En Edén
Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado (Génesis 2:8).
Dios puso al hombre que había formado en Edén. Una vez más vemos que la iniciativa es de Dios. Somos el resultado de la voluntad divina. Dios es bueno, crea cosas buenas. Es generoso y pone al hombre en medio de su extensa creación. Esa creación es exuberante, placentera, deleitosa y abundante. Y allí puso al hombre.
Edén significa delicia, placer, deleite. Dios es el creador del placer y la belleza. El mundo material es creación de Dios, por tanto bueno. Algunas corrientes pseudocristianas como el gnosticismo han enseñado que la materia es mala y el espíritu bueno. Esto vino después, ahora estamos viajando al paraíso perdido.
Miremos a través de la ventana que nos ofrece la Escritura, aunque nuestros ojos y conceptos actuales estén influidos por la oscuridad de la caída. Lo que vemos es un lugar lleno de árboles agradables a la vista y buenos para comer. Vemos el árbol de la vida, con su resplandor de gloria que supera cualquier lenguaje humano. También vemos el árbol del conocimiento del bien y del mal, un árbol inmensamente atractivo pero cercado por voluntad expresa del Hacedor.
Una inmensidad de árboles, todos ellos deleitosos y agradables, llenos de abundantes frutos, sin embargo, pasado el tiempo −¿cuánto tiempo? no lo sabemos– el ser humano fue llevado precisamente al único árbol que tenía impuesta limitación para desearlo olvidándose de la inmensidad que le rodeaba. Pero sigamos.
Del Edén salía un rio para regar el huerto, que a su vez se dividía en cuatro ríos más. Se nos dan sus nombres: Pisón, que rodeaba una tierra donde había oro, bedelio y ónice. Gihón, Tigris y Éufrates. De estos cuatro ríos conocemos bien dos de ellos, ríos de una extensión inmensa, de miles de kilómetros, como son el Tigris y Éufrates, por tanto, hablamos de un vasto territorio.
El rio principal salía de Edén, luego se dividía en cuatro ríos grandísimos, lo cual nos hace pensar que el rio original, el que brotaba del huerto del Edén, era una corriente abundante para regar todos los árboles, multitud de árboles en el lugar donde Dios puso al hombre.
Edén es, por tanto, un lugar espacioso, extenso, ensanchado, agradable, que contiene toda provisión, además de dos árboles que conectan con la vida y el conocimiento. En medio de semejante paraíso Dios puso al hombre para cuidarlo y cultivarlo (Gn.2:15).
Dios puso al hombre en medio del Edén, un lugar deleitoso y placentero.