado su foco de Jerusalén para centrarlo en ciudades con trasfondo pagano como Roma, Alejandría y otras. La nueva generación de creyentes fueron mayoritariamente gentiles y sus líderes también, por lo que la identidad hebrea original de la fe fue dando paso a una mezcla de filosofía griega y el evangelio recibido de los apóstoles. La brecha entre ambas comunidades se hizo cada vez mayor y siguieron caminos distintos. La llamada iglesia, mezclada con la cultura griega y romana se estableció como una institución fuertemente estructurada, que en muchos casos acabó manteniendo el modelo del imperio romano cuando este cayó en occidente y se mezcló terriblemente con el poder terrenal y político. Sin embargo, como siempre, Dios ha tenido su remanente que ha resurgido en diferentes momentos para mantener la fe y las Escrituras en el anuncio del evangelio de la gracia, en muchos casos con personas que estaban dentro de la estructura eclesiástica formal aunque vivían su experiencia en un nivel superior.

Durante un tiempo cohabitaron en Jerusalén los dos templos, el viejo de piedra con sus sacrificios continuos, y el nuevo, la congregación de los creyentes que invocaban a Jesús como Señor. Finalmente el viejo fue destruido en el año 70 d.C. por los romanos y el nuevo, la casa espiritual ha seguido adelante con todos aquellos que de todas las naciones han creído en Jesús como Señor y Mesías. Por otro lado el pueblo de Israel se encerró en su ley, sus sinagogas, el Talmud y las tradiciones de los padres. Luego seguiremos viendo el desarrollo del pueblo de Dios durante la larga Edad Media. Conviene recordar,  porque es un terreno muy contaminado, que en las Escrituras no vemos que la llamada iglesia haya reemplazado al pueblo de Israel, porque aunque hayan sido enemigos en cuanto al evangelio, en cuanto a la elección son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios (Ro. 11:28-29).

7.- Adorar a Dios en Espíritu y en verdad (Juan  4:20-24).

Una buena parte del mensaje de Jesús fue muy provocador para una mente judía tradicional. Se autoproclamó el Mesías, dijo ser la verdad y el camino para ir al Padre, estableció un nuevo pacto con un único sacrificio, dijo levantar un nuevo templo y ahora vemos que le dice a una mujer samaritana que no es importante el lugar donde se adora, sino que hay que hacerlo en Espíritu y en verdad, minimizando la centralidad del templo de Jerusalén como eje de la vida religiosa judía. Todo esto en su conjunto significaba una tremenda provocación para la mentalidad de buena parte de la sociedad en que vivió Jesús, especialmente para los fariseos, que como hemos visto eran cumplidores estrictos, no solo de la ley de Moisés, sino que le habían añadido al menos 613 mandamientos más, además de malinterpretar rígidamente otros.  Aunque en muchos casos su actitud respondía más a una observancia de apariencias que a una realidad del corazón. La adoración, como la oración, son prácticas que deben brotar de un corazón rendido a la voluntad de Dios, no centrados en un lugar o un horario legalista, sino más bien en espíritu y en verdad.

8.- Jesús sacó a luz la vida y la inmortalidad. La resurrección (2Tim.1:8-11) (Mateo 28:1-15).

Todo lo que hemos dicho anteriormente hubiera quedado en nada, borrado por el paso del tiempo y el olvido de las gentes, si no hubiera sido por un hecho único: La resurrección de Jesús. Las autoridades de Israel pusieron mucho cuidado en que aquel torbellino que había significado el rabino Yeshúa de Nazaret acabara con su muerte y todo volviera a la normalidad religiosa, a tener el control de la situación y seguir como hasta ahora con su espera del Mesías. Sabían que Jesús había anunciado su resurrección de antemano y temían que con engaño sus discípulos divulgaran el mensaje de que había resucitado al tercer día. Por ello pidieron a las autoridades romanas que pusieran guardia a la sepultura y cuando la misma guardia les dio aviso de la desaparición del cuerpo de Jesús les dieron dinero para que dijeran que sus discípulos lo habían robado. Algunos se conformaron con esto, pero la evidencia fue  que Jesús había resucitado, se había aparecido a los suyos durante cuarenta días y cuando subió al cielo sus discípulos llenaron la ciudad de Jerusalén con el mensaje de que Jesús estaba vivo y a la diestra del Padre; Dios confirmaba de esta manera que Jesús era Señor y Mesías. Jesús había vencido la muerte y ahora sacaba a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio y los apóstoles lo predicaban sin temor. Por tanto, todo lo dicho por Jesús se confirmó y además los apóstoles, habiendo recibido el poder del Espíritu Santo, ahora eran sus testigos ante el pueblo y daban testimonio con señales y prodigios de que el evangelio era poder de Dios para salvar a todo aquel que invocara su Nombre.

9.- Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (Hch.2:21,36-42) (Ro. 10:8-10) (Hch.4:12).

Ahora que sabían que Dios había exaltado a Jesús haciéndole Señor y Mesías, era cuestión de reconocerlo invocando su Nombre y arrepintiéndose de sus pecados. Es decir, la fe en Jesús y el arrepentimiento para vida. De esta forma resumida se anunciaba el nuevo mensaje que contrastaba con los ritos y ceremonias del antiguo sistema religioso judío. Esto volvió a ser causa de tropiezo, aunque muchos judíos recibieron su palabra y se bautizaron comenzando una nueva dimensión de su fe en grupos caseros que se reunían en torno a la doctrina de los apóstoles, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y las oraciones (Hch.2:41-42). Aquí tenemos la síntesis de lo que luego el apóstol de los gentiles daría en llamar la justificación por la fe y no por las obras de la ley, mensaje que ampliaría de forma magistral en las cartas a los Romanos y a los Gálatas especialmente.

10.- Que en su nombre se predicara el evangelio a todas las naciones (Lucas, 24:46-49).

Ya en el Judaísmo encontramos que la fe en el único Dios debe anunciarse a todas las naciones, el profeta Isaías lo predijo en repetidas ocasiones (Is. 42:1,6; 49:5,6); ahora alcanza su universalidad en la enseñanza y la obra de Jesús. Su mandato a los discípulos fue que lo anunciaran a todas las naciones comenzando desde Jerusalén. «Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén».

El evangelio es un misterio revelado, ese misterio se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas. En esas Escrituras se recogen los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían después para beneficio de todos los llamados del Señor (Ro.16:25-27). Los profetas hablaron de una gracia destinada, dirigida por Dios para que fuera alcanzada por todos aquellos que oyen el mensaje y lo reciben, anunciada por los apóstoles que predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo (1P.1:10-12). El evangelio es un mensaje eterno, que había estado preparado desde antes de la fundación del mundo, por tanto, es un propósito diseñado por Dios, un plan de redención. Ese plan se fue revelando paulatinamente a través de los profetas y tuvo su culminación en la Persona de Jesucristo. Que ha sido revelado, anunciado, a través de la predicación de los apóstoles por el Espíritu Santo y que ha sido recogido en sus escritos para todas las generaciones posteriores (Ef.6:18-20) (Col.1:24-29).

Todo lo que hemos ido viendo era y es la manifestación de la voluntad de Dios. Jesús, el Mesías, es la culminación de la voluntad de Dios en la tierra (Heb.10:5-10) (Jn.6:38-40); todas las cosas fueron reunidas en él (Ef.1:9,10); reconciliadas (Ef.2:16) (Col.1:19-22); y el apóstol de los gentiles nos dice que estamos completos en Cristo (Col.2:9-10). El que se une al Señor es un espíritu con él (1 Co.6:17). Esta unión espiritual y mística, de espíritu a Espíritu, tiene una dimensión sobrenatural y eterna que el apóstol Pablo describe repetidamente en todas sus cartas: Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. (Para ver un recorrido amplio de este tema remito al lector a mi escrito UNIDOS CON CRISTO en la web www.dci.org.uk )

Para seguir con el recorrido histórico debemos mencionar ahora lo que el apóstol Pablo llama «este misterio» y el tiempo o la plenitud de los gentiles. No quiero ser dogmático en esto, ni tampoco sobrepasar los límites de mi comprensión, lo que sí haré será compartir el proceso tal como puedo entenderlo a día de hoy.

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