15 – ANTES DE LA CAÍDA (Fin de la Serie)

Antes de la caída (3)De Él y para Él son todas las cosas

Porque de Él, por El y para El son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén (Romanos 11:36). Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quién proceden todas las cosas y nosotros somos para El; y un Señor, Jesucristo, por quién son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros (1 Corintios 8:6).

Antes de acabar esta serie sobre la realidad del hombre y la mujer antes de la caída me gustaría recapitular lo visto en las anteriores meditaciones. La Escritura no deja lugar a dudas que Dios es el Creador de todas las cosas, incluido el hombre, y fueron hechas por Él y para Él. De Dios proceden todas las cosas, y nosotros somos para Él. Hay un Señor, el Mesías, por quién todas las cosas subsisten, y por medio del cual existimos nosotros. Pablo lo resumió con estas palabras: «Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quién soy y a quién sirvo». Este es el propósito original de Dios que se vio perturbado por la aparición de una  rebelión pre-adámica.

Hemos visto, sin embargo, que antes de ese momento trascendental Dios creó al hombre recto, con una naturaleza justa, aunque el hombre se buscó muchas perversiones posteriores. Somos el resultado de la voluntad expresa de un Dios Creador que decidió soberanamente traernos a existencia. Además puso en el hombre su propia imagen y semejanza, que como vimos, al margen de su aspecto físico, creemos que tiene que ver con el ámbito espiritual, racional, moral e inmortal con el que fuimos creados. Se le dio dominio sobre toda la creación natural y animal, fue constituido mayordomo bajo la soberanía del Hacedor.

Dios produjo también las condiciones para que el ser creado a su imagen tuviera abundante provisión para todas sus necesidades. Sopló en él aliento de vida, fue hecho un ser viviente –el apóstol Pablo lo dividiría en un ser tripartito: espíritu, alma y cuerpo− y lo puso en medio de un lugar amplio, hermoso y placentero: el huerto del Edén.

Además trajo al hombre una ayuda idónea que fue tomada del varón, la mujer, para que lo complementara, fuera su compañera y pudieran compartir juntos la inmensa creación de Dios formando una familia con capacidad reproductiva. El hombre la recibió y fueron hechos una sola carne. Estaban vestidos de la gloria de Dios, alejados de la vergüenza y el temor, manteniendo comunión y relación cercana y amistosa con el Rey del Universo.

La entrada del mal rompió ese mundo. Fueron expulsados del paraíso y obligados a vivir en unas condiciones mucho peores.

El Señor Dios tenía un plan regenerador para recuperarlos, porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.

14 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Paseaban en el huerto al fresco del día

Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día…  (Génesis 3:8).

Esta breve reseña parece indicar lo que pudiera haber sido una costumbre en la comunión entre Dios y el hombre durante el tiempo anterior a la caída en pecado. Dice que Dios se paseaba en el huerto, lo que viene a significar que lo hacía con un cuerpo semejante al de Adán. En la Biblia de Jerusalén se traduce así: «Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa».

Dios andaba en comunión y amistad con el hombre. Le haría partícipe de múltiples consejos para poder cumplir con éxito su cometido en el mundo natural puesto bajo su cuidado. Hablaría con él cara a cara, como hizo tiempo después con Moisés (Éxodo 33:11), y que más tarde fue imposible sin que el hombre pudiera resistir la presencia de Dios sin morir (Génesis 32:30).

Dios había creado un ser libre, con voluntad propia para compartir con él en una dimensión tal vez mayor que con los ángeles. El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Recibió el aliento de vida de Dios, de su propia naturaleza. Dios es Espíritu e hizo copartícipe al ser humano de la dimensión espiritual. Esa comunión con Dios se producía en dos dimensiones que parece podrían estar íntimamente ligadas: una física, −en el mundo terrenal−, y otra espiritual, en la medida que participaban de la misma naturaleza.

Esto me hace pensar en la cercanía que establece el Mesías en su enseñanza sobre la oración del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo». «Cuando ores, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que está en secreto te recompensará en público». Cielo y tierra unidos por la oración. Ambos están más cerca de lo que pensamos. La oración nos devuelve esa comunión de la que Adán disfrutaba en el huerto del Edén, a la caída de la tarde, en el momento de la brisa; ahora la disfrutamos por fe –sin fe es imposible agradar a Dios− una vez devuelta la comunión perdida por el pecado en el sacrificio del Hijo. Jesús nos ha dado entrada al trono de la gracia a través de un camino nuevo y vivo por medio de su sangre.

Pero esa tarde algo había pasado que rompió la amistad e introdujo el temor y la vergüenza, hizo al hombre esconderse de la presencia de Dios. Una gran sima se había levantado transformando el devenir de la historia del hombre en unos parámetros nuevos. Lo que había sido relación cercana y amistosa dio paso a una separación que alteraría toda la creación.

         Dios creó al hombre para tener comunión con él, para alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6).  

13 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Estaban ambos desnudos

Y estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban (Génesis 2:25).

En este pasaje tenemos otro de esos misterios difíciles de resolver. Las condiciones de vida creadas por Dios para el hombre y la mujer, el hábitat donde habían sido puestos, tenían los elementos necesarios para desarrollarse en armonía, sin desequilibrios, sin complejos, con naturalidad. El vestido que cubría a Adán y Eva era la gloria de Dios (Ro.3:23), juntamente con la ausencia de la vista del pecado y las tinieblas. Jesús enseñó que «la lámpara de tu cuerpo es tu ojo; cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando está malo, también tu cuerpo está lleno de oscuridad» (Lc.11:34).

Inmediatamente después de tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal, los ojos fueron abiertos y penetró la «luz del mal» que atrajo las tinieblas a todo su ser. Antes de esa entrada no había posibilidad de ver nada perturbador, ni avergonzarse, porque la gloria de Dios, el vestido original de Dios, cubría al ser humano. Ese vestido de la gloria de Dios mantenía al hombre en comunión con su Creador. Cuando el vestido se perdió por el pecado, la vergüenza, el temor y los complejos anidaron en el corazón del hombre. A partir de ese momento se necesitó otro vestido.

El primer intento vino del mismo hombre. «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales» (Gn.3:7). Más adelante es Dios quién tiene que proveer un vestido para la primera pareja (Gn.3:21). Aunque estamos adelantándonos en el recorrido de los sucesos, creo que es necesario que hagamos ese ejercicio para tratar de entender cuál era el vestido que los cubría. Físicamente estaban desnudos, pero no apreciaban ninguna vergüenza dado que sus ojos no se habían abierto al mal.

Cuando el pecado se apodera de la vista del hombre, sus ojos pueden percibir lo que se encuentra más allá del bien, es decir, el mal que estaba oculto tras aquel árbol que daba entrada a un mundo de pecado –parece que ya existente, es lógico pensar así, más adelante el profeta Isaías y Ezequiel nos dan una entrada al origen del mal en la persona de Lucifer y su rebelión contra Dios− y cuyo poder de seducción era tan poderoso que Dios prohibió que se tomara de él.

Sin esa penetración del mal al alma humana el vestido que cubría a Adán y Eva les permitía vivir alejados de la vergüenza y el temor, disfrutando plenamente de todos los placeres creados por Dios. Hay placer sin pecado. Hay desnudez sin vergüenza cuando la gloria de Dios cubre al hombre.

         Dios había vestido al hombre y la mujer con el ropaje de su gloria, los cubrió de tal forma que no sentían vergüenza.

12 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Se unirá a su mujer y serán una sola carne

Y el hombre dijo: esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada. Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne  (Génesis 2:23-24).

El hombre recibió a la mujer como la provisión de Dios, su ayuda idónea. Supo que había sido tomada de él mismo. Que formaban una unidad. Supo que habían sido creados con capacidad sexual y reproductiva. Que serían padres. Que se formarían nuevas familias y llegado el momento cada hombre tomaría su decisión de dejar a sus padres y formar nuevos hogares uniéndose a su mujer. Todo ello antes de la caída. Una unidad complementaria que partía de uno solo, desdoblándose en dos, para volver a ser uno y multiplicarse de tal forma que llenaran la tierra inmensa que Dios había creado.

El apóstol Pablo nos dice que la mujer es gloria del varón (1 Co.11:7). Que debe amarla como a su mismo cuerpo; «el que ama a su mujer a sí mismo se ama». Esta unidad física constituye una unidad que va más allá del terreno sexual, estableciendo vínculos tan fuertes que nadie debe separar. Jesús lo explica así: «¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra, y añadió: Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Mateo 19:4-6).

En el principio fue así. Una familia monógama. Un hombre y una mujer unidos en plenitud para dar lugar a la familia. Esta institución es anterior a la caída del hombre en pecado. La familia se establece con anterioridad a la entrada del pecado en el mundo. El placer sexual es anterior a la caída. La capacidad reproductiva precede al gran derrumbe humano. No sabemos si Adán y Eva tuvieron hijos antes de la caída, el texto bíblico parece indicar que fue posterior (Gn.4:1).

Ser fiel a la mujer de tu juventud, la mujer del pacto, −porque el matrimonio es un pacto sellado ante el Creador entre un hombre y una mujer, después de dejar a su padre y madre para formar una nueva familia−, es la voluntad de Dios desde el principio, es agradable a Él y establece las condiciones de equilibrio en una sociedad. Es el mensaje del profeta Malaquías en su libro (Mal.2:14-16). La palabra de Dios pone en evidencia los desequilibrios del hombre y establece el orden a seguir para vivir bajo su provisión y cuidado.

         El hombre, en su origen, aceptó y recibió con agrado la ayuda idónea que el Señor le había provisto.         

11 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Una ayuda idónea

Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea… mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él  (Génesis 2:18-20).

Antes de la caída −a pesar del estado placentero que Dios había creado para el hombre− se halló que faltaba algo, no todo era perfecto, no todas las necesidades estaban suplidas. Dios había formado de la tierra  todo animal del campo y toda ave del cielo, los había traído al hombre para ver como los llamaría; y como el hombre llamó a todo ser viviente, ése fue su nombre. Esa relación con animales del campo y aves del cielo no suplieron la necesidad de compañía del hombre.

Los árboles agradables a la vista que ya estaban creados, el mismísimo árbol de la vida y la visión del árbol del conocimiento del bien y del mal, no pudieron suplir la carencia de compañerismo para el hombre en el medio natural que Dios había creado para él. Se hizo evidente que tenía necesidad de una ayuda más idónea, ajustada a sus necesidades de familiaridad y socialización. El mundo natural y animal no pudo suplir esa necesidad.

Entonces, el Creador y conocedor del entramado humano, quién mejor conoce su naturaleza en toda su amplitud, ideó, formó y trajo al hombre la solución de la carencia que se había suscitado. Se había hecho evidente la necesidad de ayuda idónea, una compañera que le correspondiera –ese es el sentido de idoneidad− manteniendo ambos una dimensión recíproca en su relación que no se halló en la creación.

Así pues, Dios hizo caer en un sueño profundo al hombre, −«lo anestesió»−, para poder sacar de él mismo una persona afín a sus necesidades, la ayuda idónea con quién podría compartir –ahora sí− el deleite de todo lo creado. Por tanto, el hombre ha sido hecho un ser social.

La individualidad y soledad pueden manejarse por un tiempo pero pronto se hace evidente la necesidad de ayuda, de compartir, de reciprocidad. Los comentaristas bíblicos dicen que la mujer fue sacada, no de la cabeza del hombre para enseñorearse de él; tampoco de los pies para que fuera su sirvienta; sino del costado, como igual al hombre, a su lado, para ser su compañera, al lado del corazón para poder amarla. Y todo el proceso como respuesta de Dios a las necesidades del hombre: físicas, afectivas, de provisión y propósito.

Luego dice el texto bíblico: «… Y la trajo al hombre» (Gn.2:22). El Creador del Universo formó a la mujer y la trajo al hombre para que fuera su ayuda idónea, su deleite, un deleite recíproco, una comunión compartida.

         Dios formó la familia: un hombre y una mujer, en respuesta a la «soledad» de Adán.

10 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Ordenó Dios al hombre

Y ordenó el Señor Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás  (Génesis 2:17).

Si la narración sobre la creación del hombre en el capítulo dos de Génesis es cronológica deberíamos entender que la ordenanza dada por Dios a Adán es anterior a la formación de Eva, por tanto, la mujer no estaba presente cuando Dios emitió su prohibición acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal; fue responsabilidad del varón hacer partícipe a su mujer de la palabra de Dios. Este pensamiento puede llevarnos a muchas ramificaciones, pero no lo haré. En cualquier caso el día de la tentación Eva ya conocía la ordenanza (Gn.3:1-3).

Estos primeros capítulos de Génesis permiten formularse muchas preguntas que no quedan debidamente explicadas y dan lugar a especulaciones sin fin. No es mi cometido aquí. Sin embargo, encontramos una ordenanza expresa que Dios dio al hombre en ese lugar idílico en el que le puso.

Pensemos. Antes de la caída ya había ordenanzas de Dios para el hombre. La vida en comunión con Dios no está exenta de límites, ni es garantía de extralimitación. Sus mandamientos no son gravosos. Dios limita al hombre en sus decisiones libres. Apela a su libertad. A su obediencia. Vive en medio de grandes recursos, no le falta de nada, pero sigue siendo hombre, sujeto a la voluntad soberana de Dios. El hombre vive bajo soberanía divina. A su vez ejerce como autoridad delegada sobre la creación. Dios delega atribuciones sobre el hombre, sin embargo, eso no debe ser motivo para que éste se extralimite y trasgreda la voluntad soberana del Eterno.

Los límites de Dios permiten al hombre moverse en una dimensión amplísima. «De todo árbol del huerto podrás comer». Hemos visto que Edén era un lugar increíblemente grande, extenso, deleitoso y placentero. ¿Por qué no disfrutar de todo ello aceptando la única limitación impuesta por el Señor? El límite era la entrada a un conocimiento oculto que la naturaleza humana no tendría capacidad de administrar. El bien ya lo tenía, era Dios, pero el mal se enseñorearía de él y daría entrada a una naturaleza pecaminosa conduciéndole a la muerte. Por ello, el fruto del árbol que daba entrada a esa dimensión desconocida y oculta fue prohibido. Quedó sellado por voluntad de Dios.

Cuánto tiempo permanecieron en ese estado primigenio no lo sabemos. Las condiciones estaban establecidas. Los parámetros definidos. La armonía en toda su amplitud era un hecho, pero faltaba algo…

         Dios puso un límite al hombre dándole una ordenanza que cumplir para que se mantuvieran las condiciones creadas.

9 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)En Edén

Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado  (Génesis 2:8).

         Dios puso al hombre que había formado en Edén. Una vez más vemos que la iniciativa es de Dios. Somos el resultado de la voluntad divina. Dios es bueno, crea cosas buenas. Es generoso y pone al hombre en medio de su extensa creación. Esa creación es exuberante, placentera, deleitosa y abundante. Y allí puso al hombre.

Edén significa delicia, placer, deleite. Dios es el creador del placer y la belleza. El mundo material es creación de Dios, por tanto bueno. Algunas corrientes pseudocristianas como el gnosticismo han enseñado que la materia es mala y el espíritu bueno. Esto vino después, ahora estamos viajando al paraíso perdido.

Miremos a través de la ventana que nos ofrece la Escritura, aunque nuestros ojos y conceptos actuales estén  influidos por la oscuridad de la caída. Lo que vemos es un lugar lleno de árboles agradables a la vista y buenos para comer. Vemos el árbol de la vida, con su resplandor de gloria que supera cualquier lenguaje humano. También vemos el árbol del conocimiento del bien y del mal, un árbol inmensamente atractivo pero cercado por voluntad expresa del Hacedor.

Una inmensidad de árboles, todos ellos deleitosos y agradables, llenos de abundantes frutos, sin embargo, pasado el tiempo −¿cuánto tiempo? no lo sabemos– el ser humano fue llevado precisamente al único árbol que tenía impuesta limitación para desearlo olvidándose de la inmensidad que le rodeaba. Pero sigamos.

Del Edén salía un rio para regar el huerto, que a su vez se dividía en cuatro ríos más. Se nos dan sus nombres: Pisón, que rodeaba una tierra donde había oro, bedelio y ónice. Gihón, Tigris y Éufrates. De estos cuatro ríos conocemos bien dos de ellos, ríos de una extensión inmensa, de miles de kilómetros, como son el Tigris y Éufrates, por tanto, hablamos de un vasto territorio.

El rio principal salía de Edén, luego se dividía en cuatro ríos grandísimos, lo cual nos hace pensar que el rio original, el que brotaba del huerto del Edén, era una corriente abundante para regar todos los árboles, multitud de árboles en el lugar donde Dios puso al hombre.

Edén es, por tanto, un lugar espacioso, extenso, ensanchado, agradable, que contiene toda provisión, además de dos árboles que conectan con la vida y el conocimiento. En medio de semejante paraíso Dios puso al hombre para cuidarlo y cultivarlo (Gn.2:15).

         Dios puso al hombre en medio del Edén, un lugar deleitoso y placentero.

 

8 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Y sopló en su nariz aliento de vida

Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente  (Génesis 2:7).

En el primer libro de Moisés que conocemos como Génesisprincipio− tenemos dos narraciones de la creación del hombre, una en el capítulo uno y otra en el capítulo dos. No son distintas sino complementarias. Hasta ahora hemos meditado sobre el capítulo uno, en adelante lo haremos en el capítulo dos.

Veamos, «Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente». El hombre es una combinación entre el polvo de la tierra y el soplo de vida del Eterno. De esa combinación surge un ser viviente que se mueve en dos dimensiones, una física y otra espiritual. Esta es una diferencia esencial con los demás seres vivientes del mundo animal. El ser humano tiene una dimensión eterna que no tienen los animales. Ha sido creado a imagen de Dios. Fue hecho del polvo de la tierra. Su formación contiene elementos químicos predominantes como el oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio, fósforo, potasio, cloro, hierro, con el 65% de agua en su estado adulto.

Lo más notable es que el cuerpo, lejos de ser un conjunto estático de compuestos químicos, es un organismo vivo, dinámico, altamente organizado y magníficamente diseñado. Además de todo esto, se reproduce para asegurar la continuidad de la especie humana. Y a todo ello hay que añadirle la dimensión espiritual que permitió la comunión con el Creador desde el principio.

Algunos teólogos dividen al ser humano en dos partes: cuerpo y alma, pero lo que entiendo en las Escritura es que somos seres tripartitos: espíritu, alma y cuerpo (1 Tes. 5:23) (Heb.4:12). La vida del hombre, en toda su plenitud, surge de Dios, el Autor y Dador de la vida. Juan dice que «en El (el Mesías) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn.1:4). El soplo de vida de Dios en el primer ser humano le hizo consciente del mundo natural en el que había sido puesto, le dio conciencia de sí mismo, de su entorno, y del Creador. Ambos mantenían una relación amistosa y provechosa.

El hombre estaba vestido de la gloria de Dios. Tenía una función que acometer: labrar la tierra y cultivarla, poner nombre a todos los animales. Vivía en un medio que contenía todo lo necesario para su sustento. Aunque, como veremos más adelante, Hashem se dio cuenta que necesitaba algo más.

         Dios sopló aliento de vida en el hombre y fue un ser viviente.

7 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Yo os he dado (Segunda parte)

Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento  (Génesis 1:29).

El carácter de Dios es generoso. Dios es bueno. Amplio en perdonar. Proveedor para todas nuestras necesidades. La tierra está llena de su abundancia. Desde el principio estableció las condiciones para que al hombre no le faltara nada. Lo puso en medio de una tierra con un potencial reproductor que llega hasta nuestros días. En nuestro texto se repite una expresión en la que quiero meditar. Dios dio al hombre toda planta que «da semilla» y todo árbol que «da semilla».

La semilla permite volver a sembrar. No solo dio plantas y árboles comestibles una sola vez, sino que le dio la capacidad de reproducirse a través de una semilla. Semilla que al sembrarla vuelve a reproducir el fruto. Es el mismo principio de la reproducción humana. El hombre contiene en sí  mismo la capacidad de reproducirse cuando está sujeto a las condiciones que el Hacedor ha puesto en la ley natural. Si las trasgrede o manipula puede conseguir resultados pero con sus contraindicaciones y efectos nocivos.

La Biblia enseña que hay una forma de sembrar para cada semilla (Isaías 28:23-29), y que no se deben mezclar (Levítico 19:19). Esto es válido en muchos ámbitos de la ciencia humana. Algunos están llevando este principio a extremos indeseados, dirigidos especialmente a conseguir supuestamente dinero rápido a expensas de multitudes crédulas. Todo lo que el hombre siembra eso siega, sí, pero estirar el principio con codicia para conseguir enriquecerse forma parte de la manipulación carnal de verdades eternas. Dios no puede ser burlado. Los que no entran por la puerta son salteadores, asalariados y el pastor no los conoce.

No forcemos verdades bíblicas llevándolas a extremos que deshonren el carácter de Dios. El Señor hace salir el sol y envía lluvia a justos  e impíos, pero la misma lluvia produce vegetación útil en unos casos, y engendra espinos y abrojos en otros (Heb.6:7,8). El tipo de tierra es fundamental. Sin embargo, Dios no ha cambiado, es Inmutable, en Él no hay cambio ni sombra de variación. La ley de la semilla ha continuado después de la caída hasta nuestros días.

La buena semilla que fue sembrada y enterrada en el monte Calvario resucitó en gloria al tercer día. El Hijo de Dios vino para dar vida al mundo. Dios nos amó y dio a su Hijo, ¡cómo no nos dará, juntamente con él, todas las cosas! Dios dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. Jesús nos enseñó el principio: «Pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá».

Dios nos ha dado de sí mismo. Así fue en el principio. Así fue a través del Mesías. Y así será en la regeneración de todas las cosas

6 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Yo os he dado (Primera parte)

Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra, y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento  (Génesis 1:29).

Dios creó al hombre, delegó en él su autoridad para ejercer como mayordomo de la creación, y le proveyó de los medios necesarios para su supervivencia. Todo lo hizo hermoso, conforme a su propia naturaleza abundante. Uno de los nombres de Dios en la Biblia, que revela su naturaleza y carácter, es El Shaddai, que significa «el Dios de la abundancia», literalmente «el Dios del pecho materno». Dios da vida tal y como el pecho de la madre da vida y nutrición al bebé, de donde entendemos que en Dios hay un carácter masculino y femenino.

En el texto que nos ocupa quiero resaltar: «He aquí, yo os he dado». Dios ha dado al hombre alimento. Es proveedor y sustentador. Toda la creación demuestra esta verdad. Dios ha creado todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. La semilla que rebrota en sus ciclos adecuados está diseminada por toda la creación para reproducirse adecuadamente supliendo toda necesidad de alimento del ser humano.

En el principio no hubo carencia, Dios dio al hombre provisión abundante para todas sus necesidades, «pero ellos buscaron muchas perversiones» (Ecl.7:29). El problema de la alimentación mundial no está en Dios sino en el carácter codicioso del hombre caído.

Dios puso al ser humano en medio de la abundancia. Hashem crea, da la tarea al ser humano y provee los medios para que su propósito se cumpla. Dios no ha cambiado. Es inmutable. Ya había ocupación antes de la caída. «El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara» (Gn.2:15). El Señor le dio al hombre una ocupación. Algunos creen que el trabajo es resultado de la maldición del pecado, pero no es así. Antes de la caída el hombre recibió el encargo de cuidar la creación, cultivarla, poner nombre a todos los animales, en definitiva, el hombre actuando como mayordomo de Dios.

La ocupación es intrínseca al ser humano. Está en nuestro ADN. Forma parte esencial de la realización personal y colectiva. Dios puso las leyes del mundo natural en marcha y dio al hombre la capacidad de cuidarlo y cultivarlo para que nunca le faltara alimento, «pero ellos se buscaron muchas artimañas» (Ecl.7:29 LBLA). Aunque eso vendría después con la caída, ahora estamos en el origen de las condiciones primigenias.

         Dios es el Dador y Hacedor de todas las cosas. Las ha hecho y dado al hombre para suplir todas sus necesidades desde el principio.