170 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXIX) – Falsos maestros (3)                                                

Pero estos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Esto son inmundicias y manchas, quienes aún mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores (2 Pedro 2:12,13)

         El lenguaje del apóstol Pedro en su carta sobre los falsos maestros es de alto voltaje. Gran parte de nuestra falsa sensibilidad actual nos hace inútiles para asimilar correctamente la importancia que tiene la falsedad de estos hombres que habitan y se congregan entre nosotros.

Algunos levantan sus propias iglesias, incluso pequeños imperios alrededor de su personalidad cautivadora, arrastrando a multitudes al error. El peor error de todos es aquel que nos convence de estar en lo cierto. Lo nocivo de estas personas está, no en que se pierdan ellos, sino en las multitudes que arrastran a la perdición. El juicio del Señor sobre ellos es dramático.

Pero estos falsos maestros se deleitan en vivir bien usando mal la doctrina de la piedad, creyendo que la piedad es motivo de ganancia deshonesta. No entienden lo que hablan pero lo hacen como si fuera la última revelación, la más impactante y atrevida. La osadía que manifiestan seduce a los ingenuos, confunde a los de limpio corazón y paraliza a quienes no quieren frenar lo que ellos llaman «la obra de Dios».

De Simón el mago también decían que manifestaba el gran poder de Dios. Esas manifestaciones habían hechizado a las multitudes, hasta que llegó Felipe con el evangelio libertador. Muchos falsos maestros están interesados en vivir en deleites cada día. Su dios es su vientre, solo piensan en lo terrenal. Predican el goce terrenal como si fuera la meta más elevada del hombre. Anuncian felicidad como si fuera El Dorado. Han orientado las mentes hacia una sabiduría terrenal, animal y diabólica (Stg.3:15,16).

Hay otros que con una vida austera, anacoreta, de ermitaño, pueden engañar de la misma forma. Su deleite no son las cosas materiales sino una mente inflada de disciplina corporal que emana de la misma fuente de engaño, soberbia y falsedad.

Somos seres tripartitos, el Señor suple todas nuestras necesidades, las ha creado para que las disfrutemos, pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos al Salvador (Fil.3:20,21). Esperamos la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios (Heb.11:10) y no los sistemas religiosos, políticos o económicos.

         La falsedad es muy atractiva al hombre natural y carnal, tiene  un mensaje deleitoso que seduce y subyuga pero culmina en perdición eterna.

169 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXVIII) – Falsos maestros (2)                                             

Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme (2 Pedro 2:2,3)

         Algunos irresponsables dentro de las congregaciones pretenden que este tema es negativo y, por tanto, no se debe abordar con la crudeza que requiere. Se ha instalado una especie de permisividad donde parece que todo vale. El combate por la verdad se ha abandonado. Combatir unánimes por la fe del evangelio está en desuso. Nos hemos dejado contaminar del «buenismo» mundano y falso que evita la confrontación bajo el lema de la rendición. Craso error.

La Escritura no evita este espinoso tema de la falsedad de muchos maestros. Es lo suficientemente importante para que los apóstoles, todos los apóstoles, nos advirtieran de sus peligros. El apóstol Pedro nos dice aquí que muchos seguirán sus disoluciones. Influidos por su manera de vivir y enseñar disipada; el camino de la verdad será blasfemado, harán burla de las verdades eternas, y las perlas del reino vienen a ser pisoteadas ante el desinterés por defenderlas.

Ignorar el problema no lo soluciona. Mirar para otro lado y pretender que no debemos juzgar manifiesta la dejadez que nos ha invadido. No era esa la actitud de los apóstoles. Pablo tuvo que encarar incluso al mismo Pedro en cierta ocasión, ante la mezcla del evangelio con elementos judaicos que se alejaban de la libertad del Espíritu.

La libertad hay que conseguirla, y una vez obtenida hay que mantenerla frente a los múltiples sistemas religiosos que siempre pretenden amortajarla para dejar una estela de muerte a su paso. La carta a los gálatas da cuenta de la importancia que el apóstol de los gentiles daba a la defensa del evangelio y la libertad que se desprende de él.

Hay quienes están haciendo hoy mercadería con el evangelio de forma vergonzosa, compran las almas de los hombres con palabrerías infladas que hunden a los hombres en confusión y perdición. Les prometen libertad y ellos mismos son esclavos del pecado. Pecado que se manifiesta en lo que hay en el mundo: los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Alejan a sus víctimas de la cruz de Cristo sustituyéndola con mensajes antropocéntricos, centrados en el hombre y sus deleites temporales.

El evangelio de Dios es la verdad de Dios. El apóstol Pedro certifica la condenación y perdición sobre este tipo de falsos maestros.

         Los falsos maestros atraen multitudes a sus disoluciones. Venden un mensaje atractivo a la carne pero destructivo al alma humana.

168 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXVII) – Falsos maestros (1)                                              

Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aún negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina (2 Pedro 2:1)

         Jesús dijo a los suyos: He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas (Mt.10:16). Y en otra ocasión: Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Y añadió: Por sus frutos los conoceréis (Mt.7:15,16). El problema que tenemos hoy es que esta misma palabra la conoce el diablo y la usan de la misma manera aquellos que son falsos maestros citándola sobre quienes los contradicen. Tenemos que unos a otros se echan las mismas palabras con la consiguiente confusión sobre las personas.

Sin embargo, llega la hora cuando las obras de cada uno se hacen evidentes, algunos las manifiestan pronto, a otros se tarda más en desenmascarar, pero finalmente las obras de cada uno se revelan quedando expuestos. Estos procesos son dolorosos, porque durante un tiempo a lo malo se le llama bueno, y a lo bueno malo. Se tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas. Se establecen dominios de tinieblas que predominan por un tiempo, como en el caso de Jerusalén ante la muerte de Jesús (Lc.22:53), hasta que las tinieblas van pasando y la luz verdadera alumbra (1 Jn.2:8).

El apóstol Pedro nos presenta en su segunda carta la obra de estos falsos maestros. Los relaciona con los antiguos profetas falsos de los días de Jeremías. Entiende que hay hombres impíos disfrazados de maestros que introducen herejías destructoras de la vida espiritual. Cuando ocurre esto la firmeza de la fe se diluye y disuelve su consistencia, dando lugar a tiempos de gran confusión que apagan la luz del evangelio. Ha ocurrido en diversos periodos de la historia de la iglesia.

La impiedad de estos hombres se manifiesta también en negar el rescate de la redención levantando un edificio espurio alrededor de sus propias personalidades con argumentos altivos. La consecuencia es que atraen sobre sí mismos, y sobre otros, destrucción repentina. Pablo dijo que estos hombres se levantan entre el mismo liderazgo de la iglesia como lobos rapaces que no perdonan al rebaño, arrastrando tras de sí a los discípulos (Hch.20:29-32). Los hombres de Dios deben saber que caminan entre lobos despiadados.

         No es oro todo lo que reluce en las iglesias. Necesitamos supervisores de la grey de Dios para no ser arrastrados por líderes impíos y heréticos.

167 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXVI) – Falsos  apóstoles                                                    

Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo (2 Corintios 11:13)

         En la parábola del sembrador el Maestro dejó claro que una vez se siembra la buena semilla de la palabra, de noche, mientras dormían, vino su enemigo y sembró cizaña. El sembrador era bueno y sembró una misma semilla en la tierra aunque obtuvo cuatro distintas cosechas por los cuatro distintos terrenos de tierra.

El caso que nos presenta el apóstol Pablo en el contexto del capítulo que tenemos para meditar es de falsos apóstoles o sembradores, obreros fraudulentos, son hombres y mujeres con un determinado carácter que Pablo identifica como falsos, que defraudan y se disfrazan. Personas que predicaban otro Jesús, otro espíritu y otro evangelio.

El apóstol se daba cuenta que estos apóstoles fascinaban y hechizaban a las personas para extraviar sus sentidos de la sincera fidelidad a Cristo. Se acordaba de cómo la serpiente había engañado con su astucia a Eva, y de la misma manera muchos de los corintios que habían recibido el evangelio predicado por Pablo fueran extraviados y perturbados mediante un falso Jesús, un falso espíritu y un falso evangelio.

Eran personas carismáticas. Ejercían una atracción, en algunos casos irresistible, mediante una personalidad impresionante que los cautivaba, habladores de vanidades que dicen a los hombres lo que sus sentidos naturales están dispuestos a aceptar sin resistencia. Por eso, pronto agrupan alrededor de ellos a un buen número de personas que se hacen incondicionales de su carisma y están dispuestos a seguirlos sin discernimiento alguno, ya se encargan estos líderes de enseñar que no deben ser puestos en duda porque se opondrán a los ungidos de Dios; tampoco pueden ser juzgados por otros porque esa actitud les acarreará el juicio de Dios. En una palabra, han quedado hechizados bajo un dominio que les ha fascinado, torcido sus sentidos, es decir, confundidos los sentidos espirituales con el alma humana, mezclan la carne con un lenguaje aparentemente espiritual o bíblico, y a partir de ahí quedan sojuzgados para llegar al extravío final.

Nuestros días están llenos de estos obreros fraudulentos. Son un fraude al evangelio, a ellos mismos, y a la iglesia del Señor. Son falsos apóstoles y así hay que denunciarlo. Pablo lo hizo. De la misma manera que el diablo se disfrazó de ángel de luz, estos se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.

         No seamos ingenuos, hay falsos apóstoles a los cuales no debemos someternos, sino desenmascarar su disfraz fraudulento.

166 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXV) – Sensuales que no tienen al Espíritu

Éstos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu (Judas 1:19)

         Sigue hablando el apóstol de las mismas personas encubiertas que se han infiltrado en las congregaciones. Ahora nos da otra de las expresiones que los delata: su mente atrapada en la sensualidad. No se refiere solo al ámbito sexual, sino a los sentidos naturales, el predominio de lo natural, físico y racional como forma predominante en su manera de vivir y actuar. No manifiestan vida espiritual, sino un énfasis desmedido en aquello que se puede ver y tocar. Exactamente lo contrario de la verdadera vida cristiana, que es por fe.

Pablo dice: porque por fe andamos, no por vista (2 Co.5:7). Y en un texto anterior expresa: no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Co.4:18). Como está escrito: los que son de la carne [sensuales] piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz (Rom.8:5,6).

El justo vive por fe, y una vez que hemos creído, somos sellados con el Espíritu Santo. Entonces, la vida cristiana necesita el Espíritu de Dios, si no tenemos el Espíritu Santo nos somos de Dios. Necesitamos nacer del Espíritu para poder comprender las cosas del Espíritu (1 Co.2:14), de lo contrario no podremos discernir el mundo espiritual, estaremos atados al ámbito natural, carnal y sensual en un círculo vicioso que nos encadena a lo material y terrenal; esa cadena se rompe por la ley del Espíritu de vida en Cristo, que nos libra del pecado y de la muerte.

Es lo que llamamos nuevo nacimiento. La regeneración. Sin ella podemos tener una religión de cualquier tipo, incluso pertenecer activamente a una congregación, (como ocurría con una parte de los destinatarios de la carta de Judas), y sin embargo, vivir como sensuales, sin una mente renovada, sin un espíritu nuevo. Cuando este tipo de personas son mayoría en una congregación, (incluso pueden formar parte de su equipo directivo), tenemos un sucedáneo de iglesia que nada tiene que ver con la revelación de Dios en su palabra. Podemos tener el nombre de que vivimos, es decir, que tenemos vida espiritual, (como la iglesia de Laodicea), y a la vez ser unos desventurados, miserables, pobres ciegos y desnudos (Apc.3:17). Ese tipo de vida en las congregaciones causa divisiones.

Siempre habrá división en una congregación entre los sensuales, que no tienen el Espíritu, y aquellos que viven guiados por el Espíritu de Dios.  

165 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXIV) – Convierten la gracia en libertinaje

Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo (Judas 1:4)

         En la carta del apóstol Judas, no el Iscariote, sino el hermano de Jesús, encontramos a dos tipos distintos de hombres; ambos han sido destinados, unos para salvación y otros para condenación; ambos comparten congregación.

Algunas personas se habían infiltrado entre los santos de Dios. Más adelante, dice el apóstol, que eran manchas en sus ágapes, se refiere a las comidas fraternales que celebraban. Se comportaban de manera indigna aunque pasaban por creyentes de la misma iglesia. Aprendieron el lenguaje «bíblico», conocían algunas doctrinas, pero su fe no era sana, porque sus almas no eran rectas, estaban llenos de sí  mismos, debatían sobre doctrinas de la gracia y abusaban de ella, convirtiéndola en libertinaje. Creían que la libertad del evangelio permite dar lugar a las pasiones carnales, sin freno; justificaban la práctica del pecado con una falsa doctrina del amor de Dios y la gracia de la salvación.

Estaban llenos de argumentos altivos que se levantan contra el conocimiento verdadero de Dios. Eran osados, atrevidos y contumaces cuando se les corregía. La soberbia que les dominaba ponía de manifiesto que eran hijos de perdición, aunque banqueteaban y se movían entre los hijos de Dios como personas extrovertidas y dispuestas a competir por los puestos de la iglesia como si fueran asalariados de una empresa multinacional.

Justificaban su vida licenciosa y pecaminosa con un supuesto conocimiento bíblico que tuerce la doctrina de la piedad, para ajustarla a sus demandas libertinas. Confundían la libertad gloriosa de los hijos de Dios con el libertinaje que pretende llenarse de gracia abundando en el pecado. Pablo dijo: En ninguna manera (Rom.6:1,2).

Tenemos hoy tantas manifestaciones falsas de libertad en algunos cultos que no son sino un entretenimiento vacuo que distorsiona la gracia de Dios. Existen tantas proclamaciones extralimitadas que solo exponen la vaciedad de un espíritu sin renovar. Lo paradójico es que en algunos casos estas personas dejan boquiabiertos a muchos creyentes viendo su desparpajo y osadía que pretenden imitar como verdaderos ejemplos de libertad en el Espíritu. En muchos casos no es más que una falsa libertad disfrazada de la negación de Dios y su verdadera gracia.

         Algunos hombres impíos que han entrado en las congregaciones convierten en libertinaje la gracia de Dios manifestando su condenación.

164 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXIII) – Os engañan

Os he escrito esto sobre los que os engañan (1 Juan 2:26)

         No nos engañemos, hay engañadores. Y no solo los hay, sino que el apóstol Juan dice que nos engañan. La actitud básica del creyente es la credulidad, por eso somos vulnerables, creyendo que los demás actúan de la misma forma que lo haríamos nosotros, pero ya hemos comprobado en muchas ocasiones que eso no es así. No debemos creer «alegremente» a todo espíritu. Hay que probar los espíritus si son de Dios.

Hay que aprender de los discípulos de Berea, aquellos que examinaban incluso las palabras del apóstol Pablo, para ver si tenían fundamento en la Escritura. Recordemos, hay hombres perversos y malos, impíos, incluso el diablo se disfraza como ángel de luz, por lo que no es distinto para sus ministros, que también se disfracen de luz, de ovejas en medio de lobos.

Esto no debe llevarnos a posiciones paranoicas, y vivir en una continua búsqueda de falsos maestros, a paz nos ha llamado el Señor, también a estar alertas, velando y orando para no caer en tentación.

Los versículos anteriores al que tenemos para nuestra reflexión nos hablan de la realidad de que ya habían surgido muchos anticristos. Juan los identifica claramente como aquellos que negaban la encarnación del Hijo de Dios. En aquel tiempo era el movimiento gnóstico, que negaba la encarnación de Jesús. Hoy predominan, entre otros, el islamismo. Además los identifica por no permanecer en la verdad, ni en comunión con la doctrina de los apóstoles. Y los tranquiliza con el mensaje de que han recibido la unción de Dios para que puedan conocer la verdad de las cosas, la unción que enseña a permanecer en Cristo. Como él mismo dijo: separados de mí, nada podéis hacer.

La unión con Cristo es garantía de no ser engañados y arrastrados al error, y esa unión se cimenta sobre el sello del Espíritu Santo que Dios ha puesto en sus hijos. Toda la Trinidad actúa en el discípulo para guardarlo y presentarlo delante de su gloria con gran alegría. Sabemos que somos de Dios, y aunque el mundo entero está bajo el maligno, sabemos también que aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (1 Jn.5:18-20).

Vivimos seguros y a la vez en dependencia. Nuestra seguridad está en Jesús, y dependemos de él para no ser engañados. El apóstol escribió su carta para que supiéramos lo que somos y para que estemos alertas sobre los que vienen a engañar, porque no es de todos la fe.

          Aquellos que vienen a engañar manifiestan la naturaleza del padre de la mentira, tuercen las Escrituras y no tienen el Espíritu de Dios.

163 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXII) – Retroceden para perdición

Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma (Hebreos 10:39)

         Hay un mensaje central en el anuncio del evangelio que llega a nosotros por el testimonio de los profetas: el justo por su fe vivirá (Hab.2:4). Lo cual debe recordarnos que el evangelio no es un mensaje que apareció en Galilea, Judea y Samaria al margen de la revelación que se había iniciado en la Ley de Moisés, los profetas y los Salmos.

Luego se nos dice que es por la fe en el Hijo de Dios que somos justificados. La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Rom.3:22-24). Y en la misma carta dice más adelante: Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (10:8-10).

Por tanto, es por fe, no por obras, para que nadie se gloríe. Esa fe, que ha sido dada una vez a los santos, hay que combatir ardientemente por ella, es la fe del evangelio. La fe puede corromperse, contaminarse, mezclarse y hacerla inútil. También se puede abandonar, soltar, y retroceder del camino una vez iniciado. Esta opción está ligada al alma que no es recta, sino que se enorgullece de sí mismo, y abandonando la doctrina sana de la piedad y el evangelio, entra en razonamientos altivos que se levantan contra el conocimiento de Dios, que es por fe.

El profeta Habacuc lo explicó así: He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá. Ahora el autor de la carta a los Hebreos recoge el mismo mensaje para decirnos que el justo vivirá por la fe; pero si retrocediere, no agradará al Señor. Además dice que los que retroceden lo hacen para su propia perdición. Abandonar la fe trae consigo la perdición, porque es la fe que ha sido una vez dada a los santos la que nos salva, la medida de fe recibida por gracia. Recordemos que la fe es un don de Dios. No está dependiente de nuestra volatilidad anímica, sino que la fe de Dios es la fe del corazón y está bien enraizada en el alma, consiguiendo una firmeza que no permite el retroceso, sino el avance para la preservación del alma. Fe y alma unidas. Los que retroceden no lo hacen desde la fe del corazón, sino desde una fe del alma que no es recta, según enseña el profeta Habacuc.

         Retroceder para perdición pone de manifiesto que esa fe se sustenta sobre un alma que no es recta, es soberbia, llena de razonamientos altivos.

162 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XXI) – Corrompidos e incrédulos

Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas (Tito 1:15,16)

         La carta que Pablo le escribió a Tito tiene un propósito bien definido. Por un lado corregir lo deficiente, por otro establecer ancianos, y al hacerlo, deben ser hombres de buen testimonio, irreprensibles, un modelo para los creyentes y que puedan combatir el engaño que ya estaba extendido entre muchos que predicaban pero no vivían según las enseñanzas recibidas del mismo Señor y el mensaje del apóstol Pablo. Por eso enfatiza las buenas obras de quienes han creído. Palabra fiel es ésta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres (3:8).

Este fundamento era indispensable porque había muchos contumaces, habladores de vanidades, engañadores que enseñaban por ganancia deshonesta lo que no conviene. A estos había que taparles la boca y no darles ocasión de juzgar con argumentos verdaderos a quienes decían amar la doctrina del evangelio. Acusaban a los creyentes de ser mentirosos, malas bestias y glotones ociosos, y lo peor de todo, este testimonio era verdadero, por tanto, Tito debía reprenderlos duramente para que fueran sanos en la fe.

Todo ello nos indica que desde el principio el evangelio se abrió camino en medio de hombres con apariencia de piedad, falsos hermanos. Entre ellos había personas reprobadas, que no superaban la prueba, como lo vimos en un capítulo anterior.

Ahora el apóstol pone el acento sobre los que están corrompidos y son incrédulos, resisten la verdad y la contaminan, su naturaleza no ha sido regenerada y por tanto todo lo que hacen lo corrompen. Los puros encuentran la manera de sanar y limpiar lo que hacen y viven, mientras que las personas que están corrompidas en su interior cualquier cosa que hagan la contaminan con sus pensamientos y palabras sucias. Solo piensan en lo terrenal. No disciernen las cosas del Espíritu. Sus palabras delatan lo que hay en sus corazones. Tienen la mente y la conciencia corrompida. Una y otra vez se les enseña la verdad, se les corrige con amor y paciencia pero regresan a revolcarse en el cieno. Es un verdadero lastre para las congregaciones, por eso el liderazgo, además de ser ejemplar, debe saber gestionarlo correctamente, de lo contrario acabarán contaminando al resto de la congregación como la levadura.

         Los corrompidos e incrédulos no han sido regenerados aunque asistan a las congregaciones, y son un lastre para el avance del reino de Dios.     

161 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (XX) – Quieren enriquecerse

Porque los que quiere enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición (1 Timoteo 6:9)

         En una sociedad materialista el dinero se ha convertido en uno de los ídolos más evidentes. Esta idolatría está camuflada detrás de argumentos de todo tipo en los que cualquier iniciativa parece tener el beneplácito de la sociedad si con su actividad se genera riqueza y puestos de trabajo.

No toda ambición es saludable. Como tampoco lo es la falta de motivación que paraliza toda iniciativa emprendedora. Como en todas las cosas la clave está en el corazón. Se nos advierte que sobre toda cosa guarda, guardemos nuestro corazón, porque de él mana la vida. Y donde tengamos nuestro corazón, allí estará nuestro tesoro. Si nuestro corazón está atrapado en el afán por las riquezas dedicaremos todo nuestro esfuerzo a su consecución, quedando atrapados en lazos y tentación que hunden a los hombres, dice nuestro texto, en destrucción y perdición.

El deseo de las riquezas atrapará el corazón en codicias necias y engañosas que hunden a los hombres. Pablo dijo a los creyentes que eran ricos que no pusieran el corazón en las riquezas, porque son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos (1 Tim.6:17).

Se puede ser rico y generoso, o pobre y avaro. No hay ninguna garantía de que los pobres sean humildes, ni que los ricos tengan que ser obligatoriamente perversos. Sin embargo, cuando el corazón está atrapado en el amor al dinero, se convierte en una raíz de pecado, que al codiciarlo algunos se extravían de la fe, y son expuestos a muchos dolores (1 Tim.6:10).

Por tanto, el deseo de enriquecerse puede convertirse en una piedra de tropiezo insalvable para la vida de fe. Pablo enseña que debemos estar contentos teniendo nuestras necesidades básicas cubiertas. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen. Hay caída en el deseo irrefrenable por las riquezas.

Jesús dijo que era muy difícil que un rico entrara en el reino. El joven rico tenía su corazón atrapado en las riquezas y se convirtió en él en un muro infranqueable para poder seguir el camino del discipulado. Muchos otros, a lo largo de la historia, han hecho el recorrido correcto: dejando las riquezas siguieron al maestro; lo cual no quiere decir que todos deban hacer lo mismo.

         Muchos predicadores han caído en tentación y lazo por el amor a las riquezas y la vanagloria de este mundo. Ven el evangelio como fuente de ganancia y quedan expuestos con muchos dolores.