78 – Mi experiencia personal (IV)

La vida en el EspírituPor la fe Moisés, cuando era ya grande, rehusó… escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto… Por la fe salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible…  (Hebreos 11:24-27).

         Regresé a Salamanca y mantuve mi experiencia en secreto ante los hermanos que negaban doctrinalmente esta experiencia posterior a la conversión. No me metí en problemas. Seguí siendo un joven dispuesto a aceptar todas las actividades que desarrollaba la iglesia donde me congregaba. Aprendí mucho. Mi fe se fundamentó. El llamado al discipulado estaba fuertemente arraigado desde el primer día de mi conversión.

Supe en mi espíritu que regresaría a Lérida cuando la iglesia donde me había bautizado, estando en el servicio militar, comenzara una Escuela Bíblica. Para mí ese era el detonante para salir de Salamanca, dejarlo todo y encaminarme a realizar esos estudios como una nueva fase de mi vida discipular.

Después de la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo mi carácter seguía experimentando grandes luchas internas. Quería hacer el bien, pero hallaba otra ley en mis huesos que me impedía la liberación. Nunca me conformé con semejante estado. Leía la Biblia con avidez y quería experimentar Romanos 6, evitar Romanos 7 y penetrar de lleno a Romanos 8. Así pasaron los dos primeros años de mi nueva vida.

Supe que dentro de pocos meses comenzaría la Escuela Bíblica en Lérida y mi espíritu estaba afirmado en que ese sería el arranque para iniciar una nueva etapa en mi vida discipular. Significaba dejar el trabajo, un trabajo fijo como auxiliar administrativo en una de las empresas más pujantes de Salamanca. Decírselo a mi familia con el consiguiente drama familiar. Convencer a mi novia de la «locura» que estaba decidido a emprender. Y hablar con los ancianos de la congregación para informarles de mi decisión unilateral e irrevocable de salir para Lérida sin saber lo que vendría después.

Fueron semanas, −meses−, de una gran soledad y confrontación en todos los frentes que componían mi vida. El Señor me sostuvo como viendo al Invisible (Heb. 11:27). Me dio una palabra que resolvía los dos conflictos mayores que tenía: uno doctrinal y otro de dirección: «Así ha dicho YHWH, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy YHWH Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir» (Isaías 48:17). Y me fui a Lérida.

La fuerza de la convicción interior dada por el Espíritu a nuestro espíritu tiene el impulso divino para superar todas las adversidades.

77 – Mi experiencia personal (III)

La vida en el EspírituPorque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios… El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica… (1 Corintios 14:2,4).

         Los dos primeros años de mi vida cristiana transcurrieron entre dos corrientes teológicas opuestas. Por un lado el arminianismo de la congregación de Lérida donde estuve los primeros meses de mi conversión, y por otro el calvinismo sólido y doctrinal de la iglesia de Hermanos de Salamanca donde nos congregábamos. En la primera se hacía énfasis en la necesidad de ser llenos del Espíritu, en la segunda el acento era la doctrina de la salvación.

Conocedor del antagonismo que ofrecían las dos líneas teológicas denominacionales me entregué a recibir lo mejor de cada una de ellas sin entrar en controversias. En ese tiempo hice un viaje a Lérida para visitar a los hermanos. Me invitaron a predicar el domingo por la tarde en el culto principal. Como el desafío golpeó mi insuficiencia me propuse ayunar y bajar al local de culto unas horas antes para pedir al Señor el mensaje para compartir.

Estando en esa tesitura el Espíritu Santo me dijo con toda nitidez en mi corazón: «Hoy es el día para ser bautizado en el Espíritu y la experiencia de haberlo recibido será el mensaje de tu predicación». Dejé que la voz se afirmara o desvaneciera. Se hizo cada vez más fuerte en mi espíritu, por lo que acepté el desafío y me entregué de lleno a buscar la llenura del Espíritu. Estaba solo.

Eran sobre las doce de la mañana. Comencé a orar y poco después oí en mi espíritu: «A las tres comenzarás a hablar en nuevas lenguas». Fue pasando el tiempo, meditaba, oraba y la expectativa iba subiendo de nivel en todo mí ser. Creí en ello. Me veía predicando por la tarde y contando mi experiencia. Cuando llegaron las tres de la tarde me puse de rodillas y en ese mismo instante comencé a hablar en un lenguaje desconocido para mí, el fluir fue en aumento, notaba cómo mi mente no controlaba mis palabras y era mi espíritu el que había tomado el control. Así estuve hasta las cuatro de la tarde, una hora exactamente hablando en lenguas, pensando que si paraba nunca más volverían y perdería la experiencia. No fue así.

Llegó la hora de la reunión y cuando subí al púlpito prediqué sobre la experiencia de cómo había recibido la llenura del Espíritu Santo. Todos se gozaron y yo estaba inmensamente feliz. Nunca me ha abandonado este lenguaje de oración (Judas 20), ha sido y es una maravillosa ayuda en mi vida de oración personal.

               Las experiencias deben estar fundamentadas en la Escritura, y aunque puede haber falsificaciones, éstas no anulan la verdad de Dios. 

76 – Mi experiencia personal (II)

La vida en el EspírituPor tanto, todo el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mateo 10:32-33).

         El hambre de la palabra de Dios fue tan grande en mí que tardé pocos meses en leer toda la Biblia por primera vez. Subrayaba casi todo, porque todo me parecía importante. Era el pionero en mi familia. Nunca antes nadie de mi casa se había convertido al evangelio de Dios. En mi hogar no había Biblias, solo tradición religiosa. Nunca había leído la Escritura. Ahora la devoraba. Quería fundamentar mi fe sólidamente. Poder encontrar en el evangelio los pasajes necesarios para cada uno de mis estados de ánimo y circunstancias.

Vivía alejado de casa, de mi novia, y encontraba en las páginas del evangelio el agua fresca que calmaba mi sed. Salíamos a compartir la fe con otras personas en las calles de Lérida. Yo era el que impulsaba al resto de jóvenes a salir sin cobardía y testificar que Jesús está vivo. En los cultos que teníamos se hacía énfasis en ser bautizados en el Espíritu Santo. Yo comencé a leer libros cristianos de testimonio donde se contaban cosas maravillosas sobre las personas que eran llenas del Espíritu como en los días de Pentecostés.

Era un joven entusiasta, quería ser discípulo de Jesús con todas las consecuencias, pero sabía que pronto tendría que volver a Salamanca, mi ciudad natal, y dar testimonio a  mi familia del cambio que se había producido durante mi estancia en el servicio militar. Era consciente que me esperaban días de prueba, como así fue, pero por nada del mundo estaba dispuesto a negar a mi Señor. Leí las palabras de Jesús donde está escrito: «cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos». 

Con esa determinación me licencié como militar y puse rumbo a mi ciudad de origen, donde estaban todas mis raíces por generaciones, mis compañeros de trabajo, mi arraigo, mis vecinos, mi familia. El tiempo en Lérida había sido una especie de paréntesis, Dios lo permitió para fortalecerme en la fe, pero ahora tendría que enfrentarme a mí mismo, mi antiguo carácter,  mi lucha interior por querer hacer el bien, ser un buen hijo de Dios y a la vez afrontar el vituperio por mi nueva fe delante de todos mis conocidos, excepto mi novia, que también se había convertido al Señor. Mi refugio fue la Escritura y la oración. Había recibido la palabra, me faltaba recibir la llenura del Espíritu Santo para experimentar la liberación de mi carácter…

Recibir la palabra pone el fundamento para la llenura del Espíritu.

75 – Mi experiencia personal (I)

La vida en el EspírituY no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritudando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre (Efesios 5:18-20).

         La vida cristiana es vida, la clase de vida de Dios (Zoé, en griego). La vida se manifiesta de muy diversas formas, cada uno de nosotros podemos contar nuestras propias experiencias, y aunque tengamos denominadores comunes, todos tendremos aspectos únicos que hacen de la nuestra algo singular.

Como hemos estado hablando del libro de Hechos y las experiencias de algunos de los discípulos de Jesús, me vais a permitir que comparta algunas de las mías, especialmente las relacionadas con la obra del Espíritu en los primeros años de mi vida cristiana.

Me convertí en el año 1980 leyendo el Nuevo Testamento, después de un proceso de meses en los que alternaba tiempos en Salamanca al lado de mi novia (iniciamos esta andadura juntos, de forma «espontánea», y a iniciativa mas suya que mía), con otros en Lérida, donde estaba haciendo el servicio militar. Fue aquí donde comencé a leer en serio el mensaje del evangelio. Pasé varios meses de reflexión y meditación hasta que un día me hallaba en un parque de la ciudad y le dije a Dios: «Quiero trabajar en tu empresa, quiero que seas mi Jefe». Esas fueron mis palabras iniciales. Luego otro día, estando en la biblioteca de la ciudad (donde acudía diariamente a escribir poesías y otras cosas), sentí un impulso interior irrefrenable de encaminarme a una iglesia pentecostal que había cerca del cuartel; era martes. Allí comencé a congregarme los últimos meses de servicio militar.

En una de las reuniones de oración que teníamos sentí un deseo ferviente de comenzar a orar mientras un hermano hacía la reflexión bíblica antes de orar juntos. Llegado el momento me puse de rodillas y pronto comencé a experimentar una corriente espiritual que me dominaba. Mi oración fue únicamente: «Gracias, Señor». Así transcurrió todo el tiempo que duró la reunión. Los hermanos al verme en aquel estado de aparente éxtasis vinieron a orar  por mí, especialmente el pastor, para que fuera bautizado en el Espíritu Santo. No ocurrió nada más, pero sentí una liberación en mi confesión de fe, y a partir de ese día quise hablar a todo el mundo de Jesús.

Salí de aquella reunión transformado en mi interior, liberado en mi proclamación y con una oración de gratitud que me ha acompañado toda mi vida: «Gracias, Señor». Una nueva valentía se había apoderado de mí para dar testimonio del evangelio de Jesús. A partir de aquel momento fue una de mis actividades preferidas.

Somos llenos del Espíritu, dice Pablo, dando siempre gracias por todo.

EXPERIENCIAS PERSONALES

La vida en el EspírituEXPERIENCIAS PERSONALES

         En las siguientes cinco meditaciones quiero compartir algunas de mis experiencias personales, especialmente aquellas que tuvieron lugar al inicio de mi vida cristiana. El propósito no es otro que certificar cómo la enseñanza recibida influye sobre las experiencias. Toda experiencia cristiana debe tener el fundamento de la Escritura para poder andar sobre terreno seguro. Por otro lado, si hay áreas en nuestras vidas donde la palabra de Dios no ha sido sembrada será difícil que pueda haber resultados. Dios primero envía su palabra, y ésta se abre camino en los corazones que la reciben y dan fruto para su gloria.

         La obra del Espíritu Santo ha sido fundamental en mi desarrollo al discipulado. Mi carácter fue liberado y cambiado para siempre después de algunas de las experiencias que a continuación comparto con vosotros en libertad y para honrar al Dador de la vida. Las experiencias no son doctrina, y varían de unos a otros, pero la buena enseñanza bíblica siempre pone un fundamento estable para poder vivir la voluntad de Dios.

  1. Mi experiencia personal (I) (Ef.5:18-20)
  2. Mi experiencia personal (II) (Mt.10:32,33)
  3. Mi experiencia personal (III) (1 Co.14:2,4)
  4. Mi experiencia personas (IV) (Heb.11:24-27)
  5. Mi experiencia personal (V) (Jn.3:8)

Nota: Las enviaré de lunes a viernes la próxima semana.

74 – El final del libro de los Hechos

La vida en el EspírituY Pablo se quedó por dos años enteros en la habitación que alquilaba, y recibía a todos los que iban a verlo, predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo (Hechos 28:30-31).

         Hemos hecho un recorrido amplio por el libro de los Hechos de los apóstoles que algunos dan en llamar los hechos del Espíritu Santo. Contextualizando este recorrido con el tema principal que estamos viendo ¿qué es el hombre? podemos notar que la acción del Espíritu de Dios sobre el hombre caído, ahora redimido y lleno del Espíritu, ofrece una transformación sobrenatural que no puede pasar inadvertida. El Padre no solo nos ha sellado con el Espíritu, sino que ha enviado la promesa de ser investidos de poder de  lo alto, llenos del Espíritu, para que los discípulos realicen su llamado.

Hemos visto que hay un proceso de capacitación en la vida del discípulo corroborado por diversas experiencias en distintos lugares. El día de Pentecostés fueron llenos del Espíritu con manifestaciones de hablar en nuevas lenguas. Volvieron a ser llenos poco después en una reunión de oración en medio de la persecución que se desató inmediatamente (Hch.4:31). Escogieron a siete hombres para servir a las viudas, varones llenos del Espíritu Santo y de fe. En Samaria Felipe predicó el evangelio con señales y prodigios, recibieron la palabra, pero necesitaban recibir posteriormente el Espíritu mediante la imposición de manos de los apóstoles Pedro y Juan. Saulo se convirtió en Pablo pero hasta tres días después no fue lleno del Espíritu, una vez que el discípulo Ananías fuera enviado por el Señor para que orara por él con imposición de manos. Luego encontramos a Cornelio y los reunidos en su casa escuchando el evangelio en boca de Pedro y en medio de su predicación fueron llenos del Espíritu como el día de Pentecostés, lo supieron porque los oían hablar en lenguas y exaltar a Dios.

El Espíritu Santo tomó la iniciativa misionera y apartó a Bernabé y Saulo para ir a las naciones gentiles. En Efeso había discípulos que nunca habían oído hablar del Espíritu Santo, cuando Pablo les habló y oró por ellos vino el Espíritu y hablaban en lenguas y profetizaban, predicando el evangelio en toda Asia Menor. Al final del libro Pablo está en Roma durante dos años predicando el reino de Dios y enseñando lo concerniente al Señor Jesucristo. Después puede ser que llegó a España con el mensaje de salvación… ese fue su anhelo.

         El libro de Hechos está lleno de experiencias producidas por el Espíritu Santo en la vida de aquellos que obedecen a Dios.

73 – De Jerusalén a Roma. El tiempo de los gentiles

La vida en el EspírituY al no estar de acuerdo entre sí, comenzaron a marcharse después de que Pablo dijo una última palabra: Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta… Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán. Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí (Hechos 28:25-29).

         Tenemos a Pablo en la capital del Imperio Romano. Vive en una casa alquilada durante dos años predicando el reino de Dios. El viaje hasta allí estuvo marcado por una cadena de aflicciones continuadas. Se había cumplido el testimonio que el Espíritu Santo había dado que le esperaban prisiones y aflicciones. Sin embargo, el Señor le libró y ahora se encuentra en Roma donde el apóstol siempre había querido llegar. Tal vez el viaje no fue como él imaginó pero al fin y al cabo allí estaba. Los últimos capítulos del libro de Hechos narran con todo lujo de detalle este episodio de la vida de Pablo.

La predicación del evangelio comenzó en Jerusalén, donde surgió una gran congregación de discípulos que llevaron el mensaje a otras ciudades. Ahora el apóstol de los gentiles está en la capital del mundo gentil. Los judíos de Roma se mostraban reacios al evangelio, Pablo se esforzó en persuadirles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía, pero otros no creían (Hch.28:23-25). Cuando el grueso de los que vinieron a oírle comenzó a marcharse, el antiguo discípulo de Gamaliel los despidió con estas palabras: «Bien habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio de Isaías el profeta, diciendo: el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, y con dificultad oyen con sus oídos; y sus ojos han cerrado».

La puerta del evangelio a los judíos iba cerrándose —por el endurecimiento de su corazón— y la de los gentiles se abría cada vez más. Comenzaba así lo que en la Biblia se conoce como el tiempo de los gentiles. Un tiempo donde el evangelio alcanzaría a las naciones gentiles, y el pueblo de Israel se enrocaría sobre la Toráh y la sinagoga (una vez destruido el templo en el año 70 d.C.) alejada del mesianismo de Jesús, aunque fue en la capital de Judea donde tuvo su origen la proclamación de la buena nueva. Fue allí donde el Espíritu Santo había descendido, pero ahora Roma y otras ciudades (Antioquia, Éfeso, Alejandría) tomarían el relevo en la propagación del evangelio del reino. Pablo lo expuso a la comunidad judía de Roma con estas palabras: «Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí oirán»

         El viaje de Pablo a Jerusalén y de aquí a Roma es una señal de cómo iba a cambiar el centro del evangelio de los judíos al mundo gentil.

72 – Una aparente contradicción del Espíritu

La vida en el EspírituDespués de hallar a los discípulos, nos quedamos allí siete días, y ellos le decían a Pablo, por el Espíritu, que no fuera  a Jerusalén (Hechos 21:4).

         El viaje de Pablo a Jerusalén revela algunas verdades que debemos meditar. Por un lado sabemos que en el corazón del apóstol se había fijado este propósito, no era un capricho ni un alarde, le había sido impuesta necesidad, como en el caso de predicar el evangelio (1 Co.9:16). Por otro, tenemos a los hermanos queriendo influir en el apóstol para que cambiara de parecer, puesto que sabían lo que le esperaba. Pablo tenía el testimonio en su espíritu de lo que le aguardaba en Jerusalén; el mismo Espíritu le daba testimonio de prisiones y aflicciones. La acción del Espíritu en otros hermanos confirmaba que no fuera a Jerusalén, pero él ya había tomado su decisión, y aunque apreciaba el amor de los hermanos, no estuvo dispuesto a ceder. La presión subió de tono cuando un profeta llamado Agabo llegó a la ciudad de Cesárea, donde vivían Felipe y sus cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). Este Agabo tomó el cinto de Pablo, «se ató las manos y los pies, y dijo: Así dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles» (21:11).

Oyendo esto muchos lloraban y rogaban a Pablo que no subiera a la ciudad. El impacto emocional tuvo que ser muy fuerte, pero aquí se levantó una vez más la fortaleza de espíritu del apóstol para decir: «¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (21:13). Esta es la voz de un discípulo de Jesús. La firmeza de Pablo doblegó el afecto de los hermanos concluyendo que no se dejaba persuadir, por tanto, callaron, diciendo: «Que se haga la voluntad de Dios».

¡Qué situación! Pablo podía haber evitado con dignidad y apoyo las aflicciones que le esperaban en Jerusalén, sin embargo, escogió ser maltratado con el pueblo de Dios, porque tenía puesta la mirada en el galardón, como Moisés (Heb. 11:24-26). Los hijos de los profetas decían a Eliseo: «no sabes que hoy te quitarán a tu señor; si, ya lo sé —respondía él— callad». Ese conocimiento le aferró más aún a su maestro Elías. Pablo hizo lo mismo. En ocasiones podemos escoger el camino fácil, la retirada con honores, incluso con el testimonio interior del Espíritu, pero el hombre espiritual, fortalecido con una fe inquebrantable avanza hacia «su» Jerusalén con determinación. Puede haber contradicción, tal vez, pero después queda Roma, y quién sabe si España…

         La vida llena del Espíritu supera los afectos humanos y va más allá de la voluntad permisiva de Dios para alcanzar su voluntad perfecta.

71 – Supervisores de la grey de Dios

La vida en el EspírituTened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre (Hechos 20:28).

         Hemos cambiado la aflicción del evangelio por el reconocimiento de un título que nos da preeminencia y dominio sobre la grey de Dios. Esto está ocurriendo en demasiados lugares en este mismo momento. Por ello quiero pararme unos instantes en el texto que nos ocupa.

Pablo está de viaje hacia Jerusalén y sabe lo que le espera: prisiones y aflicciones. Ha reunido a los ancianos en Mileto para dejarles su último mensaje (Hch.20:17). No volverán a ver su rostro más (20:25). Les da testimonio de que es inocente de la sangre de todos, pues no ha rehuido declararles todo el consejo o propósito de Dios (20:26,27). Sabe que después de su partida entrarán lobos rapaces que no perdonarán el rebaño, incluso de entre ellos mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos (20:29,30). Me recuerdan las despedidas de Moisés y Josué ante el pueblo de Israel. Todos ellos anticiparon tiempos de desobediencia después de sus partidas, por ello pusieron mucho énfasis en la calidad de los obreros fieles para sostener la verdad en medio del levantamiento de la cizaña inevitable.

Pablo les dice que tengan cuidado de ellos mismos, allí se debe fundamentar el éxito de mantener la verdad de Dios para pasarla a la siguiente generación. El obrero del Señor debe guardarse a sí mismo. Lo repetiría a Timoteo (1 Tim.4:16). Sobre esa premisa se fundamenta el poder guardar la grey de Dios. Procura, con diligencia, presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse y que usa bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15). El carácter del obrero es vital para que pueda realizar el cometido asignado por el Espíritu Santo: pastorear la grey de Dios.

Hemos puesto el énfasis sobre el título «epískopos», traducido por obispo, y que significa supervisor, pero ese no es el énfasis de la Escritura, sino la función. La grey, −congregación−, ha sido comprada por la sangre del Cordero, no es propiedad del pastor de la iglesia local. El celo equivocado nos ha llevado en muchos casos a confundir nuestra función con disputas por nuestra posición. El obispo, anciano o pastor es un supervisor de la grey que es de Dios, y debe cumplir su cometido con fidelidad al Señor de la iglesia y no levantarse él mismo como «señor» del pueblo.

         El Espíritu Santo asigna funciones, no títulos, para que cada uno, según el don recibido, sirvamos a la congregación del Señor con fidelidad a Dios.

70 – El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu

La vida en el EspírituY ahora, he aquí que yo, atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá, salvo que el Espíritu Santo solemnemente me da testimonio en cada ciudad, diciendo que me esperan cadenas y aflicciones… (Hechos 20:22-23).

         Escuchando los mensajes que se dan a muchos hermanos en esos cultos donde «abundan» las profecías, veo que predomina un tipo de mensaje de este estilo: «Dios te va a usar en grandes cosas, irás a otras naciones con el evangelio y Dios hará grandes cosas a través de ti», o similares. Un porcentaje demasiado elevado son palabras infladas dirigidas a hinchar el ego más que a producir la exhortación para ser un discípulo del Señor en cualquier tipo de circunstancias.

Pablo salió de Éfeso, −un lugar donde había vivido momentos de gran testimonio del evangelio−, y se dirigió a Jerusalén, donde sabía le esperaban cadenas y aflicciones, así como una gran resistencia a su mensaje. Dice: «atado en espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que allá me sucederá». Sabe con certeza que no puede escapar de acudir a la ciudad donde estaba la primera congregación, y también el epicentro de sus mayores detractores. Jesús también afirmó su rostro para ir a Jerusalén cuando le llegó el tiempo (Lc. 9:51 LBLA). Pablo seguía a su Maestro. Lo hacía atado en espíritu, sin otra alternativa y sin saber con claridad lo que allí le esperaba, aunque tenía el testimonio del Espíritu de que le esperaban cadenas y aflicciones.

Meditemos. El Espíritu Santo daba testimonio al espíritu de Pablo de que se encaminaba directamente a experimentar tiempos de tribulación. ¡Qué gran debate en la iglesia de hoy sobre si la iglesia pasa o no por la gran tribulación! Pablo se encaminaba directamente a ella, lo hacía atado en espíritu y además el Espíritu Santo se lo confirmaba. La nube se había levantado para el apóstol de los gentiles. Dejando atrás la ciudad de Éfeso, donde era reconocido y aceptado ampliamente, se encamina a la ciudad donde sería rechazado, odiado y amenazado de muerte. Jesús también sabía que en Jerusalén le esperaban la cruz, la muerte… y la resurrección. Pablo supo que seguía a su Maestro y nos dejó una declaración para enmarcar cuando los discípulos quisieron impedir que viajara a la capital de Israel: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el  ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hch. 20:24).

         A todos nos llega el tiempo cuando el Espíritu Santo nos guía a nuestra Jerusalén sin que podamos eludirla; y atados en espíritu no podamos evitarla.