106 – El don de discernimiento de espíritus

La vida en el Espíritu… A otro, discernimiento de espíritus… (1 Corintios 12:10).

         Vivimos tiempos de gran confusión y mezcla, que, aunque no es nada nuevo, sí lo es en su amplitud y predominio. Jesús dijo que en los últimos tiempos habría un aumento de la maldad, y el amor de muchos se enfriaría (Mt. 24:12).

Cada vez el engaño se hace más sutil, la mezcla y la imitación más refinada, por lo que es imprescindible para la iglesia del Señor manifestar la necesidad de todos los dones en general y este que nos ocupa en particular.

Nuestra lucha es contra «huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Ef.6:12). No podemos ignorar sus maquinaciones (2 Co.2:11). Necesitamos el don de discernimiento de espíritus. El apóstol Juan nos dice que no creamos a todo espíritu, sino que probemos los espíritus, si son de Dios (1 Jn.4:1), porque hay muchos falsos profetas en el mundo.

A veces la confusión se da entre los mismos hermanos y discípulos. Jesús tuvo que decirles en una ocasión a los suyos «de que espíritu sois» (Lc.9:55), porque habían confundido las cosas. Por tanto, tenemos que discernir los espíritus en las personas, y también en aquellos que predican y enseñan, esto fue lo que hicieron los ilustres hermanos de Berea al mismísimo Pablo.

El apóstol de los gentiles discernió que los gálatas habían sido fascinados por falsos predicadores (Gá.3:1). Hoy parece que la ingenuidad es de tal magnitud que cuando alguien usa términos bíblicos o religiosos los damos por buenos sin más. Necesitamos discernir, y esto viene por la madurez de los creyentes (Heb. 5:14).

También hay el don de discernimiento en algunos hermanos. Lo vemos en Pablo cuando entendió quien operaba detrás de la chica que les presentaba como «siervos del Dios Altísimo, quienes os proclaman el camino de salvación» (Hch. 16:17) y era un espíritu de adivinación; «esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, se volvió y dijo al espíritu: ¡Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella! Y salió en aquel mismo momento». También supo discernir quién actuaba en Elimas el mago en la isla de Chipre (Hch.13:4-12).

Pedro lo tuvo cuando supo del engaño de Ananías y Safira, también en el caso de Simón el mago en la ciudad de Samaria. Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis».

Están de moda los títulos de apóstol y otros, pero debemos probar si son apóstoles o no lo son, sino mentirosos (Apc.2:2). Hay «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo» pero no lo son (2 Co.11:13-15). Babilonia y su mezcla han rebrotado.

         Discernir los espíritus en las personas es vital para el avance de la verdad del evangelio en las naciones. El engaño es masivo, el don necesario.

105 – El don de profecía

La vida en el Espíritu… A otro, profecía… (1 Corintios 12:10).

         Este es uno de los dones del que tenemos más enseñanza e instrucción. Antes de nada debemos decir que profetizar no te hace profeta, el don es una manifestación puntual, mientras que el profeta es una función ministerial dada por Dios desde el vientre de la madre.

Este don puede avanzar información futura, como en el caso del profeta Agabo (Hch. 21:10-11), pero sobre todo tiene que ver con la edificación, exhortación y consolación de los hermanos (1 Co.14:3). Es, pues, un don, no para dirigir la vida, sino para estimular, reafirmar, consolar, en definitiva edificar la fe. Como está escrito: «Siendo Judas y Silas también profetas, exhortaron y confortaron a los hermanos con un largo mensaje» (Hch. 15:32). Aquí tenemos un ejemplo de cómo la predicación puede ser también una forma de profetizar para estimular y animar a los hermanos.

Felipe, el evangelista, tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban (Hch. 21:8-9). El día de Pentecostés vino el Espíritu Santo y «vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aún sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de mi Espíritu en esos días, y profetizarán» (Hch. 2:16-18).

Una vez más hay que recordar que puede haber excesos, mezclas y confusiones, por eso dice el apóstol que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; porque Dios no es Dios de confusión, sino de paz» (1 Co.14:32-33).

Las profecías no deben guiar nuestra vida, sino el Espíritu Santo; pero el Espíritu puede usar la profecía para incentivarla (1 Tim. 1:18). No debemos menospreciarlas (1 Tes. 5:19-20). Hay que probarlas (1 Co.14:29); y siempre contrastarlas con la verdad revelada en la Escritura; nunca la profecía puede contradecirla, no es de interpretación privada o personal, sino que debe estar íntimamente ligada al Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21).

Jesús es el cumplidor de profecías. El Mesías es el centro de toda profecía, porque en él tenemos toda la plenitud, es quién abre los sellos, las trompetas y las copas que nadie puede abrir (Apc. 5:1-5); «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía» (Apc. 19:10). Se nos insta a buscar este don (1 Co.14:1), y debemos usarlo conforme a la medida de fe recibida (Ro.12:6). Por tanto, el don de profecía incluye dar un mensaje directo como una predicación elaborada.

         No debemos temer el don de profecía, debemos usarlo bajo la guía del Espíritu, y siempre probar su mensaje según las Escrituras. Si así lo hacemos habrá paz, edificación, consolación, exhortación y edificación.

104 – El don de milagros

La vida en el Espíritu… A otro, poder de milagros… (1 Corintios 12:10).

         Recordemos el inicio de la exposición del apóstol Pablo en este capítulo. «En cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos». El apóstol quiere que no ignoremos los dones, y además relaciona el hacerlo con regresar al paganismo, donde se adoran ídolos mudos, sin vida; por el contrario el evangelio es poder de Dios para salvación, y al predicarlo se debe hacer «con el poder de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios» (Ro.15:19).

En otro lugar dice: «Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co.2:4-5). El evangelio es de Dios. Es sobrenatural. Depende del Espíritu Santo, no de nuestras fuerzas. Por ello el mismo Espíritu distribuye dones para llevarlo a cabo. Uno de ellos es el don de milagros.

Está escrito que «Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo…» (Hch. 19:11). Un milagro es una obra sobrenatural que sobrepasa las posibilidades humanas. Jesús cambió el agua en vino, milagro. Dio de comer a multitudes con unos pocos panes y peces, milagro. Anduvo sobre las aguas, milagro. El sol y la luna se pararon cuando Dios atendió la voz de Josué, milagro. Moisés extendió su vara y el mar se abrió, milagro. La Biblia es un libro de milagros. La salvación de muerte a vida por la regeneración es un milagro fundado sobre la muerte expiatoria y el milagro de la resurrección de Jesús.

Si despojamos el evangelio de los milagros nos quedará metal que resuena y címbalo que retiñe. Estos dones son del Espíritu para ser manifestados en su voluntad específica. No debemos oponernos a ellos, sino someternos al Espíritu y ser canales de bendición, no de exaltación propia, sino con temor y temblor (1 Co.2:3-4).

Puede haber excesos, pero, una vez más, eso no anula la verdad revelada. Los dones más espectaculares precisan, si cabe, un vaso más refinado para no corromperse y hacer un mal uso del don. El abuso trae deshonra al evangelio; la falta de uso nos limita y nos devuelve al paganismo. La carencia en la enseñanza de esta verdad tendrá como resultado la ausencia de dones. No podemos ir más allá de lo que creemos, y la fe viene por el oír la palabra de Cristo.

         Deberíamos arrepentirnos de nuestra incredulidad en algunas verdades que son el consejo de Dios y que impiden el avance de su reino en la tierra.

103 – El don de sanidad

La vida en el Espíritu… A otro, dones de sanidad por el único Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         El tema de la sanidad divina es complejo de forma recurrente. Ha habido malas experiencias, excesos, desequilibrios, espectáculo y aprovechamiento que ha llevado a buena parte de la iglesia actual a moverse en dos extremos: por un lado los que abusan de un tema tan sensible y que incluye mucho dolor, y por otro, quienes huyen de él para evitar las dificultades que puede acarrear. Ambos extremos son contrarios a la verdad bíblica.

Vayamos por partes. La voluntad de Dios es sanar, por eso ha dado este don a la iglesia. Lo vemos en el ministerio de Jesús, el cual es el reflejo exacto de la voluntad de Dios en la tierra. «Y Jesús iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. 4:23-24).

La sanidad está incluida en la redención. «Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades» (Mt.8:16-17 con Is.53:3-6).

Jesús enseñó a sus discípulos que ellos también harían las mismas obras, incluso mayores (Jn.14:12); el libro de los Hechos lo pone de manifiesto de forma inequívoca.

El apóstol Pedro les dice a los reunidos en la casa de Cornelio que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo y con poder, y este anduvo haciendo bienes, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch. 10:38). Por tanto, la predicación del evangelio debe incluir orar por los enfermos y echar fuera demonios. Este es el equipo de dones para el ministerio evangelístico (1 Co.12:28).

El mismo Espíritu ha dado dones de sanidad a ciertas personas para que su predicación incluya sanidades. No todos tienen este don, tampoco todos se sanan, muchos regresan a sus casas enfermos; entrar en el interrogante de por qué unos se sanan y otros no es un debate interminable, pero debemos saber que Dios ama a los enfermos, en algunos sanándolos y en otros no; de la misma manera que el evangelio se predica a todos, la voluntad de Dios es que todos sean salvos, pero sabemos que no todos se salvan.

Los excesos y las malas experiencias no deben ahogar la palabra de verdad. Dios quiere sanar y esa debe ser nuestra oración inicial, en los casos en que no sea así el Espíritu nos guardará con paz y esperanza.

         El Espíritu Santo ha dado dones de sanidad a algunos hermanos para bendecir a los necesitados y hacer avanzar el plan de Dios que es por fe.

102 – El don de fe

La vida en el Espíritu… A otro, fe por el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:9).

         La fe es uno de los grandes temas en la Escritura. Debemos diferenciar algunas cosas cuando hablamos de fe. Por un lado tenemos la fe que todo hijo de Dios recibe por gracia para salvación (Ef.2:8); la medida de fe distinta para cada uno que Dios distribuye como Él quiere (Ro.12:3); la fe como fruto del Espíritu que habla sobre todo de fidelidad (Gá. 5:22); y el don de fe que es el que nos ocupa ahora.

Los dones están íntimamente ligados a la voluntad del Espíritu, no del hombre. El portador de dicho don debe saber discernir en cada momento cuándo el Espíritu le guía a manifestarlo, se aprende con el uso, andando en el Espíritu. Los dones no son para usarlos de forma caprichosa sino en humildad y dependencia del Espíritu.

El don de fe es para milagros y señales. Actuó en el apóstol Pedro al sanar al cojo de la puerta de la Hermosa (Hch.3:1-10). Este cojo estaba en ese lugar de continuo, Pedro y Juan habrían pasado por allí en otras ocasiones, sin embargo, en un momento especifico se desató la acción que dio lugar al milagro. Por otra parte el apóstol no sanó a todos los cojos de Jerusalén, el Espíritu le guió de forma específica a este.

Pablo tuvo una fe milagrosa cuando recogiendo leña en la isla de Malta se le prendió una víbora venenosa, y sacudiéndola en el fuego no sufrió ningún daño (Hch. 28:1-6). No tuvo necesidad de médico o tratamiento alguno. No todos tienen esta clase de fe o medida de fe. Está escrito: «La fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios. Dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba» (Ro.14:22).

Por su parte el profeta Elías tuvo una fe asombrosa para desafiar a los profetas de Baal en el monte Carmelo. Poco después huía de una mujer, Jezabel, que lo había amenazado. Lo cual nos recuerda una vez más que necesitamos la acción del Espíritu en la manifestación de los dones, depender de Él y no extralimitarnos, sino actuar según la fe recibida.

Los discípulos no pudieron echar fuera el demonio de aquel joven epiléptico cuando bajaron del monte de la Transfiguración con Jesús. Preguntado el Maestro del por qué, les dijo: «Por vuestra poca fe» (Mt.19:19,20). Los discípulos tenían fe, pero no el don de fe para esta ocasión.

El apóstol Pablo que había experimentado milagros extraordinarios en Éfeso y otros lugares, tuvo que dejar a Trófimo enfermo en Mileto (2 Tim.4:20); a Timoteo que bebiera vino por sus frecuentes enfermedades estomacales, y él mismo vivió atormentado por un mensajero de Satanás que no pudo evitar.

         El don de fe es una acción sobrenatural que libera milagros y señales.

 

101 – El don de palabra de conocimiento

La vida en el Espíritu… A otro palabra de conocimiento según el mismo Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         En la versión Reina Valera 60 se traduce por palabra de ciencia. Se trata de un conocimiento escondido a la mente natural pero revelado por el Espíritu al hombre de Dios con el fin de resolver situaciones estancadas, o que pueden provocar engaño y falsedad a la hora de tomar decisiones.

Lo vemos en el apóstol Pedro cuando supo ver el corazón de Simón el mago; Felipe, que llevaba más tiempo con él, no supo percibirlo. Pedro le dijo: «No tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios» (Hch.8:21). El profeta Eliseo dio una palabra de conocimiento a la mujer sunamita en cuya casa le habían hecho un aposento, seguramente en este caso podemos unir el don de profecía con el de conocimiento. «Entonces él le dijo: Por este tiempo, el año que viene, abrazarás un hijo» (1 Reyes 4:16). Sin embargo, el mismo profeta no tuvo el conocimiento de la angustia de la misma mujer cuando se presentó delante de él años más tarde. «Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies. Y Giezi se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: Déjala, porque su alma está angustiada y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha revelado» (1 Reyes 4:27).

Esto nos debe hacer pensar que los dones no son patrimonio del hombre sino del Espíritu. No son para usarlos cuando se nos antoja, sino cuando el Espíritu quiere. «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El» (1 Co.12:11). Por tanto, el don de conocimiento nos adentra al interior de los corazones de ciertas personas para discernir (don de discernimiento actuando conjuntamente) la realidad de una situación oculta al entendimiento humano y solucionarla.

Conocimiento y sabiduría suelen ir juntos. El primero para entender y el segundo para aplicar. Revelación interior y sabiduría que saca a luz verdades ocultas.

En diversas ocasiones Jesús supo lo que sus interlocutores y adversarios estaban pensando mediante el don de conocimiento. «Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?» (Mr.2:8). Por eso Jesús no se fiaba de ellos, porque él sabía lo que había en el hombre (Jn. 2:24-25). Un don, junto con el de sabiduría, para predicadores y maestros de la palabra que hace más eficaz su función, usando con precisión la palabra de verdad (2 Tim.2:15).

         La manifestación del don de ciencia o conocimiento penetra más allá del velo de carne para conocer la realidad oculta en una persona o circunstancia.

100 – El don de palabra de sabiduría

La vida en el EspírituPues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu… (1 Corintios 12:8).

         La fuente de sabiduría de la que estamos hablando es el Espíritu Santo, por tanto, es una sabiduría espiritual (1 Co.2:6-8). La Escritura diferencia diversos tipos de sabiduría. Hay sabiduría espiritual que procede del Espíritu de Dios y reposó sobre el retoño del tronco de Isaí, un vástago sobre el que reposaría el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y conocimiento (Isaías 11:1-2).

Pablo dice que en él, el Mesías, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col.2:1-3). También se le llama sabiduría de lo alto, que es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía (Stg.3:17).

Por otro lado se menciona la sabiduría que es terrenal, animal y diabólica que se manifiesta en forma de celos amargos, ambición personal, arrogancia, miente contra la verdad, y produce confusión y toda cosa mala (Stg.3:14-16). Por toda la Escritura se nos insta a adquirir la sabiduría de Dios, especialmente el libro de Proverbios fue escrito con ese fin: «para aprender sabiduría e instrucción» (Pr.1:1,2). «Lo principal es la sabiduría; adquiere sabiduría, y con todo lo que obtengas adquiere inteligencia» (Pr.4:7). Se nos dice que si alguno tiene falta de sabiduría la pida a Dios, el cual da abundantemente, y sin reproche le será dada (Stg. 1:5). Esa es la voluntad de Dios para sus hijos, que seamos sabios.

Ahora bien, además de todo ello, tenemos el don de sabiduría que es dado a algunos en el cuerpo del Mesías para su edificación. Este don lo vemos actuando en Salomón cuando supo discernir quién de las dos mujeres que reclamaban la maternidad del hijo vivo era la verdadera (1 Reyes 3:24-28). Lo vemos en la vida de Abigail, mujer de Nabal, cuando evitó la ruina de su casa por la decisión necia de su marido al no atender a los enviados por David, y a éste le impidió una mancha en su futuro reino por la precipitación del juicio (1 Sam.25:28-33). Lo vemos en la respuesta del Maestro cuando los fariseos le trajeron a la mujer sorprendida en adulterio: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn.8:7). Y también cuando le preguntaron sobre si era lícito dar tributo a Cesar, respondiendo magistralmente: «Dad a cesar lo que es de cesar, y a Dios lo que es de Dios» (Mt.22:21).

Este don resuelve situaciones complejas que parecen irresolubles. Cristo nos ha sido hecho sabiduría de Dios (1 Co.1:30).

         El don de sabiduría es dado a algunos para resolver situaciones específicas, que parecen imposibles, abriendo un camino donde no se ve.

 

99 – Individualidades para el bien común

La vida en el EspírituPero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común… Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El (1 Corintios 12:7,11).

         Individualidades no para el individualismo, sino para el bien común. Los dones o manifestaciones del Espíritu son para el bien común, para la edificación del cuerpo de Cristo, no para la exaltación de una personalidad predominante en la congregación.

La simbiosis entre nuestra individualidad original dada por Dios, y la edificación del cuerpo de Cristo en su amplitud debe ser el equilibro que debemos mantener. El texto del apóstol habla de «cada uno» por un lado, y de «el bien común» por otro. El Espíritu de Dios distribuye funciones diversas a personas individuales pensando en la edificación de todo el cuerpo.

El Espíritu Santo, al distribuir sus manifestaciones, no está pensando en acentuar al individuo, sino usarlo como canal para expresar o manifestar su voluntad de edificar a aquellos que serán ministrados en última instancia por Él mismo. La fuente es Dios. Las manifestaciones las hace el Espíritu a través de un vaso de barro escogido, por tanto, no hay lugar para gloriarse de uno mismo, sino en aquel de quién proceden todas las cosas.

Pretender usar el don de Dios para enriquecerse, creyendo que la piedad es un medio de ganancia, solo traerá el juicio de Dios, que siempre comienza por su casa. Por eso dice Jesús que al que mucho se le da, mucho se le demandará. Caer en el error de Balaán, que por lucro se apartó de la verdad y se obstinó en el error (Judas 11), conduce a poner tropiezo a los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer actos de inmoralidad (Apc.2:14). Toda una cadena degenerativa de disolución y pecado comienza en un mal uso del don recibido.

Pertenecemos a un cuerpo aunque recibamos dones específicos para desarrollar una función personal siempre dentro del cuerpo y para el cuerpo. Porque no somos nuestros, hemos sido comprados para agradar a aquel que nos compró con su sangre. Por tanto, si vivimos para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. En medio de los dos textos que estamos meditando tenemos la lista de dones espirituales que el apóstol Pablo menciona en su carta a los corintios. Veremos en las próximas meditaciones una síntesis de cada uno de ellos.

         Nuestra individualidad está unida a un cuerpo, el de Cristo, donde hay muchos dones y funciones operando para el bien común.

 

98 – Dones, ministerios y operaciones

La vida en el EspírituAhora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos (1 Corintios 12:4-6).

         Diversidad dentro de la unidad, esta podría ser la síntesis de este texto. Hay diversidad de dones, diversidad de ministerios (servicios) y diversidad de operaciones. La unidad está en la fuente de donde emanan todos ellos: el Espíritu, el Señor y Dios. Es decir, aquí tenemos uno de esos pasajes donde encontramos la manifestación de la unidad del Dios Tri-uno, manifestando la complementación diversa de su naturaleza expresada de distinta forma en los que son suyos. Vemos al Dios Trino involucrado en la obra que se lleva a cabo en la tierra a través de los miembros del cuerpo de Cristo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.

A veces la iglesia del Señor expresa una estrechez insoportable y contraria a la verdad en su manifestación de cuerpo que parecería que en lugar de diversidad lo que hay es un solo don, el de la persona que dirige o predica. Toda la enseñanza de Pablo en este sentido muestra la verdad de un cuerpo con muchos miembros, ninguno mayor que el otro, aunque reconociendo la distinción de manifestaciones de cada uno.

Sin embargo, aunque hay diversidad de dones la fuente de donde brotan todos ellos es la misma: el Espíritu Santo. Por otro lado tenemos diversidad de ministerios, dones ministeriales en forma de personas llamadas a funciones distintas dentro de la multiforme gracia de Dios para servir al cuerpo de Cristo en su amplitud. Esos dones los encontramos especificados en Efesios 4:11-12. «Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo».

Debemos recordar que la función de los ministerios es servir, no enseñorearse. Es edificar a los santos no aprovecharse de ellos y esquilmarlos. Y por último se habla de operaciones diversas que Dios hace entre los suyos. Son las acciones de su gracia en la vida de cada uno de nosotros para que podamos servirle y edificarnos los unos a los otros en amor. Todo procede de Dios y tiene como fin su gloria. Hemos sido llamados para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.

Reconocer la diversidad del cuerpo de Cristo nos ahorra muchos atrasos en el avance del plan de Dios.

97 – Hablar por el Espíritu

La vida en el EspírituPor tanto, os hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3).

         La fuente de los dones espirituales es el Espíritu de Dios, que a su vez emanan de la obra redentora de Jesús. El don de Dios es Cristo, don inefable y glorioso, y de ese don en plenitud ha repartido a los hombres porciones en forma de dones que se desprenden de él mismo. Jesús los distribuye a través del Espíritu según la gracia concedida a cada uno.

Así está escrito: «Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por tanto, dice: Cuando ascendió a lo alto, llevo cautiva una hueste de cautivos, y dio dones a los hombres» (Ef.4:7-8). Cuando Cristo subía al lugar más alto, a la diestra del Padre, iba dejando en el camino dones a los hombres que tenían su mismo Espíritu. La plenitud de Dios en la persona de Jesús se desmenuza para hacernos coparticipes de sí mismo, reparte distintos dones a distintas personas, pero la fuente es la misma: Jesús.

El Espíritu no hace nada por su propia cuenta, sino que administra los dones en aquellos que son de Cristo, que llaman a Jesús Señor por el mismo Espíritu. Por tanto, dice el apóstol, hablar por el Espíritu no puede ser para llamar a Jesús anatema, es decir, maldito, sino que hablar por el Espíritu es glorificar al Hijo, la fuente de donde emanan los dones.

Cualquiera que dice que actúa en los dones del Espíritu y no tiene a Jesús como centro de su manifestación está separado, −es anatema−, de la verdadera fuente de vida eterna. No podemos ministrar en los dones del Espíritu y deshonrar a Jesús. Podemos hablar por el Espíritu, sí, el Espíritu habla por medio de los que son suyos, y siempre lo hace para glorificar al Dador de la vida, no para acentuar su egolatría.

Hablar por el Espíritu tiene como fundamento el señorío de Jesús. Y nadie puede llamar a Jesús Señor excepto por el Espíritu. Esa invocación se basa en la unión con Cristo, siendo un espíritu con él (1 Co.6:17); de esa forma los dones podrán ser ministrados desde la fuente de su emanación produciendo fruto de vida y edificación para el que han sido dados. Hablar por el Espíritu tiene que ver con los dones de expresión oral como profecía, enseñanza, sabiduría, ciencia. Siempre manteniendo la unidad con Cristo y ministrando desde esa unión en el Espíritu.

         Hablar por el Espíritu tiene como base la invocación de que Cristo es el Señor, actuando en los dones desde esa unión indispensable con él.