Perder el alma (1)
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:25,26)
Hablar del alma siempre es un tema muy amplio y con distintas vertientes teológicas. Tenemos los que dividen al ser humano en cuerpo y alma, viendo en el alma la parte espiritual del hombre, unida al cuerpo, que es la parte física. Por otro lado encontramos la enseñanza del hombre tripartito, que enseña que somos seres tripartitos, es decir, espíritu, alma y cuerpo. Aquí tomaré el término «alma» en el sentido de lo que compone la parte espiritual del ser humano, también llamado en algunos lugares «corazón», como centro de la actividad espiritual.
Por tanto, entiendo por «perder el alma» perder la vida, y esta vida se compone de psique y espíritu, una parte psíquica y otra netamente espiritual. Dejando esta premisa asentada podemos comprender los textos que queremos ver comenzando con el que tenemos para meditar.
La enseñanza de Jesús es contraria absolutamente al sentir mayoritario de los seres humanos, es un mensaje contracorriente, impopular, de minorías. Dice: «El que quiera salvar su vida (alma), la perderá», ¿por qué? porque esa persona ha puesto como base de la salvación su propia potencialidad, salvarse a sí mismo; el hombre y sus deseos en el centro de todo, es lo que llamamos antropomorfismo, generalmente alimentado por los bienes materiales.
El hombre puede ganar todo el mundo, (fue lo que el diablo ofreció a Jesús en el desierto), los reinos de este mundo; es por lo que luchan las naciones: conseguir dominio sobre otros, sobre propiedades, territorios, riquezas, etc. Se puede ganar el mundo; ¿qué es el mundo?, dice Juan: porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (1 Jn.2:16), todo eso podemos ganarlo, disfrutarlo (tenemos un ejemplo prototipo en la vida de Salomón, uno de los humanos que más ha disfrutado de este mundo en todo su amplio concepto, lo probó todo, lo tuvo todo), y a la vez perder lo más importante que hay en el ser humano, su alma.
Porque los bienes materiales son temporales, mientras que los espirituales son eternos. Esta verdad ha sido olvidada por gran parte de la sociedad del siglo XXI, que vive anegada en los placeres de este mundo, corriendo el riesgo de perder su alma, por tanto, la vida verdadera.
La ira de Dios se manifiesta también en la pérdida del alma; la peor de las pérdidas que un ser humano puede tener.
Perder el alma (2)
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:25,26)
Jesús le da una trascendencia capital al alma humana. Tal es así que compara la pérdida del alma con la totalidad de los bienes de este mundo. Es decir, un alma humana vale más que todos los bienes de este mundo juntos. Un mensaje difícil de comprender para nuestra generación orientada a la acumulación de bienes materiales como fin último de su existencia. Piensa. Jesús pone en una balanza el alma humana, en la otra todos los bienes de este mundo, y concluye que no hay comparación posible.
El alma del hombre tiene tanto valor para Dios que no es comparable a todas las riquezas de este mundo. «¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?» Es más, no hay recompensa posible comparable al valor del alma humana. El hombre no puede comprar su propia alma, pero sí puede perderla.
La redención cobra una dimensión vital cuando entendemos el valor del alma. La obra expiatoria de Jesús es la única que puede comprar el alma humana; la vida del Justo por un alma. Dice Pablo: Habéis sido comprados por precio (1 Co.6:20), y añade, por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres (1 Co.7:23). Es decir, no vendáis vuestra verdadera vida, −el alma−, a los hombres. Se dice que hay quienes venden su alma al diablo…
Con esta verdad gloriosa del valor que Dios da al alma humana podemos entender mejor algunos textos. Veamos. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón [¿alma?]; porque de él mana la vida (Pr.4:23). ¿Cómo se guarda el alma? El salmista nos da la respuesta: Con guardar tu palabra (Sal.119:9). Guardar su palabra, o su ley, la ley de Cristo, es guardar el corazón y el alma. Porque hay quién viene a robar, matar y destruir, pero no puede destruir el alma (Mt.10:28). Dice Santiago: recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas (Stg.1:21). Está escrito: Todas las almas son mías (Ez. 18:4), por tanto, Dios es el único que puede destruir el alma en el infierno; a Él debemos temer.
En el alma está la eternidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre (Ecl.3:11). El pecado destruye el alma humana, por eso, el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma (Stg.5:20). Jesús ha venido a salvar las almas (Lc.9:56).
El valor del alma es tan grande que llevó al Justo a la cruz para salvarla.
Perder el alma (3)
Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:20,21)
Perder el alma es la condenación eterna. Significa vivir alejados de la luz y la verdad por toda la eternidad. Perder el alma es incumplir el propósito original de Dios cuando sopló en el hombre aliento de vida. En el alma tenemos la imagen y semejanza de Dios (1 Co.15:45). Dios es Espíritu y necesitamos un alma vivificada, renacida, un espíritu nuevo, para poder acceder a su naturaleza y tener comunión con Él.
Cuando Pablo habla a los hombres y mujeres renacidos en la ciudad de Colosas les dice: «habéis muerto, y vuestra vida [alma] está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. En el lado opuesto tenemos al hombre necio de nuestro texto. Jesús dice de él que era un hombre orientado únicamente a las cosas materiales. Tenía muchas, pero quería más. Su alma no estaba satisfecha. Entonces pensó dentro de sí salvar su alma, redimirse a sí mismo, asegurar el futuro, y se dijo: Esto haré; derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Y Dios le dijo: Necio. No puedes salvar tu propia alma.
El que gana su alma la pierde, y el que la pierde por Cristo, la salva. Esa es la vida verdadera. Cristo en nosotros. Observa que este hombre habla en singular cuando se refiere a su alma. No hay tal cosa como la transmigración de las almas, ni la fusión en un alma cósmica. Tampoco hay reencarnación. Se le dijo: Vienen a pedir tu alma. La tuya. Cada uno de nosotros daremos cuenta a Dios.
Jesús enseñó: Con vuestra paciencia ganareis vuestras almas (Lc.21:19). Paciencia en medio de un mundo orientado a la vanidad y el oprobio de quienes han entregado sus almas al fiel Creador (1 P.4:19). Pablo desgastaba su vida por amor a las almas de los corintios (2 Co.12:15). Oraba por los tesalonicenses para que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, fuera guardado irreprensible hasta el día del Señor (1 Tes.5:23). El autor de Hebreos dice que nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma (Heb.10:39). El alma de Jesús no fue dejada en el Hades (Hch.2:31). Juan vio las almas de los decapitados por Jesús que reinaban con él mil años (Apc.20:4).
El alma se puede perder en el infierno, es la muerte segunda; Jesús ha venido para que no se pierda, sino para salvar las almas de los hombres.