2 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoIntroducción (II)

Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14,15)

         Iniciar un tema de esta envergadura siempre es complejo. La amplitud que contiene, sus diversos enfoques y lo intangible, en ocasiones, de su manifestación, hace que no sea fácil desarrollarlo. Iremos haciendo camino al andar. Dejaremos que el Señor nos guie por su Espíritu, que vaya alumbrando los ojos de nuestro entendimiento, y podamos exponerlo de la forma más adecuada posible para su comprensión.

Ya ahora diremos que el reino de Dios tiene al menos tres vertientes. Una que tiene que ver con su manifestación en nuestro propio corazón, cuando entramos en el reino mediante la fe en el Hijo de Dios, el Mesías de Israel y Redentor del mundo. El es la puerta al reino, y la fe en su nombre, junto con el arrepentimiento, nos permite ser trasladados de la potestad de las tinieblas ―el reino de la oscuridad en que estábamos cautivos a voluntad del príncipe de este mundo― al reino de su amado Hijo (Col.1:13).

En segundo lugar tenemos el reino que ha de manifestarse en Jerusalén, y que aún está por venir. Esperamos su venida. Es la esperanza de Israel. Un reino de justicia y paz que pondrá fin a los reinos de este mundo, plagados de maldad y rebelión. A este reino lo llamamos reino mesiánico, el reino del Mesías Yeshúa, el hijo de David, y del que ahondaremos ampliamente en nuestro recorrido en esta nueva serie.

Y en tercer lugar tenemos lo que la Biblia llama el reino eterno (2 Pedro 1:11). Cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (1 Co.15:24). Bien. Tres aspectos del reino de Dios que debemos diferenciar.

Comenzaremos viendo algunos aspectos fundamentales del reino que ya ha venido y del que somos parte mediante la fe en Jesús. Es lo que indica claramente el texto que tenemos para meditar. Cuando el Señor dio comienzo a su ministerio público, después de que Juan el Bautista fuera encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino, y diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio. El reino ya ha venido. Se ha manifestado a Israel y las naciones mediante el evangelio. Todos aquellos que reciben el mensaje entran en el reino de Dios, su dominio, su soberanía. Ese reino no es de este mundo.

         El reino de Dios ya está entre nosotros, porque el rey Jesús, ya vino para dar su vida en rescate por muchos. Ese es el mensaje del evangelio.

1 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoIntroducción (I)

Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14,15)

         Habiendo terminado la serie más amplia realizada hasta ahora de nuestro tema general sobre ¿que es el hombre?, queremos iniciar esta nueva serie sobre el reino mesiánico, que nos retrotrae a un periodo anterior al que hemos abordado en el hombre condenado.

Hay que decir que los acontecimientos de los últimos tiempos siempre son una especie de puzle en el que algunas piezas son difíciles de encajar perfectamente. Algunos quieren hacerlo marcando una secuencia fija, inamovible y dispensacional que cuando se mira con detenimiento, y sin prejuicios doctrinales, se perciben lagunas insalvables que descolocan la imagen final.

Digo que esta nueva serie nos conduce a un tiempo anterior al que hemos tratado en el hombre glorificado y condenado porque  ―y en esto sí hay consenso general, al menos en quienes creen que la Escritura habla de un reino mesiánico por venir, también llamado el Milenio― ese tiempo será antes del fin, es decir, anterior a la entrada en la eternidad y el reino eterno.

Tenemos por delante un hermoso desafío. Llevo más de un año estudiando este tema en las Escrituras; he pasado por todo su contenido tratando de entender lo que en ella encontramos sobre el reino mesiánico, especialmente en la lectura de los profetas de Israel, penetrar a la mentalidad hebrea, la misma que tenían los primeros discípulos poco antes de que el Señor fuera elevado al cielo.

El reino de Dios en la Biblia es uno de esos temas principales que aparece por todo su contenido, y en el que aparecen una diversidad de aspectos que debemos comprender en la medida de nuestras posibilidades.

Muchos hablan hoy de la teología del reino. Se ha puesto de moda en ciertos círculos evangélicos. Aunque según lo que entiendo, en muchos casos se trata de un reino centralizado en las posibilidades del presente siglo, es decir, focalizado en la edad presente. El recorrido que yo quiero hacer no irá en esa dirección, aunque es inevitable hacer referencias que nos afectan a todos hoy.

Hay aspectos del reino que ya están presentes, de eso no hay duda, pero otros tienen que ver con el establecimiento del trono del Mesías en Jerusalén del que nos hablan ampliamente los profetas. Queremos estudiar el reino mesiánico y no será posible sin la ayuda del Espíritu y una mente abierta a su palabra revelada que es espíritu y vida.

         El reino de Dios tiene varias vertientes en la Escritura, es un tema amplio y diverso; emprendemos este desafío con temor y temblor.

53 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaMe he convertido en extraño para mis hermanos, y en extranjero para los hijos de mi madre. Porque el celo por tu casa me ha consumido… Pero yo elevo a ti mi oración  (Salmos 69:8, 9,13).

Uno mismo viene a ser extraño y extranjero por el amor a la verdad. Cuando el celo por la casa de oración, el lugar santísimo, el trono de la gracia, la gloria de Dios, la cruz de Cristo, viene a ser la prioridad, nuestras vidas comienzan a ser extrañas para quienes solo piensan en lo terrenal. Somos como extranjeros y peregrinos en un mundo que vive lejos de los principios del reino de Dios. Los enemigos del hombre vienen a ser los de su propia casa. No hay profeta sin honra sino en su propia tierra y entre los suyos. ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de El (Marcos 6:3). Como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… (Isaías 53:2,3). Sin embargo, el Mesías oró por los transgresores. Oró por Jerusalén, pidió el perdón de sus verdugos y es hoy nuestro abogado delante del Padre.

Gracias Señor, por tu bondad para con los hijos de los hombres. Amén.

50 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPero ciertamente Dios me ha oído; El atendió a la voz de  mi oración. Bendito sea Dios, que no ha desechado mi oración, ni apartado de mí su misericordia  (Salmos 66:19,20).

Nuestro hombre sabe que Dios le ha oído. Tiene la certeza que su voz ha sido escuchada en lo alto, en la morada de Dios. ¿De dónde le viene esa seguridad? de la fe, −dirán algunos−, porque la fe es la certeza de lo que se espera. Esto es una parte de la verdad, pero no toda la verdad. Si vivimos en pecado Dios no oirá nuestras oraciones. Si no hemos perdonado de todo corazón, Dios no nos perdonará tampoco a nosotros. El salmista dice en el versículo anterior: Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará. (Salmos 66:18). Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace su voluntad, a ese oye (Juan 9:31). En algunos casos hemos simplificado la realidad de la oración a vanas repeticiones. Podemos creer −los demonios también lo hacen− que repitiendo «mantras» seremos oídos y atendidos. Pero el que ama a Dios es conocido por El, y puede afirmar con seguridad que le oye, le atiende, no desecha su oración y vive bajo su misericordia.

 Padre amado, nos acercamos a ti en plena certidumbre de fe, con corazón sincero y purificados de mala conciencia, por la sangre de Jesús. Amén.

49 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEn Dios solamente espera en silencio mi alma; de El viene mi salvación… Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de El viene mi esperanza  (Salmos 62:1,5).

 Está establecido un tiempo para cada cosa. Tiempo de esperar y tiempo de actuar. Tiempo de callar y tiempo de hablar. Una vez que nuestro clamor ha sido expresado y oído ante el trono de Dios, entramos en un tiempo de espera. Ese tiempo nos introduce en la esperanza y salvación que vienen de Dios. No debe haber ocasión para la manipulación, ni para el esfuerzo carnal. Esperar en silencio delante de Dios significa paralizar toda nuestra actividad anímica, del alma, para dar lugar a la acción de Dios, a Su Espíritu. En una sociedad como la nuestra este ejercicio, aparentemente tan elemental, se ha convertido en una virtud al alcance de muy pocos. No estamos entrenados para la espera, sino para la ocupación. Marta se impone una y otra vez con el alboroto de sus demandas, justas en muchos casos, pero María escogió la buena parte, la cual no le será quitada. El salmista nos dice que nuestra esperanza y salvación vienen después de esperar en silencio en Dios.

Padre celestial, dale a Israel y a nuestro país esperanza y salvación, en el nombre de Jesús. Amén.

47 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEn el día en que temo, yo en ti confío… Tú has tomado en cuenta mi vida errante; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿acaso no están en tu libro? Entonces mis enemigos retrocederán el día en que yo te invoque. Esto sé: que Dios está a favor mío   (Salmos 56:3, 8,9).

¿Qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con El todas las cosas? (Romanos 8:31,32). Estas verdades inconmovibles y reconfortantes no evitan que el temor nos ataque en algún momento. Que vivamos etapas de nuestra vida como errantes. Derramemos abundantes lágrimas que son anotadas en un libro. Que se levanten enemigos, y necesitemos confiar e invocar el Nombre de nuestro Dios para que retrocedan las tinieblas. Nuestra vida de temor, errante, de lágrimas y rodeada de enemigos está delante de los ojos de Dios. Y como se le dijo al patriarca de la fe, también a nosotros: Abram… Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto” (Génesis 17:1).

Padre amado, confiamos en ti, derramamos nuestras lágrimas ante ti y sabemos que estás a favor de los que te aman. Amén.

45 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEcha sobre el Señor tu carga, y El te sustentará; El nunca permitirá que el justo sea sacudido   (Salmos 55:22).

Jesús dijo: Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar. El llamamiento del salmista tiene el mismo mensaje, venir al Señor y echar  nuestra carga, Él nos sustentará. Es la misma fe. Es el mismo Dios. La carga del pecado es el peso que nos asedia y envuelve tan fácilmente para impedirnos avanzar en los propósitos de Dios. La carga de la culpabilidad, la condenación, y la fatiga de las relaciones personales rotas, son un peso abrumador que tantas veces nos perturba y frena. Pero podemos echarlas sobre el Fuerte de Jacob, la Roca, el Todopoderoso. Confesarlas y quedar libres, ligeros, y andar en el Espíritu llevando mucho fruto para gloria de Dios. La fe del justo le dice que Dios no permitirá que sea sacudido. El diablo golpea, pero no nos derriba, cuando estamos unidos con el que sustenta todo el Universo. La palabra de su poder nos guardará también a nosotros.

Padre, echamos nuestras cargas sobre ti, porque tú tienes cuidado de nosotros. Gracias por perdón y salvación para Israel y España. Amén.

44 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - Portada¡Sálvame! Oh Dios, por tu nombre… Escucha mi oración, oh Dios, presta oído a las palabras de mi boca. Porque extraños se han levantado contra mí, y hombres violentos buscan mi vida… He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor es el que sostiene mi alma   (Salmos 54:1-4).

La salvación viene por la invocación del nombre, el nombre de Jesús. Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en el cuál podamos ser salvos. El salmista lo sabe. Tal vez no sabía mucho sobre la revelación postrera del Hijo de Dios, pero sabía que la salvación viene por invocar el nombre de Dios. Los santos antiguos conocían bien la importancia de la declaración de sus labios. Su oración debía ser oída, y para ello, debía ser proclamada de viva voz. El salmista también padeció a quienes tenían otro espíritu, eran violentos y buscaban cómo hacer daño a los hijos del reino. Como si hubiera sido el apóstol Pablo, diciendo: fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10), también nuestro hombre declara: He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor es el que sostiene mi alma.

Padre amado, salva a Israel, y a todos los hijos del reino, de los hombres violentos que buscan su destrucción, en el Nombre de Jesús. Amén.

38 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPor cuanto yo estoy afligido y necesitado, el Señor me tiene en cuenta. Tú eres mi socorro y mi libertador; Dios mío, no te tardes  (Salmos 40:17).

Este tipo de lenguaje lo hemos sacado de nuestro vocabulario positivista y triunfalista. Hay que ser positivos, no confesar aflicción o necesidad. Hay que liberar energía positiva, reír siempre, que se vean los dientes blancos, y mostrar una imagen saludable de éxito y prosperidad. Al leer la oración del salmista no parece que haya estado en ese tipo de escuela donde todos los días son viernes, y nunca hay día malo. Tampoco estoy abogando por auto-conmiseración o auto-lástima. Pablo habló de «sufrir necesidad» (Fil.4:12); mencionó «mi aflicción» (Fil. 4:14) y «mis necesidades» (Fil. 4:16); sin embargo, todo lo podía en Cristo que le daba fuerzas. Jesús dijo: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. El Señor tiene en cuenta nuestra aflicción y necesidad, es nuestro socorro y libertador. Con esa certeza en Él podemos exclamar: Dios mío, no te tardes.

Padre amado, Tú conoces nuestra aflicción y necesidad. Socórrenos y libertanos, en el glorioso Nombre de Jesús.

36 – ORANDO CON EL SALMISTA

Orando con el salmista - PortadaY ahora, Señor, ¿que espero? En ti está mí esperanza  (Salmos 39:7).

A menudo nuestras vidas son una infinidad de actividades. Corremos por todas partes, nos ocupamos y preocupamos para huir de las preguntas incómodas que siempre nos intimidan. La vida impone su ritmo y nos arrastra en corrientes irrefrenables que no podemos controlar, por tanto, nos dejamos llevar. En el silencio de la noche, al caer el día, nuestra conciencia nos interroga: «¿para qué?» «¿Por qué?» «¿Dónde voy?» «¿Qué espero de todo por lo que me afano?» Casi siempre las preguntas quedan ahogadas por el sueño, y éste nos sumerge en la inconsciencia que parece calmar nuestras preocupaciones hasta que el día deslumbra y la rueda de la vida vuelve a girar. Entonces la fe se alza, e impone sobre las circunstancias movibles y cambiantes, su certeza: En ti está mi esperanza… En ti están todas mis fuentes… A los que aman a Dios todas las cosas le ayudan… El trabajo en el Señor no es en vano… Es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria…

 

Nuestra esperanza está en ti, oh Dios. Tú eres la esperanza de Israel, la esperanza de todas las naciones, por tanto, en ti esperamos. Amén.