Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados (1 Pedro 4:7,8)
Hemos llegado al final de una larga serie sobre la realidad del hombre condenado. Anteriormente vimos el hombre glorificado. En ambos casos la Escritura habla de predestinación. A la vez pone de manifiesto la libre voluntad del hombre para elegir. Esta aparente contradicción necesita la revelación de Dios, mediante su Espíritu, para que el hombre pueda saber que hay salvación en Cristo para todo el que venga a beber del agua de vida. También hay condenación eterna para aquellos que rechazan voluntariamente el don de la justicia, siguiendo su camino de perdición.
En realidad todos hemos sido destinados a condenación por el pecado heredado. Incluso encontramos en la misma Escritura a personas mencionadas por su nombre que viven bajo el signo de la condenación toda su vida. Es el caso de la generación de Noé, Nimrod, los habitantes de Babilonia, Esaú, las ciudades de Sodoma y Gomorra, el Faraón de los días de Moisés, algunos de la familia de Coré, el profeta Balaam, el rey Jeroboam, Jezabel, Atalía, Amán el persa, Herodes el grande, Judas Iscariote, Simón el mago y Elimas el mago.
Además aparece en la Biblia el término genérico de «los impíos» que manifiestan una naturaleza corrupta irredenta; sus vidas causan dolor, angustia y muerte a muchos de sus contemporáneos. Incluso sus enseñanzas, doctrinas e ideologías siguen produciendo penuria después que han terminado sus días en la tierra.
Esta realidad nos debe hacer comprender que, como dice el apóstol Pablo, hay espíritus engañadores y doctrinas de demonios que llevan a muchos a la apostasía de la fe. Debemos identificar el error y el espíritu anticristo en nuestra generación. Errores hay muchos: la corriente humanista, secular, relativista por un lado; por el otro, tenemos el islam como potestad anticristiana predominante que niega la redención de Cristo, anuncia otro Jesús y otro Dios. A toda esa amalgama de iniquidad le espera la ira de Dios, su juicio inexorable.
Concluimos con las palabras del apóstol Pedro. El hijo de Dios y la iglesia del Señor, debe comprender que el tiempo del fin está cerca, por tanto, nuestras señas de identidad deben ser la sobriedad, la oración y el ferviente amor, porque en el amor no hay temor y cubre multitud de pecados. Nos queda la esperanza del REINO MESIÁNICO, nuestra próxima serie.
Hay un fin para cada cosa, y todo tiene su tiempo debajo del sol. El día final alumbrará cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.