CONCLUSIONES
Vivimos en los últimos tiempos. En ellos se dan una ambivalencia de situaciones. Por una parte dolores de parto, por otra la esperanza de su venida. Por un lado tiempos de inmoralidad, por otro derramamiento del Espíritu. Occidente vive hoy una profunda decadencia de valores morales y espirituales que afectan a su forma de vida y su manera de legislar. Sin embargo, hay lugares donde los cristianos están perseguidos y a la vez experimentan una fe vigorosa y firme ante las amenazas (países musulmanes, Corea del Norte, China, incluso en países del Este de Europa, o países de Hispanoamérica que en medio de muchas necesidades buscan al Señor).
El apóstol lo explica en sus cartas a los tesalonicenses. Allí habla del misterio de la iniquidad, la apostasía, el hombre de pecado, un gobierno mundial que se opone a Dios y ocupa su lugar (tenemos aquí dos frentes, por un lado el Humanismo con su gobierno mundial y agenda de la Ideología de Género en Europa, América y las Naciones Unidas; y por otro tenemos el islam, un totalitarismo con leyes, tiempos y sumisión contrarias a la voluntad de Dios).
Jesús dice que el amor de muchos se enfriará por el aumento de la maldad. El diablo nos pide para zarandearnos como a trigo, pero el Señor ruega por los suyos para que nuestra fe no falte (Lc.22:31-32).
Junto con todo ello tenemos el rebrotar de la higuera (Israel) que ha florecido en su tierra, por ello sabemos que el reino está cerca, el reino mesiánico. Son tiempos también de restauración de todas las cosas.
Personalmente he tenido que afrontar tiempos de decadencia encubierta en mi vida en diferentes momentos, especialmente en un periodo cuando fui consciente de la permisividad que me rodeaba. El Señor me mostró la senda de la cruz y el desierto, aunque en aquellos días no lo imaginaba así. Han pasado unos veinte años de aquello. Esta fue mi manera de afrontar una decadencia encubierta: Tomar la cruz una vez más. Morir con él, para poder resucitar con él. Depuración y aprendizaje que nunca hubiera conseguido de otra forma. Esta experiencia se ha repetido en mi vida en distintas ocasiones posteriores relacionadas con derivas eclesiales que muchos han tenido que afrontar en las últimas décadas, señal clara de disolución, y de que el Señor sabe rescatar de tentación al justo (2 P. 2:6-9).
Mirar la historia de Israel es ver el reflejo inequívoco de cómo se afronta el desafío de vivir tiempos decadentes y remontar una y otra vez para ser restaurados. Israel es un ejemplo de cómo superar días malos, siglos malos, tiempos insoportables. Lo hizo en la época de Jeremías, una generación objeto de la ira de Dios por sus pecados. Lo hizo en días del profeta Habacuc y el juicio inevitable que sobrevino. Lo superó en tiempos de Malaquías esperando el ansiado Mesías, cuyo precursor anunció días de arrepentimiento para comprender la diferencia de servir a Dios y no hacerlo. También la iglesia viva del Señor es un ejemplo para nosotros. Siempre encontramos en su historia un remanente fiel que el Señor ha usado para salvaguardar el evangelio y la fe que fue dada una vez a los santos (Jud.1:3). En diversos periodos históricos encontramos a la iglesia de Laodicea; tibia, pero creyéndose fuerte por su fuerza carnal, aunque ciega y desnuda de la gloria de Dios. También la vemos en nuestros días. Pero hay una salida para los que no tienen esa doctrina en circunstancias decadentes, para los que no participan de la tibieza predominante sino que alzan sus ojos al cielo buscando el trono de Dios, entrando por la puerta una vez más para hallar pastos, y mantener una cena de comunión íntima en el secreto del Señor.
Las respuestas que se desprenden de los textos que hemos ido viendo en el desarrollo de nuestro tema podemos resumirlas de la siguiente manera.
- Reconocer nuestro estado de necesidad decadente.
- Hay velos que lo impiden y necesitamos revelación y luz.
- Vivimos en medio de una generación moralmente decadente.
- La iglesia está afectada en su espiritualidad. El pueblo de Dios se debate entre el liberalismo, falsos evangelios de realización personal, y el remanente fiel que resiste la corriente predominante con vigor.
- Jeremías afrontó la soledad de un mensaje impopular y minoritario en medio de falsos profetas que anunciaban paz y prosperidad. Anunció arrepentimiento. Compartió el destino del pueblo desobediente y sirvió al Señor en esas condiciones esperando la restauración mesiánica venidera.
- Habacuc superó sus quejas y perplejidad por la injusticia en que vivía ocupando su puesto de guardia, escuchando la voz de Dios y aceptando los tiempos de necesidad con gozo y regocijo en el Dios de su salvación.
- Malaquías afrontó sus días decadentes entendiendo la respuesta fundamental entre quienes sirven al Señor y quienes se entregan a la iniquidad; comprendió que hay diferencia entre el justo y el impío.
- La tibieza de la iglesia de Laodicea recibió la reprensión del Señor para arrepentirse y recuperar la fe, las obras y la revelación para entrar en una comunión renovada con Dios.
- Es hora de levantarnos del sueño. Andar como de día, honestamente. Desechar las obras de las tinieblas y vestirse del Señor y sus armas.
- El refrigerio del señor siempre viene tras el arrepentimiento y el perdón.
- Debemos apoyar la restauración de Israel en su tierra y a su Dios.
- Su restauración trae vida de entre los muertos, avivamiento y bendición a todas las naciones. La esperanza del reino mesiánico.
Necesitamos unirnos en oración para afrontar los tiempos que tenemos por delante con una fe vigorosa, una esperanza viva y una determinación semejante a la de Jesús cuando afrontó la necesidad de ir a Jerusalén donde se encontraría con la mayor decadencia de toda una generación. Como está escrito: Y sucedió que cuando se cumplían los días de su ascensión, El, con determinación, afirmó su rostro para ir a Jerusalén (Lc.9:541 LBLA).
En palabras del apóstol Pedro: Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación (Hch.2:40).
Y en las de Pablo: Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hch.20:24). Y concluyó escribiendo a Timoteo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo cual, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Tim.4:7,8). Amén.