Los hijos de condenación (LXV) – Babilonia (57)
… Se enamoró de ellos a primera vista, y les envió mensajeros a la tierra de los caldeos. Así, pues, se llegaron a ella los hombres de Babilonia en su lecho de amores, y la contaminaron, y ella también se contaminó con ellos, y su alma se hastió de ellos (Ezequiel 23:16,17)
Sigamos un poco más con los mismos textos de Ezequiel. Hablábamos de enamoramiento en nuestra reflexión anterior.
A menudo pensamos que el enamoramiento a primera vista es bueno, lo buscamos, lo esperamos, y a veces lo encontramos, pero como en todas las cosas buenas puede haber contraindicaciones.
El enamoramiento del que habla aquí el profeta se ha producido por un hechizo, de esa forma se ha enajenado la razón, su capacidad de razonar y pensar con sensatez, rindiéndose a sus enemigos idólatras con la suavidad que produce.
A partir de ahí se toman iniciativas contraproducentes motivadas por la seducción idólatra. Piensa en la vertiente natural y/o en la espiritual. Enviaron mensajeros a los caldeos, estos advirtieron la sumisión y se aprovecharon de ella. Se produjo un yugo desigual, porque ¿qué concordia tienen el templo de Dios y los ídolos? Así, pues, se llegaron a ella —a Jerusalén, llamada también Aholiba— los caldeos contaminando al pueblo de Dios, y estos contagiados voluntariamente por ellos, hasta que su alma se hastió.
Hoy vivimos estas contaminaciones en una parte de la iglesia.
El brillo babilónico, su esplendidez y riqueza, su vestido escarlata, de lino fino y apariencia de piedad, han sumergido a muchos cristianos en una decadencia de la que no son conscientes porque su enamoramiento de la ciudad babilónica ha enajenado sus sentidos para discernir, por tanto, se ha contaminado con el mundo y mezclado la adoración al Dios vivo con los ídolos de Babel.
Lo vemos físicamente en la vida de David cuando vio a Betsabé y recreándose en una mirada lasciva fue seducido hasta el hechizo paralizador de la verdad. Lo encontramos en la vida de uno de sus hijos, Amnón, que se enamoró a primera vista de su hermana Tamar; hechizado por su belleza no descansó hasta violarla para luego aborrecerla, su alma se hastió una vez consumado el acto. Lo vemos espiritualmente en la iglesia de los gálatas, que fueron fascinados por predicadores al estilo babilónico (Gá. 3:1). Y lo vemos también en los israelitas acampados en los campos de Moab; cómo fueron seducidos por las hijas de Moab, primeramente invitados al culto idólatra, para acabar poco después en un desenfreno sexual que trajo el juicio de Dios (Núm. 25:1-3 y 31:16).
Para no ser atrapados en el enamoramiento consentido de Babilonia debemos salir de ella, entrar en Jerusalén y no movernos de allí.