EL REINO VENIDERO (1) – El Rey

El reino venideroEl Rey

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de YHVH de los ejércitos hará esto (Isaías 9:6,7)

         Identificar al rey que había de nacer era una prioridad en la esperanza de Israel. Estaba anunciado por los profetas. Vendría de la tribu de Judá, de la familia de David, y nacería en Belén Efrata. Cuando este niño nació vinieron de oriente unos magos preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle (Mateo 2:2). Cuando el rey Herodes escuchó la noticia entró en pánico. Se sintió amenazado. Y partir de ese momento hizo lo indecible para impedir el nacimiento y posterior crecimiento del niño destinado a ser rey de los judíos.

Unos cuántos en Israel conocían las Escrituras que apuntaban al hijo de José y María como el rey anunciado. Otros no lo identificaron. Estaban confusos. Algunas de sus manifestaciones concordaban con él, pero no acababan de verlo claro. Reconocer la identidad del Mesías necesita una revelación dada por el Padre (Mateo 11:25-27) a quienes le esperan y mantienen una actitud de niños sin la arrogancia de los pensamientos altivos y el orgullo de la mente humana. Cuando el Maestro preguntó a los suyos qué decía la gente de él surgieron distintas opiniones formadas: unos Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías, o alguno de los profetas. Y al preguntar a los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo [el Mesías, el Ungido], el Hijo del Dios viviente. Pedro sabía por revelación del Padre que Jesús era el Mesías, el Ungido, un título real para el descendiente de la casa de David que había de venir. Fue lo que clamaron las multitudes cuando el Señor entró en Jerusalén: ¡Hosanna al Hijo de David! Y está escrito que: Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna (Mateo 21:4-11).

El rey ha sido identificado mediante las profecías que anunciaban su llegada como un niño que tendría el principado sobre su hombro, sería llamado Admirable y su reino no tendrá límites. No hay duda: Yeshúa, el rey de los judíos, es el rey que había de venir… Y volverá.

         Los profetas de Israel identificaron al rey que había de venir. Muchos otros testigos posteriores confirmaron que Jesús era ese rey. 

HOMBRES DE VERDAD (22) – Cumple tu ministerio (fin de Serie)

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Cumple tu ministerio

Pero tú… cumple tu ministerio  (2 Tim.4:5).

Se acepta de forma generalizada que el ministerio predominante de Timoteo era evangelista. El mandato es claro: «cumple tu ministerio». El concepto ministerial lo tenemos un tanto distorsionado. Cuando pensamos en él lo hacemos en la forma de un título, una posición, o como parte de una institución misionera. Lo que revelan las Escrituras es que es un servicio. Ministerio es servir, una función más que una posición. Según las afirmaciones de Pablo a Timoteo, la función ministerial en su vida fue dada por Dios y liberada por la profecía y la imposición de manos del presbiterio. «Esta comisión te confío, hijo Timoteo, conforme a las profecías que antes se hicieron en cuanto a ti, a fin de que por ellas pelees la buena batalla» (1 Tim. 1:18). Y más adelante le dice: «No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio» (1 Tim.4:14). Luego en el inicio de su segunda carta, le recuerda «que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1:6).

Aunque muchas experiencias negativas hayan eclipsado o deformado la normativa apostólica, eso no anula la verdad. La función ministerial de Timoteo fue liberada por dones carismáticos en la vida de Pablo y el presbiterio plural de la iglesia local. Esa función puede ser apagada, de ahí el imperativo: «aviva el fuego del don de Dios». Puede ser descuidada, por ello el apóstol le recuerda que el don le fue conferido por la imposición de manos del presbiterio y las suyas propias. Pablo ve en sus últimos días tiempos de paralización en la misión de anunciar el evangelio, por ello insta a Timoteo, y con él a todos nosotros, a cumplir con el ministerio dado. «Porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (Rom. 11:29).

El apóstol quiere que el mensaje pase a la siguiente generación con todas las garantías. Está encarcelado, pero la palabra no está presa. Han pasado para él los días de los viajes misioneros a pueblos y naciones, ahora toca animar, impulsar y estimular a Timoteo para que siga la obra de evangelización, la tarea de anunciar las buenas nuevas y hacer discípulos. Necesitamos hacer discípulos de Jesús no admiradores de un modelo de crecimiento. Formar hombres de Dios, no adeptos a una visión personal.

         El carácter del hombre de verdad debe ser lo suficientemente sólido para cumplir con el servicio al que ha sido llamado en su generación.

Para profundizar en este tema puedes ver el capítulo «El ministerio» de mi libro Conceptos Errados en este enlace.

http://www.dci.org.uk/zipped/conceptos-ministerio.pdf

HOMBRES DE VERDAD (21) – Hace obra de evangelista

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Hace obra de evangelista

Pero tú… haz el trabajo de un evangelista… (Haz obra de evangelista RV60)  (2 Timoteo 4:5).

Recordemos el contexto para situarnos. Arranquemos desde el capítulo cuatro. Pablo está hablando a su mejor discípulo. Le apela para que predique la palabra porque vendrá un tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, por tanto, predicar el evangelio contiene doctrina. Debe ser sobrio, sufrir las penalidades que conllevan el servicio y hacer la obra de evangelista. Se lo encomienda a Timoteo, que tiene un carácter contrario al de los hombres impíos de los últimos tiempos. Por tanto, predicar el evangelio, —hacer obra de evangelista— no es para cualquiera. Debe ser un hombre de Dios, con un carácter apropiado a la misión encomendada.

A veces pensamos que la obra de evangelización es tarea de jóvenes. Tienen empuje, pueden atraer a otros jóvenes, son creativos, inhibidos y entusiastas. Todo ello muy bueno, pero no es suficiente. Pablo encarga a su mejor discípulo predicar el evangelio. Nosotros a veces lo hacemos a jóvenes sin la madurez necesaria para afrontar la batalla que significa entrar en el reino de las tinieblas. Pablo habla de padecer al hacerlo, nosotros –en muchos casos− de divertirnos o como una actividad veraniega.

Pensemos en el mensaje. ¿Qué predicamos cuando salimos a las calles a evangelizar? ¿El evangelio de Dios o alguna experiencia emocional y placentera? No estoy tratando de echar por tierra los esfuerzos evangelísticos de muchas iglesias, ni el esfuerzo valiente de muchos jóvenes creyentes. Quiero que pensemos lo que significa predicar el evangelio. Que lo hagamos desde la perspectiva del apóstol de los gentiles y el encargo que le hace a su mejor discípulo. El apóstol Pablo une en un solo texto lo siguiente: sobriedad, sufrir penalidades, hacer el trabajo de evangelista y cumplir con el ministerio. Todo en el mismo paquete. Desarrollar el ministerio requiere llamamiento, aprendizaje, discipulado.

Preguntémonos: ¿Qué evangelio estamos predicando? ¿A quién lo estamos encomendando? Nuestro texto se dirige a Timoteo, instruido en la escuela de Pablo. Ahora le toca continuar la obra. Predicar el mismo mensaje. Seguir su conducta, propósito, fe, paciencia, amor, perseverancia, persecuciones y sufrimientos (2 Timoteo 3:10, 11). A este Timoteo se le dice: «haz el trabajo de un evangelista».

         El hombre de verdad hace obra de evangelista. Predica el evangelio.

Para profundizar en este tema puedes ver el capítulo “El evangelio” de mi libro Conceptos Errados en este enlace. http://www.dci.org.uk/zipped/conceptos-evangelio.pdf

HOMBRES DE VERDAD (20) – Sufre penalidades

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Sufre penalidades

Pero tú… sufre penalidades… (Soporta las aflicciones RV60)  (2 Tim.4:5).

Este lenguaje del apóstol de los gentiles, para muchos el mayor apóstol de todos los tiempos, no es el mensaje populista al que cierto tipo de cristianismo está acostumbrado en nuestros días. Contrariamente al mensaje de Pablo a su discípulo y continuador de la obra, tenemos hoy un tipo de iglesia que se autodenomina: «pare de sufrir». Otros sin llamarse así anuncian lo mismo y todo ello envuelto en papel «bíblico». Seamos honestos. Aquí tenemos una contradicción de base. No es un asunto puntual. Son dos mensajes antagónicos. El apóstol dice: «sufre penalidades».

Muchos supuestos maestros seguidores del mensaje apostólico predican huir del sufrimiento, negarlo, evitarlo, y todo ello, supuestamente, mediante recetas apostólicas. Pablo no escribe de forma casual; en la misma carta le ha dicho a Timoteo: «Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús» (2:3). Y un poco después insiste: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, conforme a mi evangelio; por el cual sufro penalidades, hasta el encarcelamiento como un malhechor» (2:8,9). Por tanto, el sufrimiento y la penalidad como discípulo de Jesucristo no es casual o puntual, sino consustancial al llamamiento de Dios.

¿Qué significa penalidad? Trabajo aflictivo, molestia, incomodidad. Una ocupación que contiene cierto grado de aflicción, de dolor y angustia. Pablo le dice a Timoteo que la soporte, que no huya de ella, que no la evite mediante subterfugios y manipulación del mensaje, sino que la sufra. El hombre de Dios tiene capacidad de sufrimiento. No vive en la queja continua por su servicio, sino que esconde la penalidad y el sufrimiento hasta donde es posible, no lo expone para atraer la atención y auto lástima, manipulando los sentimientos de la grey para sacar provecho propio. Tampoco pone cara de piadoso («apariencia de piedad») y a la vez transmite queja oculta esperando reconocimiento. «Engañoso es el corazón».

El discípulo de Jesús soporta las aflicciones como buen soldado de Jesucristo. El Espíritu del Maestro le dirige. Su mismo espíritu es fuerte en medio de la propia debilidad. Sabe que hay un adversario que anda alrededor buscando a quien devorar. Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna. Se acuerda de Jesucristo. Se considera peregrino y extranjero en la tierra. Piensa en la corona incorruptible de justicia que el Señor, el Juez justo, entregará a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:6-8).

         El carácter de los hombres de verdad se forja en el sufrimiento soportando las penalidades propias de su llamamiento.

HOMBRES DE VERDAD (19) – Sobriedad

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Sobriedad

Pero tú, sé sobrio en todas las cosas…  (2 Tim.4:5).

Desde que en el capítulo tres de esta carta el apóstol Pablo comenzara a informar a Timoteo del carácter de los hombres en los últimos tiempos, hay al menos cuatro giros que hace en su discurso cuando se dirige directamente al discípulo. Estos giros revelan que hay otro tipo de hombre en ese mismo tiempo: el hombre de Dios con rasgos muy distintos en su carácter. Hay diferencia entre el carácter de los hombres en los últimos tiempos, y el carácter de los hombres de Dios en ese mismo tiempo. La diferencia básica está en que el hombre de Dios es un hombre de la palabra, y por tanto, ésta le forma, renueva y transforma a la imagen de Jesús. Los cuatro giros a los que me refiero son estos: «Pero tú» (3:10). «Tú, sin embargo» (3:14). «Te encargo solemnemente» (4:1). Y, «Pero tú» (4:5). En estos cuatro giros se marca la diferencia.

Existe un gran abismo entre los hombres serán (3:2) y éste «pero tú». Ya hemos visto varios aspectos esenciales que ponen distancia entre el hombre de verdad y los que no lo son. Ahora Pablo habla de sobriedad. El hombre de Dios es una persona sobria. ¿Qué es la sobriedad? Es ante todo moderación. Un hombre sujeto, equilibrado, ponderado, con dominio propio, templado. Que carece de adornos superfluos. El que no se embriaga de vino, ni de sí mismo. Ser sobrio es una cualidad incluida en todas las listas donde se habla del carácter de los guías, pastores, obispos, ancianos y diáconos. ¡Cuántos excesos hemos visto y vemos en muchos que se dicen ser… y tener… colmando su medida de sensacionalismo y espectáculo!

Está escrito: «Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad» (Proverbios 16:32). Es Pablo quién vuelve a decir a Timoteo: «Dios… nos ha dado un espíritu de… dominio propio» (2 Timoteo 1:7). El mandato que estamos viendo es: «tú, se sobrio en todas las cosas». Sobriedad ante todo. Una vida sin excesos. Un ministerio sin exageraciones. El espectáculo del que habla Pablo en otro lugar no es para impresionar al hombre carnal, sino la exhibición que hace Dios de sus apóstoles en último lugar, «como a sentenciados a muerte; porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres» (1 Corintios 4:9). El mayor espectáculo que ha conocido este mundo ha sido el del Hijo de Dios clavado en una cruz. «Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho» (Lucas 23:48).

El hombre de verdad es sobrio en todo. Su espectáculo es gloriarse en la cruz de Cristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para él y él para el mundo.

HOMBRES DE VERDAD (18) – Predica la palabra (2 Parte)

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Predica la palabra (segunda parte)

Te encargo [Te conjuro Biblia Cantera-Iglesias] solemnemente… Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos  (2 Tim.4:1-4).

Pablo es muy incisivo, enfático y persuasivo. No tiene duda alguna de que vendrá un tiempo cuando los mismos creyentes no soportarán la sana doctrina, que es conforme a la piedad. No soportarán la predicación de la verdad revelada, sino que se volverán a mitos, fábulas y vanos razonamientos haciéndolos pasar por verdad. El oído se volverá caprichoso. Cansados de oír sobre camino angosto se volverán al ancho valle. Cansados de la impopularidad buscarán la celebridad. Cansados de mensajes que ponen de manifiesto la naturaleza caída y pecaminosa del hombre, pondrán mucha atención a quienes predican sobre su propia potencialidad y capacidades ilimitadas para conseguir lo que se proponen. Cansados de no participar de los placeres temporales del pecado se volverán a la vanidad transitoria y pasajera que levanta al hombre a cumbres engañosas que acaban hundiéndolo en el fango. Cansados de la crítica y la oposición se unirán a sus enemigos para aliviar su carga y tristeza. Cansados de la cruz de Cristo fabricarán cruces de oro y plata.

Se levantarán maestros, conferenciantes llenos de anillos, trajes lujosos, sonrisas de dientes blancos, con aspecto de hombres exitosos, con una oratoria fascinante y persuasiva pero vana, con el fundamento puesto en lo que hay en el mundo: los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Estrellas errantes. Su engaño será manifiesto a todos. Recibirán las palabras del Maestro en su venida: «nunca os conocí, apartaos de mi hacedores de maldad».

Hoy, como ayer, el engaño se esconde detrás de un aspecto agradable, una envoltura atractiva y una puesta en escena que hechiza los sentidos y subyuga el alma a la tiranía del hombre carnal. Como profeta, Pablo se anticipó al tiempo de disolución de los principios revelados en la Escritura. Por ello deja sus últimas palabras escritas con este énfasis: «predica la palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción.  Porque vendrá un tiempo cuando… apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos». ¡Ese tiempo es hoy!

         El hombre de verdad predica la palabra y no fábulas. Se afirma en la verdad aunque predomine la mentira. No se ciñe a lo políticamente correcto; su corazón arde por la justicia y la verdad del reino de Dios.

HOMBRES DE VERDAD (17) – Predica la palabra (1 parte)

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Predica la palabra (primera parte)

Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra…  (2 Tim.4:1-4).

Pablo está en sus últimos días en la tierra. La hora de su partida está cercana (2 Timoteo 4:6). En esa situación manifiesta una preocupación especial para que Timoteo predique la palabra. Lo hace con solemnidad, en la presencia de Dios y de Cristo (estaba en la cárcel, sin embargo, vivía en la presencia de Dios, consciente de su cercanía). A veces nos «desgañitamos» en los cultos pidiendo la presencia de Dios, lo cual pone de manifestó en muchos casos que no la tenemos. Pablo vivía en ella. Elías también: «Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy» (1 Reyes 17:1).

La expresión «te encargo» es más fuerte en el griego, dice: «te conjuro» (algunas versiones de la Biblia la usan). ¿Qué significa te conjuro? Conjurar es «ligarse con otro mediante juramento para un fin». Cuarenta judíos se habían conjurado para no comer ni beber antes de dar muerte a Pablo en Jerusalén (Hechos 23:12-14). El apóstol echa mano de una expresión que transmite la importancia que tenía para él la predicación. Debía anunciarse la palabra de Dios. No pensamientos humanos. Ni psicología. Tampoco positivismo. Ni auto estima. Ni humanismo. Ni antropomorfismo. ¡Predica la palabra! En otra ocasión dijo: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor» (2 Corintios 4:5). Y también: «Nosotros predicamos a Cristo, y éste crucificado» (1 Corintios 1:23). Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles contiene esta verdad esencial: predicaron la palabra, recibieron la palabra, crecía la palabra, Dios confirmaba la palabra.

Ahora bien, ¿qué significa predicar la palabra? Muchos dicen que predican la palabra, se sobresaltan enfatizando que están predicando la palabra de Dios, sin embargo, el fruto no es conforme a la doctrina de la piedad, sino conforme a nuestras propias concupiscencias, nuestros deseos y placeres. Hay que probar el mensaje. Examinarlo. La predicación puede ser fácilmente mezclada con razonamientos humanos y altivos, incluso con doctrinas de demonios. Hubo falsos profetas y habrá falsos maestros entre vosotros, dice el apóstol Pedro. Incluso Pablo sabía que al salir de Éfeso y la región donde había estado edificando a los hermanos entrarían lobos rapaces que no perdonarían el rebaño (Hechos 20:28-32). Incluso, dijo, «entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos… tened cuidado de vosotros y de toda la grey…» No solo debemos predicar la palabra sino también probar si lo que oímos se conforma a las Escrituras.

         El hombre de verdad vive lleno de la palabra. Ese es su mensaje.

HOMBRES DE VERDAD (16) – Recibe la acción de la Escritura

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Recibe la acción de la Escritura

Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (2 Tim.3:16, 17).

Una vez aceptada la inspiración y autoridad de las Sagradas Escrituras como base de fe y conducta, nuestras vidas quedan ligadas a la acción de la palabra misma, la cual actúa y hace su obra «en vosotros los creyentes» (1 Tes. 2:13). La palabra de Dios es vital en la vida del hombre de verdad. Le enseña, reprende, corrige, instruye, le lleva a la madurez y le equipa para toda buena obra. «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4:12,13).

Jesús oró al Padre: «Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Pablo, después de haber levantado congregaciones en cada ciudad donde predicó le evangelio, cuando marchaba, «los encomendaba a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados» (Hechos 20:32). La palabra de Dios es también una parte de toda la armadura de Dios; es la espada del Espíritu con la que podemos resistir los golpes de la mentira y el mentiroso, como hizo Jesús al ser tentado (Efesios 6:17). Por ello debemos meditarla, atesorarla, obedecerla, predicarla.

Los apóstoles de la iglesia en Jerusalén, cuando hubo quejas porque se desatendían a las viudas, «escogieron a siete hombres de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea». Y luego añadieron: «Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra» (Hechos 6:1-4). Además, los que habían recibido la palabra fueron bautizados, «y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración» (Hechos 2:41-42). Tal era la importancia que le dieron en la iglesia primitiva a la enseñanza de la palabra de Dios. Creyeron que actuaba en los discípulos. No predicaron sus propias imaginaciones fundamentando su mensaje en las Escrituras reveladas. Esdras nos da la síntesis del verdadero hombre de Dios en relación a su palabra. «Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel» (Esdras 7:10).

         El hombre de verdad es transformado por la palabra de Dios habiendo sometido su vida a la inspiración y autoridad de las Escrituras.

HOMBRES DE VERDAD (15) – Inspiración de las Escrituras

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Cree en la inspiración de las Escrituras

Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (2 Tim.3:16, 17).

El hombre de verdad cree en la inspiración de las Escrituras. En esto también sigue al Maestro. Jesús creía que la ley de Moisés, los profetas y los Salmos hablaban de él por revelación divina (Lucas 24:44). Lo expuso abiertamente a los dos discípulos de Emaús, abriéndoles el entendimiento para que comprendiesen, y lo hizo de tal forma que su corazón ardía dentro de ellos cuando le escuchaban (Lucas 24:25-27,32). Jesús hablaba con autoridad la palabra de Dios. Usó las Escrituras para resistir al diablo cuando le tentó. Era un gran conocedor de las Escrituras hebreas.

Los apóstoles también creían en la inspiración de la palabra de Dios. El apóstol Pedro escribió: «Y así tenemos la palabra profética más segura, a  la cual hacéis bien en prestar atención como a una lámpara que brilla en el lugar oscuro, hasta que el día despunte y el lucero de la mañana aparezca en vuestros corazones. Pero ante todo sabed esto, que ninguna profecía de la Escritura es asunto de interpretación personal, pues ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana, sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Pedro 1:19-21).

Pablo escribió que el evangelio estaba oculto desde tiempos eternos, «pero que ahora ha sido manifestado, y por las Escrituras de los profetas, conforme al mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones» (Romanos 16:25-26). Además dijo a los corintios que debían aprender en ellos, los apóstoles, a «no sobrepasar lo que está escrito» (1 Corintios 4:6). Y a los tesalonicenses que «cuando recibisteis la palabra de Dios, que oísteis de nosotros, la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis» (1 Tesalonicenses 2:13).

Le debemos al pueblo de Israel este gran tesoro que nos ha legado de parte de Dios. «¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?… Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada a la palabra de Dios» (Romanos 3:1,2 RV60).  El hombre de Dios no se ciñe al liberalismo revisionista sino que mantiene el buen depósito que le ha sido dado. No traiciona la verdad revelada en las Escrituras sino que guarda con fidelidad lo que le ha sido encomendado.

El hombre de verdad acepta la inspiración de las Escrituras como la aceptaron los apóstoles y el mismo Jesús.

http://www.dci.org.uk/zipped/LA%20INSPIRACION%20Y%20AUTORIDAD%20DE%20LAS%20ESCRITURAS.pdf

HOMBRES DE VERDAD (14) – Conoce las Sagradas Escrituras

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Conoce las Sagradas Escrituras

… y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuáles te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús  (2 Timoteo 3:15).

Las Escrituras pueden hacernos sabios, y si esa sabiduría podemos comenzar a adquirirla desde edades tempranas mejor. «¿Con qué limpiará el joven su camino?», pregunta el salmista, «con guardar tu palabra» (Sal. 119:9). Josué escogió esperar la bajada del monte de Moisés en lugar de participar de la fiesta del becerro (Ex.32:17). Luego no se separaba de la tienda donde Dios hablaba cara a cara con Moisés, vivía cerca de la revelación de Dios (Ex 33:11). Cuando llegó el tiempo para dirigir al pueblo se le dijo: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien» (Jos.1:8). Y está escrito al final del libro que lleva su nombre: «Y sirvió Israel al Señor todos los días de Josué y todos los días de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que habían conocido todas las obras que el Señor había hecho por Israel» (Jos. 24:31 LBLA).

El hombre de Dios debe ser un hombre de la palabra. Los ancianos de las congregaciones deben ser aptos para enseñar. Jesús dedicó mucho tiempo a las Escrituras desde su niñez y juventud, lo vemos en las preguntas que hacía a los doctores de la ley en el templo cuando tenía doce años; lo vemos también en el uso continuo que hizo de las Escrituras en su vida ministerial. Aprendió a discernir, desechando lo malo y escogiendo lo bueno (Is. 7:14,15). Creció y se fortaleció llenándose de sabiduría (Lc.1:40). Es bueno llevar el yugo desde la juventud (Lam. 3:27), estar atado a la verdad del evangelio. Timoteo lo había estado. La fe que habitó en su abuela Loida y su madre Eunice, también era una realidad en él (1 Tim. 1:5). Había conocido las Escrituras desde su juventud temprana. «Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él» (Pr. 22:6).

Pablo reconocía que su discípulo más aventajado era un hombre de la palabra, había seguido su doctrina y estaba preparado para transmitir la verdad del evangelio a la siguiente generación. Hoy muchos jóvenes creyentes han abandonado las Escrituras por los placeres temporales de una Play, un Smartphone, el Watshap, etc. Han cambiado la verdad de la palabra revelada y escrita por el atractivo de una imagen egipcia. El mundo visual con sus hechizos ha desplazado la meditación de las Escrituras que pueden hacernos sabios para la salvación.

         Sin embargo, el hombre de Dios y verdad vive aferrado a las Escrituras, y su carácter está formado en la sabiduría de lo alto.