133 – El fruto del Espíritu – dominio propio

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… dominio propio…  (Gálatas 5:23).

         O templanza, dice en la versión Reina Valera. La novena rama de este árbol del Espíritu es el dominio propio. Aunque no es el último fruto como veremos en próximas meditaciones. Templanza o dominio propio es una virtud por la que muchos gobernantes o líderes de las naciones darían ingentes cantidades de dinero por conseguirla. Cantantes, deportistas, actores, escritores, empresarios, incluso pastores, necesitan sucedáneos químicos para conseguir afrontar los desafíos que enfrentan en sus respectivas profesiones. Muchos no pueden conseguir el descanso necesario que regenere sus fuerzas por la presión que soportan para estar a la altura de un público muy exigente. Algunos quedan atrapados en una espiral que acaba devorándolos. Su carácter se vuelve irritable, aparecen conductas bipolares, esquizofrenias, y todo tipo de enfermedades psíquicas y físicas. El devorador viene a exigir el precio de la fama, la riqueza y el éxito.

Las peleas por las herencias familiares liberan lo peor del ser humano para no acabar nunca de tensar la cuerda que no nos deja vivir. Por eso dice el sabio en el proverbio: «Mejor es la comida de  legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio» (Pr.15:17). El fruto del Espíritu es dominio propio. El ocuparse de las cosas del Espíritu es vida y paz (Ro.8:6).

Las guerras vienen de las pasiones por causa de la falta de templanza necesaria para no codiciar los bienes ajenos. Jesús manifestó un dominio propio ejemplar delante de Pilatos y Herodes. Cuando los soldados le escarnecían, encomendó la causa al que juzga justamente. El apóstol Pablo nos enseña que hemos recibido de Dios, no un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Tim.1:7). Saber que lo tenemos en el depósito recibido es el comienzo para su manifestación en nuestras vidas.

Está escrito: «mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Pr. 16:32). Y el apóstol de los gentiles recuerda a los corintios que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (1 Co.14:32). El pecado no dominará sobre los hijos de Dios porque hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Una de las manifestaciones de la vida de Jesús es el fruto del Espíritu en forma de templanza y dominio propio ante los desafíos que presenta la sociedad actual. Es el milagro de la vida cristiana.

         El dominio propio es un lujo sobrenatural para el hombre postmoderno. Andar unidos con Jesús lo hará posible porque él es nuestro equilibrio.

132 – El fruto del Espíritu – mansedumbre

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… mansedumbre…  (Gálatas 5:23).

         Una de las figuras que a menudo usó Jesús para referirse al trato con sus discípulos fue la del pastor y las ovejas. Lo que caracteriza la naturaleza de las ovejas es la mansedumbre. Jesús es el Cordero de Dios, y los suyos, que tienen su misma naturaleza, manifiestan ternura y mansedumbre como resultado de la vida de Cristo en ellos.

Pablo dijo: Cristo en mi la esperanza de gloria. También dijo: «buscáis una prueba de que habla Cristo en mí» (2 Co.13:3). Por tanto, se establece un paralelismo entre el Pastor y las ovejas, son del mismo Espíritu, la misma naturaleza. Por eso dice el apóstol «No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos?» (2 Co.6:14-16). Esas uniones son espurias. No hay acuerdo. Tienen naturaleza distinta, por ello cada uno actuará en dirección opuesta. Sin embargo, Jesús dijo: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt.11:29).

Tenemos, por tanto, que la mansedumbre es una consecuencia «natural» en aquellos que están unidos a Jesús. Es el fruto del Espíritu. «Manso y humilde», dice el Maestro. Ambas cualidades van unidas en la vida del discípulo. Mansedumbre significa calidad de manso. Sin embargo, no malinterpretemos este término. Jesús era manso, lo cual no evitó que confrontara la mentira, el pecado y la injusticia de aquellos que manifestaban la naturaleza de Satanás. «Vosotros sois de vuestro padre el diablo», les dijo a quienes decían ser hijos de Dios pero sus obras manifestaban la naturaleza del padre de la mentira y homicida. Por eso su enseñanza hace énfasis en una máxima esencial: «por sus frutos los conoceréis».

Jesús no solo es el Cordero de Dios, sino que también es el León de la tribu de Judá. Es el siervo sufriente, pero también el Rey de gloria que esperamos. Su enseñanza nos insta a no resistir al que es malo, sino resistir al diablo. Moisés fue cambiado en el desierto en el hombre más manso de la tierra (Nm.12:3). Fue transformado. Los hijos del trueno también. El perseguidor Saulo en Pablo el perseguido. Los hijos del reino manifiestan mansedumbre y humildad en su manera de vivir. Corrigen con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda el arrepentimiento (2 Tim.2:25).

         El ruego del apóstol Pablo es para que manifestemos la mansedumbre y ternura de Jesús como resultado del fruto del Espíritu (2 Co.10:1).

131 – El fruto del Espíritu – fidelidad (fe)

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… fidelidad…  (Gálatas 5:22).

         La palabra fe y fidelidad vienen de la misma raíz en el hebreo. Significa confianza, creer, fidelidad, obediencia. Está escrito: «Mas el justo, por su fe vivirá» (Hab.2:4). Dios es fiel (1 Co.1:9), es un Dios de fe, que llama las cosas que no son como si fueran (Ro.4:17). Y se nos dice que debemos ser imitadores de Dios (Ef.5:1).

En la Escritura la fe aparece como un don que Dios reparte a cada uno en la medida que El quiere (Ro.12:3), y también encontramos la fe (fidelidad) como fruto del Espíritu. Se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel (1 Co.4:2). Es una exigencia en aquellos que han venido a ser hijos de Dios manifestar el carácter de Dios, las virtudes de aquel que nos llamó. «Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncies las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).

El dicho popular dice: «de tal palo, tal astilla, y de tal padre, tal hijo». Sabemos que no siempre es así en el ámbito natural, y tampoco en el espiritual. Pero nuestro llamamiento está claro. Hemos sido llamados a ser luz y sal en el mundo, y no hay mejor forma de hacerlo que manifestar la misma naturaleza de Dios. Sed imitadores de Dios. La fidelidad es parte de Su naturaleza.

Jesús fue fiel, como Hijo, sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros (Heb.3:6). Exigió de los suyos fidelidad en lo poco para poder mostrar fidelidad en lo mucho (Lc.16:10). La fidelidad identifica a los hijos de Dios. La fe del corazón aparece en aquellos que viven llenos del Espíritu. Dios aborrece el divorcio porque viene a ser infidelidad a la mujer de tu juventud (Mal. 2:14-16). El adulterio es infidelidad al pacto matrimonial, y Dios lo aborrece.

El día preparado para rendir cuentas delante de Aquel que nos dio los talentos para servirle, se dirá a los fieles: «Entra, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu señor» (Mt.25:21). Seremos juzgados por nuestra fidelidad o no al pacto con el Señor. La fe es obediencia. Por la fe obedecieron los antiguos. Por la fe vive el justo, y esa fe, —fidelidad—, es una manifestación de la vida del Espíritu operando en nuestro interior. El fruto del Espíritu tiene su expresión en toda nuestra manera de vivir. No hay aspecto de nuestra vida en la que no podamos mostrar el fruto del Espíritu, y con él, honrar a Dios y glorificarle.

         La fidelidad a Dios y a los hombres pone de manifiesto que nuestra naturaleza ha sido transformada por el poder del evangelio.

130 – El fruto del Espíritu – bondad

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… bondad…  (Gálatas 5:22).

         En la misma línea del fruto visto anteriormente, la bondad viene a ser gemela de la benignidad. Dios es bueno, dice el salmista. «Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en El se refugia!» (Sal. 34:8). El fruto del Espíritu es bondad, de la misma naturaleza de Dios. Por eso, en el intercambio que se realiza en la vida de los hijos de Dios cuando son renacidos de simiente incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre, podemos participar de su misma naturaleza por el Espíritu Santo.

«Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1:3-4). Este milagro es el que produce el poder del evangelio cuando es recibido.

Por eso dice Pablo: «no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación, a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego» (Ro.1:16). Es imposible producir el fruto del Espíritu sin que haya ocurrido el milagro de la nueva vida en Cristo mediante el poder del evangelio. Los parches religiosos no ayudan en este caso. La aceptación de una liturgia o un código ético de conducta tampoco. Se debe originar un cambio de naturaleza. De la maldad a la bondad. De estar muertos en delitos y pecados, a la nueva vida que solo puede producir el Hijo de Dios en nosotros cuando nos rendimos a él.

Por eso dice el apóstol Juan: «El que tiene al Hijo, tiene la vida; pero el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Jn.5:12). Por tanto, si hay nueva vida el fruto del Espíritu será la consecuencia lógica, y una de sus manifestaciones es la bondad. El fruto del Espíritu es bondad.

Ahora podemos perdonar donde antes odiábamos. Ahora es posible la reconciliación, donde antes solo había disputas y rencores. Ahora es posible abandonar las obras de la carne y producir el fruto del Espíritu. Unidos a Jesús es posible, separados de él nada podremos hacer. Pablo dice que los que practican las obras de la carne no pueden heredar el reino de Dios. Aquellos que practican el pecado no son de Dios, la verdad no está en ellos, y por tanto, no pueden manifestar la naturaleza de Dios.

         Dios es bueno y no hay ninguna injusticia en El. Los que han recibido su misma naturaleza manifiestan el fruto de bondad y justicia en sus vidas.

129 – El fruto del Espíritu – benignidad

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… benignidad…  (Gálatas 5:22).

         ¡Que diferente es la vida cuando en lugar de maldad vemos benignidad! Una de las peores noticias que podemos recibir en la visita al médico es que han encontrado en nuestro cuerpo un tumor maligno. Por el contrario, cuando el mensaje es que lo hallado en las pruebas realizadas son células benignas la vida se torna dichosa. Es la misma diferencia entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu.

La manifestación de la benignidad en la vida de las personas nos acerca el cielo a la tierra; trae la presencia de Dios a nuestras vidas, y manifiesta en nosotros un olor agradable de vida que desprende su aroma a nuestro alrededor. Sin embargo, cuando un tumor maligno invade nuestro cuerpo es como tener el enemigo dentro de nosotros mismos. El cáncer son células rebeldes que se vuelven contra el cuerpo para destruirlo, así actúa el poder del pecado también.

Por su parte la bondad de Dios en nosotros nos guía al arrepentimiento, y éste a la armonía y el equilibrio que tantas veces necesitamos en las relaciones personales y familiares. El fruto del Espíritu es benignidad. Dios es benigno. El diablo es el maligno, su naturaleza es mala y busca nuestra destrucción. Su rebelión original fue transmitida al hombre a través del pecado de Adán. Por eso el evangelio es un cambio de naturaleza, de muerte a vida, de la potestad de las tinieblas, al reino de su amado Hijo, de maldad a benignidad.

El apóstol Pablo lo expone claramente en sus epístolas. «Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, puesto que habéis desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y os habéis vestido del nuevo hombre… Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestidos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros…» (Col.3:8-13).

Somos hijos de Dios, creados en Cristo como hechura suya, tenemos la naturaleza de Dios, y Dios es bueno, por tanto, el fruto del Espíritu en nuestras vidas será benignidad, bondad, alejados de la vieja naturaleza pecaminosa y carnal. Por eso está escrito: «No deis lugar al diablo», lo cual significa darle lugar a su naturaleza maligna, sino que seamos llenos del Espíritu, manifestando su fruto en toda nuestra manera de vivir. Esa es la vida cristiana normal.

         La bondad de Dios nos guía al arrepentimiento y esa misma bondad es transmitida a la nueva naturaleza que brota de la unión con Cristo.

 

128 – El fruto del Espíritu – paciencia

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… paciencia…  (Gálatas 5:22).

         Se dice popularmente que «la paciencia es la madre de todas las ciencias». Es evidente que las personas pacientes —no lentas— por naturaleza, tienen cierta ventaja en muchos casos a lo largo de la vida. Digamos que sobrellevan mejor algunas circunstancias que a la mayoría le pueden afligir. Esperar siempre es doloroso, pero hay quienes lo soportan mejor. En mi caso suelo ir acompañado de un libro por si a lo largo del día tengo que «sufrir» cualquier espera y ello me inquieta. Un libro a mano es una buena forma de sobrellevar mejor ciertas esperas en la vida.

Hay otras esperas que tienen que ver con: «la esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida» (Pr.13:12). La impaciencia trae consigo aflicción para el que la tiene y quién la soporta. Pero no estamos hablando de este tipo de paciencia natural, hablamos de un fruto del Espíritu, y como tal, emana de Dios mismo.

El Señor «es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9). Vivimos un tiempo cuando nos es necesaria la paciencia, para que «habiendo esperado con paciencia, obtener la promesa» (Heb. 6:15). El apóstol Santiago nos exhorta de la siguiente manera: «Por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Sed también vosotros pacientes; fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca… Hermanos, tomad como ejemplo de paciencia y aflicción a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. Mirad que tenemos por bienaventurados a los que sufrieron. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el resultado del proceder del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso» (Stg. 5:7-11).

Está escrito que «con vuestra paciencia ganareis vuestras almas» (Lc.21:19). ¡Tan necesaria nos es la paciencia! y a la vez está vinculada a la llenura del Espíritu. Ser pacientes según la voluntad de Dios es manifestar el fruto del Espíritu. Debemos ser pacientes para con todos (1 Tes.5:14). Esta apelación está opuesta al hombre natural, se dirige al hombre renacido, el espiritual, aquel que vive lleno del Espíritu y no solo corre detrás de los dones espirituales para competir con otros, sino que manifiesta la paciencia de aquellos que son de Dios.

         La prueba de nuestra fe produce paciencia; fruto del Espíritu que emana de la misma naturaleza de Dios.

127 – El fruto del Espíritu – paz

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… paz…  (Gálatas 5:22).

         La paz se hizo añicos desde el día cuando el primer hombre eligió emanciparse del Creador. A través de Adán el pecado entró en el mundo, y desde ese mismo momento la guerra hizo su aparición en el ámbito familiar. Caín mató a Abel y la paz del primer hogar fue trastornada. Las pasiones de la carne, mediante la naturaleza caída, dieron lugar a todo tipo de ambiciones y codicias que hacen imposible la paz real. La paga del pecado es muerte; más el fruto del Espíritu es vida y paz. No solo se truncó la paz entre los hombres, sino que se levantó un muro de separación entre Dios y sus criaturas que hizo imposible la armonía.

La buena nueva está en que Jesús nos ha reconciliado mediante la sangre de su cruz, por tanto, justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios (Ro.5:1). También se levantó una pared intermedia de separación entre judíos y gentiles; la cruz de Cristo la derribó, junto con las enemistades, para crear un nuevo hombre, nacido del Espíritu, estableciendo así la paz, reconciliando con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a las enemistades (Ef. 2:13-16).

La paz, como fruto del Espíritu, es parte del reino de Dios, porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). Jesús trajo esa paz del cielo: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da» (Jn. 14:27). Le dijo a los suyos: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz» (Jn.16:33). Por tanto, hablamos de una paz que está vinculada a Jesús y que es fruto del Espíritu.

La paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento nos libra de la ansiedad y las preocupaciones habituales en el mundo (Fil. 4:6,7). Viene del mismo cielo, de la naturaleza de Dios, el Dios de paz (1 Tes.5:23) y amor (2 Co.13:11). Jesús es el príncipe de paz (Isaías 9:6), pero tuvo que atravesar el valle de sombra de muerte para levantarse victorioso sobre la muerte y su poder, habiendo obtenido redención eterna para todos los que se acercan a él. Paz en medio de la tormenta.

Jesús se presentó a los suyos con este mensaje una vez resucitado de entre los muertos: «Paz a vosotros» (Lc. 24:36). Esto lo hizo en diversas ocasiones pero el saludo fue el mismo: «Paz a vosotros» (Jn.20:19-21,26). Es la paz de Dios establecida en el corazón de sus hijos para que sean pacificadores en un mundo lleno de violencia. Bienaventurados los pacificadores, serán llamados hijos de Dios.

El fruto de aquellos que están llenos del Espíritu es la paz que sobrepasa todo entendimiento.

126 – El fruto del Espíritu – gozo

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es… gozo…  (Gálatas 5:22).

         El gozo del que hablamos es del Espíritu, por tanto, de la naturaleza de Dios, celestial y eterno. La consecuencia de un pecador arrepentido en la tierra es gozo en el cielo (Lc.15:7,10,32). Hubo gozo en la ciudad de Samaria después de que Felipe predicara el evangelio y el Señor confirmara su palabra con milagros (Hch.8:5-8). Jesús se regocijó en Espíritu cuando regresaron los setenta con gozo porque los demonios se les sujetaban, y él les dijo que debían gozarse más porque sus nombres estaban escritos en el cielo. En aquella misma hora vio caer del cielo al diablo como un rayo, y se regocijó mucho porque el Padre había revelado las verdades del reino a los niños (Lc.10:18-21).

El fruto del Espíritu es gozo. El gozo del Señor es nuestra fortaleza (Neh.8:10). Los discípulos que habían recibido la palabra a la predicación de Pablo y Bernabé «estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu» (Hch. 13:52). Discipulado, gozo y Espíritu todo unido. Había persecución también, pero el gozo del Espíritu superaba la aflicción de la oposición al evangelio. Los apóstoles, después de haber sido azotados y que les prohibieran hablar en el nombre de Jesús, «salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús como el Cristo» (Hch. 5:40-42).

Predicación, persecución, gozo, y volver a predicar es la secuencia normal en la vida del discípulo. Tal vez por ello en la iglesia occidental se ha cambiado el gozo del Espíritu por sucedáneos de entretenimiento carnal. Cuando no hay sufrimiento por el evangelio tampoco hay gozo verdadero. Aunque debemos estar siempre gozosos (1 Tes. 5:16), y manifestarlo como fruto del Espíritu, hay una dimensión superior de ese gozo cuando atravesamos periodos de persecución por el evangelio y el nombre de Jesús. Es el gozo de la identificación con Cristo en sus padecimientos y glorias. Es el gozo del amor por la verdad.

El apóstol Juan no tenía mayor gozo que ver a sus hijos andando en la verdad (3 Jn.4). Recibir la verdad, anunciarla, andar en ella y padecer por ella, es siempre motivo de gran gozo en la vida de los discípulos. El eunuco, después de entender la Escritura, creer en Jesús y bautizarse, siguió gozoso su camino (Hch.8:39). El gozo del Espíritu no es diversión carnal; se exterioriza pero no es irreverente. Es el gozo puesto delante de Jesús que le ayudó a soportar la cruz (Heb.12:2). Y es el gozo perpetuo sobre la cabeza de los redimidos (Is.61:7).

         El gozo del Espíritu es fruto de una vida plena del Espíritu.

125 – El fruto del Espíritu – amor

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es amor…  (Gálatas 5:22).

         Dios es amor (1 Jn.4:8), pero no solo amor. Jesús es la manifestación del amor de Dios y la voluntad del Padre. El fruto del Espíritu es amor, su primera manifestación. La persona que está llena del Espíritu manifiesta el amor de Dios. Hablamos de amor ágape, el que emana de la misma naturaleza del Padre, no de nuestros intereses, sino los del otro. El amor de Dios derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu (Ro.5:5), nos conduce a salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo innato y repetitivo para ver al otro, nuestro prójimo.

El evangelio es amor derramado en la cruz del Calvario. Su mensaje contiene una sustancia única, celestial, no es de la tierra. El amor del Espíritu es la primera manifestación de un fruto múltiple en aquellos que viven llenos de Él. Está escrito: «Todas vuestras cosas sean hechas con amor» (1 Co.16:14). El amor del que hablamos lo tenemos expuesto en 1 Corintios 13, ese pasaje que siempre aparece en las ceremonias de boda, tan poético como lejano de muchos de los contrayentes. Porque generalmente confundimos el amor del que habla el apóstol Pablo, con el amor «eros», el amor sensual de las películas de Hollywood, el amor de los sentidos carnales, los afectos humanos y el deseo propio.

El amor como fruto del Espíritu es sobrenatural. Procede de Dios. Por tanto, su expresión no tiene nada que ver con nuestra realización personal, sino con la transformación interna de nuestro espíritu fundido en el de Dios. El amor no busca lo suyo, no está orientado hacía sí mismo. No usa a los demás como pretexto para su propia exaltación. El amor de Dios derramado en sus hijos se expresa en el uso fiel de los dones recibidos. Y los dones son para la edificación de los otros, del cuerpo de Cristo.

Si hacemos cualquier cosa impresionante, pero no tenemos amor, somos como metal que resuena o címbalo que retiñe. Hacer uso de los dones espirituales sin amor nos hace vanos delante de Dios, sin provecho (1 Co.13:1-3). Creo que no está de más recordarnos lo que es el amor. «El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injustica, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser» (1 Co.13:4-8). Es eterno. La fe y la esperanza pasarán, pero el amor permanecerá, porque Dios es amor. Es más fuerte que la muerte (Cantares 8:6). El fruto del Espíritu es amor.

         El amor del Espíritu nos introduce en la misma naturaleza de Dios.

124 – El fruto del Espíritu – Introducción

La vida en el EspírituMas el fruto del Espíritu es…  (Gálatas 5:22).

         A partir de esta nueva meditación quiero hacer un recorrido por las nueve manifestaciones del fruto del Espíritu según la enseñanza del apóstol Pablo en Gálatas. Conocer la obra del Espíritu tiene que ver con discernir su naturaleza, el fruto que produce; de todo ello encontramos amplia enseñanza en la Escritura.

La máxima esencial es que el Espíritu glorifica a Jesús, enseña lo relacionado con la doctrina del Maestro de Galilea, que a su vez era y es la palabra del Padre enviada a la tierra. El Espíritu no habla de sí mismo, siempre lo hace para revelar a Jesús, su obra, su enseñanza, su gloria. Aquí tenemos las claves esenciales para distinguir la obra del Espíritu en medio de un océano de mezclas espurias y falsificaciones de su obra. Jesús dijo: «por sus frutos los conoceréis».

Hemos visto hasta ahora una relación de muchas de las manifestaciones del Espíritu, así como de los dones ministeriales en la vida de personas, hombres y mujeres, llenas del Espíritu. También hubo y hay falsos maestros, falsos profetas, y falsas manifestaciones atribuidas al Espíritu, pero que tienen una fuente distinta. Debemos «probar los espíritus para ver si son de Dios» (1 Jn.4:1). El apóstol Juan nos da una clave para probarlos. «En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, del cual habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo» (1 Jn.4:2-3).

Se trata de reconocer y confesar la encarnación del Hijo de Dios, con todas sus implicaciones, en la redención efectuada en su totalidad. Además, las personas que dicen hablar de parte del Espíritu deben manifestar un carácter conforme a la naturaleza del mismo Espíritu. El Espíritu de Dios es el Espíritu de santidad, por tanto, nadie que hable por el Espíritu puede buscar su propia gloria. La obra de cada uno quedará expuesta a la luz del fruto que da.

Podemos impresionar a otros durante un tiempo mediante los dones recibidos, pero el fruto del carácter maduro del vaso escogido manifestará, más pronto o más tarde, quién gobierna y dirige su corazón. Los dones son el resultado de la gracia inmerecida de Dios; el fruto del Espíritu manifiesta su naturaleza y el carácter de Jesús en nuestro diario vivir. El fruto del Espíritu viene como consecuencia de una vida crucificada con Cristo. Los dones pueden manifestarse pronto, el fruto es más lento y precisa un recorrido más largo.

         El fruto del Espíritu es como un árbol divino ramificado en nuestras vidas para transformar nuestro carácter.