Carta a los GÁLATAS
HISTORIA DE LA CARTA
Galacia. En los días del apóstol Pablo era una provincia romana situada geográficamente en lo que hoy es Turquía. Algunas de sus ciudades más importantes, y en las que Pablo fundó iglesias nuevas, eran: Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (Ver Hechos capítulos 13 y 14).
Motivo de la carta. El motivo esencial de esta carta es salir al paso de ciertas enseñanzas judaicas que algunos maestros de la ley habían introducido. Entre ellas estaba la de obligar a guardar la ley y circuncidarse para alcanzar la salvación. El apóstol afrontó esta corriente doctrinal que diluía y mezclaba el evangelio anulando su poder, y presentando un mensaje distinto al que Pablo había predicado a los gálatas. Por ello les dijo:
Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos predicado, sea anatema [maldito] (1:8).
Fecha. Se cree que fue escrita alrededor del año 57 d.C., diez o doce años después de haber establecido las iglesias, aunque en ese tiempo hizo varias visitas a los nuevos discípulos.
La circuncisión. Es uno de los temas centrales de esta carta. Se practicaba a todos los niños judíos a los ocho días de nacer; o a quienes se convertían al Judaísmo. Se trata de cortar el prepucio que cubre el glande del miembro viril. Fue el signo externo que Dios mandó a Abraham como señal del pacto que hizo con él y toda su descendencia (Gn.17:1-10). El apóstol de los gentiles expondrá ampliamente en esta epístola que no es necesario, para los gentiles, ser circuncidados para formar parte de la familia de Dios. El evangelio, con todo su poder, no necesita esta señal externa para producir una nueva creación (Gá. 5:6 y 6:15). De la misma manera, hay que decir que los judíos siguen practicando este rito tradicional, incluso aquellos que reciben el evangelio, como parte de su herencia judía.
Los judaizantes. Eran un sector influyente de judíos que sí habían aceptado la mesianidad de Yeshúa, pero que obligaban a los gentiles convertidos a circuncidarse para ser parte de la ciudadanía de Israel. Pablo se opuso frontalmente a esta postura, contraria a la verdad del evangelio que él había recibido por revelación de Jesucristo. La discusión se hizo tan fuerte que fue motivo del primer Concilio en la iglesia de Jerusalén (Hch.15). Muchos judíos, predicadores ambulantes, seguían insistiendo en las mismas iglesias que el apóstol Pablo había anunciado el evangelio, la obligatoriedad de acercarse a Dios mediante el Judaísmo. Los gentiles debían guardar la ley de Moisés para ser aceptados en la familia de Dios (Hch.15:24). Este mensaje produjo perturbación en los nuevos discípulos entre los gentiles, por ello se convocó el mencionado concilio, y el apóstol Pablo tuvo que escribir esta importantísima carta doctrinal para aclarar y asentar la verdad del evangelio.
ENSEÑANZAS Y TEMAS
Los temas que aparecen en esta breve, pero significativa carta de Pablo, y que veremos a continuación, son estos:
- No hay otro evangelio (1:6-10)
- Cómo y de quién lo recibió Pablo (1:11-2:10)
- La defensa del evangelio ante Pedro y los judaizantes (2:11-21)
- El propósito que tuvo la ley (3:19-4:31)
- El significado de la promesa
- La promesa del Espíritu se recibe por la fe (3:1-18)
- La libertad y el fruto del Espíritu (5:1-6:10)
- Sobre la cruz de Cristo (6:11-17) (5:11) (2:20)
- No hay otro evangelio (1:6-10)
El apóstol Pablo no se anduvo con rodeos cuando se trataba de defender el mensaje del evangelio. Estaba maravillado de que tan pronto los gálatas hubieran puesto su oído a otros evangelios, fascinados por el brillo falso de mensajes, seguramente atractivos para el hombre religioso y carnal, pero falsos. El evangelio es un misterio eterno revelado, por tanto, se necesita revelación, dependencia, lo cual significa que el verdadero evangelio de Dios precisa de la intervención divina para comprenderlo y recibirlo. Otros evangelios pueden ser entendidos fácilmente sin la intervención sobrenatural ―especialmente los que descansan sobre las obras para sustentarse― pero el evangelio de Dios es de Dios, no de los hombres, procede de Él, por ello, somos dependientes de su Espíritu para poder acceder a él mediante el arrepentimiento y la fe.
El misterio que esconde el evangelio que Pablo predicó en Galacia se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas. En esas Escrituras se recogen los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían después para beneficio de todos los llamados del Señor. Los profetas hablaron de una gracia destinada, dirigida por Dios para que fuera alcanzada por todos aquellos que oyen el mensaje y lo reciben; anunciada por los apóstoles que predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.
Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén (Ro.16:25-27).
Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro, 1:10-12).
En estos pasajes donde se recoge la esencia apostólica de lo que es el evangelio, vemos que es un mensaje eterno que había sido preparado desde antes de la fundación del mundo, por tanto, es un propósito diseñado por Dios, un plan de redención. Ese plan se fue revelando progresivamente a través de los profetas, y tuvo su culminación en la persona de Jesucristo. Ha sido revelado a través de la predicación de los apóstoles por el Espíritu Santo, y recogido en sus escritos para todas las generaciones posteriores. Pablo es consciente de este misterio revelado y de la necesidad de transmitirlo correctamente, sin adulteraciones, cuando pide la oración de los hermanos de Éfeso a favor de su apostolado.
… orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar (Efesios, 6:18-20).
En su carta a los colosenses, Pablo deja constancia de esta verdad fundamental: que el mensaje que anunciaba le fue dado por Dios para ser proclamado; de esa forma el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, sería revelado. Ese misterio se sintetizaba en poner de manifiesto las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria (Colosenses, 1:24-29).
El evangelio es la buena noticia de la llegada del Mesías y Salvador del mundo (Lc.2:10,11). Es la gracia de Dios manifestada para salvar a todo aquel que cree (Tit.2:11) (Ro.3:24). Tiene su base en la obra redentora de Jesucristo, su muerte y resurrección (1 Co.15:1-5). Es el único camino para que el ser humano sea librado del poder del pecado y de la muerte; permitiendo acercarnos a Dios en plena certidumbre de fe (Jn.14:6) (Hch.4:12) (1 Ti.2:5) (Ef.3:12) (He.10:19-22). Este es el evangelio que el apóstol Pablo predicó a los gálatas y en el que debían permanecer firmes, porque no hay otro evangelio revelado a los hombres. Concluyendo: si otra persona, o un ángel del cielo, anuncian otro evangelio distinto del que les ha sido anunciado, sea anatema, maldito (1:8,9).
Hubo, y hay, quienes anunciaban otros evangelios distintos al que enseñaron los apóstoles, sobre ellos recae un juicio de maldición (1:9). Más adelante expone las bases sobre las que asienta una tesis absoluta, inequívoca, y que no admite alternativa: el evangelio de Dios es poder para salvar. Se distingue porque trae libertad al hombre y no dependencia de sistemas religiosos. Los otros «evangelios» esclavizan, perturban, roban la libertad del individuo, le frustra y nunca pueden llegar a suplir las verdaderas necesidades del ser humano (Jn.8:31,32,36) (Hch.15:24,32) (Ro.8:15; 14:17) (1 Co.14:3) (Gá.2:4; 5:1,13). La verdad del evangelio no tiene lugar con el sincretismo (sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes) de los primeros siglos; ni tiene que ver con el pretendido ecumenismo de nuestros días. El apóstol Pablo lo deja meridianamente claro en esta carta.
- Cómo y de quién lo recibió Pablo (1:11-2:10)
Ahora bien, los gálatas, ―y nosotros mismos―, debemos preguntarnos ¿por qué el evangelio que predicó Pablo y los demás apóstoles es el verdadero evangelio de Dios? ¿Qué bases tenemos para poder fundamentar esta premisa básica de la fe? El apóstol va a poner su exégesis al servicio de la comprensión del mensaje eterno, con las bases que lo avalan, comenzando con estas palabras: El evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Gá.1:11,12).
Pablo aseguraba que el evangelio es un misterio revelado, por ello deja claro que él mismo lo recibió por revelación, y ésta, directamente de Jesucristo, sin intervención humana. Antes había sido un judío estricto, fariseo, perseguidor de la iglesia; hasta que el Señor mismo le salió al encuentro en el camino a Damasco (Hechos 9). Y sustenta su argumentación en las siguientes aseveraciones:
- Fue llamado por Dios desde el vientre de su madre (1:15).
- Fue escogido para ser apóstol a los gentiles (Hch.9:15,16) (Gá.2:7-10).
- No consultó enseguida con hombres, sino que fue a Arabia. Seguramente a un lugar apartado donde seguir recibiendo las revelaciones del Señor (1:17).
- Luego fue a Damasco (1:17) donde siguió dando testimonio a los judíos de su conversión (Hch.9:20-22).
- Mas tarde, subió a Jerusalén para ver a Pedro (1:18); y de esta manera confirmar el mensaje con aquellos que eran testigos oculares de lo que él había recibido por revelación directa. Por tanto, la revelación recibida fue confirmada por el testimonio de los demás apóstoles, que ahora eran testigos ante el pueblo de las cosas que habían visto y oído (2:6-10).
Por tanto, tenemos que el evangelio que predicó Pablo estaba en armonía con las enseñanzas de los doce apóstoles; aunque él había recibido un llamado especial para llevarlo a los gentiles (Ef.3:1-13). Fue Pablo quién mejor entendió la universalidad del evangelio: Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y coparticipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef.3:6). Por otro lado, el evangelio de Dios está edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra principal Jesucristo mismo (Ef.2:20).
- La defensa del evangelio ante Pedro y los judaizantes (2:11-21)
El apóstol Pedro hizo un viaje a la iglesia de Antioquia de Siria, desde donde Bernabé y Pablo habían salido en su primer viaje misionero (Hch.13:1-3). Cuando el antiguo pescador llegó a la ciudad comía y se relacionaba con los hermanos gentiles, pero cuando vinieron algunos judíos, estrictos guardadores de la ley de Moisés, que le acusaron de comer con gentiles, su actitud cambió y los evitaba por temor a sus hermanos de Jerusalén (Hch.11:1-4). Incluso, el mismo Bernabé fue arrastrado por esa conducta hipócrita, que no pasó desapercibida para Pablo; por lo cual, viendo que no andaban conforme a la verdad del evangelio (2:4), en el que no hay diferencia entre judío o gentil, (3:27-28), los exhortó delante de todos, cara a cara, con estas palabras: El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado (2:16). Y continúa con una de las declaraciones más poderosas del mensaje del evangelio: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (2:20).
Pablo no estuvo dispuesto a hacer nula la gracia de Dios, regresando a las viejas costumbres y ritos judíos que tenían un peso muy fuerte aún en la iglesia primitiva. Levantó su voz para que la libertad del evangelio prevaleciera con los discípulos. Y sentenció: No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo (2:21). Depender de las obras de la ley para obtener el favor de Dios es colocarse bajo maldición, porque está escrito: maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas (3:10). Concluyendo con lo dicho por el profeta Habacuc: El justo por la fe vivirá (3:11). Al final de la carta dice taxativamente: en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación (6:15).
- El propósito que tuvo la ley (3:19-4:31)
Pablo da continuidad a su exposición adelantándose a la pregunta que automáticamente surgiría en la mente de todo judío sincero: Entonces, ¿para qué sirve la ley? (3:19). Nosotros hoy podríamos preguntarnos: «entonces, para que sirven las buenas obras y mis tradiciones religiosas? La respuesta del apóstol es que la ley sirvió para dar a conocer el pecado del hombre y llevarlo a la necesidad de un Salvador (Ro.3:20; 5:20; 7:7). La ley ceremonial de Moisés sirvió como ayo hasta que viniera el Mesías y remediara el pecado del hombre (3:19). Una vez realizada la redención, ya no estamos bajo ayo, sino que la justicia de Dios se manifiesta mediante la fe, para todos los que creen en él (3:22) (Ro.3.21,22) (Gá.3:24,25,26; 4:2,4-7) (Jn.1:12).
Estando ahora en Cristo, hemos sido hechos, por la fe, descendientes de Abraham y herederos de la promesa (Gá.3:29) (Ro.4:11,16,18). El autor de la carta fundamenta esta verdad en la alegoría de las dos mujeres del padre de la fe: Sara y Agar, que constituyen dos pactos bien distintos. Veamos.
AGAR:
- Su hijo Ismael, ejemplifica al hijo de la carne.
- Simboliza el pacto del Sinaí, la ley.
- Lo relaciona con la Jerusalén actual que está en esclavitud (Roma).
SARA:
- Su hijo Isaac ejemplifica al hijo de la promesa.
- Simboliza el nuevo pacto y la gracia revelada.
- Relacionado con la Jerusalén celestial y libre (He.12:22) (Ap.21:2,10).
La diferencia entre ambos pactos es notable. Vemos que hay un hijo nacido según la carne que da hijos para esclavitud, estos son los descendientes de Agar; y un hijo nacido de la promesa, por el Espíritu, que da hijos en libertad. Entre ambos se establece una lucha inevitable: muerte o vida, esclavitud o libertad, religión o revelación (Ro.8:2) (Gá.4:29-31). Este conflicto prevalece aún en la vida del hijo de Dios (Ro.7:14-25) (Gá.5:16,17). La victoria está en vivir y andar en el Espíritu, llenos del Espíritu (Gá.5:25) (Ef.5:18). Veamos ahora más concretamente a que se refiere el apóstol Pablo con la promesa, una expresión que se repite ampliamente en el desarrollo de su carta.
5. El significado de la promesa
Para comprenderlo mejor debemos remontarnos al pacto que Dios hizo con Abraham, y que tenemos expuesto en el libro de Génesis. Ese pacto incluía el que Dios haría de Abraham una gran nación (Gn.12:2). Le bendeciría ampliamente (12:2); y esa bendición se extendería a todas las familias de la tierra (12:3). Además le daría la tierra de Canaán como herencia perpetua (13:14-17). Le daría un heredero, Isaac, y mucha descendencia, como la arena del mar y las estrellas del cielo (15:4-6). La Escritura también nos habla del pacto que Dios hizo con David, prometiéndole que de su descendencia vendría un justo que gobernaría para siempre sobre todas las naciones (2 Sam.7:16,29 y 23:3-5). Además de otras muchas promesas que Dios hizo a través de los profetas de Israel, y que tienen su cumplimiento en el advenimiento del Mesías (2 Co.1:20) (Lc.22:37). Ahora bien, en el contexto de la carta a los gálatas, la promesa se sustancia de la siguiente manera:
- La promesa de ser hechos hijos de Dios. Adoptados como hijos (Gá.3:26; 4:4-7).
- La promesa del Espíritu Santo (Gá.4:6; 3:14) (Lc.24:49) (Hch.1:4; 2:33,39) (Ef.1:13,14).
- La promesa de ser herederos con Cristo (Gá.4:7; 3:29) (Ro.8:15-17). Coherederos del mismo cuerpo (Ef.3:6; 2:19) (1 P.2:9,10). Herederos de la vida eterna (Tit.3:7) (He.1:14).
Todo ello es parte de la revelación que Pablo había recibido de Jesucristo, y que son fundamento de las buenas nuevas del evangelio de Dios para todos los hombres, judíos y gentiles.
- La Promesa del Espíritu se recibe por la fe (3:1-18)
La enseñanza clara del apóstol en esta carta es que la victoria sobre la carne y vieja naturaleza es consecuencia de vivir y andar en el Espíritu; la promesa de Dios se recibe por medio de la fe, no por las obras de la ley. Como está escrito: el justo por la fe vivirá (Hab.2:4) (Gá.3:11). Los receptores del evangelio que Pablo había predicado en las ciudades de Galacia habían sido confundidos a través de predicadores judaizantes. De tal forma que los que habían comenzado la vida cristiana mediante la acción del Espíritu de Dios en sus vidas, ahora eran impelidos a regresar a los viejos rudimentos de guardar la ley para ser aceptados (Gá. 3:1-5). Habían comenzado por el Espíritu y estaban regresando a vivir en la carne, es decir, un sistema religioso ajeno al evangelio de la gracia de Dios. Pablo corrigió con valentía este error usando como ejemplo el pacto que Dios hizo con Abraham. La Escritura dejaba claro que Abraham fue justificado por la fe antes de que viniera la ley de Moisés (3:6). La fe es anterior a la ley. La promesa dada a Abraham de ser justificado mediante la fe fue antes que la ley. Abraham es anterior a Moisés (3:16-18). La simiente de Abraham es Cristo, y su obra redentora es la base fundamental de la salvación mediante la fe en todos aquellos que la reciben; y al hacerlo, son hechos hijos de Abraham, herederos de la promesa (3:7,16,18). Cristo nos redime de la maldición de la ley, porque la ley misma dice: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley (3:10) (Dt.27:26). Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos (Stg.2:10,11). Para ello vino el Mesías al mundo, para cumplir la ley por nosotros (Mt.5:17); y que su justicia fuese imputada a todos aquellos que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia (2 Co.5:21) (Ro.5:17). Por ello, los que viven según la fe son bendecidos con el creyente Abraham (3:9); no confiando en una justicia propia, sino en la justicia de Dios. Ahora, a parte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él (Ro.3:21,22). Y esa bendición, en su multiforme expresión, llega a nosotros mediante Cristo (3:14). El mismo apóstol nos enseña que hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Ef. 1:3). Estamos completos en él, porque en él habita corporalmente toda la plenitud de Dios, y es la cabeza de todo principado y potestad (Col.2:9,10).
- La libertad y el fruto del Espíritu (5:1-6:10)
Una vez que el apóstol usó la alegoría de las dos mujeres de Abraham (Sara y Agar), con sus dos hijos (Isaac e Ismael), simbolizando los dos pactos, uno para libertad, otro para esclavitud, concluye al inicio del capítulo 5 con estas palabras: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud (5:1). Podemos perder la libertad del evangelio. Podemos regresar a los viejos rudimentos de realizar obras de cualquier sistema religioso para agradar a Dios, pretendiendo ser justificados por la justicia propia. Fue el peligro que el apóstol vio en los gálatas. En su caso era la circuncisión judía la que ponía en peligro la verdad del evangelio. Esa opción, en los gentiles, conducía a la obligación de guardar toda la ley; lo cual los desligaba de Cristo, cayendo de la gracia (5:3,4). Este es un peligro que ha estado presente en toda la historia de la iglesia. También en nuestros días. Hay quienes pretenden volver a la justicia de la ley, cualquier ley religiosa, para tratar de agradar a Dios, anunciando con ello que la obra redentora de Jesús no es suficiente. Un gravísimo error que debemos evitar. De ahí que el apóstol Pablo enfatice el hecho de mantener la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. Esa libertad que tuvo que defender ante el mismísimo apóstol Pedro, arrastrados por la influencia intimidadora de los judaizantes. Tal era su fuerza; tal es hoy el poder de todo sistema religioso opuesto al fundamento del evangelio, cuyo epicentro es la justicia de Dios mediante la fe en Cristo.
Pablo pone de manifiesto, en su exégesis, que hay una batalla para mantener la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por ello, es necesario afrontar la lucha inevitable entre las obras de la carne y el Espíritu. Es necesario andar en el Espíritu desechando las obras de la carne. La vida cristiana comienza por el Espíritu (vivimos por el Espíritu), y se debe desarrollar andando en el Espiritu. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (5:25). La vida en el Espíritu produce libertad (2 Co.3:17), sin embargo, las obras de la carne producen esclavitud, y finalmente muerte (Ro.8:6) (Jn.8:34-36). Esta es la esencia del evangelio de Dios que está oculto a los ojos de las multitudes. Las aparentemente «deleitosas» obras de la carne (adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes) conducen irremediablemente fuera de la herencia del reino de Dios. Los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (5:21). Por el contrario, el fruto del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza) es evidencia de que la vida de Dios se expresa en nosotros con libertad, y conduce a la vida eterna (6:8). Ante esta realidad superior no hay ley porque es superada por la ley del Espíritu de vida en Cristo (5:23) (Ro.8:2); o como la llama Pablo en otro lugar, la ley de Cristo (6:2) (1 Co.9:21).
La vida cristiana produce obras; las obras del Espiritu. No son las que nos justifican ante Dios, sino las que manifiestan el resultado de nuestra regeneración. El evangelio produce buenas obras en aquellos que han sido lavados, justificados y santificados mediante la fe en Cristo (Tit.2:14; 3:1,8,14). La Biblia enfatiza este hecho fundamental de la fe. Porque la fe sin obras está muerta. Las obras producen recompensa eterna (2 Co.5:10). Determinan en gran medida el galardón y la función en el reino mesiánico y la eternidad (Lc.19:13,16,17,18,19-24) (He.11:24-26) (Ap.22:12). Hay un motivo trascendente para entregarnos a una vida de buenas obras, las obras del Espíritu (Jn.15:4-8). Además, Dios recibe gloria y alabanza mediante ellas (Fil.1:11). Por su parte, las obras de la carne, no tienen solamente el sentido de lo inmoral y sensual, sino también de todo aquello que se opone a Dios, que no le da gracias al Hacedor de todas las cosas (Ro.1:21); es obrar la salvación por sí mismo mediante justicia propia; son aquellos cuya esperanza está solamente en las cosas materiales y terrenales, que actúan según sus propios instintos (Fil.3:39) (Ro.8:5).
- Sobre la cruz de Cristo (6:11-17) (5:11) (2:20)
El apóstol finaliza su carta enfatizando un tema que ha sido muy maltratado y peor comprendido, se refiere a llevar la cruz o ser crucificados con Cristo. «Llevar la cruz» se ha convertido en un concepto religioso que normalmente tiene el sentido de sobrellevar una situación lastimosa o difícil en la vida. Sin embargo, ese no es el sentido que le da la Escritura.
Llevar la cruz es un requisito previo al discipulado. Nadie puede ser discípulo de Jesús si antes no ha tomado su cruz y le sigue con determinación (Lc.14:27). ¿Qué significa llevar la cruz? Alguien lo definió de la siguiente manera: La cruz es el emblema de la persecución, la vergüenza y el abuso que el mundo cargó sobre el Hijo de Dios, y que el mundo cargará sobre todos aquellos que elijan ir contra la corriente.
Llevar la cruz significa decir la verdad en todo momento, andar en luz (Ef.4:25; 5:7-12). Significa no avergonzarse del Señor delante de los hombres (Lc.12:8,9). Revela la victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte y Satanás (1 Jn.3:5,8). Significa que hemos sido redimidos de la maldición de la ley (Gá.3:13,14). En ocasiones es persecución (Gá.5:11 y 6:12) (Mt.5:11,12). Significa que he muerto para el mundo, con su sistema de valores, y el mundo ha muerto para mí (Gá.6:14) (1 Jn.2:15-17). Significa ser contado por loco o insensato, pero que actúa el poder de Dios en nosotros (Gá.5:11) (1 Co.1:18). Significa que ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí (Gá.2:20). Que Jesús es mi Señor, he sido comprado con su sangre, y ya no me pertenezco; soy hijo de Dios, y si vivo, vivo para el Señor, y si muero, lo hago para el Señor. Vivo para aquel que murió y resucitó por mí (Ro.14:8,9) (2 Co.5:14-16) (1 P.4:1-5). Estas son algunas respuestas de lo que significa, según las Escrituras, llevar la cruz e ir en pos del Maestro.
Cuán lejos estamos, una gran parte de la iglesia de nuestros días, de esta verdad esencial del evangelio. Para los gálatas fue la obligación de ser circuncidados y guardar la ley el detonante para robarles la libertad que habían adquirido mediante el evangelio. Para nosotros hoy es una sociedad hedonista, cuyos valores son la cultura del placer, el mínimo esfuerzo, la negación del dolor, el sufrimiento y la abnegación por los demás. Puede ser que hoy la mayoría de nosotros no tengamos el problema de caer de la gracia mediante el rito de la circuncisión y guardar las obras de la ley para ser salvos, pero el aumento de la maldad que nos rodea ha enfriado nuestro amor por Dios de tal forma que ya no sabemos nada de lo que significa la vida discipular, llevando la cruz de Cristo, y siendo crucificados con él.
CONCLUSIÓN
Esta carta que Pablo escribiera a los gálatas tenía el propósito de corregir las falsas enseñanzas que los llamados judaizantes habían introducido en la iglesia. Al hacerlo, nos ha dejado un documento extraordinario de los fundamentos del evangelio que el apóstol de los gentiles predicó. Con esta carta afirmó a los discípulos en la fe y la vida del Espíritu. Les abrió su propio corazón contándoles cómo había recibido el mensaje del evangelio mediante revelación directa; cómo lo había confirmado con los demás apóstoles y las Escrituras de los profetas, que siguen siendo la base esencial de nuestra fe. En ella tenemos contenido la totalidad del mensaje del evangelio de Dios, y no hay otro evangelio, aunque sea anunciado por ángeles. Debemos, por tanto, asegurarnos si el evangelio que hemos creído y recibido está en concordancia plena con la enseñanza apostólica, que a su vez emana de los profetas de Israel.
PREGUNTAS Y REPASO
1.- ¿Qué ciudades comprendía la provincia de Galacia?
2.- En Hechos 13 y 14 encontramos la historia de las iglesias en Galacia. Haz un resumen breve de las circunstancias que rodearon la fundación de dichas iglesias.
3.- ¿Por qué tuvo que escribir Pablo esta carta?
4.- ¿Qué es lo que distingue el evangelio de Dios de otros mensajes religiosos, políticos y humanos?
5.- ¿Sobre qué bases se apoya el evangelio de Dios que predicó el apóstol Pablo?
6.- ¿Qué propósito tuvo la ley dada a Moisés?
7.- ¿A qué se refiere Pablo en Gálatas cuando habla de la promesa? ¿A qué promesa se refiere?
8.- ¿Qué significado tiene la expresión: «vivir según la carne»?
9.- Explica la diferencia de vivir según la carne o según el Espíritu, es decir, el fruto de la carne y el fruto del Espíritu.