GRATITUD Y ALABANZA (90) – Enseñanza apostólica (4)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (4)

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28).

Vivimos bajo los rudimentos de un mundo movible y perecedero. Los principios elementales del mundo están diseñados para su caducidad, por tanto, debemos alcanzar y elevarnos a los poderes del siglo venidero. Al intentarlo chocamos de frente con las limitaciones de nuestro cuerpo de muerte, del que hablamos en la anterior meditación. Se establece así un conflicto por querer y no poder. La frustración nos domina, acabamos rindiéndonos o exacerbando nuestra impotencia. De todo ello puede surgir la queja y el resentimiento oculto, imperceptible a veces, hacia el status quo. Buscamos un chivo expiatorio donde volcar nuestra derrota, en ocasiones elevamos la queja al cielo por las condiciones a las que nos vemos sometidos. Y así deambulamos perdidos entre el desánimo y la arrogancia. Nos movemos en una esquizofrenia sin descanso que nos azota aún más y empuja hacia el abismo.

En ese estado, en el que también se encontró antes el autor de la carta que meditamos, nos dice qué debemos saber. Hay algo que no sabemos y damos coces contra el aguijón por la ignorancia de los poderes del siglo venidero. Uno de esos poderes eternos es el amor. El amor es eterno, porque Dios es amor. Por tanto, lo que debemos saber es que a los que aman a Dios todas las circunstancias que acontecen en esta vida pasajera pueden reconducir nuestra existencia hacia un fin provechoso. Amar a Dios es darle gracias. Vivir en su temor nos da la sabiduría para afrontar el día malo, y una vez que acaba todo estar firmes. Firmes en la verdad de su palabra, porque el que ama a Dios guarda su palabra, la obedece. Entonces todas las cosas cooperan para bien.

Los que le aman penetran en las cosas que el ojo no ve, ni el oído oye, ni siquiera han subido al corazón del hombre, pero han sido preparadas para ellos (1 Co.2:9). Estos son conocidos por Dios (1 Co.8:3); sus vidas están delante de Él, porque está a mi diestra no seré conmovido (Sal.16 8 y Hch.2:25). Y como dice en otro lugar: Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre… con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación (Sal.91:14-16). Porque debemos saber que a los que aman a Dios (primer mandamiento de su ley) encuentran la manera de amar también a su prójimo, y con ello sus vidas descubren la dimensión eterna de la generosidad y gratitud. La existencia entra en el propósito establecido: para alabanza de la gloria de su gracia. Y con ello, descansan en este desierto avanzando hacia la eternidad.

         Amar a Dios es vivir agradecido por sus dones y beneficios plenamente.

GRATITUD Y ALABANZA (89) – Enseñanza apostólica (3)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (3)

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:24-25).

Las mayores preocupaciones que acumulamos nada más nacer tienen que ver con el cuerpo físico. Evitar enfermedades, alimentarlo bien, cuidarlo en sus múltiples necesidades, que crezca sano y fuerte; y una vez que pasamos la infancia y nos adentramos en el desarrollo de nuestra vida sigue siendo una prioridad esencial conocer nuestro cuerpo, sus limitaciones, sus posibilidades, y especialmente pronto se presenta la realidad de nuestra temporalidad. El cuerpo físico se va deteriorando, procuramos retrasar su decadencia con ejercicio físico, con atuendos multicolores, maquillaje, cirugía plástica; nos preocupamos por una alimentación sana y equilibrada, en muchos casos al precio de caer en la idolatría del culto al cuerpo, la obsesión por no engordar y mantener una imagen saludable y atractiva que nos proteja del rechazo de una sociedad ciega, que solo piensa en lo terrenal, donde las apariencias son el rey de la aceptación y la imagen externa sobredimensionada ocupa el trono del culto a la vanidad. Nos entregamos con voluptuosidad y extremismos a vivir alrededor de las necesidades físicas y materiales despreciando el centro neurálgico de donde emana la verdadera vida: el corazón, nuestra alma.

De que aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma. Finalmente acabamos pidiendo en muchos casos la eutanasia, cuando nuestro cuerpo ya no sirve a pleno rendimiento, cuando caemos en postración por enfermedades o el deterioro natural de un vaso que envejece perdiendo las facultades que un día nos hizo el centro de todas las miradas. Como león viejo sin reino, abandonado por los suyos, tenemos que dar paso a la pujanza de la juventud energizada para retomar el ciclo vital. Y así generación va y generación viene.

El apóstol culmina la lucha interior que ha expuesto en Romanos 7 con un clamor: ¡Miserable de mí! ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte? Ha llegado a la rendición. No puede más. Está exhausto de tanto luchar sin conseguir domesticar una naturaleza pecaminosa y un cuerpo mortal que se impone con tiranía sobre todos sus ideales. Hasta aquí el gemido natural de todo ser humano. La frustración e impotencia de no poder frenar el deterioro inexorable de su vida mortal. Pero hay confianza, porque hay esperanza. Hay uno que se ha levantado venciendo la muerte y su poder degenerativo, por tanto, el apóstol puede elevar su grito de triunfo: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. El Señor de la vida ha resucitado, venciendo al último y peor enemigo del hombre, para redimir su cuerpo en victoria.

         Gratitud y alabanza por la redención de nuestro cuerpo mortal.

GRATITUD Y ALABANZA (88) – Enseñanza apostólica (2)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (2)

Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:20-21).

La fe viene por el oír, y se fortalece creciendo cuando damos gloria y alabanza a Dios por la fidelidad de sus promesas. Una fe fuerte y madura es aquella que se alimenta constantemente de la gratitud. Como diría el salmista, bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. La fe de Caleb y Josué se sostuvo en medio de la incredulidad predomínante de sus compañeros de viaje a Canaán por confiar en la promesa de Dios. Hubo en ellos otro espíritu, el espíritu de fe, contrario a la queja y la incredulidad (siempre hermanadas), que los llevó a conquistar la herencia prometida como únicos representantes de toda aquella generación. Así está escrito: Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión (Nm.14:24). Aquí vemos que la fe es una decisión. La fe determina la calidad de nuestro espíritu. Y esa decisión está sostenida sobre las promesas de Dios. Fue el ejemplo del padre de la fe.

Cuando a Abraham se le dio la promesa de tener un hijo no se debilitó mirando las circunstancias naturales de su cuerpo envejecido. Puso sus ojos en el Autor de la fe. Y al sentir la realidad de sus debilidades evidentes, no quedó atrapado por ellas, sino que inmediatamente dio gloria a Dios, elevó su gratitud y confianza en las promesas de la Roca que lo había prometido. Este conflicto no fue cosa de un día ni dos, pasaron unos cuántos años desde que recibió la promesa hasta que se cumplió. Durante ese tiempo anduvo en fe, una actitud de confianza en su corazón que impedía sus razonamientos humanos elevándose al trono de la gracia. Y por la fe y la paciencia heredó la promesa (Heb.6:12). Todo un compendio, un máster, de la verdad que enseña: si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gá.5:25).

El apóstol Pablo tomó el ejemplo de Abraham para poner las bases del evangelio que expone en su carta a los Romanos. La justicia de Dios es por medio de la fe. Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe es confianza en la promesa del Dador y Hacedor de todas las cosas, por tanto, la fe que sabe y recibe agradece por sus beneficios. Vive en adoración levantando un altar de alabanza a lo largo de su peregrinaje, como vimos en la vida de Abraham y los patriarcas en los primeros capítulos de esta serie. Justificados por la fe, tenemos paz con Dios; nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, y también en las tribulaciones, con gratitud (Rom.5:1-3).

         Nuestra fe se fortalecerá y crecerá mediante un corazón agradecido.

GRATITUD Y ALABANZA (87) – Enseñanza apostólica (1)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (1)

Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo (Romanos 1:8).

La carta de Pablo a los Romanos, que es el mejor compendio del evangelio en toda la Escritura, comienza con el deseo del apóstol de dar gracias. Primeramente doy gracias. Rápidamente va a dar comienzo a todo un despliegue de la revelación de Dios sobre el misterio que había estado oculto desde tiempos eternos, pero que ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas, para que sea dado a conocer a todas las naciones para que obedezcan a la fe (Rom.16:25-26); pero antes, en principio, antes de todo ese recorrido exhaustivo que el antiguo perseguidor de la iglesia nos va a ofrecer, tiene que dar gracias. Aquí vemos el corazón de este hombre realmente transformado por el poder del mismo evangelio que ahora predica.

Su gratitud tiene una mediación clara, la persona de Jesucristo; da gracias a Dios mediante el Mediador de los hombres ante el trono celestial, y una vez establecido el camino trazado para penetrar más allá del velo se presenta ante la Majestad del cielo para dar gracias por la fe de los hermanos en Roma, una fe que se divulga por todo el mundo. Por tanto, tenemos aquí un principio básico de la enseñanza apostólica: Dar gracias a Dios, mediante el Hijo, por la fe de los hermanos que se proyecta más allá de sus límites nacionales para alcanzar a todas las naciones. Y no es casual que Pablo lo haga así, es una práctica habitual en la mayoría de sus escritos. Prácticamente todas sus cartas se inician con acción de gracias, tal es el valor eterno que le da el apóstol a la gratitud. Veamos. Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo (1 Co.1:4). En su carta a los corintios da gracias porque la gracia de Dios les ha sido dada. Ya tenemos gratitud por la fe y la gracia.

En su segunda carta a los corintios deja constancia de la importancia de que muchos den gracias a Dios por el don que les ha sido concedido a él y sus colaboradores (2 Co.1:11). Da gracias por los filipenses cuando se acuerda (plena honestidad apostólica, consciente de la posibilidad de olvidar de hacerlo) rogando por ello (Fil.1:3). También da gracias por los hermanos en Colosas (Col.1:3), y lo hace con gozo (Col.1:12). El inicio de sus oraciones por los tesalonicenses lo hace siempre dando gracias a Dios por ellos (1 Tes.1:2). Lo considera un deber, por cuanto la fe de los hermanos va creciendo (2 Tes.1:3). También se acuerda sin cesar de su hijo Timoteo orando por él acordándose de sus lágrimas (2 Tim.1:3,4). Y lo mismo hace por Filemón en su vida de oración al oír de su amor y la fe que tiene al Señor Jesús y los santos (Fil.1:4). La gratitud fue su prioridad.

         La transformación del apóstol Pablo lo hizo vivir siempre agradecido.

GRATITUD Y ALABANZA (86) – La práctica apostólica (6)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (6)

… Luego fuimos a Roma, de donde, oyendo de nosotros los hermanos, salieron a recibirnos hasta el foro de Apio y las Tres Tabernas; y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento (Hechos 28:14,15).

El gran apóstol de los gentiles fue ministrado con ánimo y aliento por el trato recibido por los hermanos que le recibieron. No hay nadie en este mundo que no sea reparado en su desaliento ante las muestras sinceras de gratitud. Somos susceptibles y vulnerables ante las muestras de afecto. Las necesitamos. El apóstol también lo fue y las necesitó. La congregación de Filipos fue una terapia reparadora para el alma cansada del viejo apóstol. Así lo expresó: En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estáis solícitos, pero os faltaba la oportunidad… Y después de afirmar su determinación para aceptar todo tipo de circunstancias, placenteras y de adversidad, reconociendo que su fuerza radica en el poder del Señor que lo fortalece, añade: Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación (Fil.4:10-14).

Pablo no era un súper-apóstol, ni un supermán autosuficiente, necesitaba también el aliento de los hermanos, su ayuda práctica y espiritual. Cuando llegó a Roma, después de un viaje que estuvo a punto de costar la vida a más de doscientas personas, cuando vio a los hermanos y su actitud hacia él, dio gracias a Dios y cobró ánimo. El apóstol más incomprendido y peor interpretado de todos los tiempos tenía la práctica habitual de dar gracias. Lo veremos dentro de poco en algunos de sus escritos. Cobró aliento después de agradecer el trato que le dieron quienes salieron a recibirlo al Foro de Apio en la antesala de su llegada a la ciudad imperial. El viaje que lo llevó allí estuvo a punto de costarle la vida; en cierta ocasión perdieron la esperanza de salvarse del naufragio, pero una vez pasada la tormenta se elevó su espíritu ante aquella congregación improvisada de la peor especie (recuerda que la mayoría eran personas condenadas o en vías de serlo) para tomar el pan y dar gracias a Dios en presencia de todos (Hch.27:35).

Después de este acto sencillo y poderoso a la vez, la atmósfera de aquel barco cambió completamente. De tal forma que las personas que le acompañaban en su prisión tuvieron mejor ánimo. Satisfechos y cambiados en su estado anímico, se dispusieron a aligerar la nave afrontando el último tramo de aquella travesía exhausta que los llevó con vida a la capital del Imperio Romano. Vemos un corazón agradecido que influye en el entorno que le rodea y trae aliento a sus semejantes en las peores circunstancias. Esta es la práctica apostólica, ahora veremos algunas de sus enseñanzas que la sustentan.

         La gratitud contiene la fuerza vital para cambiar las circunstancias.

GRATITUD Y ALABANZA (85) – La práctica apostólica (5)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (5)

Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley (Hechos 21:20).

El apóstol Pablo no era un llanero solitario. No realizó su ministerio como un verso suelto, sino que sujeto al Señor que lo llamó, sometía también su obra a los líderes de la congregación en Jerusalén. Después de varios viajes  misioneros acumulando experiencias y estableciendo congregaciones en muchas ciudades estratégicas, llegó a la capital del evangelio (no Roma, sino la ciudad del gran Rey Mt.5:35 y Sal.48:2), y presentar ante los hermanos que lo recibieron con gozo, ante Jacobo —baluarte de la iglesia en Jerusalén— y los ancianos, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio (Hch.21:17-19). Entonces, y aquí la reacción de todos los responsables y líderes de aquella primera congregación, cuando lo oyeron, no se llenaron de envidia, o hicieron preguntas capciosas para minimizar la extensión del llamamiento de Pablo a los gentiles, sino que habiendo oído las obras de Dios entre los gentiles —aquellos judíos con una herencia de supremacía racial sobre las demás naciones— glorificaron a Dios. Dieron gloria al Señor gozándose por lo que había hecho mediante el ministerio de Pablo y sus colaboradores. Todo un ejemplo para nosotros que debemos seguir como practicantes de la fe apostólica.

Inmediatamente, los responsables de la iglesia en Jerusalén contaron también al apóstol de los gentiles que había en aquella ciudad eterna miles y miles de judíos que habían creído en Jesús como el Mesías, sin renunciar a sus raíces fundamentadas en la ley de Moisés. Sin embargo, en toda esta gran obra había crecido la levadura también. En toda multitud es imposible que no haya tropiezos (Lc.17:1). Y los hubo asimismo en Jerusalén. Se les había informado que Pablo enseñaba a todos los judíos entre los gentiles a apostatar de Moisés. Argumento falaz sin medida. Pero había calado entre muchos que se dispusieron a perseguir al apóstol y que ahora nos narra el libro de los Hechos.

Lo que quiero reseñar aquí es la actitud de los líderes de un lado y otro. Ambos se mostraron agradecidos por las obras que Dios había hecho entre judíos y gentiles. A pesar de la complejidad de ciertos temas, siempre difíciles de conciliar, prevaleció el espíritu de dar gloria a Dios por el avance del reino entre las naciones. Es inevitable que vengan tropiezos. La historia de la iglesia nos enseña que han venido en abundancia a lo largo de los siglos, pero deberíamos aprender de la práctica apostólica siendo agradecidos a Dios y alabarle por sus obras en todo lugar y situación.

         Las diferencias doctrinales no deben apagar nuestra gratitud y alabanza.

GRATITUD Y ALABANZA (84) – La práctica apostólica (4)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (4)

Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios, y los presos los oían (Hechos 16:25).

Estamos hablando de la práctica apostólica, tendremos ocasión más delante de pararnos en sus enseñanzas, pero ahora nos fijamos cuál era la actitud de los apóstoles y discípulos en el primer siglo en medio de la oposición y persecución que experimentaron. Cómo afrontaron la hostilidad de los poderes infernales que se oponían al avance del evangelio libertador. Pablo y Silas habían predicado el mensaje con valentía en Filipos, provincia de Macedonia, y como consecuencia ahora se veían privados de libertad, magullados y azotados con varas. Una vez introducidos en lo más hondo de la mazmorra, asegurados los pies en el cepo, tras evaluar someramente la situación en la que estaban, optaron por una estrategia innovadora y vanguardista. En lugar de seguir en las tradicionales quejas por el maltrato recibido, alzaron su voz al cielo y comenzaron a orar y cantar himnos a Dios en voz alta. Su voz era tan firme y sonora que los demás presos los oían, seguramente con asombro. Aquí tenemos un ejemplo evidente de la diferencia entre la estrategia divina y las humanas.

La manera de pensar del sistema de este mundo racional y la poderosa renovación de la mente cristiana. Locura para el mundo, pero para los llamados, poder de Dios. Fue la misma estrategia «irracional» que el Señor dio a Josué para que cayeran los muros de Jericó. El mismo patrón que siguió el rey Josafat cuando rodeado de enemigos amenazando con devastar el reino de Judá, elevó su oración al cielo en medio de grandes temores, confiando en sus profetas y poniendo en marcha una potente alabanza ante el trono de la gracia. Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, YHVH puso contra los hijos de Amón, de Moab  y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros (2 Cr.20:22). Hubo una gran victoria para el pueblo que aceptó el patrón de Dios. Tal vez Pablo y Silas comentaron estos episodios de la Escritura estando en la cárcel, y estimulados por aquellas victorias, en lugar de quejas elevaron sus oraciones y alabanzas al trono de Dios, al mismo Dios de Josué y Josafat.

La respuesta fue también en esta ocasión sobrenatural. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían… Abiertas las puertas y soltadas las cadenas pudieron exhortar al carcelero que no se hiciera daño, sino que él mismo fuera rescatado de su propia cárcel creyendo en el Señor Jesucristo, con toda su casa. La injusticia de su detención y los golpes recibidos no impidieron que su potente alabanza liberara la salvación.

         Cuando la gratitud está presente las cadenas y murallas caerán.  

GRATITUD Y ALABANZA (83) – La práctica apostólica (3)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (3)

Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios (Hechos 10:46).

El evangelio fue abriéndose camino desde la ciudad de Jerusalén hacia el entorno más cercano, expandiéndose hasta lo último de la tierra, como les había dicho el Maestro. Felipe lo llevó a Samaria, donde encontró una actitud claramente abierta al mensaje redentor. La estrategia que Jesús les dio a los apóstoles fue: recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hch.1:8). Primeramente se asentó ampliamente entre los judíos, luego llegó a Samaria, y ahora tocaba alcanzar a los gentiles, porque la promesa era para vuestros hijos, para todos los que estaban lejos, y para cuántos el Señor Dios llamare (Hch.2:39).

El Espíritu Santo unió dos ciudades (Jope y Cesárea), mediante dos hombres que oraban (Pedro y Cornelio), y una visión complementaria que puso en marcha la extensión del evangelio a los gentiles. Cornelio, un centurión romano, varón piadoso, que mantenía una vida constante de oración y ofrendas, recibió a un ángel del Señor para que enviara llamar a Pedro y éste le hablaría palabras por las cuales recibiría la salvación él y su casa (Hch.11:14). Pedro por su parte, sin entender muy bien aún la estrategia del Espíritu, se puso en marcha hacia la casa de Cornelio. Después de los saludos y compartir las experiencias que ambos habían tenido, el apóstol comenzó su mensaje anunciado el evangelio de la gracia de Dios, reconociendo que la amplitud de miras del cielo era mayor que la suya, por cuanto, como judío, mantenía ciertas ataduras tradicionales para entrar en casa de gentiles y se extendiera el mensaje más allá de los límites nacionales.

Mientras Pedro hablaba la palabra de Dios, el Espíritu Santo fue derramado sobre los congregados de la misma manera como lo había sido entre los discípulos el día de Pentecostés. Pedro se apartó del centro de la escena para dar lugar a la manifestación del Espíritu. ¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios? (Hch.11:17). ¿Cómo supieron que el Espíritu había sido derramado sobre ellos? Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. La enseñanza apostólica dice que el que habla en lenguas, no habla a los hombres, sino a Dios; habla misterios y se edifica a sí mismo (1 Co.14:1-4). Los gentiles lo estaban experimentando en casa de Cornelio y poniendo buen fundamento para una vida de gratitud y alabanza a Dios con todo el potencial que el Espíritu pone a nuestro alcance. El liderazgo en Jerusalén también reconoció este hecho y glorificaron a Dios (Hch.11:18).

         El Espíritu Santo nos llenará de gratitud y alabanza obedeciéndole.  

GRATITUD Y ALABANZA (82) – La práctica apostólica (2)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (2)

Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto durmió (Hechos 7:60).

La persecución desatada en Jerusalén no fue cosa de un día, ni dos. Tampoco era un poco de presión social para que las cosas volvieran a su cauce habitual. Se trataba de vida o muerte en muchos casos. Como ocurre hoy en muchas de las naciones de la tierra. La mayor persecución —silenciada vergonzosamente por los medios mundialistas— es la de los cristianos. Estaba profetizado por el Maestro: Os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre (Mt.24:9). En otra ocasión les dijo que si a él le habían perseguido, también a ellos los perseguirían, el siervo no es mayor que su señor—, de la misma manera si habían recibido su palabra, también recibirían la suya (Jn.15:20). Por tanto, el cristianismo siempre ha sido perseguido por los sistemas de este mundo, y en la actualidad también. Otra cosa es cuando se ha unido al poder político cruzando del bando de los perseguidos a los perseguidores.

Aquí estamos ante un testigo de Jesús que después de exponer los argumentos irrefutables, según las Escrituras, que Yeshúa era Mesías anunciado por Moisés, recibió la oposición frontal de un grupo de judíos fanatizados por la intolerancia religiosa. Y no pudiendo resistir la sabiduría y al Espíritu con que hablaba, arremetieron contra él, y echándole fuera de la ciudad le apedrearon, mientras Esteban, lleno del Espíritu Santo, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios. El contraste no puede ser más evidente. La tierra apedrea la revelación del cielo. Pero el cielo se pone en pie para recibir al testigo de la verdad que entrega su vida, como su Maestro, con un corazón rendido a la voluntad de Dios, elevando su oración para que no se tomara en cuenta el pecado de sus compatriotas convertidos ahora en verdugos implacables. ¡Cuántas veces se ha repetido esta historia!

El espíritu dulcificado de Esteban por la presencia del cielo en sus ojos, rogaba por sus enemigos siguiendo el ejemplo de su Señor en la cruz del Calvario. Solo un corazón fundido con el de su Maestro en gratitud y alabanza puede afrontar semejante contrariedad sin desfallecer en su ánimo. El espíritu de alabanza y gratitud es más fuerte que los demonios de rencor y amargura. La gratitud embellece el rostro con la gloria celestial. ¡Cuánta ingratitud tiene su fundamento en las raíces de amargura anidando en el corazón, y cuánto resentimiento impiden la belleza de un rostro agradecido. Nuestro alejamiento de la práctica apostólica nos impide el resplandor de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.

         La gratitud potencia la fuerza del perdón en cualquier circunstancia.

GRATITUD Y ALABANZA (81) – La práctica apostólica (1)

GRATITUD Y ALABANZA - 1HECHOS – La práctica apostólica (1)

Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios (Lucas 24:52,53).

El don inefable y glorioso acabó su obra y fue entronizado en el cielo. Ahora tocaba el turno a los discípulos que durante tres años habían sido preparados para la obra que se les había encomendado. De la misma manera que el Padre encomendó la misión al Hijo, ahora el Maestro ha comisionado a los apóstoles para realizar la obra de Dios mediante el poder del Espíritu Santo que debían esperar en la ciudad de Jerusalén. La obediencia los condujo al templo para esperar del cielo al Consolador, el Espíritu de verdad que los guiaría a toda verdad, les recordaría las cosas que el Señor les había enseñado y los capacitaría para ser sus testigos ante el pueblo de Israel y las naciones del mundo.

La actitud de los discípulos fue de alabanza y gozo mientras esperaban el cumplimiento de la promesa. Habían superado el temor y la incredulidad de los días previos, la gran hora de la prueba que vino sobre ellos cuando fueron zarandeados, introducidos en el día de más densa oscuridad, habían visto al Maestro resucitado, y tras algún tiempo de titubeo y perplejidad, comieron con él y oyeron durante cuarenta días sus enseñanzas sobre el reino de Dios. Ahora llenos de gozo y alabanza esperan. Tienen esperanza.

Y venido el día de Pentecostés, todos fueron llenos del Espíritu y comenzaron su labor de anunciar el evangelio, el mensaje más poderoso que ha conocido la humanidad. La alabanza fue un factor predominante en aquellos días. Alababan a Dios y tenían el favor de todo el pueblo (Hch.2:47). Dios daba testimonio a su palabra concediendo que se hicieran milagros y sanidades por mano de los apóstoles (Mr.16:20). Un cojo de nacimiento fue sanado a la puerta del templo y se juntaron las multitudes. Pedro lo aprovechó para seguir proclamando la palabra. El cojo sanado entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios (Hch.3:8). Y todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios.

El movimiento iniciado con Juan el Bautista y establecido por el Mesías no solo no se detuvo, sino que siguió avanzando poderosamente en Jerusalén, por ello las autoridades pronto se sintieron amenazadas por el nuevo movimiento y trataron de frenarlo, reconducirlo o paralizarlo. Cuando vieron la firmeza de aquellos hombres y mujeres sin letras determinados a afrontar las consecuencias de su fe, los temores de las autoridades se convirtieron en persecución, y ésta no hizo más que potenciar el gozo de los discípulos, por haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre (Hch. 5:41). La alabanza y gratitud quedaron establecidas en sus vidas.

         La fe de los apóstoles fue una continuidad de la enseñanza de Jesús.