El vestido de lino fino – (2)
Así fuiste adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado… fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta llegar a reinar. Y salió tu nombre entre las naciones a causa de tu hermosura… que yo puse sobre ti… Pero confiaste en tu hermosura, y te prostituiste a causa de tu renombre… Y tomaste tus vestidos, y te hiciste diversos lugares altos, y fornicaste sobre ellos (Ezequiel 16:13-16).
El profeta Ezequiel está denunciando la infidelidad de Jerusalén. Nos hace un retrato de su historia pasada y como el Señor la bendijo para llegar a ser reina entre las naciones. Fue vestida de lino fino, sus obras eran manifiestas a todos, pero la hermosura y los halagos torcieron su camino. Acabó prostituyéndose con los ídolos de las demás naciones. La que había sido escogida como ciudad del gran Rey fue hechizada por el brillo babilónico de la ciudad fornicaria. En lugar de gratitud y alabanza su desenlace fue entregarse a un culto falso; cambió la verdad de Dios por la mentira; habiendo conocido a Dios no le glorificó ni le dio gracias, sino que se envaneció, se hizo necia y fue oscurecida.
La ciudad de las fiestas del Señor vino a ser pisoteada por las naciones. Y como no tuvo en cuenta a Dios que la había rescatado cuando estaba en sus sangres, despreciada por todos, Dios la entregó a pasiones vergonzosas, a una mente depravada para hacer cosas que no convienen. El Señor juzgó a su amada Jerusalén, la ciudad escogida para poner en ella su nombre. Y si Dios hizo esto con la niña de sus ojos habiéndose prostituido con ídolos, ¿qué nos hace pensar que no será lo mismo con la iglesia si ensuciamos nuestro vestido de lino fino? La Biblia nos enseña a hacer buenas obras. Jesús dice que es nuestra manera de alumbrar en el mundo y glorificar a nuestro Padre que está en los cielos (Mt.5:16). Pero si la sal se vuelve insípida será pisoteada y menospreciada. Eso fue lo que ocurrió con la Jerusalén de los tiempos del profeta Ezequiel.
Como iglesia de Dios podemos caer en idolatría. Somos susceptibles de ser atrapados en la vana manera de vivir heredada, y caer en la vanagloria de la vida si dejamos que el brillo de Babilonia, la ciudad ramera y fornicaria, nos seduzca ensuciando nuestro vestido de lino fino. Tejemos nuestra vida (Is.38:12), —el vestido que nos abriga—, mediante alabanza y gratitud, pero si nos volvemos a los ídolos intangibles de nuestro tiempo ensuciamos el ropaje que nos cubre (Ap. 3:4) y seremos hallados desnudos sin saberlo (Ap.3:17), como el cuento del rey desnudo. Es posible ensuciarnos y debemos estar alertas. Muchos en los tiempos finales tendrán apariencia de piedad, pero negarán su eficacia. Se puede falsificar el vestido nuevo, pero una vida de gratitud lo limpiará.
Vistámonos de lino fino con gratitud y mantengámoslo siempre limpio.