90 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XVII) – La añoranza del reino davídico (2)

Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David(Mateo 1:1). Pablo, siervo de Jesucristo… apartado para el evangelio, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne (Romanos 1:1-3)

         Después de cuatrocientos años entre el mensaje del último profeta del Antiguo Testamento, y el primer evangelio del Nuevo, nos encontramos con la genealogía de Jesucristo como hijo de David. La primera referencia que tenemos en el Nuevo Testamento acerca del Mesías le vincula con la descendencia de David, por tanto, debemos entender que el autor piensa en el pacto hecho por Dios con la casa de David, que de su descendencia se levantaría uno que no vería corrupción y establecerá el reino largamente anunciado.

La iglesia ha perdido esta verdad. La teología del reemplazo ha borrado gran parte del mensaje anunciado por los profetas, y centrándose en la redención espiritual de Jesús (anunciada por los mismos profetas) ha obviado los aspectos literales y físicos de su reino porque están focalizados sobre Israel y la tierra prometida a Abraham.

Cuando apareció el Mesías, llegado el cumplimiento del tiempo, el pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz. Fue anunciado por ángeles a una virgen, a los pastores de Israel, proclamado por Simón y Ana, ancianos que esperaban la consolación y redención de Israel, y todos ellos nutrían esa esperanza en las palabras anunciadas por los profetas que ahora se cumplían en su primera parte, delante de ellos.

La expectativa era grande. Una y otra vez se anunció que Jesús era el hijo de David, y eso significaba que era el heredero del trono anunciado al vástago de Isaí. Una y otra vez le invocaban como: «¡Señor, Hijo de David!» (Mt.15:22; 20:30,31; 21:9,15; 22:42), precisamente en el evangelio de Mateo, dirigido especialmente a los hebreos.

El mismo apóstol Pablo, al inicio de su carta más teológica, la de Romanos, comienza identificando a Jesús como descendiente del linaje de David, a la vez que Hijo de Dios. No podemos ignorar este hecho, y menos aún justificarlo con argumentos de que Israel pensaba en un Mesías político. Esa argumentación es muy simple, y se aleja de la mentalidad hebrea impregnada de la Escritura.

Otra cosa es el velo y misterio que cubrió a la segunda generación de cristianos; sin embargo, los discípulos directos del Mesías, todos ellos judíos, si le reconocieron como tal. Haremos un recorrido por las Escrituras hebreas, (salmos y profetas), descubriendo el mensaje del reino mesiánico y milenial. Una verdad olvidada por gran parte de la iglesia de hoy.

         Veamos la esperanza mesiánica heredera de Israel y sus profetas.

89 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XVI) – La añoranza del reino davídico (1)

Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya del tercer día que esto ha acontecido (Lucas 24:21)

         La historia antigua y bíblica de Israel dejó una huella imborrable en su conciencia. La idolatría que los llevó a Asiria y Babilonia fue erradicada en el regreso a Judea en los días de la restauración. Cometieron otros errores, pero el levantamiento de ídolos de las ciudades vecinas fueron combatidos con verdadero tesón, de tal forma que el profeta Oseas anunció un tiempo cuando quitaré de su boca los nombres de los baales, y nunca más se mencionarán sus nombres (Os.2:17) (Sal.16:4).

Por otro lado, la conciencia de pueblo del pacto quedó impregnada de la esperanza del reino mesiánico, el prometido reino del trono de David. La literatura posterior al exilio babilónico tendrá un énfasis marcado sobre la esperanza escatológica, con Israel como centro de todas las naciones.

Esa esperanza fue anunciada en el libro de los Salmos, y también por los profetas, por tanto, no estamos hablando de una tradición religiosa sin fundamento, sino de una esperanza anunciada desde la fundación del mundo.

Como hemos visto en nuestro breve recorrido por la historia de Israel, todo su devenir está marcado por la esperanza mesiánica que desemboca en un tiempo de justicia social, paz y bienestar mundial, con Jerusalén como centro desde donde el Mesías reinará sobre todas las naciones.

Es una esperanza física y terrenal, focalizada en la tierra prometida a Abraham, y sellada en el pacto que Dios hizo a David de que de su descendencia levantaría a uno cuyo reino no tendría fin. Se trata de la redención anunciada para un pueblo acostumbrado, primero a la esclavitud en Egipto, después a tiempos de libertad, para caer de nuevo en opresión por sus pecados, esperando la redención definitiva que salvará a Israel de sus pecados, y recuperará el propósito original de ser un reino de sacerdotes y gente santa.

Esa misma esperanza de redención seguía vigente en los días cuando el Mesías apareció en Galilea, Judea y Samaria. Incluso después de su muerte y resurrección los discípulos que habían estado con él esperaban la redención de Israel. Fue lo que dijeron los dos discípulos que caminaron junto a Jesús en camino a Emaús. Jesús fue anunciado como el hijo de David, el heredero del trono que había sido prometido, por ello, sus discípulos esperaban la redención anunciada por los profetas.

         La añoranza del reino mesiánico que recorre toda la historia de Israel no es un mito, está fundamentada sobre el mensaje de los profetas y salmistas.

88 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XV) – El mensaje de los profetas

Y les envió profetas para que los volviesen a YHVH, los cuales les amonestaron; más ellos no los escucharon (2 Crónicas 24:19)

         Hay un patrón que predomina en las Escrituras de forma repetitiva: cuando el hombre o el pueblo de Dios se apartan de sus caminos y el pacto, el Señor envía profetas para hacerlos volver del error de su camino. Si vuelven, mediante el arrepentimiento y la fe reactivada de nuevo, salvarán de muerte el alma y cubrirán multitud de pecados (Stg.5:19,20).

Cuando Israel se apartó del pacto que hizo con David, Dios les envió profetas para que volvieran a la cordura de la ley y los límites de la bendición del Shaddai, recuperando así el propósito de sus vidas y los objetivos que debían cumplir. Más ellos no escucharon.

El profeta Jeremías, viviendo en un tiempo de profunda apostasía y decadencia, llamó al pueblo a pararse en sus caminos y preguntar por las sendas antiguas, regresar al camino, andar por él y hallar descanso para sus almas; pero dijeron: no andaremos (Jer.6:16). Luego les exhortó a que escucharan la voz de sus atalayas que los avisaban del peligro inminente que los amenazaba. Y dijeron ellos: No escucharemos (6:17). Es la triste historia del Israel antiguo. Pero no seamos arrogantes, sino temamos, porque si ellos no obedecieron, nosotros tampoco.

El corazón del hombre engañoso se endurece con demasiada facilidad; incluso después de un tiempo de paz y prosperidad. La memoria enfermiza de un corazón engañado lleva una y otra vez a las naciones a cometer los mismos errores.

El libro de Apocalipsis, después de mostrar el juicio de Dios mediante los sellos y las trompetas y antes de las copas de ira finales, contiene un mensaje diciendo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes (Apc.10:11). Parece dar a entender el contexto que después del milenio hay un tiempo cuando es necesario volver a profetizar a las naciones para que vuelvan al Dios de Israel, escapando así de la ira venidera. Sea o no así, el denominador común es que el Señor nos habla mediante sus profetas para regresar a la seguridad de la obediencia, penetrando en los límites de su cobertura donde el diablo no puede alcanzarnos.

Hoy vivimos en ese tiempo. Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quién constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Heb. 1:1,2). Vivimos en la antesala del reino mesiánico, y debemos oír su voz si queremos entrar en su reposo.

          Aprender a oír bien encaminará nuestras vidas hacia la paz del reino; pero endurecer nuestros corazones nos conduce a destrucción repentina.

87 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XIV) – La división del reino

Y dijo YHVH a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido  (1 Reyes 11:11-13)

         Un reinado de paz y prosperidad puede terminar en apostasía e idolatría que a su vez atrae el juicio de Dios. La historia está llena de ejemplos. Generalmente naturalizamos los acontecimientos históricos por falta de revelación, pero el Señor habla por medio de sus profetas y revela las consecuencias del abandono del pacto, la ley moral y entregarse a la inmoralidad. La consecuencia es división. Ruptura. Producida por Dios mismo.

Hay divisiones que son el resultado del juicio de Dios sobre la soberbia humana. Los nacionalismos rebrotan después de un periodo imperial cuando se sobrepasan la justicia y la equidad. Babel fue el resultado de la pretensión de un gobierno mundial. Israel fue dividido porque Salomón abandonó el equilibrio de la Escritura que enseña al rey a no tener muchas mujeres y extranjeras. Este exceso de sexo dio paso a cultos idólatras (como en los días del pecado de Baal-Peor Números 25), que a su vez trajeron división.

La desobediencia del rey trajo división a la nación. La idolatría de un padre dejó en herencia a su hijo la decadencia de su reino. Se mantenía en la casa de David el amor de Dios por el abuelo de Roboam; aunque el pacto davídico no pudo impedir la idolatría que causó la división. Surgen así dos reinos paralelos que toman caminos distintos; se contaminan mutuamente; la rivalidad los conduce a guerras civiles; y en medio de todo ello vemos el final del reino del norte que nunca regresó al mensaje de los profetas que Dios envió para su restauración.

Por su parte el reino de Judá y la casa de David permaneció un tiempo más hasta su cautiverio. Pero el pacto era firme y superaba, −como hemos visto en otro capítulo−, la naturaleza humana de sus descendientes apuntando hacia un vástago distinto que no vería corrupción.

Todo ello debe recordarnos que después del milenio habrá un periodo aún de corrupción en las naciones. Cuando el diablo recupera el dominio como príncipe de este mundo se reproduce rápidamente en muchos hombres la rebelión que los llevará a luchar contra el León de la tribu de Judá.

         La idolatría postrera de Salomón produjo división en el reino de Israel; su hijo heredó las consecuencias; pero el pacto con David seguía vigente.

86 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XIII) – Idolatría postrera

Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos         (1 Corintios 10:11)

         La historia del pueblo de Israel, escogido por Dios soberanamente, es un ejemplo para todas las naciones. Lo es en sus luces y sombras. Lo es en la manifestación del gobierno de Dios sobre el pueblo redimido, así como en sus juicios por abandonar el pacto. La iglesia del Señor debe aprender de aquellos que nos han precedido en la fe. Las obras que realizaron están escritas para nuestra amonestación. Son ejemplo para nosotros.

Cuando Israel pidió rey contra la voluntad de Dios el pueblo sufrió pérdida, y pronto se hizo evidente que habían errado el blanco. Luego el mismo Señor les dio un rey de la casa de Isaí. Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces (Is.11:1). Hizo un pacto con él que sería duradero para toda su descendencia mientras que anduvieran en los límites del pacto contraído.

Pasaron dos generaciones, la del reinado de David y Salomón, con dos expresiones claras de lo que significa que una nación ande en sus caminos. Primero hay que pelear hasta derrotar a los enemigos, para después entrar en la fase de disfrutar de la paz y descanso que produce la sabiduría y la justicia de andar en la verdad.

Más tarde vino una nueva generación, la de Roboam y Jeroboam. Ambos escogidos para reinar, pero también herederos de la idolatría de los últimos años del reinado de Salomón. La idolatría divide. El abandono de la sabiduría de lo alto conduce a la necedad de tomar decisiones soberbias. Fue lo que hicieron los jóvenes herederos del reino.

Aunque el diablo esté atado, la soberbia humana da lugar al abandono de la cordura. El libro de Apocalipsis muestra que después del milenio, cuando el diablo sea de nuevo desatado, rápidamente se deterioran las condiciones de vida, y surgirá una multitud de naciones que se unen a su rebelión olvidando los tiempos de bonanza. Así es el hombre. Así fue con la generación de Roboam en Judá, y la de Jeroboam en el reino del norte.

Estas cosas les acontecieron como ejemplo para nosotros. No somos distintos a ellos. Olvidamos pronto. Nos alejamos demasiado rápido de la cordura para adentrarnos en la insensatez. Por tanto, el milenio de paz, justicia y prosperidad dará lugar a una batalla sin precedentes en la historia del hombre. La separación final tendrá lugar, como en el reino de Israel en los días de Roboam y Jeroboam.

         El reinado milenial, prefigurado en los días de Salomón, dará lugar a la idolatría postrera cuando el diablo sea nuevamente desatado contra el Rey.

85 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (XII) – Anticipo milenial

Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza  (Romanos 15:4).

         El reinado de Salomón en Jerusalén es un anticipo histórico del reino mesiánico de paz, justicia, prosperidad y sabiduría en la tierra. El Señor nos ha dejado sombras, figuras, primicias y anticipos en su palabra para que tengamos esperanza en medio del presente siglo malo. La Escritura es como un espejo para mirar el reino de Dios en los corazones de los hombres, y en la tierra de Israel como modelo para todas las naciones. La Escritura es una antorcha y una lámpara que nos alumbra en lugar oscuro.

Cuando vemos el reinado de David, el pacto que Dios hizo con su casa y el periodo de paz en el reino de Salomón, asistimos a un anticipo de la era mesiánica. Es un prototipo de lo que será el gobierno del hijo de David en la tierra. Los que hemos acudido a la esperanza puesta delante de nosotros tenemos un fortísimo consuelo (Heb.6:18) cuando vemos que tenemos por delante un gobierno del Justo, el Deseado de todas las naciones (Hag. 2:7). Como dijo el salmista: «Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de YHVH en la tierra de los vivientes» (Sal.27:13). Es la consolación y esperanza de Israel.

El Dios de Israel se ha reservado un día cuando mostrará a todas las naciones cómo será la vida bajo su reino de justicia en la tierra. El apóstol Juan lo llama milenio. Los profetas lo denominan la era mesiánica, como tendremos ocasión de ver en multitud de Escrituras en nuestros próximos capítulos. El reino de Salomón anuncia un tiempo cuando el enemigo estará atado según vemos en Apocalipsis.

La vida de oración fluirá como nunca antes sin la oposición del Adversario. Es lo que vemos en la dedicación que hizo el rey sabio del templo de Jerusalén. Tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada, y harás conforme a todas las cosas por las cuales hubiere clamado a ti el extranjero; para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre, y te teman así como tu pueblo Israel, y sepan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo te he edificado (2 Cr.6:33). Entonces se cumplirá lo que dijo el Señor: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones (Mr.11:17).

El islam pretende plagiar y falsificar este modelo, cambiando Jerusalén por la Meca, el templo por la Kaaba, el ungido Rey de Israel por Mahoma, y a YHVH por Alá. No prosperará. No se puede imitar el reino mesiánico con islamismo, comunismo, o humanismo.

         La Escritura nos trae consuelo y esperanza mediante el anticipo de la era mesiánica. Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.

84 – El reino mesiánico

 

El reino mesiánicoLa casa de David (XI) – Un reino de paz y sabiduría

Porque él señoreaba en toda la región al oeste del Éufrates… sobre todos los reyes al oeste del Éufrates; y tuvo paz por todos lados alrededor. Y Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón  (1 Reyes 4:24,25).

         El reinado de Salomón es único en la historia de Israel. Los tiempos convulsos de la época de David dieron lugar a un periodo de paz, seguridad y bienestar nunca antes ni después vividos por el pueblo de las promesas. La promesa dada a Abraham se había cumplido (Gn.22:17). Tenemos aquí un anticipo del reino de Dios en la tierra.

Se administraba justicia con sabiduría (1 Reyes 10:9). Judá e Israel eran muchos, como la arena que está junto al mar en multitud, comiendo, bebiendo y alegrándose (4:20). Salomón señoreaba sobre todos los reinos (4:21). El pueblo vivía seguro en abundante prosperidad (4:25). La sabiduría y prudencia del rey eran muy grandes, más que la de todos los orientales, y los egipcios (4:30). Fue conocida entre todas las naciones  alrededor, y venían de todos los pueblos y todos los reyes de la tierra para oírle, porque la fama de su sabiduría había llegado hasta ellos (4:30-34).

Una de las visitas más famosas fue la reina de Saba, que al llegar a Jerusalén quedó tan sorprendida, más de lo que le habían contado, puesto que Salomón contestó todas sus preguntas de tal forma que se asombró por todo lo que había visto y oído en la corte del rey de Israel (10:1-5). Llamó bienaventurados a los hombres y dichosos sus siervos, que estaban continuamente delante de él, y oían su sabiduría (10:8). Bendijo al Dios de Israel que había puesto en el trono por rey a quien administraba derecho y justicia (10:9).

Salomón excedió a todos los reyes de la tierra en riquezas y sabiduría; todos procuraban verle para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Los demás reyes le llevaban cada año sus presentes a la ciudad de Jerusalén (10:23-25). El Señor había puesto a sus enemigos bajo la planta de sus pies (5:3). No había adversarios; ni mal que temer; porque el Señor le había dado paz por todas partes (5:4). Además edificó el templo, hizo su dedicación con una oración que resonó en los cielos y sentó las bases para que todo el pueblo buscara a Dios en las siguientes generaciones. También se le apareció el Señor para confirmar el pacto que había hecho con la casa de David para siempre (9:1-5).

Todo ello es una imagen histórica que proyecta y prefigura el futuro reino mesiánico en la tierra.

          El Mesías, hijo de David, unifica en su persona los reinados de David y Salomón; la batalla de la cruz y su exaltación a la diestra del Padre para reinar.

83 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (X) – La generación de Salomón

Y de entre todos mis hijos (porque YHVH me ha dado muchos hijos), eligió a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino de YHVH sobre Israel. Y me ha dicho: Salomón tu hijo, él edificará mi casa y mis atrios; porque a este he escogido por hijo, y yo le seré a él por padre (1 Crónicas 28:5).

         En la biografía del rey David nos encontramos con un personaje histórico por un lado, y con un tipo del Mesías por otro. El pacto que Dios hizo con su casa significará una línea genealógica que el pueblo de Israel tendrá presente hasta nuestros días. Los salmistas y profetas volverán una y otra vez a esta figura histórica para personificar en él la esperanza del advenimiento del reino mesiánico. Este proceso desembocará en la proclamación del hijo de David en la persona del Mesías, Jesús de Nazaret, como hemos visto y seguiremos viendo a lo largo de nuestro estudio.

Volvamos ahora a los últimos años del reinado de David para ver como se aseguró de quién sería entre sus hijos el escogido por Dios para sucederle, y traspasarle todos los preparativos que él mismo había hecho para la obra del templo en Jerusalén. El diseño del templo fue trazado por la mano del Señor, haciéndoselas entender a David, para que a su vez le trasladara el diseño recibido a su hijo Salomón (1 Cr.28:19). Una vez realizada su misión, está escrito que David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción (Hch.13:36); haciendo aquí el apóstol una diferencia clara con el Mesías, que no vio corrupción, sino que venció la muerte.

Bien. Dicho esto, regresemos a los días del rey Salomón para encontrarnos con una nueva generación. Si los días de David habían sido de guerra y conquista, los de Salomón fueron un tiempo de paz y prosperidad como nunca hubo en el reino antiguo de Israel. La generación del nuevo rey se identificó por la paz social en el reino, paz con las naciones vecinas, y una gran prosperidad económica (muchas de las naciones cercanas fueron hechas tributarias) que dio lugar a un tiempo de máximo empleo y dedicación a distintas obras de edificación, especialmente la del templo en la capital del reino.

Las guerras que predominaron en los días de la generación de David, pusieron las bases para disfrutar de un tiempo de pacificación con todas sus ventajas. En este sentido la generación de Salomón es un prototipo del reino mesiánico de paz y justicia en la tierra. Podemos ver aquí un principio escritural que identifica a distintas generaciones con diferentes propósitos.

         La generación de Salomón es identificada en la Escritura como un tiempo de paz y prosperidad que anticipa el reino mesiánico en la tierra.

82 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (IX) – El pacto con la casa de David (3)

Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando entró él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Éste es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea (Mateo 21:9-11).

         La esperanza del reino mesiánico está vinculada a la casa de David, al pacto que Dios hizo con él, a la ciudad de Jerusalén que el mismo David conquistó; a la fortaleza de Sión, llamada la ciudad de David, donde se levantaría el templo y estaría la morada de Dios (Sal.78:68) (Sal.132:10-18); el lugar para el trono del reino prometido. Todo ello tiene su identificación con el Mesías, hijo de David, que se ha revelado a Israel en su primera venida, y volverá para reinar en la segunda y definitiva venida que esperamos.

Jesús entró en la ciudad de Jerusalén aclamado por las multitudes como el Hijo de David, el que Israel esperaba desde los días que fue hecho el pacto con el dulce cantor de Israel. Jesús fue reconocido y aclamado como el Mesías. Cumplió las profecías que vinculaban su entrada en la capital de Judea manso y humilde; así está escrito: Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna (Zac. 9:9).

Poco después, en la hora y potestad de las tinieblas (Lc.22:53), la revelación fue escondida para muchos (aunque miríadas de judíos anunciaron el advenimiento del Mesías resucitado desde Jerusalén, dando inicio a la proclamación del evangelio a todas las naciones), como lo fue José, el hijo de Jacob, rechazado por sus hermanos, escondido en Egipto durante un tiempo, hasta su manifestación a los suyos tiempo después.

De la misma manera, Jesús ha sido velado para muchos en Israel, desconocido por sus ropajes griegos y romanos con el que el cristianismo institucional lo ha vestido; pero vendrá otra vez, y será dado a conocer a sus hermanos. El mismo Rey de los judíos lo señaló cuando anunció su deseo de juntar a sus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisieron; su casa fue dejada desierta hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas, la del regreso de Israel a su tierra, y a su Dios, cuando dirán de nuevo: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mt.23:39).

Jesús regresará a Jerusalén, cumplirá lo prometido y reinará sobre el trono de David dando cumplimiento al pacto davídico.

         Jesús ya fue aclamado en Jerusalén como el bendito Hijo de David, y lo volverá a ser en el cumplimiento del pacto y reino mesiánico.

81 – El Reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (VIII) – El pacto con la casa de David (2)

Éstas son las palabras postreras de David… El Espíritu de YHVH ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes… No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo… aunque todavía no haga florecer toda mi salvación y mi deseo (2 Samuel 23:1-5).

         David es un tipo del Mesías, y como tal, él mismo se daba cuenta que ni él ni su casa alcanzaban la amplitud del pacto que Dios había hecho con su descendencia. David sirvió a su generación y vio corrupción. Fue un hombre conforme al corazón de Dios, sin embargo, habrá uno que vendrá después de él que será llamado el justo, un justo que gobierne entre los hombres en el temor de Dios, sin pecado; su cetro es cetro de justicia, su trono para siempre. El mismo David le llama Señor.

Esta pregunta dejó sin respuesta a los fariseos a quienes Jesús dijo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra (Mt.22:41-46). No podían entender que quien estaba delante de ellos era mayor que David. Como tampoco comprendieron la frase del Maestro atribuyéndose una trascendencia mayor que la de Abraham, cuando les dijo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn.8:58).

Por tanto, tenemos que dos de los pactos que Dios hizo con Israel, uno con Abraham, y otro con David, tienen su cumplimiento en Cristo. El mismo rey David, en sus últimos días antes de ser reunido con sus padres y ver corrupción, es decir, antes de pasar por la muerte hasta el día de la resurrección (Hch.13:36), fue consciente de que el pacto que el Señor había hecho con él tenía que ver con un hijo suyo, y a la vez tan diferente a ellos; porque sería como la luz de la mañana, como el resplandor del sol, y como la lluvia que hace brotar la hierba en la tierra; y su casa, reconoce el rey-profeta, no es así para con Dios. Tuvo ocasión de comprobarlo en los días de su carne en su propia familia.

Pero habrá un justo que se levantará para gobernar entre los justos según la palabra que el Señor le había revelado. El pueblo de Israel ha mantenido esa esperanza a lo largo de su historia y sigue estando viva en nuestros días.

         Está escrito: habrá un justo que reine entre los hombres con justicia y bajo el temor de Dios. Será en Jerusalén, la ciudad de David.