La enseñanza de Pablo en la carta a los Efesios
(Primera parte)
En la carta de Efesios el apóstol Pablo se dirige especialmente a los creyentes gentiles que se habían convertido en la ciudad de Éfeso. El tema predominante de la epístola es la iglesia de Dios, la posición de los creyentes en Cristo que ahora han sido unidos por la fe al pueblo que tenía los pactos, la ciudadanía y que ya eran la familia de Dios.
Vuelve a mencionar Pablo un misterio que ha sido revelado y que lo sustancia en los siguientes términos: «Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y coparticipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio».
Vemos tres aspectos principales: Que los gentiles son co-herederos, ¿qué significa esto? Significa que ya hay herederos y otros han sido incluidos en esa misma herencia, los gentiles somos herederos juntamente con el pueblo que ya había recibido la herencia, es decir, el pueblo de Israel. Qué más. Que somos miembros del mismo cuerpo, no somos un cuerpo aparte, ni ha habido un cambio de pueblo, sigue siendo el mismo cuerpo de creyentes que ya existía en la antigüedad y que nunca ha dejado de serlo. Además dice que somos co-partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio. Una vez más vemos un término muy interesante, ¿qué significa ser co-partícipes? Significa participar de algo juntamente con otros, en este caso de la promesa que Dios le hizo a Abrahán y que llega a nosotros mediante el evangelio de Jesús, la simiente que había de venir y que el mismo apóstol enseña en la carta a los Gálatas (Gá. 3:6-18). Regresemos ahora al capítulo 2 de Efesios y veamos lo que nos dice a partir del versículo 11.
Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Efesios, 2:11-22).
Dirigiéndose a los creyentes gentiles, el apóstol nos dice que en otro tiempo éramos llamados incircuncisión, es decir, no teníamos la señal del pacto que Dios había hecho con Abrahán y para el que le dio la circuncisión como señal externa de ese pacto (Gn.17:9-14). Por tanto, estábamos excluidos de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos y las promesas, sin esperanza, sin Cristo y sin Dios en el mundo. Ese era nuestro estado anterior.
En otro lugar dice que estábamos muertos en delitos y pecados, vivíamos en las pasiones de la carne, siguiendo la corriente de este mundo y éramos por naturaleza hijos de ira, es decir, vivíamos bajo la ira de Dios porque estábamos alejados de los pactos que Dios ya había hecho con Israel.
La mujer sirofenicia (gentil) que vino a Jesús con su hija atormentada por un demonio había comprendido perfectamente esta verdad, y lo expresó de forma un tanto provocativa para la mente refinada del hombre moderno.
Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse. Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de él, vino y se postró a sus pies. La mujer era griega, y sirofenicia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio. Pero Jesús le dijo: Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. Respondió ella y le dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos. Entonces le dijo: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija. Y cuando llegó ella a su casa, halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama (Marcos, 7:24-30).
El ministerio de Jesús fue dirigido en primer lugar a las ovejas perdidas de la casa de Israel; recorrió la mayoría de ciudades y aldeas de Galilea, Judea y algunas de Samaria, enseñando, sanando y liberando de demonios como respuesta a la profecía de Isaías (Isaías 61:1-2). Cuando Jesús nació el ángel dijo a los pastores judíos: «Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor».
¿Cómo es posible pensar que Dios iba a cambiar de pueblo y sin embargo enviar a Su Hijo en primer lugar a la casa de Israel? No es cierto que Israel le rechazó, si no que algunos, especialmente los gobernantes del pueblo le rechazaron (Lucas 7:29-30). Hemos cometido el error de confundir a los líderes políticos y religiosos con la totalidad del pueblo, (se sigue haciendo hoy día); y los responsables políticos nacionalistas de hoy identifican su política con la tierra y la totalidad de sus habitantes, de tal manera que cuando se critican sus errores entienden que es una crítica antipatriota y por tanto destructiva de la nación.
Jesús fue especialmente duro con los escribas, fariseos y saduceos, es decir, los gobernantes (Mateo 23), pero sumamente misericordioso y compasivo con los publicanos, pecadores, prostitutas, es decir, el pueblo llano (Mt. 9:10-13) (Lc.15:1-3).
El sumo sacerdote de los días de Jesús en la carne profetizó que era necesario que un solo hombre muriera por el pueblo y no que toda la nación pereciera a manos de los romanos. Ellos pensaron que sus decisiones representaban a la totalidad, pero el pueblo amaba a Jesús, se iba tras él, incluso muchos de los gobernantes, aunque no lo confesaban por miedo a los fariseos para que no los expulsaran de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios (Juan 12:42-43).
Bien, dicho esto, volvamos a Efesios. «Pero ahora en Cristo», dice Pablo, nosotros que en otro tiempo estábamos lejos de la posibilidad de acercarnos a Dios, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Jesús. El Mesías es nuestra paz y de ambos pueblos ¿qué pueblos? el pueblo de Israel y los gentiles, las demás naciones, hizo uno, ¿qué significa esto?, ¿que Israel ha dejado de existir? ¡no!, que nosotros (gentiles) hemos sido incluidos en el único pueblo de Dios: Israel. Nosotros que no éramos pueblo, ahora somos pueblo de Dios mediante la fe en Jesús. «Derribando la pared intermedia de separación».
El pueblo de Israel no podía juntarse con las demás naciones, no debían ellos convertirse a los pueblos que la rodeaban, sino las demás naciones debían convertirse a ellos, porque Israel tenía la ley, los pactos, las promesas. El pueblo de Israel, como sabemos, no siempre cumplió con este cometido, sino que en muchas ocasiones se dejó contaminar por la idolatría que le rodeaba y sufrió el castigo por romper el pacto y no ser fieles a su Dios. Pues bien, ahora, en Cristo Jesús, (el Mesías judío que anunciaron los profetas de Israel), nos han predicado la buena nueva los apóstoles judíos para que podamos ser parte de ese pueblo y participar de la misma savia del olivo, eliminando las enemistades, lo que nos separaba según la ley y juntos podamos acercarnos al Padre en el mismo Espíritu.