Está escrito que cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gá.4:4,5).
El Dios de la Biblia, Elohim, Hashem, el Eterno, Adonai, YHWH, Yo soy, Yahvé, o Jehová, es el Dios de la Historia y Creador de todas las cosas; es Soberano y su voluntad se hace en la tierra como en el cielo. También podemos decir que siendo el Eterno, −desde la eternidad y hasta la eternidad, que no tiene principio ni fin, que no ha sido creado−, es el Dios del tiempo y actúa en el espacio; siendo Espíritu es creador de la materia y creador del hombre. Ha establecido los tiempos para que el hombre habite en la habitación que ha preparado para él, la tierra; por tanto, Dios opera y se manifiesta en nuestro medio en el ámbito material y temporal. No hay límites para Dios, conoce todas las cosas, es inmutable y sin embargo, se limita a las condiciones del hombre y por ello cuando llegó el tiempo propicio se reveló, primero a Abraham, después a Isaac y Jacob, luego al pueblo de Israel y los profetas, y por último nos ha hablado por el Hijo.
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Heb.1:1-3).
Toda la Escritura apunta a la revelación final del Hijo de Dios, hecho hombre para testimonio y redención del hombre, y para alcanzar a todas las naciones de la tierra. Las Escrituras del Antiguo Testamento van a desembocar en el advenimiento de la simiente de la mujer, la simiente que aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn.3:15) trayendo de regreso la bendición de Dios.
Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu. Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo (Gá.3:13-16)
Debemos resaltar aquí la sincronización de los tiempos de Dios para actuar en la convergencia que vemos en el momento cuando aparece el Mesías en la tierra de Israel. Roma había impuesto la llamada paz romana. Incluso las calzadas romanas y su infraestructura ayudaron en el avance de los primeros misioneros de la buena nueva. El idioma griego estaba muy extendido y fue un vehículo que permitió la transmisión del evangelio. Las Escrituras judías, escritas en hebreo, se habían traducido al griego en la versión llamada Septuaginta entre 300 y 200 a.C. y que hizo posible la divulgación de los textos hebreos en buena parte del mundo conocido, sin olvidar que fue esta versión de las Escrituras la que mayoritariamente usaron los primeros cristianos. También el Nuevo Testamento fue escrito en griego. Y como ha constatado Michael Green en su obra sobre cristianismo primitivo, «sin duda, la mayor avenida para el avance del cristianismo la proveyó, indiscutiblemente, el judaísmo. El cristianismo se desarrolló mejor y más rápidamente en suelo judío o, al menos, en suelo que ya había sido preparado por el judaísmo. La dispersión de los hebreos, su monoteísmo, sus normas éticas y morales, sus sinagogas y sus Escrituras, y no menos que todo ello su inquietud por la conversión, fueron todos factores importantes para el progreso de la fe cristiana».
Por tanto, cuando vino el cumplimiento del tiempo establecido por Dios para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados (Hch.5:31); establecer el Nuevo Pacto y alcanzar a todas las naciones de la tierra con la universalidad del evangelio, Dios envió al Mesías prometido, el Mesías de Israel, para redimir a todos los hombres. Siguiendo las Escrituras del Antiguo Testamento vamos a ver algunas de las profecías que apuntaban a Jesús, (Yeshúa), como el Mesías prometido. El mismo Maestro les abrió el entendimiento a sus discípulos para que pudieran ver el cumplimiento de todo lo que estaba escrito en La ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos acerca de Jesús, (Yeshúa), como el Mesías que había de venir (Lc.24:44, 45,27).