Obedecer a la justicia para santificación
Hablo en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne. Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación (Romanos 6:19 LBLA)
El razonamiento del apóstol tiene una lógica plena. En la vida cristiana hay un antes y un después. En la vieja y vana manera de vivir entregábamos nuestros miembros para servir a la injusticia y la iniquidad, estábamos muertos en delitos y pecados, por tanto, nuestra manera de vivir estaba orientada en esa dirección. La naturaleza del árbol malo da malos frutos, y no puede hacer otra cosa mientras no haya un cambio de naturaleza. Por eso es necesario nacer de nuevo.
El evangelio produce vida, la clase de vida de Dios en nuestro espíritu, con la naturaleza del Dador de la vida; y ahora, desde una nueva raíz, el fruto será distinto. Pero todo árbol que se precie depende de las manos del labrador, del sol, el viento y la lluvia para que el fruto sea conforme a su propia naturaleza. A ese proceso lo llamamos santificación. La naturaleza ya está en acción, pero no es suficiente, aunque sea imprescindible para el resultado final.
A la nueva naturaleza deben seguirle los procesos correspondientes para alcanzar desarrollarse en madurez y como tal dar el fruto que se espera. Jesús dijo que el reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra, y se acuesta y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe. La tierra produce por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga. Y cuando el fruto lo permite, él enseguida mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega (Marcos 4:26-29). Aquí tenemos el desarrollo producido por la energía de la vida misma que está contenida en la semilla sembrada.
Una vez sembrada, el poder de la vida se abre camino conforme a su propia naturaleza y comienza a producir, después de un proceso «natural» que conduce al resultado final: el tiempo de la siega, el fruto, una vida santificada que honra a Dios. Se trata, por tanto, de permanecer «atados», entregados, unidos en yugo, presentar nuestros miembros como esclavos a la justicia para obtener como resultado la santificación. Jesús dijo: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto… Permaneced en mí, y yo en vosotros… porque separados de mí nada podréis hacer (Jn. 15:1-5).
Nuestro destino es obedecer a la justicia para llevar mucho fruto.