El pecado nos derrota frente a Amalec
Y muy de mañana se levantaron y subieron a la cumbre del monte, y dijeron: Aquí estamos; subamos al lugar que el Señor ha dicho, porque hemos pecado. Mas Moisés dijo: ¿Por qué, entonces, quebrantáis el mandamiento del Señor, si esto no os saldrá bien? No subáis, no sea que seáis derribados delante de vuestros enemigos, pues el Señor no está entre vosotros. Pues los amalecitas y los cananeos estarán allí frente a vosotros, y caeréis a espada por cuanto os habéis negado a seguir al Señor. Y el Señor no estará con vosotros. Pero ellos se obstinaron en subir a la cumbre del monte… Entonces descendieron los amalecitas y los cananeos que habitaban en la región montañosa, y los hirieron y los derrotaron persiguiéndolos hasta Horma (Números 14:40-45).
Estas cosas están escritas para nosotros, para nuestra enseñanza, para que no hagamos lo mismo. La historia de las naciones tiene sucesos que marcan su devenir de forma trágica. La de Israel también. Estamos ante uno de ellos.
Después de haber desobedecido a Dios, poner en duda sus promesas, y debilitar al pueblo con un mensaje de incredulidad, la sentencia de Dios vino sobre la generación que había salido de Egipto: «En este desierto serán destruidos, y aquí morirán» (Nm.14:35). Oída la sentencia, vinieron las lágrimas del pueblo, pero esas lágrimas no cambiaron la voluntad de Dios. Después del llanto viene una valentía falsa, una determinación que parece devolverles la fe que antes no tuvieron. Demasiado tarde.
Hay procesos irreversibles y oportunidades que nunca vuelven. Pero se obstinaron en hacer lo que debían haber hecho andando en fe y obediencia, ahora quisieron producirlo en sus propias fuerzas, alejados de la voluntad de Dios, y como reacción a su pecado. Este tipo de emocionalismo no impresionó al Señor, que ya se había apartado de ellos.
Moisés los advirtió de la derrota, pero el sentimentalismo los llevó a desoír la evidencia. Los amalecitas y cananeos estaban frente a ellos. En esta ocasión las armas del pueblo de Dios eran carnales, en tales circunstancias siempre gana el hombre carnal, es decir, Amalec.
No podemos combatir las obras de la carne con pecado y desobediencia, seremos derrotados, y Dios lo permitirá. La derrota nos devolverá a la realidad. El desierto nos espera. Y toda aquella generación tuvo que deambular por él hasta un nuevo tiempo.
Aunque escondamos nuestra desobediencia detrás de una osadía de fe fingida no podremos hacer frente a Amalec. Dios no confirmará nuestra determinación porque ha nacido como reacción a la incredulidad.