1 – LA CAÍDA

La caída

Introducción

Después de haber hecho un recorrido panorámico de la realidad del hombre antes de la caída queremos pasar a meditar en algunos pasajes y contenidos teológicos que tuvieron lugar después de ese tiempo de comunión con Dios.

La caída en pecado del hombre marcó un antes y un después radical en muchas áreas. Produjo grandes y graves alteraciones de diversos tipos: en relación a la comunión con Dios, sobre la naturaleza del hombre original, sobre la creación del mundo natural y animal. Todo fue perturbado y las consecuencias llegan hasta nuestros días.

Una vez más vuelven a surgir preguntas alrededor de este hecho. Algunas de ellas no encuentran respuesta suficiente en la Escritura para aclarar todo su contenido y trascendencia, tendremos que conformarnos con el marco que tenemos, sin trasgredir los límites impuestos en la Biblia, ni entrar en especulaciones que no llevan a ninguna parte.

Iremos viendo cómo se introdujo el pecado en la tierra, pero también ahondaremos —hasta donde podamos— en el origen, anterior a Edén, de la transgresión. Haremos un viaje fuera del tiempo actual —la Biblia lo llama el presente siglo malo— para ver cómo se produjo la entrada de la rebelión anterior a la creación de Adán.

Una vez meditados los textos que nos abren una ventana al tiempo pre-adámico, nos adentraremos en el hecho en sí de «La Caída» y sus consecuencias. Veremos temas profundamente teológicos, no exhaustivos, aunque espero que lo suficientemente sólidos, a pesar de su brevedad, para poner un fundamento estable en la verdad que nos ha sido revelada. Llegaremos hasta donde podamos.

No buscamos originalidad ni sensacionalismo. Huimos de la especulación gratuita. Procuraremos ceñirnos a lo revelado en la Escritura hasta donde podemos entender. Por tanto, en esta nueva serie de meditaciones acerca de la pregunta original: ¿Qué es el hombre? haremos un viaje cósmico anterior al tiempo presente, para regresar a nuestro siglo y ver cómo se introdujo el pecado en el mundo y las consecuencias funestas que le siguieron.

Si no entendemos bien este proceso nunca conseguiremos penetrar en la profundidad necesaria de la obra redentora en la cruz del Calvario para comprender nuestra redención. Sin caída no se necesita expiación. Sin la entrada del pecado en el mundo todo el proyecto de redención revelado en las Escrituras no sería más que un mito o especulación entre los que abundan en la historia de las religiones y filosofías humanas. La caída activó el plan predeterminado desde antes de la fundación del mundo para el rescate del hombre en toda su amplitud. Comencemos.

SERIE – 4 / La caída – Índice

La caída

Iniciamos una nueva serie de nuestra andadura a través de la pregunta que nos encontramos en el texto bíblico: «¿Qué es el hombre?«.

Hemos visto algunos detalles sobre lo que fue la vida del primer hombre y su compañera en el huerto de Edén. Ahora nos adentraremos en como se llevó a cabo la caída en pecado y sus consecuencias.

A continuación os dejo el índice de temas que trataremos. Como viene siendo habitual seguiré enviando las meditaciones los lunes, miércoles y viernes. Un saludo cordial.

ÍNDICE:

  1. Introducción
  2. La serpiente
  3. Lucero/Lucifer/Luzbel
  4. La iniquidad en su origen
  5. La iniquidad en desarrollo
  6. La iniquidad conspira
  7. Consecuencias de la conspiración
  8. El misterio de la iniquidad
  9. Justicia es el cetro de su reino
  10. Expulsado del cielo
  11. La serpiente con su astucia engañó a Eva
  12. El árbol era bueno, agradable y deseable
  13. Fueron abiertos los ojos y estaban desnudos
  14. Se escondieron de la presencia de Dios
  15. Buscando culpables
  16. El juicio a la serpiente
  17. El juicio a la mujer
  18. El juicio al hombre
  19. Vestidos de piel
  20. Echados del paraíso como Lucifer del cielo

 

Nota: En esta serie he usado la versión de la Biblia de las Américas (LBLA).

 

15 – ANTES DE LA CAÍDA (Fin de la Serie)

Antes de la caída (3)De Él y para Él son todas las cosas

Porque de Él, por El y para El son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén (Romanos 11:36). Para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quién proceden todas las cosas y nosotros somos para El; y un Señor, Jesucristo, por quién son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros (1 Corintios 8:6).

Antes de acabar esta serie sobre la realidad del hombre y la mujer antes de la caída me gustaría recapitular lo visto en las anteriores meditaciones. La Escritura no deja lugar a dudas que Dios es el Creador de todas las cosas, incluido el hombre, y fueron hechas por Él y para Él. De Dios proceden todas las cosas, y nosotros somos para Él. Hay un Señor, el Mesías, por quién todas las cosas subsisten, y por medio del cual existimos nosotros. Pablo lo resumió con estas palabras: «Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quién soy y a quién sirvo». Este es el propósito original de Dios que se vio perturbado por la aparición de una  rebelión pre-adámica.

Hemos visto, sin embargo, que antes de ese momento trascendental Dios creó al hombre recto, con una naturaleza justa, aunque el hombre se buscó muchas perversiones posteriores. Somos el resultado de la voluntad expresa de un Dios Creador que decidió soberanamente traernos a existencia. Además puso en el hombre su propia imagen y semejanza, que como vimos, al margen de su aspecto físico, creemos que tiene que ver con el ámbito espiritual, racional, moral e inmortal con el que fuimos creados. Se le dio dominio sobre toda la creación natural y animal, fue constituido mayordomo bajo la soberanía del Hacedor.

Dios produjo también las condiciones para que el ser creado a su imagen tuviera abundante provisión para todas sus necesidades. Sopló en él aliento de vida, fue hecho un ser viviente –el apóstol Pablo lo dividiría en un ser tripartito: espíritu, alma y cuerpo− y lo puso en medio de un lugar amplio, hermoso y placentero: el huerto del Edén.

Además trajo al hombre una ayuda idónea que fue tomada del varón, la mujer, para que lo complementara, fuera su compañera y pudieran compartir juntos la inmensa creación de Dios formando una familia con capacidad reproductiva. El hombre la recibió y fueron hechos una sola carne. Estaban vestidos de la gloria de Dios, alejados de la vergüenza y el temor, manteniendo comunión y relación cercana y amistosa con el Rey del Universo.

La entrada del mal rompió ese mundo. Fueron expulsados del paraíso y obligados a vivir en unas condiciones mucho peores.

El Señor Dios tenía un plan regenerador para recuperarlos, porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.

14 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Paseaban en el huerto al fresco del día

Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día…  (Génesis 3:8).

Esta breve reseña parece indicar lo que pudiera haber sido una costumbre en la comunión entre Dios y el hombre durante el tiempo anterior a la caída en pecado. Dice que Dios se paseaba en el huerto, lo que viene a significar que lo hacía con un cuerpo semejante al de Adán. En la Biblia de Jerusalén se traduce así: «Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa».

Dios andaba en comunión y amistad con el hombre. Le haría partícipe de múltiples consejos para poder cumplir con éxito su cometido en el mundo natural puesto bajo su cuidado. Hablaría con él cara a cara, como hizo tiempo después con Moisés (Éxodo 33:11), y que más tarde fue imposible sin que el hombre pudiera resistir la presencia de Dios sin morir (Génesis 32:30).

Dios había creado un ser libre, con voluntad propia para compartir con él en una dimensión tal vez mayor que con los ángeles. El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Recibió el aliento de vida de Dios, de su propia naturaleza. Dios es Espíritu e hizo copartícipe al ser humano de la dimensión espiritual. Esa comunión con Dios se producía en dos dimensiones que parece podrían estar íntimamente ligadas: una física, −en el mundo terrenal−, y otra espiritual, en la medida que participaban de la misma naturaleza.

Esto me hace pensar en la cercanía que establece el Mesías en su enseñanza sobre la oración del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo». «Cuando ores, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que está en secreto te recompensará en público». Cielo y tierra unidos por la oración. Ambos están más cerca de lo que pensamos. La oración nos devuelve esa comunión de la que Adán disfrutaba en el huerto del Edén, a la caída de la tarde, en el momento de la brisa; ahora la disfrutamos por fe –sin fe es imposible agradar a Dios− una vez devuelta la comunión perdida por el pecado en el sacrificio del Hijo. Jesús nos ha dado entrada al trono de la gracia a través de un camino nuevo y vivo por medio de su sangre.

Pero esa tarde algo había pasado que rompió la amistad e introdujo el temor y la vergüenza, hizo al hombre esconderse de la presencia de Dios. Una gran sima se había levantado transformando el devenir de la historia del hombre en unos parámetros nuevos. Lo que había sido relación cercana y amistosa dio paso a una separación que alteraría toda la creación.

         Dios creó al hombre para tener comunión con él, para alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6).  

13 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Estaban ambos desnudos

Y estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, y no se avergonzaban (Génesis 2:25).

En este pasaje tenemos otro de esos misterios difíciles de resolver. Las condiciones de vida creadas por Dios para el hombre y la mujer, el hábitat donde habían sido puestos, tenían los elementos necesarios para desarrollarse en armonía, sin desequilibrios, sin complejos, con naturalidad. El vestido que cubría a Adán y Eva era la gloria de Dios (Ro.3:23), juntamente con la ausencia de la vista del pecado y las tinieblas. Jesús enseñó que «la lámpara de tu cuerpo es tu ojo; cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando está malo, también tu cuerpo está lleno de oscuridad» (Lc.11:34).

Inmediatamente después de tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal, los ojos fueron abiertos y penetró la «luz del mal» que atrajo las tinieblas a todo su ser. Antes de esa entrada no había posibilidad de ver nada perturbador, ni avergonzarse, porque la gloria de Dios, el vestido original de Dios, cubría al ser humano. Ese vestido de la gloria de Dios mantenía al hombre en comunión con su Creador. Cuando el vestido se perdió por el pecado, la vergüenza, el temor y los complejos anidaron en el corazón del hombre. A partir de ese momento se necesitó otro vestido.

El primer intento vino del mismo hombre. «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales» (Gn.3:7). Más adelante es Dios quién tiene que proveer un vestido para la primera pareja (Gn.3:21). Aunque estamos adelantándonos en el recorrido de los sucesos, creo que es necesario que hagamos ese ejercicio para tratar de entender cuál era el vestido que los cubría. Físicamente estaban desnudos, pero no apreciaban ninguna vergüenza dado que sus ojos no se habían abierto al mal.

Cuando el pecado se apodera de la vista del hombre, sus ojos pueden percibir lo que se encuentra más allá del bien, es decir, el mal que estaba oculto tras aquel árbol que daba entrada a un mundo de pecado –parece que ya existente, es lógico pensar así, más adelante el profeta Isaías y Ezequiel nos dan una entrada al origen del mal en la persona de Lucifer y su rebelión contra Dios− y cuyo poder de seducción era tan poderoso que Dios prohibió que se tomara de él.

Sin esa penetración del mal al alma humana el vestido que cubría a Adán y Eva les permitía vivir alejados de la vergüenza y el temor, disfrutando plenamente de todos los placeres creados por Dios. Hay placer sin pecado. Hay desnudez sin vergüenza cuando la gloria de Dios cubre al hombre.

         Dios había vestido al hombre y la mujer con el ropaje de su gloria, los cubrió de tal forma que no sentían vergüenza.

12 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Se unirá a su mujer y serán una sola carne

Y el hombre dijo: esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada. Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne  (Génesis 2:23-24).

El hombre recibió a la mujer como la provisión de Dios, su ayuda idónea. Supo que había sido tomada de él mismo. Que formaban una unidad. Supo que habían sido creados con capacidad sexual y reproductiva. Que serían padres. Que se formarían nuevas familias y llegado el momento cada hombre tomaría su decisión de dejar a sus padres y formar nuevos hogares uniéndose a su mujer. Todo ello antes de la caída. Una unidad complementaria que partía de uno solo, desdoblándose en dos, para volver a ser uno y multiplicarse de tal forma que llenaran la tierra inmensa que Dios había creado.

El apóstol Pablo nos dice que la mujer es gloria del varón (1 Co.11:7). Que debe amarla como a su mismo cuerpo; «el que ama a su mujer a sí mismo se ama». Esta unidad física constituye una unidad que va más allá del terreno sexual, estableciendo vínculos tan fuertes que nadie debe separar. Jesús lo explica así: «¿No habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra, y añadió: Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Mateo 19:4-6).

En el principio fue así. Una familia monógama. Un hombre y una mujer unidos en plenitud para dar lugar a la familia. Esta institución es anterior a la caída del hombre en pecado. La familia se establece con anterioridad a la entrada del pecado en el mundo. El placer sexual es anterior a la caída. La capacidad reproductiva precede al gran derrumbe humano. No sabemos si Adán y Eva tuvieron hijos antes de la caída, el texto bíblico parece indicar que fue posterior (Gn.4:1).

Ser fiel a la mujer de tu juventud, la mujer del pacto, −porque el matrimonio es un pacto sellado ante el Creador entre un hombre y una mujer, después de dejar a su padre y madre para formar una nueva familia−, es la voluntad de Dios desde el principio, es agradable a Él y establece las condiciones de equilibrio en una sociedad. Es el mensaje del profeta Malaquías en su libro (Mal.2:14-16). La palabra de Dios pone en evidencia los desequilibrios del hombre y establece el orden a seguir para vivir bajo su provisión y cuidado.

         El hombre, en su origen, aceptó y recibió con agrado la ayuda idónea que el Señor le había provisto.         

11 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Una ayuda idónea

Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea… mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él  (Génesis 2:18-20).

Antes de la caída −a pesar del estado placentero que Dios había creado para el hombre− se halló que faltaba algo, no todo era perfecto, no todas las necesidades estaban suplidas. Dios había formado de la tierra  todo animal del campo y toda ave del cielo, los había traído al hombre para ver como los llamaría; y como el hombre llamó a todo ser viviente, ése fue su nombre. Esa relación con animales del campo y aves del cielo no suplieron la necesidad de compañía del hombre.

Los árboles agradables a la vista que ya estaban creados, el mismísimo árbol de la vida y la visión del árbol del conocimiento del bien y del mal, no pudieron suplir la carencia de compañerismo para el hombre en el medio natural que Dios había creado para él. Se hizo evidente que tenía necesidad de una ayuda más idónea, ajustada a sus necesidades de familiaridad y socialización. El mundo natural y animal no pudo suplir esa necesidad.

Entonces, el Creador y conocedor del entramado humano, quién mejor conoce su naturaleza en toda su amplitud, ideó, formó y trajo al hombre la solución de la carencia que se había suscitado. Se había hecho evidente la necesidad de ayuda idónea, una compañera que le correspondiera –ese es el sentido de idoneidad− manteniendo ambos una dimensión recíproca en su relación que no se halló en la creación.

Así pues, Dios hizo caer en un sueño profundo al hombre, −«lo anestesió»−, para poder sacar de él mismo una persona afín a sus necesidades, la ayuda idónea con quién podría compartir –ahora sí− el deleite de todo lo creado. Por tanto, el hombre ha sido hecho un ser social.

La individualidad y soledad pueden manejarse por un tiempo pero pronto se hace evidente la necesidad de ayuda, de compartir, de reciprocidad. Los comentaristas bíblicos dicen que la mujer fue sacada, no de la cabeza del hombre para enseñorearse de él; tampoco de los pies para que fuera su sirvienta; sino del costado, como igual al hombre, a su lado, para ser su compañera, al lado del corazón para poder amarla. Y todo el proceso como respuesta de Dios a las necesidades del hombre: físicas, afectivas, de provisión y propósito.

Luego dice el texto bíblico: «… Y la trajo al hombre» (Gn.2:22). El Creador del Universo formó a la mujer y la trajo al hombre para que fuera su ayuda idónea, su deleite, un deleite recíproco, una comunión compartida.

         Dios formó la familia: un hombre y una mujer, en respuesta a la «soledad» de Adán.

10 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Ordenó Dios al hombre

Y ordenó el Señor Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás  (Génesis 2:17).

Si la narración sobre la creación del hombre en el capítulo dos de Génesis es cronológica deberíamos entender que la ordenanza dada por Dios a Adán es anterior a la formación de Eva, por tanto, la mujer no estaba presente cuando Dios emitió su prohibición acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal; fue responsabilidad del varón hacer partícipe a su mujer de la palabra de Dios. Este pensamiento puede llevarnos a muchas ramificaciones, pero no lo haré. En cualquier caso el día de la tentación Eva ya conocía la ordenanza (Gn.3:1-3).

Estos primeros capítulos de Génesis permiten formularse muchas preguntas que no quedan debidamente explicadas y dan lugar a especulaciones sin fin. No es mi cometido aquí. Sin embargo, encontramos una ordenanza expresa que Dios dio al hombre en ese lugar idílico en el que le puso.

Pensemos. Antes de la caída ya había ordenanzas de Dios para el hombre. La vida en comunión con Dios no está exenta de límites, ni es garantía de extralimitación. Sus mandamientos no son gravosos. Dios limita al hombre en sus decisiones libres. Apela a su libertad. A su obediencia. Vive en medio de grandes recursos, no le falta de nada, pero sigue siendo hombre, sujeto a la voluntad soberana de Dios. El hombre vive bajo soberanía divina. A su vez ejerce como autoridad delegada sobre la creación. Dios delega atribuciones sobre el hombre, sin embargo, eso no debe ser motivo para que éste se extralimite y trasgreda la voluntad soberana del Eterno.

Los límites de Dios permiten al hombre moverse en una dimensión amplísima. «De todo árbol del huerto podrás comer». Hemos visto que Edén era un lugar increíblemente grande, extenso, deleitoso y placentero. ¿Por qué no disfrutar de todo ello aceptando la única limitación impuesta por el Señor? El límite era la entrada a un conocimiento oculto que la naturaleza humana no tendría capacidad de administrar. El bien ya lo tenía, era Dios, pero el mal se enseñorearía de él y daría entrada a una naturaleza pecaminosa conduciéndole a la muerte. Por ello, el fruto del árbol que daba entrada a esa dimensión desconocida y oculta fue prohibido. Quedó sellado por voluntad de Dios.

Cuánto tiempo permanecieron en ese estado primigenio no lo sabemos. Las condiciones estaban establecidas. Los parámetros definidos. La armonía en toda su amplitud era un hecho, pero faltaba algo…

         Dios puso un límite al hombre dándole una ordenanza que cumplir para que se mantuvieran las condiciones creadas.

9 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)En Edén

Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado  (Génesis 2:8).

         Dios puso al hombre que había formado en Edén. Una vez más vemos que la iniciativa es de Dios. Somos el resultado de la voluntad divina. Dios es bueno, crea cosas buenas. Es generoso y pone al hombre en medio de su extensa creación. Esa creación es exuberante, placentera, deleitosa y abundante. Y allí puso al hombre.

Edén significa delicia, placer, deleite. Dios es el creador del placer y la belleza. El mundo material es creación de Dios, por tanto bueno. Algunas corrientes pseudocristianas como el gnosticismo han enseñado que la materia es mala y el espíritu bueno. Esto vino después, ahora estamos viajando al paraíso perdido.

Miremos a través de la ventana que nos ofrece la Escritura, aunque nuestros ojos y conceptos actuales estén  influidos por la oscuridad de la caída. Lo que vemos es un lugar lleno de árboles agradables a la vista y buenos para comer. Vemos el árbol de la vida, con su resplandor de gloria que supera cualquier lenguaje humano. También vemos el árbol del conocimiento del bien y del mal, un árbol inmensamente atractivo pero cercado por voluntad expresa del Hacedor.

Una inmensidad de árboles, todos ellos deleitosos y agradables, llenos de abundantes frutos, sin embargo, pasado el tiempo −¿cuánto tiempo? no lo sabemos– el ser humano fue llevado precisamente al único árbol que tenía impuesta limitación para desearlo olvidándose de la inmensidad que le rodeaba. Pero sigamos.

Del Edén salía un rio para regar el huerto, que a su vez se dividía en cuatro ríos más. Se nos dan sus nombres: Pisón, que rodeaba una tierra donde había oro, bedelio y ónice. Gihón, Tigris y Éufrates. De estos cuatro ríos conocemos bien dos de ellos, ríos de una extensión inmensa, de miles de kilómetros, como son el Tigris y Éufrates, por tanto, hablamos de un vasto territorio.

El rio principal salía de Edén, luego se dividía en cuatro ríos grandísimos, lo cual nos hace pensar que el rio original, el que brotaba del huerto del Edén, era una corriente abundante para regar todos los árboles, multitud de árboles en el lugar donde Dios puso al hombre.

Edén es, por tanto, un lugar espacioso, extenso, ensanchado, agradable, que contiene toda provisión, además de dos árboles que conectan con la vida y el conocimiento. En medio de semejante paraíso Dios puso al hombre para cuidarlo y cultivarlo (Gn.2:15).

         Dios puso al hombre en medio del Edén, un lugar deleitoso y placentero.

 

8 – ANTES DE LA CAÍDA

Antes de la caída (3)Y sopló en su nariz aliento de vida

Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente  (Génesis 2:7).

En el primer libro de Moisés que conocemos como Génesisprincipio− tenemos dos narraciones de la creación del hombre, una en el capítulo uno y otra en el capítulo dos. No son distintas sino complementarias. Hasta ahora hemos meditado sobre el capítulo uno, en adelante lo haremos en el capítulo dos.

Veamos, «Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente». El hombre es una combinación entre el polvo de la tierra y el soplo de vida del Eterno. De esa combinación surge un ser viviente que se mueve en dos dimensiones, una física y otra espiritual. Esta es una diferencia esencial con los demás seres vivientes del mundo animal. El ser humano tiene una dimensión eterna que no tienen los animales. Ha sido creado a imagen de Dios. Fue hecho del polvo de la tierra. Su formación contiene elementos químicos predominantes como el oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio, fósforo, potasio, cloro, hierro, con el 65% de agua en su estado adulto.

Lo más notable es que el cuerpo, lejos de ser un conjunto estático de compuestos químicos, es un organismo vivo, dinámico, altamente organizado y magníficamente diseñado. Además de todo esto, se reproduce para asegurar la continuidad de la especie humana. Y a todo ello hay que añadirle la dimensión espiritual que permitió la comunión con el Creador desde el principio.

Algunos teólogos dividen al ser humano en dos partes: cuerpo y alma, pero lo que entiendo en las Escritura es que somos seres tripartitos: espíritu, alma y cuerpo (1 Tes. 5:23) (Heb.4:12). La vida del hombre, en toda su plenitud, surge de Dios, el Autor y Dador de la vida. Juan dice que «en El (el Mesías) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Jn.1:4). El soplo de vida de Dios en el primer ser humano le hizo consciente del mundo natural en el que había sido puesto, le dio conciencia de sí mismo, de su entorno, y del Creador. Ambos mantenían una relación amistosa y provechosa.

El hombre estaba vestido de la gloria de Dios. Tenía una función que acometer: labrar la tierra y cultivarla, poner nombre a todos los animales. Vivía en un medio que contenía todo lo necesario para su sustento. Aunque, como veremos más adelante, Hashem se dio cuenta que necesitaba algo más.

         Dios sopló aliento de vida en el hombre y fue un ser viviente.