101 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaLevantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra  (Salmos 121:1).

         La vida terrenal nos atrapa. Contiene preocupaciones suficientes como para mantenernos subyugados. Nuestra mirada está perdida en lo material. Las grandes ciudades ni siquiera nos dejan ver las estrellas, ni la puesta del sol. No tenemos panorámica global, solo un desenfreno irrefrenable de correr, estar ocupados, entretenidos, fascinados por el brillo de las imágenes que discurren a una velocidad vertiginosa todo el tiempo ante nuestros ojos. En medio de esa «cárcel» una mirada a lo alto, a los montes, más allá de lo que nos circunda, puede ser libertadora. Muchos escogen esa vía para oxigenarse y volver a la rutina una semana más. La naturaleza puede ofrecernos una salida para recuperar la calma y el sosiego. Sin embargo, nuestro hombre no se queda en las montañas. Su socorro no viene de allá, sino del Señor, que hizo las montañas, los cielos y la tierra. Pone su mirada en el Altísimo. Las religiones colocan sus lugares altos en cimas montañosas. Convierten en idolatría la naturaleza. Adoran esos lugares impresionantes. Jesús tuvo una conversación sobre montes con una mujer samaritana. Le dio una revelación extraordinaria. La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad (Juan 4:23,24). Traspasar el ámbito físico y penetrar a los lugares celestiales es alzar nuestros ojos, poner nuestra mirada en las cosas de arriba, donde nuestra vida verdadera está escondida, con Cristo, en Dios.

         Padre, alzamos nuestra mirada a ti. Tú eres nuestro socorro. Amén.

100 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaHe clamado con todo mi corazón; ¡respóndeme, Señor!… A ti clamé; sálvame… Me anticipo al alba y clamo; en tus palabras espero… Oye mi voz conforme a tu misericordia; vivifícame, oh Señor, conforme a tus ordenanzas  (Salmos 119:145-149).

         Hay una condición previa en las Escrituras para recibir la ayuda oportuna. Esa condición es clamar a Dios, rogar, pedir, buscar, llamar. Esta verdad aparece por toda la Biblia. Clama a mí, y yo te responderé. Lo sabemos intelectualmente, pero nuestra práctica nos delata. En realidad no lo creemos firmemente. Si tuviéramos claro que clamar a Dios es una condición previa para su respuesta, pondríamos el corazón en ello, y no sería solamente un ritual mecánico y sin vida. Nuestro hombre lo ha hecho, por tanto, está en disposición de esperar una respuesta del Señor. Pide ser respondido, salvado. Espera en sus palabras. Insiste: oye mi voz… vivifícame. Y lo hace anclado en lo que ha salido de la boca de Dios, sus promesas, sus ordenanzas. El salmista ora a Dios esperando respuesta. No concibe clamar con todo el corazón y no recibir respuesta del Señor. Ha decidido perseverar en oración. En ocasiones hay resistencia a nuestro clamor, no de Dios, sino del adversario, el que se opone, el que viene a robar. Otras veces es nuestra propia debilidad interior, un carácter indolente, inconstante. En el primer caso hay que resistir con perseverancia en oración, firmes en su palabra, hasta que la resistencia se debilita y cede. Someteos a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros. En el segundo, necesitamos orar para que nos conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior…” (Efesios 3:16).

         Padre, ayúdanos a perseverar en oración, vencer toda resistencia, y alcanzar el día de liberación, en el nombre de Jesús. Amén.

99 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaSupliqué tu favor con todo mi corazón; ten piedad de mí conforme a tu promesa  (Salmos 119:58).

         La vida de oración tiene condiciones. No sirve solo con saber que Dios conoce nuestras necesidades. Hay que realizar un recorrido. Desarrollar un proceso. Cumplir ciertos condicionantes. De lo contrario no estamos orando al Dios de la Biblia. Nuestro hombre nos pone ante varias de las condiciones que son imprescindibles para una vida de oración según la voluntad de Dios. La primera que nos presenta es la de nuestra actitud. La actitud del corazón es fundamental para ser oído por Dios. Al corazón contrito y humillado no despreciarás tu, oh Dios (Salmo 51:17). Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará (Salmos 68:18). Por tanto, el salmista viene ante el trono con una actitud de súplica, sin arrogancia, sin exigencias de una fe mal entendida, sin presunción. La actitud del corazón es central. Suplicó el favor de Dios. Es inmerecido, por tanto, solo se puede suplicar, y al hacerlo debe ser compacto, sin doblez, sin doble ánimo. El que duda  no recibirá nada del Señor. Además apela al carácter piadoso del Eterno. Dios es bueno. Se deleita en hacer misericordia a los hijos de los hombres. Es parte de su promesa. La promesa de mostrarse misericordioso para los que le aman y guardan sus mandamientos (Éxodo 20:5,6). Toda su oración está basada en el carácter de Dios y en sus promesas. Está centrado en la revelación que Dios ha hecho de sí mismo en las Escrituras. Tu favor… tú promesa. Y, si sabemos que pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que El nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho (1 Juan 5:14,15).

         Padre, pedimos tu favor, según tus promesas, para Israel y nuestra nación. Suplicamos tu misericordia en esta hora, en el nombre de Jesús. Amén.

98 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaAcuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar. Este es mi consuelo en la aflicción: que tu palabra me ha vivificado  (Salmos 119:49-50).

         ¿Tiene Dios mala memoria? ¿Se olvida de lo que ha dicho? Por el tipo de vocabulario que vemos en algunas Escrituras parecería que así es. A menudo encontramos este argumento en las oraciones de quienes le buscan. Lo vemos hasta siete veces en el libro de Nehemías (1:8; 5:19; 6:14; 13:14, 22,29 y 31). La vida de oración viene a ser un recuerdo de lo que Dios ha dicho y prometido en el Pacto para cumplirlo. Lo hizo Nehemías en su oración una vez que oyó el informe trágico de la situación de Jerusalén. Acuérdate ahora de la palabra que ordenaste a tu siervo Moisés… Nuestra vida de oración debe tener el fundamento de la palabra de Dios, pidiendo con confianza que se cumpla su voluntad, porque en ella la tenemos revelada (1 Juan 5:14,15). Lo hizo Daniel al descubrir en el libro de Jeremías los años de desolación sobre Jerusalén (Daniel 9:1-4). Hoy podemos hacerlo, basados en los profetas, que profetizaron la restauración de Israel en su tierra después de ser esparcidos por las naciones (Amós 9:14-15). Podemos pedir tiempos de refrigerio y restauración para nuestra nación antes de que venga el Deseado de los pueblos (Hechos 3:19-21). Hay un tiempo de espera ocupada trayendo a la memoria del Señor Su misma palabra. Lo que está escrito es para que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza (Romanos 15:4). Tener la mirada en su palabra vivifica nuestras vidas y es medicina a nuestros huesos (Proverbios 4:20-27).

         Acuérdate, Señor, de la palabra dada a Israel y a nosotros. En ella esperamos su cumplimiento. Vivifícanos. Amén.

97 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEn medio de mi angustia invoqué al Señor; el Señor me respondió y me puso en un lugar espacioso. El Señor está a mi favor; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre? El Señor está por mí entre los que me ayudan; por tanto, miraré triunfante sobre los que me aborrecen. Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en el hombre. Es mejor confiar en el Señor que confiar en príncipes  (Salmos 118:5-9).

         Mi angustia es mía y no de otro. Podemos compartirla con nuestro prójimo, invadir a otros con ella, esparcirla por donde quiera que vayamos y generar un ambiente angustioso sobre todos aquellos que nos rodean. De esa forma el dolor se extiende y no mitiga. Damos lástima y reclamamos la atención sobre nuestra aflicción. Es una opción. Podemos experimentar cierto alivio cuando los demás hablan de lo mal que estamos pasándolo, pero eso no resuelve el problema sino que lo aumenta. Hay un tiempo para llevar las cargas los unos de los otros y cumplir así la ley de Cristo (Gálatas 6:2), pero no para el lamento incrédulo y la auto lástima, si no sobre la base de buscar ayuda para invocar su nombre juntos. El salmista confía en el Señor más que en el hombre. Espera ayuda del Rey del Universo y no de príncipes humanos. Israel desechó, en días de Samuel, al Rey, y buscó príncipes para que le libraran de sus enemigos. Nuestro hombre ha traspasado el ámbito natural y penetrado al trono de gracia. Fue respondido y puesto en lugar espacioso. Fue librado del temor de los hombres. Miró a sus enemigos desde una posición en los lugares celestiales, por encima de todo nombre y circunstancia adversa, y afirmó su vida sobre la base de buscar primero su reino y su justicia. Más tarde contó sus angustias, y cómo fue librado, pero ya desde la adversidad superada y la victoria conseguida.

         Señor, nos volvemos a ti, invocamos tu nombre. Tú estás a favor de Israel y de aquellos que invocan tu nombre. Ponnos en lugar espacioso. Amén.

96 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaAmo al Señor, porque oye mi voz y mis súplicas. Porque a mí ha inclinado su oído; por tanto le invocaré mientras yo viva. Los lazos de la muerte me rodearon, y los terrores del Seol vinieron sobre mí; angustia y tristeza encontré. Invoqué entonces el nombre del Señor, diciendo: Te ruego, oh Señor: salva mi vida… y me salvó. Vuelve alma mía a tu reposo… Pues tú has rescatado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, mis pies de tropezar (Sal. 116:1-8).

         La vida tiene sobresaltos que la desestabilizan y alteran nuestro diario vivir. En ocasiones se presentan circunstancias inesperadas que ponen nuestras vidas «patas arriba». De pronto, todo se vuelve desordenado. Aparecen situaciones perturbadoras. El detonante puede ser diverso, pero sus efectos son muy parecidos: los lazos de la muerte me rodearon, y los terrores del Seol vinieron sobre mí. Fíjate en los verbos: «me rodearon»«vinieron». Nadie los llamó. No los esperábamos, pero vinieron y nos sentimos rodeados por sus efectos devastadores. Entonces «encontré» angustia y tristeza. La secuencia es siempre la misma. El rumbo de nuestra vida ha cambiado sin que podamos hacer nada. Somos espectadores pasivos de unos acontecimientos que nos desbordan. Nos sentimos impotentes e inútiles. ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo reaccionamos? ¿A quién acudimos? ¿Cuál es la Roca que soporta nuestras vidas? Nuestro hombre cuenta su experiencia. Invoqué entonces el nombre del Señor. Su oración fue contestada. El amor por el Señor aumentó. Su alma volvió al reposo. Vio cómo había sido rescatado de la muerte, sus ojos dejaron de llorar y sus pies de tropezar. Todo ello en la misma persona. Eso reafirmó su fe, por tanto, decidió invocar al Señor toda su vida, en todas sus circunstancias. Estos procesos se repiten. Una oración respondida no impide que regresen en otra ocasión lazos de muerte y terrores, angustia y tristeza, pero establece un patrón de vida que ya nunca abandonas. Sabes que el regreso al reposo de tu alma está en invocar su nombre y ser oído.

         Padre, invocamos el nombre de Jesús a favor de Israel y España. Líbranos de angustia, tristeza y muerte. Vuelve el alma a su reposo. Amén.

95 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - Portada¿Quién es como el Señor nuestro Dios, que está sentado en las alturas, que se humilla para mirar lo que hay en el cielo y en la tierra? El levanta al pobre del polvo, y al necesitado saca del muladar, para sentarlos con príncipes, con los príncipes de su pueblo  (Salmos 113:5-8).

         El salmista tiene una conciencia elevada del carácter de Dios. Ha penetrado en la grandeza de su naturaleza y en la bondad de sus acciones para con los pobres y necesitados, ocupándose de su exaltación. Nuestro hombre sabe que el Eterno no es un dios aristotélico, que crea el mundo y se desentiende de él y sus circunstancias, sino que se involucra en su historia. Que actúa sobre reyes y gobernantes. Que examina y prueba los corazones. Esa conciencia de providencia y elección ha elevado el alma de Israel como la de ningún otro pueblo. La revelación del carácter de Dios debe ser una máxima en la vida del cristiano. Jesús dijo en su oración sacerdotal que la vida eterna es conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quién has enviado (Juan 17:3).  El salmista recoge aquí la oración de Ana, madre de Samuel, quién oró al Dios de Israel con estas palabras: El Señor empobrece y enriquece; humilla y también exalta. Levanta del polvo al pobre, del muladar levanta al necesitado para hacerlos sentar con los príncipes, y heredar un sitio de honor (1 Samuel 2:7-8). María, madre de Jesús, recoge la misma herencia en su oración: Entonces María dijo: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador… Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Ha quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes; a los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías (Lucas 1:46-55).

         Padre, gracias por la rica savia del olivo de la que nos permites participar en el Mesías. Gracias por sentarnos con los príncipes de tu pueblo. Amén.

94 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - Portada[El justo] No temerá recibir malas noticias; su corazón está firme, confiado en el Señor. Su corazón está seguro, no temerá, hasta que vea vencidos a sus adversarios  (Salmos 112:6-8).

         El concepto «justo» en la Biblia hay que situarlo en los términos apropiados, de lo contrario podemos malinterpretarlo en un extremo u otro. El justo en el tiempo anterior a la venida del Mesías, el verdadero Justo, (porque no hay justo ni aún uno delante de Dios), está ligado a vivir bajo el temor de Dios, (que es el principio de la sabiduría), y guardar sus mandamientos con deleite. Cuán bienaventurado es el hombre que teme al Señor, que mucho se deleita en sus mandamientos (vers. 1). Ese justo, al que se refiere el salmista, no tiene temor de malas noticias, su corazón está firme, confiado en el Señor, que es el garante de su cuidado. Ahora, con la llegada del Redentor, introducida la gracia y sellado el Nuevo Pacto en nuestros corazones, la justicia de Jesús es aplicada a todos aquellos que creen en él, para ser justificados y hechos justos (2 Corintios 5:21). En Jesús recibimos una naturaleza justa (Efesios 4:24), así que somos justos en él delante de Dios. El Nuevo Pacto tiene mejores promesas, por tanto, incluye no tener temor de malas noticias, vivir confiados en el Señor y ser guardados por el poder de Dios mediante la fe. El justo está confiado como un león (Proverbios 28:1). En Cristo, estamos unidos a las promesas hechas a los padres (Romanos 15:8), y en Él son Sí y Amén (2 Corintios 1:20).

         Padre, gracias por tú justicia aplicada a nosotros en Cristo para poder vivir como justos, sin temor a malas noticias, confiados en ti. Amén.

93 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPorque afligido y necesitado estoy, y mi corazón está herido dentro de mí [por mis acusadores vers.20]… Ayúdame, Señor, Dios mío, sálvame conforme a tu misericordia… Con mi boca daré abundantes gracias al Señor, y en medio de la multitud le alabaré. Porque El está a la diestra del pobre, para salvarlo de los que juzgan su alma  (Salmos 109:22,26,30,31).

         La aflicción del salmista, su necesidad y las heridas de su corazón son por causa de sus acusadores. Una palabra injusta, hiriente, de juicio, y el alma humana queda maltrecha. Mirar el contenido general de este salmo muestra con toda claridad la enseñanza de Santiago sobre el poder infernal de la lengua. La lengua es un fuego, un  mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida (Santiago 3:6). Nuestro hombre pide ayuda al Señor ante la manifestación de un enemigo implacable que usa la mala lengua como arma destructiva. Lo expresa en los siguientes términos: Contra mí han abierto su boca impía y engañosa, con lengua mentirosa han hablado contra mí. Me han rodeado también con palabras de odio, y sin causa han luchado contra mí. En pago de mi amor, obran como mis acusadores, pero yo oro (vers. 1-4). Después de hacer algunas declaraciones de retribución hacia sus enemigos, dice: Sea esta la paga del Señor para mis acusadores, y para los que hablan mal contra mi alma (vers. 20). Para terminar dando gracias al Señor porque es El quién le salva de los que juzgan su alma. Israel ha padecido y padece hoy el poder de la lengua mentirosa en los medios. No hay nación en el mundo más atacada por la mentira y el odio que el estado de Israel. Sin embargo, el Eterno lo ha bendecido. ¡Pensemos!

         Padre, guarda a Israel de la lengua perversa de aquellos que quieren destruirla. Líbranos en España del antisemitismo, en el nombre de Jesús. Amén.

92 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaVagaron por el desierto, por lugar desolado, no hallaron camino a ciudad habitada; hambrientos y sedientos, su alma desfallecía en ellos. Entonces en su angustia clamaron al Señor, y El los libró de sus aflicciones; y los guió por camino recto, para que fueran a una ciudad habitada  (Salmos 107:4-7).

         Toda la Escritura es útil, inspirada, viva y eficaz. Contiene modelos a seguir, sabiduría, aprendizaje a través de la vida de otros. Es un espejo para mirar, una antorcha que alumbra en lugar oscuro, una fuente de revelación y vida para dar consuelo y esperanza a los caminantes. Porque la vida es un camino, en muchos casos desértico, desolado, que conduce a todo tipo de necesidad en el hombre. Hay desfallecimientos del ánimo. Desorientación. Falta de sentido. Aridez. Todo lo contrario a lo que en su día abrigamos como romántico, idílico, brillante. Entonces llegamos a nosotros mismos. Nos vemos tal como somos, en nuestra desnudez e impotencia. Insuficientes. Desvalidos. Necesitados. Y en ese «entonces», en la angustia, comprendemos, volvemos en sí, como el hijo pródigo, y nos decimos: he malgastado mi vida, he vivido en deleites y placeres para terminar cuidando cerdos. Y levantándonos regresamos a la casa del Padre. Clamaron en su angustia al Señor, y El los libró de sus aflicciones; y los guió por camino recto, para que fueran a una ciudad habitada. Todavía podemos aprender. Está escrito como ejemplo y para nuestra enseñanza (1 Corintios 10:6,11). Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones… como en el día de la prueba en el desierto (Hebreos 3:7,8). Somos extranjeros y peregrinos en la tierra. Nuestro destino es la ciudad celestial.

         Padre, gracias por tu bondad y misericordia para con los hijos de los hombres. Guíanos a ciudad habitada por el camino de Jesús. Amén.