12 – LA REDENCIÓN – Justificados por la fe (I)

La locura de la cruzJustificados por la fe (I)

Para demostrar en este tiempo su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús… Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley  (Romanos 3:26,27 LBLA)

Pablo comienza su carta a los romanos diciendo que, en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Rom. 1:17). Ser justificados por fe está en oposición abierta al intento del hombre por participar en la salvación. Desde el principio Adán quiso hacerlo, una vez caído en pecado, se construyó un vestido de hojas de higuera para cubrirse del temor y la vergüenza que sentía por haberse rebelado contra el Dios que le había dado todo. Sin embargo, Dios les cubrió con un vestido de piel, resultado de una ofrenda, un sacrificio, derramamiento de sangre.

El intento del hombre cuando cae en la cuenta de que ha cometido un error y un error grave, es tratar de minimizar los efectos de su acción. La culpabilidad resultante de nuestros errores impulsa nuestra voluntad tratando de mitigar en lo posible el daño realizado. Sin embargo, Dios no permite la intervención humana en la obra que puede satisfacer su justicia. Una vez que el elemento humano, por tanto caído y pecaminoso, entra en acción, la obra pierde su eficacia y la rebaja, es insuficiente para satisfacer la santidad de Dios.

Dijimos que la salvación es obra de Dios de principio a fin. Para demostrar en este tiempo su justicia. El nivel de justicia de Dios es inmensamente superior a la justicia humana, como los cielos son más altos que la tierra. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55:8,9). Pablo dice luego: A fin de que El sea justo.

Dios no tendrá por inocente al culpable. Su reino es un reino de justicia. Para que Dios sea justo, y pueda justificar al culpable, no puede rebajar sus exigencias, y éstas solo pueden ser satisfechas por la sangre del justo, el Cordero de Dios que fue inmolado. Nadie puede tocar esta salvación. Las obras humanas y religiosas contaminan la obra y la hacen ineficaz, no sirve. Se justifica al que tiene la fe en Jesús, el autor de la salvación de ellos. Las obras de la ley son insuficientes, los sistemas religiosos no bastan, la fe en Jesús debe levantarse y mirarle colgado en la cruz, como la serpiente fue levantada en el desierto, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna.

         La justificación por la fe le da la gloria al que nos salvó.

11 – LA REDENCIÓN – Justificados por su gracia (II)

La locura de la cruzJustificados por su gracia (II)

Siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús  (Romanos 3:24 LBLA)

Debemos distinguir entre la redención realizada y la justificación aplicada. La redención fue realizada únicamente por Jesús, su obra es única, ninguna religión puede añadir un ápice a la consumación de la obra de Jesús. La redención fue realizada por el Mesías. Es el Redentor. No podemos ser redimidos con oro o plata, tampoco con títulos o nombramientos diversos, aunque seamos de una familia de rango abolengo, ni nuestras obras realizadas con la mejor de las intenciones pueden añadir un codo a la obra perfecta y acabada del Hijo de Dios.

Parece evidente, pero la historia de la iglesia está llena de intentos por echar agua, o mezclarla con disolventes para obtener méritos en la obra que solo pertenece a la divinidad. Dios no acepta otra cosa para redimir al hombre que la sangre derramada en la cruz del Calvario. La salvación pertenece a nuestro Dios (Apc.7:10). No hay intervención humana en ella, no puede haber brazo de carne que sostenga una salvación tan grande. Es de Dios. La gloria es de Dios. La justicia es de Dios. Su naturaleza y carácter está en juego. No comparte su gloria.

Ahora bien, de esa salvación o redención, cuelga —como diríamos en términos informáticos— la justificación que es aplicada al hombre de fe, mediante la gracia de Dios. La justificación se puede aplicar al hombre caído cuando la acepta por fe, y aquí sí hay intervención humana, entra en juego nuestra voluntad para recibir o rechazar. La redención es obra de Dios, Dios estaba en Cristo, reconciliando al hombre consigo mismo. La justificación se aplica a todo aquel que recibe la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

Aquí tenemos la combinación: Dios redime, el hombre es justificado. La voluntad de Dios ejecuta la obra en la persona del Hijo; la voluntad del hombre recibe por fe, o rechaza por incredulidad, dureza de corazón o porque el sistema religioso al que pertenece ha ocupado el lugar de la salvación. Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios (Ef.2:8).

Todas las religiones, en mayor o menor medida, pretenden mezclar la obra de redención con sus propias obras; es abominación a Dios. La revelación del Espíritu manifiesta la obra de Jesús y nos conduce al arrepentimiento y la fe para recibir por gracia el don de Dios.

         La justificación por la fe es una verdad revelada que nos coloca en actitud de recibir o rechazar, pero nunca de realizar. Jesús lo ha hecho posible.

10 – LA REDENCIÓN – Justificados por su gracia (I)

La locura de la cruzJustificados por su gracia (I)

Siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús  (Romanos 3:24 LBLA)

De principio a fin, la salvación es obra de Dios. La salvación pertenece a nuestro Dios (Apc. 7:10). La Biblia lo llama una salvación tan grande (Heb. 2:3). Fue anunciada primeramente por el Señor, confirmada por los que la oyeron y Dios testificó también con señales, prodigios, milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad. Esta salvación tan grande contiene todo el consejo de Dios para restaurar al hombre de su caída, y devolverlo al propósito original.

La salvación tiene diversas fases. Toda ella tiene un propósito: rescatar al hombre, restaurarle, regenerarle y conducirle a una posición nueva, que supera y va más allá de la creación en Adán; es hacernos conforme a la imagen de su Hijo (Rom. 8:29). El propósito final de la salvación es llevar muchos hijos a la gloria, habiéndolos transformado a la imagen del Hijo, y vencido el poder del pecado y de la muerte, llevarlos a un estado glorioso de redención en el que no habrá más posibilidad de rebelión y pecado. Ya no habrá muerte,  no habrá llanto, ni dolor, las primeras cosas habrán pasado y todas han sido hechas nuevas.

Esta gran salvación de Dios tiene diversas fases y debemos comprenderlas. La ira, el juicio, la ley, el pecado y la condenación resultante, han colocado al hombre en una posición insostenible, y es en esa fase donde aparece la encarnación del Hijo de Dios para redimir, rescatar y justificar al hombre caído. La justificación del hombre es un milagro solo posible por la justicia satisfecha del Santo.

Ser declarados justos, siendo pecadores, no es posible para ningún sistema religioso, por ello, esta verdad revelada ha transformado la vida de los hombres y las sociedades. Esta verdad quedó enterrada bajo la arena de la ignorancia, oscurecida por el manto del poder religioso y oculto a los ojos de generaciones y generaciones.

La justificación del hombre, en base a la redención que realizó el Hijo de Dios, es tan determinante en el devenir de los pueblos y familias, que fue sacada a luz nuevamente con una fuerza increíble en el siglo XVI por hombres como Martin Lutero, que Dios usó para devolver la verdad al pueblo. La verdad de la justificación por la fe contiene una parte esencial de la salvación que Dios ha preparado para las naciones. Si no entendemos bien esta verdad esencial en nuestra comunión con Dios, otras muchas verdades que cuelgan de ella quedarán en un vacío, o serán distorsionadas con mezclas indeseables.

         El evangelio de Dios contiene la verdad de la redención, y ésta incluye la justificación del hombre por fe, recibida gratuitamente por su gracia.

9 – LA REDENCIÓN – Por medio de la fe en Jesucristo

La locura de la cruzPor medio de la fe en Jesucristo

Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas; es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen; porque no hay distinción (Romanos 3:21-22 LBLA)

La justicia de Dios ha sido manifestada. Es decir, la justicia divina ha sido satisfecha. Tal vez podemos invertir el orden y decir que una vez satisfecha la justicia de Dios, ha sido manifestada para ser aplicada a todos aquellos que creen en aquel que la ha hecho posible: Jesucristo. Por eso, en ningún otro hay salvación, porque  no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cuál podamos ser salvos (Hch. 4:12).

Jesús ha satisfecho la justicia de Dios para que podamos acercarnos en plena certidumbre de fe, para alcanzar gracia y la ayuda oportuna. Esa justicia ha sido testificada por la ley y por los profetas, por tanto, hay una secuencia de continuidad. Estaba encerrada para ser manifestada. Se veía en sombra, pero ahora ha sido revelada en plenitud en la persona y obra de Jesús. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre (1 Tim. 2:5).

Esta gracia estaba destinada. Es el plan de Dios desde la eternidad, pero se ha presentado progresivamente para alcanzar a todos aquellos que han llegado al fin de los tiempos. La redención estaba  preparada incluso antes de la caída. Porque El estaba preparado desde antes de la fundación del mundo, pero se ha manifestado en estos últimos tiempos por amor a vosotros (1 Pedro 1:20). Y antes dijo el apóstol Pedro: Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro 1:10-12 RV60).

La revelación del evangelio estaba contenida en la ley y los profetas, es decir, las Escrituras judías. Somos deudores (Ro.15:27). Seamos agradecidos. Aceptemos la soberanía de Dios. Y pongamos nuestra fe en el Mesías de Israel, el redentor del mundo.

           La fe en Jesús activa todo el plan de salvación a nuestro favor. Satisface la justicia de Dios. Crea un nuevo hombre en justicia y santidad de la verdad. Nos regenera. Eleva nuestra dignidad. Nos hace hijos de Dios.

8 – LA REDENCIÓN – La justicia de Dios

La locura de la cruzLa justicia de Dios

Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas; es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen; porque no hay distinción (Romanos 3:21-22 LBLA)

La ira de Dios, su justo juicio; la ley que es insuficiente; la circuncisión también, y el pecado que hemos heredado; todo ello coloca al hombre en una posición insostenible. Delante de Dios, un Dios santo, con unas demandas imposibles de cumplir por la imposibilidad de una naturaleza mala e impotente para alcanzar la justicia más elevada de Dios, estamos vendidos. El veredicto no tiene margen de error: culpables. La sentencia es la muerte. Para Dios sí hay pena de muerte, aunque tarde un tiempo en llegar. La paga del pecado es muerte. La consecuencia de vivir en la carne, según las apetencias del hombre caído, es condenación. Muerte eterna. Separados de Dios. Condenados al abismo y el lago de fuego. El Hades nos espera sin esperanza. La cárcel perpetua es nuestro destino. ¿Cómo escaparemos? (Heb. 2:3). ¿Quién nos librará de este cuerpo de  muerte? (Rom. 7:24). Dios es fuego consumidor (Heb. 12:29). … y yo lloraba mucho, porque nadie había sido hallado digno de abrir el libro… Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro (Apc. 5:1-5).

Hay uno que ha vencido para libertarnos. Hay uno que dispuso su voluntad para venir en nuestro rescate. Entonces dijo: He aquí, yo he venido para hacer tu voluntad… Por esta voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida de una vez para siempre (Heb. 10:9,10). Jesús dispuso su voluntad y dio su vida en rescate por muchos. En esa voluntad el destino de millones de hombres y mujeres ha cambiado para toda la eternidad.

La justicia de Dios ha sido satisfecha por el justo. ¡Hay un justo! El justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1 Pedro 3:18). La ecuación ha sido resuelta. ¿Qué ecuación? La de encontrar una respuesta que despeje la incógnita y solucione la ira, el juicio, la ley, el pecado y la justicia de Dios. Como está escrito: Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El (2 Co.5:21). Es el misterio de la redención que necesita ser revelado por el Espíritu y la Escritura. Porque «el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo».

En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe… (Ro.1:17).

7 – LA REDENCIÓN – Todos pecaron

La locura de la cruzTodos pecaron

Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios (Romanos 3:23 LBLA)

El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte. Todos hemos participado de esa naturaleza maligna, por tanto, todos hemos sido despojados de la gloria de Dios. Aquel vestido que cubría al primer hombre y la primera mujer fue quitado, quedaron desnudos y separados de la comunión de vida con Dios. Esa naturaleza la hemos heredado de nuestros padres. Y aunque nos hayan educado bajo las demandas de un sistema religioso, seamos judíos o gentiles, con ley o conciencia natural, todos hemos participado en el inicio de nuestra existencia del mal que entró en el corazón del hombre y lo apartó de Dios.

El pecado destruye la comunión con Dios. No podemos alcanzar su justicia. Es demasiado elevada y ningún sistema religioso puede ayudarnos plenamente para recuperar la gloria perdida. Necesitamos un Redentor. Necesitamos redención. Necesitamos un justo. Pero, como está escrito: no hay justo, ni aún uno; no hay quién entienda, no hay quién busque a Dios; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quién haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Rom. 3:10-12).

Necesitamos un justo que satisfaga plenamente la justicia de Dios. Pero si todos los hombres pecaron y están destituidos de su gloria ¿de dónde vendrá nuestro socorro? Necesitamos un hombre sin pecado como propiciación delante de Dios que pueda presentar una ofrenda ante el trono de justicia, satisfaga las demandas de la santidad de Dios, y pueda ser aplicada a quienes la aceptan como rescate de sus vidas. Eso es redención.

Y solo hay uno que puede hacerlo, que nació sin pecado, que se hizo hombre, aunque era Dios. La doble naturaleza de Jesús como Hijo de Dios e Hijo del Hombre viene en nuestro rescate. Ahora la gloria perdida en Adán podemos recuperarla para ser revestidos de Cristo, nuestro sumo sacerdote, redentor y propiciación. Gracias a Dios por su don inefable.

Todo lo anterior a la revelación del Hijo Unigénito fue una preparación para ser alcanzados por la gloria postrera de la casa de Dios. Porque El ha sido considerado digno de más gloria que Moisés en toda la casa de Dios… Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin nuestra confianza y la gloria de nuestra esperanza (Hebreos 3:1-6).

         El pecado nos impide alcanzar su gloria; nos destituye y despoja del vestido, pero el Rey ha venido para devolver al hombre lo que perdió en Adán.      

 

6 – LA REDENCIÓN – La circuncisión tampoco es suficiente

La locura de la cruzLa circuncisión tampoco es suficiente

Pues ciertamente la circuncisión es de valor si tú practicas la ley, pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión (Romanos 2:25 LBLA)

La pertenencia a una comunidad concreta tampoco nos redime. Todos nacemos en un entorno social, cultural y religioso especifico, sin embargo, esa identidad natural no nos hace más o menos aceptos delante de Dios. No es la identidad natural la que nos redime. La salvación es de Dios, no de una nacionalidad concreta. Ciertamente el judío tiene ciertas ventajas porque han recibido la palabra de Dios (Rom. 3:1,2), y en ella tienen la revelación de su voluntad. Pero tener la palabra de Dios no significa cumplirla.

Dios le dio a Abraham la circuncisión como señal del pacto que hizo con él y su descendencia, pero ahora Pablo nos dice que tampoco la circuncisión vale nada si no va acompañada del cumplimiento estricto de la ley. Pues ciertamente la circuncisión es de valor si tú practicas la ley, pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión (Rom. 2: 25).

¿De qué sirven unas gotitas de agua al nacer y declarar cristiano al recién nacido, si en el transcurso de su vida no hace la voluntad de Dios? ¿De qué vale nacer en una familia de tradición religiosa, de cualquier denominación, si la persona no ajusta su vida a la revelación de Dios? Sirve en cuánto a los límites y freno al pecado que pone una educación conforme a la ley de Dios, pero si la persona no acepta y pone su corazón en ello de nada le sirve. Es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino de Dios (Rom. 2:29).

La circuncisión tampoco redime. Porque ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación (Gá. 6:15). Y esa nueva creación solo se obtiene mediante redención, una redención que tiene como base la obra única y acabada en la cruz del Calvario por Jesús, el Redentor de Israel y las naciones. La ley ha sido nuestro ayo para llevarnos al encuentro con el que nos redime (Gá. 3:24). Es Cristo quién nos redime de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, a fin de que en Cristo, la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe (Gá. 3,14).

         No es la circuncisión, ni la ley, ni cualquier tradición religiosa las que pueden redimirnos, sino la fe en el Mesías que obra por amor.  

5 – LA REDENCIÓN – La ley es insuficiente

La locura de la cruzLa ley es insuficiente

Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado  (Romanos 3:20 LBLA)

En este recorrido que estamos haciendo en la nueva serie que hemos iniciado nos encaminamos hacia la meta de alcanzar redención. La naturaleza pecaminosa del hombre le ha alejado de Dios, por tanto, nos hemos colocado bajo la ira y el juicio justo de Dios. Ahora vamos a dar un paso más.

Nos encontramos con dos tipos de hombres, uno que vive delante de Dios según la conciencia natural, esa conciencia le dicta normas de conducta que no ha visto escritas en ninguna ley, pero que están presentes en su modo de razonar. Pablo lo expresa así: Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen la ley, ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos, ya que muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces y otras defendiéndolos (Ro.2:14-15). Esta verdad demuestra que el hombre tiene una conciencia universal, aunque nadie le haya enseñado la ley que sí tuvieron los hebreos. La conciencia acusa o defiende según el conocimiento del bien y del mal que tiene. Sin embargo, la conciencia nunca alcanza el nivel de exigencia de la justicia de Dios. Por tanto, tampoco es fiable para poder redimirnos.

Hay pecadores que lo son sin haber vivido bajo los parámetros de la ley, y hay los que no alcanzan la justicia de Dios mediante la ley porque no la cumplen en su totalidad. Todos ellos pecan, unos sin ley y otros con ley. Pues todos los que han pecado sin la ley, sin la ley también perecerán; y todos los que han pecado bajo la ley, por la ley serán juzgados (Rom. 2:12).

Luego el apóstol aborda la situación de los judíos que sí tenían ley, pero no la guardaban, por tanto, aunque la ley pone límites a la naturaleza pecaminosa del hombre, no tiene el poder de transformar y regenerar por cuánto por medio de la ley es el conocimiento del pecado. La ley no tiene poder de frenar la acción pecaminosa del hombre. Puede hacerle creer que es mejor que los gentiles que no tienen ley, llevarle a la jactancia y dejarle convicto bajo la ley que no cumple, además de conducirle a un conocimiento de culpabilidad mayor por cuanto no tiene el poder para llevar adelante en su vida las exigencias de la ley, con lo cual pone en evidencia su impotencia. Por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.

         Conocer la voluntad de Dios no nos justifica ni redime, sino el hacerla. La ley pone en evidencia nuestra impotencia y necesidad de un Redentor.

4 – LA REDENCIÓN – El pecado nos coloca bajo el juicio de Dios

La locura de la cruzEl pecado nos coloca bajo el juicio de Dios

Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas  (Romanos 2:2 LBLA)

En el capítulo uno de Romanos Pablo hace una lista exhaustiva de la manera de proceder de los hombres alejados del temor de Dios. Por cambiar la gloria de Dios en una imagen de hombre corruptible, Dios los entregó a la impureza en la lujurias de sus corazones. Por haber cambiado la verdad por la mentira y adorar a las criaturas en lugar de al Creador, Dios los entregó a pasiones degradantes. Y por no haber tenido en cuenta a Dios, sino que escogieron vivir a espaldas de sus mandamientos, ignorando la revelación de Dios en la naturaleza y en su propia conciencia, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran cosas que no convienen.

Las consecuencias de estas múltiples «entregas» —Dios los entregó aparece en el texto hasta tres veces— fue una forma de vida impía que atrajo el juicio justo de Dios. El hombre escogió practicar toda la lista de manifestaciones pecaminosas que aparecen en Romanos 1:29-32. Las hacen y dan su aprobación a los que las practican. Esas prácticas son dignas de muerte. Repito, atraen el juicio de Dios.

La exposición del apóstol en los primeros capítulos de su epístola a los Romanos no es gratuita, ni para recrearse en la maldad del hombre, sino para ponerlo como base de la grandeza del mensaje del evangelio que está predicando. Sin el pecado del hombre no hay ira de Dios, ni tampoco puede haber juicio, por tanto, no se necesita redención.

Pablo predica a Cristo y este crucificado. La locura de la cruz es que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. El glorioso mensaje del evangelio es que la justicia de Dios se ha revelado por la fe en Jesucristo, pero sin acentuar antes el pecado, la ira y el juicio, no tiene sentido hablar de la manifestación de la justicia de Dios a través de la redención en Jesús.

Por tanto, toda predicación del evangelio que no contiene el pecado del hombre, la ira y el juicio justo de Dios por la maldad, no es evangelio, no hay buena noticia porque no hay o no es necesaria la redención. Podemos sobrevivir con un mensaje agradable que nos de algunas pautas de comportamiento ético, o hacer buenas obras que nos deje participar en la solución, y por las cuales podamos gloriarnos de la capacidad y potencialidad humana para solucionar nuestros propios problemas. Muy propio del hombre caído, pero insuficiente para la redención que necesitamos.

         El juicio de Dios sobre la naturaleza de pecado es justo porque hemos practicado todo tipo de perversiones y necesitamos una redención completa.

3 – LA REDENCIÓN – El pecado atrae la ira de Dios

La locura de la cruzEl pecado atrae la ira de Dios

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad  (Romanos 1:18 LBLA)

El apóstol Pablo fue quién mayor revelación recibió del evangelio de Dios. Él lo llama «mi evangelio». Vivió por y para el evangelio, para que la verdad revelada permaneciese a la siguiente generación, y a través de sus cartas a todas las generaciones. En la carta a los Romanos hace la mejor y más amplia exposición que tenemos en la Biblia sobre el misterio que estaba oculto desde tiempos eternos. Así lo expresa al final de su epístola. Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe (Rom. 16:25,26).

El evangelio es un misterio revelado en las Escrituras. Estaba oculto, sin revelar en su totalidad, pero ahora ha sido manifestado por la predicación para ser dado a conocer a todas las naciones.

Un misterio oculto necesita revelación para ser comprendido. La revelación viene por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios cuando el hombre escucha el mensaje y se arrepiente de sus pecados. Y el comienzo del mensaje, según la exposición que hace Pablo en Romanos, es acerca de la ira de Dios contra la impiedad de los hombres. Por tanto, la predicación del evangelio comienza en la ira de Dios.

Cuando apareció Juan el Bautista les dijo a las multitudes: Quien os enseñó a huir de la ira venidera (Lc.3:7). Pablo le dijo a los tesalonicenses que Jesús nos libra de la ira venidera (1 Tes.1:10). El apóstol Juan dice en su evangelio que el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él (Jn.3:36).

Y ¿por qué está airado Dios? Por el pecado de los hombres que con impiedad e injusticia detienen la verdad. Por eso está escrito: Habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque Él ha establecido un día en el cuál juzgará al mundo con justicia, por medio de un Hombre a quién ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos (Hch. 17:30-31).

         El pecado del hombre le mantiene bajo la ira de Dios, por ello necesitamos un redentor, Jesús, quien nos libra de la ira venidera.