Capítulo 10 – EL FRUTO DEL ESPÍRITU

La vida en el EspírituEL FRUTO DEL ESPÍRITU

         Toda manifestación carismática tiene que pasar la prueba de fuego: el fruto que da. El fruto del Espíritu pone de manifiesto la llenura del Espíritu. Revela la madurez del discípulo y junto con los dones espirituales producirán una obra duradera, permanente, edificante y gloriosa para Aquel que es el Dador de todas las cosas.

         El fruto del Espíritu revela nuestra madurez y pone en evidencia la verdadera naturaleza de nuestro corazón. El fruto del Espíritu es el carácter de Jesús, por tanto, producirá nuestra transformación a su semejanza. Examinemos nuestros corazones a la luz del fruto que el Espíritu produce en nosotros mientras vivimos y andamos en Él.

  1. El fruto del Espíritu – introducción (Gá.5:22)
  2. El fruto del Espíritu – amor (Gá.5:22)
  3. El fruto del Espíritu – gozo (Gá.5:22)
  4. El fruto del Espíritu – paz (Gá.5:22)
  5. El fruto del Espíritu – paciencia (Gá.5:22)
  6. El fruto del Espíritu – benignidad (Gá.5:22)
  7. El fruto del Espíritu – bondad (Gá.5:22)
  8. El fruto del Espíritu – fidelidad (Gá.5:22)
  9. El fruto del Espíritu – mansedumbre (Gá.5:23)
  10. El fruto del Espíritu – dominio propio (Gá.5:23)
  11. El fruto del Espíritu – justicia (Ef.5:8,9)
  12. El fruto del Espíritu – verdad (Ef.5:8,9)

123 – Somos templo del Espíritu (IV)

La vida en el EspírituNo estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo…  (2 Corintios 6:14-16).

         El ser humano tiene una necesidad innata de pertenencia. No hace falta ser espiritual, tener el Espíritu de Dios, para buscar identidad en un grupo con el que poder compartir un ideal que le dé sentido a la vida. A veces estamos dispuestos a sacrificar la verdad por la necesidad de ser aceptados. Otro intento es mezclar nuestras convicciones y principios para evitar el conflicto, la confrontación inevitable entre grupos antagónicos.

Los creyentes occidentales pronto aceptamos una identidad cristiana centrada en un lugar físico. Vinculamos nuestra fe a un centro de reunión con sus actividades interminables, y hacemos de ello el centro sobre el que gira nuestra vida cristiana. Pablo no enseña eso. La iglesia no es un lugar físico. Somos templo del Espíritu. El Espíritu mora en nosotros, no en templos hechos por manos humanas. Pero continuamente mezclamos los términos y confundimos  nuestra identidad.

Pablo nos enseña en este pasaje que no debemos hacer yugos desiguales, y hace una relación de mezclas que no pueden darse en la vida del hijo de Dios. Por un lado tenemos: la justicia, la luz, Cristo, el creyente, el templo de Dios. Y por el otro: incredulidad, iniquidad, tinieblas, Belial, los ídolos. No se pueden asociar entre ellos porque son realidades opuestas. Tienen naturalezas distintas. De la misma forma que el agua y el aceite no se pueden mezclar, tampoco debemos hacer yugos desiguales con los incrédulos. No se trata de no tener contacto con personas idólatras, de otra manera tendríamos que salir del mundo (1 Co.5:9-11), si no que aquellos que llamándose hermanos viven siendo idólatras, inmorales, avaros, difamadores o estafadores.

Conocer nuestra identidad como templo del Espíritu nos lleva a la comunión con aquellos que son de nuestro mismo espíritu. Reconocer el cuerpo. Saber quién es nuestro pueblo. Con quienes debemos mantener la unidad del Espíritu a pesar de las diferencias que tenemos en asuntos secundarios, recordando la diversidad dentro de la unidad en Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Somos el templo del Espíritu y esto delimita nuestras asociaciones.

         Saber que somos templo del Espíritu nos llevará a no hacer asociaciones o yugos desiguales, con aquellos que tienen una identidad opuesta al reino.

122 – Somos templo del Espíritu (III)

La vida en el Espíritu¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios  (1 Corintios 6:19-20).

         Saber que el Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu y que somos hijos de Dios parece una verdad que aceptamos pronto y bien. Sin embargo, entender que nuestro cuerpo es también templo del Espíritu y que ya no nos pertenece no parece estar tan claro en nuestras vidas cotidianas. El pasaje que estamos viendo en esta meditación nos habla de la relación que existe entre el hombre espiritual y nuestro cuerpo.

Hay pecados vinculados al espíritu y otros relacionados con el cuerpo, ambos son igualmente rechazables y están conectados, porque todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo deben ser guardados irreprensibles en santidad hasta la venida del Señor (1 Tes.5:23). El apóstol está aquí abordando el tema de la fornicación. Dice, «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo» (1 Co.6:13). Enseña que nuestros cuerpos son miembros de Cristo (6:15), por tanto, no debemos unirnos a una ramera, «¿O no sabéis que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Porque El dice: los dos vendrán a ser una sola carne» (6:16). Para decir luego que nuestra unión espiritual con Cristo nos fusiona en un mismo espíritu con El (6:17), por ello, debemos huir de la fornicación, porque el fornicario peca contra su propio cuerpo (6.18), por tanto, contra el dueño del mismo.

Llegado a este punto, dice el apóstol: «No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros?». Esta verdad no la hemos entendido bien. Hemos dado lugar al dualismo que separa nuestro ámbito natural del espiritual, pero eso no está en la Biblia, es gnosticismo. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús (Hch.20:28) completamente: nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu, los cuales son de Dios. Todo nuestro ser es de Dios. No hay diferencia ni separación.

La forma de vestir tiene importancia para Dios. Con pudor y modestia, dice la enseñanza apostólica. Lo que hacemos con los miembros de nuestro cuerpo debe glorificar a Dios, de la misma forma que nuestra alma y espíritu. Por tanto, dile no a la fornicación, a la pornografía, a la vanagloria en la forma de vestir, a la seducción, y glorifiquemos a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Somos templo del Espíritu Santo.

         La consciencia de nuestra identidad como templo del Espíritu conduce a glorificarle en todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, los cuales son de Dios.

121 – Somos templo del Espíritu (II)

La vida en el Espíritu¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois  (1 Corintios 3:16-17).

         La vida cristiana debe desarrollarse hasta el momento cuando comenzamos a ser conscientes de quienes somos. Cuando un niño nace en el seno familiar pasa algún tiempo sin que tenga plena consciencia de su pertenencia a dicha familia, aunque los padres se encarguen desde el principio de cuidarlo y educarlo según la herencia familiar a la que pertenece. El desarrollo de su personalidad debe dar lugar a un crecimiento que afirma la identidad del niño en el ámbito de su familia.

La vida espiritual, desde su nacimiento, sigue un proceso similar. Pablo dijo que la voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos, y luego dice, y que vengan al pleno conocimiento de la verdad (1 Tim.2:4). La gran tragedia de muchos hijos de Dios es que nunca alcanzan el nivel adecuado de identidad como templo de Dios, morada de Dios. Sí comprenden que pertenecen a una iglesia local con sus características doctrinales y tradiciones que aceptan hasta convertirlas, en muchos casos, en intocables, porque reciben de ella su identidad personal.

A menudo aparece el componente sectario mirando a los demás con sospecha si no tienen los mismos rasgos que los identifica a ellos. Surgen así las divisiones, ya presentes en la misma iglesia de Corinto, cuando el apóstol les dice: «Así que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo… Pues habiendo celos y contiendas entre vosotros, ¿no sois carnales y andáis como hombres? Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?» (1 Co.3:1-4).

La madurez significa entrar a un nivel mayor de identidad que la simple superficie de nuestra fe. Somos parte de un cuerpo, no el ombligo del mundo. Pablo dice que «debemos discernir el cuerpo de Cristo» y no destruirlo, porque el que destruye el templo de Dios, el cuál es santo, Dios lo destruirá a él. Esto se ha interpretado generalmente como una apelación al suicidio, pero creo que, sin aceptar el suicidio, hay una verdad más que tiene que ver con la universalidad del templo de Dios, no con catedrales o mega-iglesias. La consciencia de ser templo de Dios debe llevarnos a saber reconocer los pensamientos de Dios, distinguiendo el espíritu del mundo de lo que viene del Espíritu de Dios y que nos ha sido dado (1 Co.2:10-15).

         Somos templo de Dios, santificado, para revelar su gloria y santidad.

120 – Somos templo del Espíritu (I)

La vida en el Espíritu¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois  (1 Corintios 3:16-17).

         Una vez que hemos sido sellados por el Espíritu, bautizados en un cuerpo por el Espíritu, haber recibido dones para servir al cuerpo y glorificar a Dios, debemos afianzar nuestra identidad. Somos templo del Espíritu de Dios. Morada de Dios, apartados para Él. El Espíritu que Dios ha hecho morar en  nosotros nos anhela celosamente (Stg. 4:5).

El Antiguo Pacto, centrado en el templo de Jerusalén, tenía un ceremonial muy exigente hasta lograr la expiación el día de Yom Kipur, cuando el sumo sacerdote entraba una sola vez al año con sangre de machos cabríos y becerros para obtener el perdón de pecados del pueblo. El Nuevo Pacto, inaugurado por el Mesías, tiene mejores promesas y está edificado sobre la piedra angular que es Cristo, y cada uno de nosotros somos una piedra viva en el nuevo edificio de Dios.

Jesús dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado» (Jn.2:19-22). Pedro lo recoge en su primera carta. «También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).

Somos templo de Dios. Nueva identidad. Morada de Dios. Casa de Dios. Esta es la revelación del Nuevo Pacto. «Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días… Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer.31:33). Pablo lo expresa así: «¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2 Co.6:16). También está expuesto en la carta a los Hebreos (8:8-13).

En definitiva, tenemos una nueva identidad mediante el Espíritu, somos templo y morada de Dios, participantes del Nuevo Pacto, una piedra en el nuevo edificio de Dios y no un miembro nominal de una iglesia denominacional. Pablo enfatiza a los corintios: «No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?». Saberlo cambia nuestra perspectiva de vida.

         La identidad de saber que somos templo de Dios eleva nuestra vida a una dimensión y propósito que afecta a toda nuestra manera de vivir.

TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

La vida en el EspírituTEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

         Una de las verdades transformadoras en la vida del discípulo es que somos templo del Espíritu Santo. Dios ha hecho morada en el corazón del hombre mediante su Espíritu. Es la promesa del Nuevo Pacto.

Nuestra identidad como hijos de Dios será renovada y transformada en la medida en que comprendemos que Dios habita en nosotros. Esta verdad afecta a toda nuestra manera de vivir; en todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo; y consolida la esperanza de ser parte del edificio vivo que el Señor está construyendo con las piedras vivas, de toda lengua, pueblo y nación.

  1. Somos templo del Espíritu (I) (1 Co.3:16,17)
  2. Somos templo del Espíritu (II) (1Co.3:16,17)
  3. Somos templo del Espíritu (III) (1 Co.6:19,20)
  4. Somos templo del Espíritu (IV) (2 Co.6:14-16)

119 – Dones ministeriales – la meta es Cristo

La vida en el Espíritu… sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor  (Efesios 4:15,16).

         Todos nosotros hemos visto algún documental del mundo animal donde la manada protege a los recién nacidos de los peligros que siempre le acechan. La madre cuida especialmente del pequeño, pero además de ese cuidado, el grupo, mantenerse unidos, le da seguridad y cobijo. Por su parte las crías deben seguir al grupo y no despistarse.

Pablo enseña que una de las características de la niñez es ser llevados por vientos o arrastrados por las olas, y que en lugar de ello debemos seguir la verdad en amor. Para no ser llevados por el viento debemos seguir la verdad. La verdad es Cristo, por tanto, la cobertura que tenemos es el cuerpo de Cristo. Este pasaje lo deja claro.

Algunos han llevado a extremos delirantes el tema de la cobertura espiritual de un pastor. Sin embargo, el apóstol enseña que nuestra cobertura está en el cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Nos necesitamos los unos a los otros. La actividad propia de cada miembro provee el crecimiento general del cuerpo.

Debemos estar enfocados a la cabeza y no hacia un líder protector que en muchos casos viene a ocupar el lugar de Cristo. Nuestra cobertura espiritual no es un pastor «macho alfa», o una mujer profetisa «matriarca Jezabel», nuestra cobertura la tenemos en permanecer unidos al cuerpo, usar los dones recibidos en beneficio del otro, ocupar nuestro lugar y no el de otro y enfocar toda esta actividad espiritual hacia la cabeza, de donde recibimos todo lo que necesitamos, porque fuera de Él nada podemos hacer.

Los dones ministeriales han sido dados por Jesús para capacitar y edificar el cuerpo de discípulos. Cuando cumplen su función todos recibimos honra, cuando sufren, todos sufrimos con ellos, cuando se alejan del propósito de Dios hay pérdida, todo se desordena y en lugar del cuerpo operamos como un rompecabezas, no hay edificación sino división y dispersión. Si transgredimos el orden de Dios venimos al caos y la confusión. Ningún miembro, por importante que sea, está por encima del cuerpo, y todos estamos unidos a la cabeza y necesitados de cada uno.

         La meta de los dones ministeriales es orientar el crecimiento hacia la cabeza, la cual es Cristo, de quién depende todo el cuerpo.

118 – Dones ministeriales – para salir de la niñez espiritual

La vida en el Espíritu… para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error  (Efesios 4:14).

         La vida cristiana comienza como un embrión divino en el espíritu de la nueva criatura. Tiene un inicio pequeño pero la vida lleva en sí misma el potencial de crecimiento para desarrollarse en un proceso gradual hacia la madurez para dar fruto. Como cualquier otra vida necesita cuidados especiales, sobre todo en su inicio, hasta que se desarrolle y pueda defenderse por sí misma.

El estado de niñez espiritual debe ser un tiempo breve en la vida de los discípulos. Es un tiempo propicio para la fluctuación, ser llevado y sacudido por olas en forma de circunstancias que cambian el estado de ánimo y lo desorientan. También es un periodo de debilidad en el que se puede ser arrastrado por vientos doctrinales que se desvían de la verdad del evangelio. Tanto las circunstancias como las doctrinas son usadas por hombres astutos para desviar, si fuera posible, al hijo de Dios y llevarlo al error.

El espíritu de error usa artimañas. ¿Qué es una artimaña? Es una acción hábil, disimulada y malintencionada para conseguir un propósito. El propósito aquí es apartar de la verdad del evangelio y conducir al recién nacido por caminos errados. Los dones ministeriales tienen la misión de ser padres y madres espirituales para cuidar especialmente en este tiempo a los hijos de Dios hasta que crezcan y maduren.

Si permanecemos en estado de niñez, −sin madurar−, estamos expuestos a ser llevados por vientos ideológicos, doctrinas extrañas, corrientes de pensamiento, filosofías diversas y engañosas que ahogarán la palabra recibida. Pablo le dijo a los gálatas: «¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado?» (Gá. 3:1). Y hablando a los tesalonicenses usó un lenguaje matriarcal, «como una madre que cuida con ternura a sus propios hijos» (1 Tes. 2:7); y patriarcal, «así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de vosotros, como un padre lo haría con sus propios hijos» (1 Tes.2:11). El lenguaje revela el corazón de apóstol, pastor y maestro que tenía Pablo. El mismo sentir que hubo en Cristo. También el apóstol Pedro tuvo el mismo sentir cuando dijo: «desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación» (2 Pedro2:1-2).

         Necesitamos padres espirituales que nos permitan salir de la niñez asegurando un crecimiento adecuado como hijos de Dios.

117 – Dones ministeriales – llevar a la madurez y plenitud

La vida en el Espíritu… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).

         El apóstol Pablo tenía la comisión de anunciar el evangelio a los gentiles, llevar a las naciones a la obediencia de la fe (Ro.1:5), y a los discípulos a un nivel de madurez y plenitud en Cristo. Él mismo lo expresó de forma clara en el caso de los gálatas. «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gá. 4:19).

La edificación de los discípulos no es un juego. No se trata de un programa divertido y atractivo al hombre natural. Hay una batalla que pelear. Un objetivo que alcanzar y éste no es otro que presentar a todo hombre perfecto delante de Él (Col.1:28).

La iglesia se ha conformado con mucho menos que eso. Hemos incumplido nuestra misión y dedicamos muchos recursos y esfuerzos a edificar sobre heno, paja y hojarasca. Mira como habla Pablo: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia, de la cual fui hecho ministro conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio vuestro…» (Col.1:24,25).

Sin embargo, los obreros fraudulentos se enseñorean de la grey de Dios, se apacientan a sí mismos, y usan la piedad como fuente de ganancia. El apóstol nos enseña que los dones ministeriales son dados por Cristo para que lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento, esto significa madurez, no otra cosa. Unidos en un mismo cuerpo, bautizados en un cuerpo, con la unidad basada en el conocimiento pleno del Hijo de Dios, no sobre sincretismos babilónicos, sino sobre la vida eterna. «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn.17:3).

Este conocimiento no es académico, sino revelado por la unión con Cristo, por vivir en el Espíritu, por andar en el Espíritu. Pablo, no queriendo trabajar en vano o que la obra realizada en su primer viaje misionero se desvaneciera, sin ignorar las maquinaciones del diablo, le dijo a Bernabé: «Volvamos y visitemos a los hermanos en todas las ciudades donde hemos proclamado la palabra del Señor, para ver cómo están» (Hch.15:36). Quería acabar su carrera con gozo y ser fiel al ministerio que recibió del Señor (Hch.20:24) (2 Tim.4:7).

         Los dones ministeriales son dados por el Señor para llevar a los hermanos a la madurez y la plenitud en Cristo.

116 – Dones ministeriales – capacitar a los santos

La vida en el EspírituA fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:12).

Este texto nos da el propósito de los dones ministeriales: capacitar a los santos para que haya edificación del cuerpo. Jesús acabó su obra, subió a lo alto, −a la diestra del Padre−, y dio dones a los hombres, para que mediante el Espíritu Santo, fueran comisionados para seguir la obra de capacitación a fin de que el cuerpo del Mesías fuera edificado.

Los dones ministeriales tienen un llamamiento del Señor para capacitar y edificar. ¿Cómo se cumple con esa misión? Mediante el equipo de dones que han recibido los escogidos de Dios para ministrar a los discípulos. En definitiva se trata de hacer discípulos. No discípulos del líder, sino discípulos de Jesús. No a la imagen del pastor, sino a la imagen de Cristo (Ro.8:29). En esto cometemos muchos errores. La grey es de Dios, el pueblo es de Dios, la iglesia es de Dios. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús. El Espíritu Santo nos pone como supervisores (Hch. 20:28), no como señores. Somos modelos, no iconos; siervos de Cristo (Gá.1:10), no servidores de hombres. Todas las almas son suyas (Ez.18:4).

Somos administradores de la gracia, llamados para capacitar mediante la liberación de dones (Ro.1:11), por la enseñanza apostólica (2 Tim.2:2), y la imposición de manos para transmitir lo que hemos recibido del Espíritu. Una vez acabada la obra, estar firmes, saber que cuando hemos hecho aquello para lo cual hemos sido llamados somos siervos inútiles, porque hemos hecho aquello para lo que hemos sido encomendados (Lc.17:10).

La capacitación de los discípulos tiene como objetivo «la obra del ministerio», es decir, el servicio eficaz, no obtener un título o posición de primacía, no, se trata de que el cuerpo reciba edificación mediante la función de cada miembro. Y cuando todo el engranaje sobrenatural actúa en dependencia del Espíritu hay edificación, verdadera edificación del cuerpo de Cristo que atrae a otros al evangelio. «De quién todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Ef.4:16). Este nivel de edificación es el que ejerce una atracción sobrenatural sobre la sociedad para que vean a Cristo (Jn.12:32). Esta es la enseñanza apostólica.

La capacitación y edificación del cuerpo comienza en Cristo y regresa a él cuando los dones ministeriales cumplen la función encomendada.