Dos voluntades contrapuestas
Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí (Romanos 7:19-20).
La voluntad se mueve a impulsos de los deseos y la razón. Hay personas más inclinadas a la racionalidad, y otras que son más emocionales. Todas ellas tienen el mismo conflicto. Sea que la voluntad se mueve por deseos, o que lo hace por razonamientos, o ambos casos a la vez, siempre se le opone otra voluntad más fuerte, la del pecado que habita en él. Estas dos luchan entre sí para que no hagamos lo que realmente queremos hacer.
Una vez más vemos que el poder del pecado es superior al de nuestra fuerza de voluntad o el poder de nuestros afectos. Mantenemos una lucha de voluntades en nuestro interior que nos recuerda la novela de Stevenson, Dr. Jekill y Mr Hyde. Dos personajes antagónicos en una misma persona. La esquizofrenia —dos voluntades contrapuestas— forman parte de nuestra experiencia más veces de las que quisiéramos. Hoy lo llamamos trastorno bipolar.
La exégesis de Pablo incide en la lucha de querer hacer una cosa y practicar otra, con lo que se pone de manifiesto que una personalidad ajena a nuestro ser, pero que está mezclada con él y se fusiona aunque sea distinta, nos lleva a hacer lo que no queremos. El apóstol lo vuelve a llamar «el pecado que habita en mí». En otro lugar dice que «el pecado entró en el mundo por un hombre». El pecado entró, por tanto, vino de otro lugar, era originalmente ajeno a nuestra naturaleza primigenia. Lo vimos en otras meditaciones.
Pero ahora estamos ante una realidad que nos impide ser y desarrollar la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta. Podemos dar todas las coces contra el aguijón que queramos, pero no conseguiremos desalojar el poder del pecado de nuestras vidas salvo mediante aquel que lo ha vencido y derrotado en la cruz del calvario. «El que hace pecado, es esclavo del pecado, pero si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres». Por tanto, solo un cambio de naturaleza, creada en justicia y santidad de la verdad, podrá ponernos en disposición de afrontar esta dualidad para amar a Dios con todo el corazón, sin doblez, y vivir alejados de la voluntad del pecado para poder hacer la voluntad de Dios.
No podemos servir a dos señores. Tampoco podemos servir a dos voluntades. El evangelio declara: «ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí».