La victoria se consolida por la obediencia a la palabra
Samuel dijo a Saúl: El Señor me envío a que te ungiera por rey sobre su pueblo, sobre Israel; ahora pues, está atento a las palabras del Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: Yo castigaré a Amalec por lo que hizo a Israel, cuando se puso contra él en el camino mientras subía de Egipto. Ve ahora, y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de él… (1 Samuel 15:1-3)
El reinado de Saúl tuvo un comienzo prometedor. Mantuvo una actitud de humildad, aunque sobrepasaba en altura a la mayoría de sus contemporáneos. Las primeras victorias sobre Moab, Amón, Edom, los reyes de Soba, los filisteos y los amalecitas fueron una confirmación de que Dios estaba con él y le daba la victoria por donde quiera que fuera. Esa mentalidad victoriosa, tan de moda en nuestros días, tuvo que ejercer sobre él un atractivo especial que le haría creer que siempre sería así.
Una vez confiados en nuestras propias fuerzas es cuando estamos al borde del abismo. Una corte de aduladores nos hará olvidar fácilmente la prudencia de obedecer a Dios aún en los aspectos más aparentemente nimios. Una mentalidad de este tipo pone las bases para que escojamos obedecer lo agradable y desestimar lo impopular.
Saúl había sido ungido rey por Samuel, pero no basta con la unción, hay que estar atento a las palabras del Señor. La unción nunca opera contra la palabra de Dios, por el contrario, nos enseña a permanecer en la verdad. La unción no es una excusa para la desobediencia. Dios pone a prueba al rey. Le da una misión clara y específica que debe cumplir en su totalidad: Ve ahora, ataca a Amalec, destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de él. Palabras claras para no tener duda de cuál es la voluntad de Dios. Jesús dijo: El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si hablo por mi propia cuenta (Jn.7:17).
La voluntad de Dios no cambia. Ya en los días de Moisés había emitido su juicio sobre Amalec para que fuera quitada su memoria de debajo del cielo. Volvió a repetirlo poco antes de que Israel entrara en la tierra prometida, y ahora vuelve a pedir a Saúl que cumpla su voluntad. La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios. Está escrito: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne, —es enemiga de Dios, debe ser crucificada en la cruz del Calvario−. El comienzo prometedor de Saúl va a poner en evidencia su fragilidad para obedecer a Dios.
La obediencia a la palabra de Dios consolida nuestro crecimiento espiritual, o pone al descubierto nuestra desobediente vida carnal.