Justificados por la fe (II)
… Porque en verdad Dios es uno, el cual justificará en virtud de la fe a los circuncisos y por medio de la fe a los incircuncisos (Romanos 3:30 LBLA)
La justificación es aplicar justicia a alguien mediante sólidos argumentos. Si la base del argumento no se sostiene no puede haber justificación. El juez la desestimará y la causa que se juzga mantendrá toda su fuerza contra el acusado. La base de nuestra justificación por la fe es tan fuerte que Jesús mismo entró en el tabernáculo celestial con su sangre para obtener eterna redención. La prueba de que ha sido aceptada por Dios es que el Espíritu Santo fue derramado una vez que Jesús fue glorificado y sentado a la diestra de Dios. La obra estaba consumada. Dios quedó satisfecho. Su justicia estaba a salvo. Por tanto, puede salvar a los que por fe se acercan a Él. El cetro de justicia ha sido extendido como gracia. Hemos hallado gracia.
Ahora bien, una vez que se anuncia la buena nueva, el mensaje choca frontalmente con los hábitos adquiridos. La mentalidad religiosa que los sustenta es piedra de tropiezo para quienes han estado acostumbrados hasta aquí a purgar pecados, hacer penitencias, ofrecer libaciones, mostrar obras que nos diferencian de otros que no alcanzan nuestro propio nivel de justicia propia. La verdad ha encontrado piedras de tropiezo.
Las tradiciones de los hombres, las costumbres que nos dan seguridad, y el ritual que engaña nuestras conciencias, son ahora nuestros peores enemigos. Por ello, los gentiles que no iban tras la justicia de Dios recibieron el evangelio masivamente, pero el pueblo de Israel —y en él todos los pueblos con arraigo en tradiciones religiosas— resisten la buena nueva y persiguen a sus anunciadores, en quienes ven ladrones de su propia justicia y gloria, que rebajan y anulan su orgullo patrio, sus ídolos, reduciéndolos a la nada.
Pablo, pensando en su propio pueblo, en Israel, y en la Shemá que sostiene su confesión de fe, les dice: Porque en verdad Dios es uno, y no hará diferencia a la hora de justificar a todos mediante la fe, sin las obras de la ley, sean estas la circuncisión y la ley litúrgica, las penitencias, o el conocimiento bíblico. Todos hemos quedado incluidos en los mismos parámetros; los que ya estaban revelados por los profetas: El justo vive por fe (Habacuc 2:4). Es la fe en aquel que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21).
Ningún sistema religioso es suficiente para justificarnos. La fe en el Hijo de Dios nos coloca a todos en las mismas condiciones de redención.