GRATITUD Y ALABANZA (98) – Enseñanza apostólica (12)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (12)

Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12:28-29).

La vida del hombre nacido de mujer —diserta Job en su libro— es corta de días, y hastiada de sinsabores; sale como una flor y es cortada, huye como una sombra y no permanece (Job 14:1,2). Ese mismo hombre anegado de vanidad, diría Salomón, ha sido creado con el concepto de eternidad en su corazón (Ecl. 3:11 BTX IV edición). La vida humana se desarrolla en medio de un conflicto temporal y el anhelo de eternidad. Corrupción e incorrupción. Las limitaciones del cuerpo presente con el deseo de la eterna juventud. Un conflicto interior que no ha sido resuelto debidamente hasta ahora. Sin embargo, debemos aprender a contar nuestros días de tan manera, que traigamos al corazón sabiduría (Sal.90:12).

La temporalidad de una vida pasajera se enfrenta con la trascendencia soñada. La Escritura revela este conflicto una y otra vez, y lo resuelve como nadie. Hay un reino inconmovible y eterno preparado para los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia. Una gracia revelada en la persona del Mesías que nos abrió un camino nuevo y vivo para poder acercarnos a la eternidad con la confianza de la fe. La carta a los Hebreos nos habla de ese acercamiento en varias ocasiones. Podemos acercarnos al trono de la gracia confiadamente, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb.4:16). Teniendo un gran sumo sacerdote sobre la nueva casa levantada en tres días, podemos acercarnos al lugar santísimo en plena certidumbre de fe (Heb.10:22). Es el reino que Jesús anunció en primicia, y que Dios ha preparado para heredarlo desde antes de la fundación del mundo. De ahí el anhelo de eternidad innata del ser humano.

Ahora el autor de la carta a los Hebreos nos dice que una vez recibido este reino inconmovible tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios todos los días de nuestra vida. Ese servicio es también una primicia de nuestro estado futuro. Por eso la vida cristiana es una nueva manera de vivir, dejando la vieja y vana forma de vida que hemos heredado de nuestros padres. Una vez recibido el reino en nuestros corazones, y habiendo entrado en él mediante el nuevo nacimiento, vivamos, —nos dice el apóstol Pedro—, el tiempo que resta, no en las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios (1Pedro 4:2), agradándole con temor y reverencia. Por tanto, la vida eterna comienza ya ahora una vez recibimos al Rey de los siglos como Señor de nuestras vidas. Esta es la síntesis de la vida cristiana, no un sistema religioso.

         La gratitud nos conducirá a un servicio fructífero y agradable a Dios.

GRATITUD Y ALABANZA (97) – Enseñanza apostólica (11)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (11)

Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios… con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz… abundando en acciones de gracias… y sed agradecidos… Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias (Colosenses1:3,12;2:7;3:15;4:2).

En la carta a los colosenses tenemos otro máster apostólico sobre la vida de oración y acción de gracias. Como hemos ido viendo siempre aparecen juntas: Oración y gratitud. Alabanza y acciones de gracias. Una escuela fundamental de la enseñanza apostólica. La oración, alabanza y gratitud es una forma de expresión inequívocamente cristiana. Estas disciplinas nos adentran más allá del velo de carne, superando los rudimentos de este mundo terrenal, para penetrar en los poderes del siglo venidero. Podemos degustar las primicias de esos poderes eternos cuando caminamos con Jesús rindiendo nuestros corazones a una vida de oración fructífera y comunión con él; alabando a Dios de corazón y manteniendo una actitud de gratitud sincera como respuesta a su amor y entrega por todos nosotros.

Pablo lo hace siempre, y lo hace con gozo, el gozo de la salvación, de saberse redimido, es el gozo que el Maestro entregó a sus discípulos. Es el gozo que tuvo Abraham de ver el día del Señor, lo vio y se gozó (Jn.8:56). Es el gozo de pedir en el nombre de Jesús, y una vez haber recibido la respuesta el gozo se cumple (Jn.16:24). El gozo que nadie, dijo Jesús, nos podrá quitar (Jn.16:22). El apóstol mantuvo ese gozo en medio de circunstancias duras en múltiples ocasiones. Es el gozo de saber que somos participantes de la herencia de los santos en luz. De saber que hemos sido trasladados de la potestad y el dominio de las tinieblas, al reino de su amado Hijo (Col.1:13). Por tanto, abundamos en acciones de gracias. Somos agradecidos. Esta es la esencia de lo que somos en Cristo: personas agradecidos.

Somos redimidos, sacados de la esclavitud del pecado y la muerte, por ello, agradecidos. Como Miriam cuando Israel pasó el mar Rojo y tomando su pandero comenzó a entonar alabanzas al Eterno por haberlos sacado de Egipto. Pablo nos exhorta: sed agradecidos. Lo contrario no tiene cabida en el reino de Dios. Ha cambiado nuestro lamento en baile, por tanto, a ti cantaré, gloria mía, gloría mía… (Sal. 30:11,12). Habrá gozo perpetuo sobre nuestras cabezas, dice en dos ocasiones el profeta (Isaías 35:10 y 51:11). Nuestro texto de Colosenses culmina con la misma exhortación a perseverar en oración, y esa perseverancia tenga y encuentre el soporte sobre nuestras acciones de gracias. La gratitud mantendrá nuestra vida de oración con perseverancia. Este es el modus operandi del hijo de Dios que comprende su redención.

         La vida de oración se sustenta sobre un corazón sólidamente agradecido.

GRATITUD Y ALABANZA (96) – Enseñanza apostólica (10)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (10)

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6,7).

En estas palabras del apóstol tenemos todo un compendio de autoayuda que hace las delicias de cualquier motivador. No en vano muchos de ellos han saltado a las verdades del reino, sin entrar por la puerta, para saquear algunas de las verdades eternas y presentarlas como el último descubrimiento psicológico que nos hará felices y realizados. Eso sí, anulando, evitando o mezclando la verdadera fuente de donde emana la solución: Jesús, el buen pastor.

Los creyentes podemos ser engañados fácilmente por modas o prácticas que tienen apariencia de piedad, pero niegan su eficacia cuando se alejan de la Roca que sostiene el verdadero edificio: El Hijo de Dios. En la Escritura tenemos toda una fuente de vida y salud para dar respuesta a cada una de las necesidades del ser humano. Si entramos por la puerta —Jesús— hallaremos pastos. El Señor será nuestro pastor y nada nos faltará. Incluso cuando andemos en valles de sombra de muerte haremos frente al temor que nos invade, porque su vara y su cayado nos infundirán aliento. Infundir aliento es sacarnos de la depresión.

Jesús es la fuente de agua viva. Debemos saber sacar las aguas de esa fuente inagotable de vida y salud. Él dijo, en cierta ocasión, alzando la voz en medio de una de las grandes fiestas judías: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él (Jn.7:37-39).

El apóstol Pablo revela en estos breves versículos que estamos mirando una de las maneras en que podemos sacar agua de esa fuente, saliendo del desierto que tan a menudo nos anega. Por nada estéis afanosos. Y rápidamente nos da la clave para poder hacerlo: presentando  nuestras peticiones delante de Dios, haciéndolo con toda libertad, en un lenguaje natural, expresando y verbalizando la situación que nos aflige; y hacerlo con oración, ruego y acción de gracias. Todo ello en la misma expresión ante el trono de la gracia. Cuando lo hacemos, una primera consecuencia que recibimos es la paz de Dios, paz que supera el entendimiento natural, sin duda, lleno de incertidumbre en esos casos, guardando nuestros corazones y pensamientos en Cristo. La paz que él nos da hará que podamos pensar mejor para saber qué podemos hacer, o esperar, en las circunstancias que nos afligen. He recorrido este camino infinidad de veces a lo largo de mi vida.

         La ansiedad perderá su aguijón ante la oración con acción de gracias.

GRATITUD Y ALABANZA (95) – Enseñanza apostólica (9)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (9)

Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1 Tes. 5:16-18).

Hace décadas que se han puesto de moda los libros de autoayuda. Han brotado las terapias de todo tipo como setas en un campo lluvioso. Incluso tenemos coaching (entrenadores o animadores) que nos alientan a seguir adelante afrontando los desafíos de la vida con estímulo. Todo ello envuelto en grandes palabras sobre lo que seremos capaces de hacer, porque nosotros podemos y lo valemos. Seguramente estas técnicas ayudarán a cierto tipo de personas, pero no dejan de ser un sucedáneo de los principios eternos del reino de Dios.

El apóstol Pablo, un buen «coaching» donde los haya, nos da en la serie de textos de esta carta una buena dosis de estímulos para afrontar los desafíos de la vida con determinación. Nos habla de la «terapia» del gozo, estad siempre gozosos. Que mantengamos una vida intensa de oración, adaptada a  nuestro diario vivir. Orad sin cesar. Nos insta a no apagar el Espíritu, la fuente verdadera del poder de Dios para superar nuestras limitaciones y miedos. Que no menospreciemos las profecías, porque contienen el potencial de vida de Dios para nuestra edificación, exhortación y consolación. Además nos anima a ser de mente abierta, despiertos, y sin temor a examinar cualquier cosa reteniendo lo bueno. Y culmina este mensaje «motivacional» con estas palabras: Absteneos de toda especie de mal.

Por supuesto, he dejado el texto sobre el tema que estamos tratando para verlo un poco más detenidamente. En medio de sus consejos divinos ha incluido este: Dad gracias en todo; y debemos hacerlo porque esa es la voluntad de Dios. ¡Cuántas veces estamos preocupados por conocer la voluntad del Señor para nuestras vidas! Aquí tenemos varias exposiciones de ella, y especialmente la de ser agradecidos. La gratitud es un valor del reino de Dios. Dios quiere que seamos agradecidos.

Nada hemos traído y nada nos llevaremos, todo lo hemos recibido, por tanto, estamos en deuda continua de gratitud con el Dador de todas las cosas. En deuda con nuestros padres y tantas otras personas que han hecho posible el desarrollo de nuestro proyecto de vida. Especialmente los que nos han inspirado en el camino de la verdad y la justicia. ¡Cuántos motivos para estar agradecidos! Sin embargo, luchamos una y otra vez con la queja y murmuración. Ponemos el acento en lo que no tenemos olvidando en todo aquello que no apreciamos porque lo hemos dado por sentado. Mal hecho. Muy mal. Volvamos a la exhortación del apóstol y vivamos con gratitud a Dios, en primer lugar, como Fuente de todas nuestras alegrías y dones. Él es digno de nuestra adoración.

         Mantengamos la gratitud de corazón en medio del quehacer diario.

GRATITUD Y ALABANZA (94) – Enseñanza apostólica (8)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (8)

Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre(Efesios 5:19,20).

Llegamos ahora a una de las preguntas más complejas que se suscitan cuando abordamos este tema. ¿Debemos dar gracias a Dios por todo? Este debate se presentó en cierta ocasión en mi vida. Estaba yo estudiando en la Escuela Bíblica de Lérida por el año 1983 cuando salimos toda la iglesia a celebrar lo que allí se llama «el día de la mona». Es una fiesta regional cuando se sale al campo a comer juntos y celebrar un día de confraternidad. Después de la comida unos cuántos hermanos jugamos un partido de futbol en un terreno no muy apto para realizar este deporte. En uno de los lances del partido metí el pie en un agujero que me dobló el tobillo. Me hice daño. Cuando miré la lesión que me había producido vi que el tobillo se me había puesto de varios colores, se había hinchado y el dolor me impedía ponerme de pie. Me había producido un buen esguince que me impedía andar. Pronto se juntaron a mí alrededor muchos de los hermanos, unos decían una cosa y otros otra. Acordándome de este versículo dije que debíamos dar gracias a Dios por todo, y se desató un debate de si había que dar gracias a Dios «por» todo, según Efesios 5:20, o «en» todo según 1 Tesalonicenses 5:18.

La discusión fue haciéndose entretenida por momentos, mientras tanto unas hermanas me colocaron una venda en el tobillo y yo quitando importancia al asunto traté de apartarme del centro de la atención. Así llegamos de vuelta a la residencia donde vivíamos. El pie me dolía muchísimo. Decidí no ir a urgencias, sino creer en sanidad. Entre otras cosas porque en ese tiempo no tenía ni seguridad social; habiendo dejado mi trabajo para ir a estudiar perdí el derecho del seguro médico. Me aferré a la palabra de Dios y puse en práctica lo que había aprendido sobre sanidad hasta ese momento. En pocos días se fue el dolor, y con ciertas dificultades fui superando aquella pequeña prueba de mi fe. Sin embargo, el debate sigue en pie.

En la nueva vida en Cristo hay una nueva manera de hablar. No con palabras deshonestas, ni necedades, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias (Ef.5:4). Y cuando el apóstol nos exhorta más adelante a ser llenos del Espíritu, inmediatamente después dice: hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en nuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

         Tal vez no entendamos todas las circunstancias de nuestra vida, pero sí podemos saber que dar gracias a Dios en ellas nos llena de su Espíritu.

GRATITUD Y ALABANZA (93) – Enseñanza apostólica (7)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (7)

Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios (2 Corintios 4:15).

Los apóstoles de Jesús, dice Pablo, eran considerados como los últimos, la escoria del mundo; padecían hambre y sed, eran abofeteados y no tenían morada fija. Eran perseguidos y lo soportaban, los difamaban, eran como el desecho de todos (1 Co.4:11-13). Estaban atribulados, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; derribados, pero no destruidos. Vivian siempre entregados a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifestase en ellos (2 Co.4:7-11). Y concluye su exposición con las palabras que tenemos para meditar. Todas estas cosas padecían por amor a los hermanos, para que muchos presentaran sus acciones de gracias para que sobreabundara la gloria de Dios. Gratitud en medio de semejantes experiencias. ¡Cómo nos hemos alejado de la enseñanza apostólica!

Hoy muchos usan títulos ministeriales con gran alarde olvidando la esencia del espíritu apostólico. Queremos emocionar. Nos gusta impresionar y esconder nuestra vanidad detrás de una falsa humildad que emite un reflujo de nuestro propio ego. Es un signo inequívoco de los últimos tiempos: tendrán apariencia de piedad, negando su eficacia (2 Tim.3:5). Pero Pablo está interesado en que muchos presenten sus acciones de gracias a Dios, que abunden las manifestaciones de gratitud que honran al Padre, viendo nuestras buenas obras. Una de ellas en la iglesia de Corinto fue la de expresar su gratitud en forma de una gran ofrenda que estaba llevando a cabo el apóstol en favor de los hermanos de Judea. Esta ministración tenía, además del beneficio de la ayuda a los necesitados, la de glorificar a Dios por la manifestación de la obediencia al evangelio que mostraban también en este asunto (2 Co.9:11-13).

El fundamento de toda buena obra en la vida de los hijos de Dios debe ser siempre buscar la gloria de Dios. Es la enseñanza de Pablo en la carta a los efesios que hemos reseñado en otras meditaciones. Somos escogidos para alabanza de la gloria de su gracia. Lo repite en tres ocasiones (Ef.1:6,12 y 14). Esta verdad la vemos expresada con nitidez en los primeros capítulos del libro de Job. Dios preguntó a Satanás de donde venía, él respondió que de rodear la tierra y andar por ella. Entonces el Señor le recordó si había reparado en la integridad de su siervo Job, su servicio y adoración. Satanás pidió poner a prueba su integridad quitándole la cobertura de bendición y vería si Job mantenía ese estilo de vida. El desafió fue aceptado con el resultado que conocemos.

         Job, los apóstoles y la iglesia en Corinto sobreabundaron de gratitud.

GRATITUD Y ALABANZA (92) – Enseñanza apostólica (6)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (6)

Y si yo con agradecimiento participo, ¿por qué he de ser censurado por aquello de que doy gracias? Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 30-31).

La vida es compleja en sí misma. Las sociedades recogen esa complejidad y la mezclan en un torbellino de confusión que en ocasiones nos hace zozobrar. A menudo no sabemos bien qué hacer con una determinada situación que se presenta con distintas posibilidades, y no entendemos bien cuál de ellas escoger. En nuestro texto encontramos una máxima que nos debe servir de patrón y guía ante tales indecisiones: hacer lo que entendemos glorifica a Dios. Si buscamos su gloria, y no la nuestra, habremos recorrido un buen trecho del camino para acertar en nuestras decisiones.

Tenemos siempre delante un terreno hostil que pretende mantener las formas que siguen las masas, lo que Jesús llamó la puerta ancha. Uno de los poderes del presente siglo malo es la vanagloria de la vida. Los hombres aman su propia gloria. Existe una lucha interminable a lo largo de nuestra andadura terrenal por establecer el reconocimiento. Todos queremos ser reconocidos en lo que somos y hacemos. Y ese afán por la propia gloria muchas veces entra en conflicto con la gloria de Dios. Debemos escoger. Y al hacerlo, muchos se alejarán de nosotros como apestados. No lo queremos y por ello preferimos evitarlo.

Sin embargo, los poderes del siglo venidero, la vida y leyes del reino de Dios, están en oposición a la vanidad de este mundo. Glorificar a Dios tiene que ver con toda nuestra manera de vivir. Mantener nuestras convicciones escriturales encuentra a menudo oposición y desprecio. Debemos escoger. Pondré un ejemplo.

El apóstol de los gentiles daba gracias a Dios porque hablaba en lenguas más que los corintios (1 Co.14:17,18), y eso que aquella iglesia tuvo que ser corregida por los excesos en este asunto. Cuando se inició el movimiento pentecostal muchos grupos conservadores se opusieron y menospreciaron esta corriente cristiana. Aún hoy en algunos lugares son tratados como parias, sin embargo, los que hablamos en lenguas damos gracias a Dios por esta bendición escritural que tanto beneficio aporta a la vida de oración. Desde luego podemos caer en el lado opuesto. Ha habido muchos excesos y extremos en este tema, pero debemos preguntarnos si lo hacemos en ambos casos para la gloria de Dios o la nuestra. En lo que si estaremos de acuerdo es en dar gracias a Dios por la victoria (1 Co.15:57); el triunfo en el que nos lleva siempre en Cristo (2 Co.2:14); y en que en todas las cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Rom.8:37). Esta es, sin duda, enseñanza apostólica.

         Glorificar a Dios abarca toda nuestra manera de vivir sin excepción.

GRATITUD Y ALABANZA (91) – Enseñanza apostólica (5)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (5)

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:20).

La fe cristiana está fundamentada sobre los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Jesús mismo. Nuestro fundamento es sólido y firme, lo encontramos en toda la Escritura, que es inspirada por Dios y útil para enseñar, corregir, instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios esté preparado para realizar toda buena obra. A la vez, la historia del cristianismo está llena de una sucesión de falsas enseñanzas. Por tanto, debemos aprender pronto a entresacar lo precioso de lo vil; separar el grano de la paja y discernir lo que oímos, porque no es de todos la fe, sino que hay hombres perversos y malos que se infiltran en la comunión de los justos para desestabilizar y trastornar la fe de muchos.

Una de las enseñanzas que más se ha filtrado en el evangelio es la que pretende separar la materia del espíritu, haciendo diferencia entre el cuerpo físico y la vida espiritual. Como si ambos se excluyeran y caminaran por distinto rumbo, enfatizando la espiritualización de algunas verdades como si nada tuvieran que ver con la vida interior del corazón. Es lo que conocemos en la historia como gnosticismo.

Las Escrituras ponen de manifiesto que Dios es Espíritu, pero a la vez es al creador de la materia. El hombre fue formado del polvo de la tierra y Dios sopló en él aliento de vida para convertirse en un alma viviente. Por ello, todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo forman una unidad que en su conjunto debe glorificar a Dios. Nuestra adoración al Señor no es solo para el domingo por la mañana, sino para vivir como un sacrificio vivo, santo y agradable a Él, habiendo ofrecido nuestros cuerpos no conformándonos al esquema de este siglo, sino renovándonos para comprender cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom.12:1,2).

Nuestra manera de vestir glorifica tanto a Dios como nuestro culto de alabanza en la congregación. Más aún, el cuerpo debe armonizar en modestia, humildad y adoración con nuestro espíritu en una rendición completa que glorifique al Señor que nos compró como propiedad suya. Debemos, dice el apóstol en otro lugar, limpiarnos de todo tipo de contaminación, de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Co.7:1). Una vida rendida en adoración y gratitud no escatima su entrega en ninguna parte del ser. Vive para agradar a aquel que lo tomó por soldado, por tanto, no se enreda en los negocios de la vida que deshonran su buen nombre. En un mundo relativista, sin pudor, ni modestia, es fácil quedar atrapados por las redes del conformismo que nos hunden fácilmente en la permisividad que nunca glorifica a Dios.

         Debemos honrar y glorificar a Dios con todo nuestro ser completo.

GRATITUD Y ALABANZA (90) – Enseñanza apostólica (4)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (4)

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28).

Vivimos bajo los rudimentos de un mundo movible y perecedero. Los principios elementales del mundo están diseñados para su caducidad, por tanto, debemos alcanzar y elevarnos a los poderes del siglo venidero. Al intentarlo chocamos de frente con las limitaciones de nuestro cuerpo de muerte, del que hablamos en la anterior meditación. Se establece así un conflicto por querer y no poder. La frustración nos domina, acabamos rindiéndonos o exacerbando nuestra impotencia. De todo ello puede surgir la queja y el resentimiento oculto, imperceptible a veces, hacia el status quo. Buscamos un chivo expiatorio donde volcar nuestra derrota, en ocasiones elevamos la queja al cielo por las condiciones a las que nos vemos sometidos. Y así deambulamos perdidos entre el desánimo y la arrogancia. Nos movemos en una esquizofrenia sin descanso que nos azota aún más y empuja hacia el abismo.

En ese estado, en el que también se encontró antes el autor de la carta que meditamos, nos dice qué debemos saber. Hay algo que no sabemos y damos coces contra el aguijón por la ignorancia de los poderes del siglo venidero. Uno de esos poderes eternos es el amor. El amor es eterno, porque Dios es amor. Por tanto, lo que debemos saber es que a los que aman a Dios todas las circunstancias que acontecen en esta vida pasajera pueden reconducir nuestra existencia hacia un fin provechoso. Amar a Dios es darle gracias. Vivir en su temor nos da la sabiduría para afrontar el día malo, y una vez que acaba todo estar firmes. Firmes en la verdad de su palabra, porque el que ama a Dios guarda su palabra, la obedece. Entonces todas las cosas cooperan para bien.

Los que le aman penetran en las cosas que el ojo no ve, ni el oído oye, ni siquiera han subido al corazón del hombre, pero han sido preparadas para ellos (1 Co.2:9). Estos son conocidos por Dios (1 Co.8:3); sus vidas están delante de Él, porque está a mi diestra no seré conmovido (Sal.16 8 y Hch.2:25). Y como dice en otro lugar: Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre… con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación (Sal.91:14-16). Porque debemos saber que a los que aman a Dios (primer mandamiento de su ley) encuentran la manera de amar también a su prójimo, y con ello sus vidas descubren la dimensión eterna de la generosidad y gratitud. La existencia entra en el propósito establecido: para alabanza de la gloria de su gracia. Y con ello, descansan en este desierto avanzando hacia la eternidad.

         Amar a Dios es vivir agradecido por sus dones y beneficios plenamente.

GRATITUD Y ALABANZA (89) – Enseñanza apostólica (3)

GRATITUD Y ALABANZA - 1LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (3)

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:24-25).

Las mayores preocupaciones que acumulamos nada más nacer tienen que ver con el cuerpo físico. Evitar enfermedades, alimentarlo bien, cuidarlo en sus múltiples necesidades, que crezca sano y fuerte; y una vez que pasamos la infancia y nos adentramos en el desarrollo de nuestra vida sigue siendo una prioridad esencial conocer nuestro cuerpo, sus limitaciones, sus posibilidades, y especialmente pronto se presenta la realidad de nuestra temporalidad. El cuerpo físico se va deteriorando, procuramos retrasar su decadencia con ejercicio físico, con atuendos multicolores, maquillaje, cirugía plástica; nos preocupamos por una alimentación sana y equilibrada, en muchos casos al precio de caer en la idolatría del culto al cuerpo, la obsesión por no engordar y mantener una imagen saludable y atractiva que nos proteja del rechazo de una sociedad ciega, que solo piensa en lo terrenal, donde las apariencias son el rey de la aceptación y la imagen externa sobredimensionada ocupa el trono del culto a la vanidad. Nos entregamos con voluptuosidad y extremismos a vivir alrededor de las necesidades físicas y materiales despreciando el centro neurálgico de donde emana la verdadera vida: el corazón, nuestra alma.

De que aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma. Finalmente acabamos pidiendo en muchos casos la eutanasia, cuando nuestro cuerpo ya no sirve a pleno rendimiento, cuando caemos en postración por enfermedades o el deterioro natural de un vaso que envejece perdiendo las facultades que un día nos hizo el centro de todas las miradas. Como león viejo sin reino, abandonado por los suyos, tenemos que dar paso a la pujanza de la juventud energizada para retomar el ciclo vital. Y así generación va y generación viene.

El apóstol culmina la lucha interior que ha expuesto en Romanos 7 con un clamor: ¡Miserable de mí! ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte? Ha llegado a la rendición. No puede más. Está exhausto de tanto luchar sin conseguir domesticar una naturaleza pecaminosa y un cuerpo mortal que se impone con tiranía sobre todos sus ideales. Hasta aquí el gemido natural de todo ser humano. La frustración e impotencia de no poder frenar el deterioro inexorable de su vida mortal. Pero hay confianza, porque hay esperanza. Hay uno que se ha levantado venciendo la muerte y su poder degenerativo, por tanto, el apóstol puede elevar su grito de triunfo: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. El Señor de la vida ha resucitado, venciendo al último y peor enemigo del hombre, para redimir su cuerpo en victoria.

         Gratitud y alabanza por la redención de nuestro cuerpo mortal.