144 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (III) – Introducción (3)

Acecha el impío al justo, y procura matarlo… Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero el pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué, y no fue hallado (Salmos 37:32,35,36)

         El Salmo 37 expone la diferencia entre el impío y el justo. Al impío se le llama también «los malignos» (1), «el malo» (10), «los malditos» (22), «los pecadores» (34), y «los transgresores» (38). Todos estos términos se refieren a la misma calidad de persona que unificamos en el término «impío».

¿Qué es la impiedad? Podemos definirla como la persona que no reconoce a Dios, vive lejos de su ley, incluso de la ley moral o natural impresa en la conciencia de quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Son aquellas personas que tienen un estilo de vida y una actitud que excluye a Dios de sus pensamientos e ignoran y violan deliberadamente las leyes divinas.

Los impíos se niegan a reconocer a Dios a pesar de la evidencia en la creación (Rom. 1:20,21); participan deliberadamente en la idolatría (Rom. 1:25); practican un estilo de vida que no respeta los límites divinos (Rom. 1:26-31); no temen el juicio de Dios sino que involucran a otros en su maldad (Rom.1:32). Además se recrean en la injusticia, maquinan el mal (Miq.2:1), le dan cobertura y cauce en sus vidas, familias y sociedades; se les llama hijos de Belial.

Fue el mundo de los impíos sobre quienes vino el diluvio en días de Noé (2 P.2:5). Son aquellos que convierten en libertinaje la gracia del Señor, y niegan a Dios su soberanía (Jud.1:4). Son los que persisten en pecar (1 Tim.5:20); quienes causan divisiones y endurecidos hay que desecharlos, sabiendo que se han pervertido, pecan y están condenados por su propio juicio (Tito 3:10,11).

Los hombres impíos aparecen continuamente en las páginas de la Biblia como recordatorio del poder del mal y la condenación que les aguarda.

Sin embargo, también se nos dice que Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom.5:6-8). Lo cual quiere decir que entre los impíos hay aquellos que serán salvos de la impiedad obteniendo la salvación por pura gracia, aunque hay quienes endurecidos en sus corazones la rechazarán, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio (Tito 3:11).

         Los impíos que endurecidos rechazan la gracia de Dios se han condenado por su propio juicio, rechazando la misericordia del evangelio. 

143 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (II) – Introducción (2)

Maquina el impío contra el justo… Los impíos desenvainan espada y entesan su arco… Mas lo impíos perecerán… El impío toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da. Porque los benditos de él heredarán la tierra; y los malditos de él serán destruidos (Salmos 37:12,14,20,21,22)

         Me gustaría, en la medida de mis posibilidades, poner en orden los pensamientos que quiero transmitir al abordar este tema. Puede prestarse a confusión mezclar los conceptos y sacar conclusiones erradas. Por ello, quiero hacer una distinción que puede ser esclarecedora para que podamos comprender la amplitud del concepto «impío» en la Escritura, y qué debemos entender por ello en cuanto a la salvación y destino eterno de unos y otros.

Quisiera diferenciar tres tipos de personas. Por un lado los que entran dentro del término general de «impíos». Este grupo lo veremos en las siguientes meditaciones por lo que ahora no me parare en ellos. Solamente diré que en este grupo tenemos una multitud de comportamientos y formas de proceder, todos ellos dentro de la impiedad entendida en el sentido amplio del término.

Luego encontramos los que la Escritura llama «justos». Son aquellos que viven sujetos a la ley de Dios y la cumplen dentro de las limitaciones propias de la naturaleza caída. Hay en ellos una forma de vida que agrada a Dios. Están en oposición a los impíos en su forma de vivir. En el Antiguo Testamento los encontramos entre el remanente fiel de Israel que son justificados por la obra de Jesús, que fue inmolado desde el principio del mundo (Apc.13:8), y destinado desde antes de la fundación del mundo (1 P.1:20); por tanto, miraban hacia adelante, a la obra consumada en la cruz del Calvario; y en el Nuevo Testamento son aquellos que han sido justificados por la fe en la redención ya efectuada en la cruz, y que miran al pasado para ser hechos justos (2 Co.5:21).

Hay otro grupo que podemos llamar aquellos que viven por la ley moral o natural de sus conciencias, formada por un sistema religioso o la cultura recibida que refrena la naturaleza del mal, aunque no la regenera. Pablo se refiere a ellos como los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí  mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Rom.2:14-16). Por tanto, encontramos que entre los pecadores necesitados de salvación hay impíos sin ley, y otros con una conciencia sensible al temor de Dios o la cultura que frena la maldad. Ambos necesitan el evangelio de la gracia.

         La impiedad puede ser refrenada y contenida por la conciencia moral.

142 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (I) – Introducción (1)

No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán  (Salmos 37:1,2)

         Comenzamos a partir de esta meditación con un nuevo apartado dentro del tema general de esta larga serie sobre el hombre condenado.

Hemos visto hasta ahora que la Escritura nos habla de personas destinadas a condenación, algunos con nombres y apellidos, sus obras y destino. Los hemos llamado hijos de condenación. Todos ellos viven dentro de lo que se denomina el sistema de este mundo, el presente siglo malo y Babilonia, que se ramifica en múltiples obras en oposición a Dios. Este sistema está formado por aquellas personas que naciendo en pecado nunca se han arrepentido de su maldad y, por tanto, su destino eterno es la condenación anunciada con toda claridad en la misma Escritura que habla de salvación y vida eterna.

Esta salvación está disponible por gracia, mediante la redención realizada por el Mesías de Israel, y que permite el traslado de la potestad de las tinieblas al reino de su amado Hijo, al convertirse de las tinieblas a la luz, y pasar de la potestad de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe, perdón de pecados y herencia entre los santificados o separados (Hch.26:18), es decir, los que en la Escritura se denominan justificados hijos de Dios.

Por tanto, tenemos que hay quienes han sido destinados a condenación –aunque en un sentido más amplio todos hemos sido destinados a ella por causa del pecado− y dentro de estos existe un grupo de personas que oirán el evangelio, y habiendo creído en él, serán sellados por el Espíritu Santo para Dios el Padre como hijos suyos. Son los regenerados, que han nacido a una nueva naturaleza, siendo despojados de su vieja y vana manera de vivir la cual heredaron de sus padres. Su destino es el hombre glorificado que también hemos visto en otra serie anterior.

A partir de ahora nos ocuparemos de un grupo amplio de personas que en la Biblia se les conoce como «los impíos», aunque aparecen con otros nombres. En el Salmo 37 se les llama malignos, malditos, pecadores y transgresores, pero sobre todo «impíos», y así en muchos otros lugares de la Biblia.

Pues bien, dentro de este grupo general haremos una división de tres partes que nos darán un sentido más amplio del término, aunque nos detendremos especialmente en uno de ellos y las obras que producen.

         Hay hombres impíos destinados a condenación, y otros con la misma naturaleza pecaminosa que obtendrán la salvación al escuchar el evangelio.

141- EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXIII) –  Elimas el mago

Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Éste, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul  (Hechos 13:6-8)

         Primer viaje misionero de Pablo y Bernabé y pronto aparecen distintos tipos de personas, los que quieren oír la palabra, y quienes la resisten y se oponen a ella. En algunos casos, los que se oponen no se conforman con esa posición, sino que quieren estorbar a otros para impedir que se conviertan al evangelio de Dios. Fue el caso de Elimas el mago.

La magia enemiga del evangelio. Quienes la practican se oponen a la palabra de Dios. No hay tal cosa como magia blanca (la aceptable al estilo de Harry Potter), y magia negra (mala). Ambas son opuestas al evangelio.

Los apóstoles del Señor se encuentran con un falso profeta que practicaba la magia, otro ejemplo más de la doctrina de Balaam. Era judío, por lo que seguramente mantenía una mezcla espuria entre judaísmo, magia y oposición al evangelio. Junto a él estaba el procónsul Sergio Paulo que sí deseaba oír la palabra de Dios. Este contraste es común en la proclamación del evangelio.

La confrontación vino a través de esta persona que ni entraba él, ni quería dejar entrar a otros. Una actitud que Jesús denunció de los escribas y fariseos; en este caso no eran magos, ni ejercían la magia, pero la oposición a la verdad era la misma. Les dijo: cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando (Mt.23:13).

Debemos tener en cuenta esta verdad irrefutable: cuando predicamos el evangelio siempre hay oposición a la palabra.

Pues bien, Elimas se opuso, y Pablo no se conformó con ello, sino que le reprendió duramente, y lo hizo estando lleno del Espíritu Santo. Creo que merece la pena citar las palabras textuales del apóstol para corregir nuestra delicadeza religiosa en algunos casos. Pablo dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo (13:10,11). La autoridad con la que habló Pablo (dicho sea de paso, no actuó así en todos los casos de oposición al evangelio), dejó a Elimas ciego por un tiempo; mientras, el procónsul creía, maravillado de la doctrina del Señor.

         La predicación del evangelio siempre encuentra oposición; debemos saber cuándo soportarla o encararla. La clave es ser guiados por el Espíritu.

140 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXII) –  Simón el mago (3)

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad… Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo  (1 Juan 1:9 y 2:1)

         Simón el mago no parece haber seguido el consejo del apóstol Pedro cuando le dijo que rogara a Dios para que le fuera perdonado el pensamiento de su corazón, que estaba en hiel de amargura y en prisión de maldad. Lo entendió así al ver cómo Simón quiso comprar el don de Dios con dinero. Por tanto, tenemos a Simón que había creído aparentemente el evangelio, se había bautizado, y no se apartaba ni un momento de Felipe, aunque por su trayectoria posterior todo parece indicar que fue llevado más por su afán de protagonismo que por un corazón sincero delante de Dios.

Las obras de cada uno se hacen evidentes más pronto o más tarde. La historia nos dice que Simón no consiguió librarse de la hiel y amargura de su corazón, tampoco se arrepintió verdaderamente de su maldad, porque como está escrito: cuando confesamos nuestros pecados, el Señor es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de nuestra maldad. Eso era lo que había en el corazón de Simón a pesar de haber cumplido con los requisitos externos de la fe: creer y ser bautizado.

Pedro vio que su corazón seguía atrapado con la vieja magia que había practicado, y que ahora pretendía ampliar su carisma con dones comprados con dinero.

A Simón el mago se le presenta en varios escritos de los discípulos del segundo siglo como el padre del gnosticismo (Ireneo de Lyon), y como opositor a las enseñanzas de apóstol Pablo (Clemente). Por tanto, todo parece indicar que Simón no consiguió deshacerse de su maldad, sino que mezcló su vieja vida en la magia con la nueva doctrina que aprendió y vio en los discípulos del Señor.

Lo cual nos enseña lo siguiente: es fácil presentarse como predicador del evangelio, mostrar un testimonio espectacular, abusar de protagonismo contando el pasado pagano, y a la vez haber mezclado el evangelio con el engaño del corazón.

Hoy tenemos muchos aparentes predicadores carismáticos «llenos del gran poder de Dios», pero mostrando una conducta contraria a la doctrina de la piedad. Algunos han seguido el ejemplo de Simón, pensando que el don de Dios se puede comprar con dinero; o tal vez que pueden usar los dones recibidos para enriquecerse. Ambos extremos manifiestan un corazón semejante al de Simón. Examinémonos en la fe.

         Confesar nuestros pecados no es una artimaña religiosa para mostrar piedad. El que se arrepiente de corazón es conocido por Dios y perdonado.

139 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXI) –  Simón el mago (2)

Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí  (Hechos 8:24)

         Dejamos en la meditación anterior a Simón el mago ante la exhortación sin paliativos del apóstol Pedro. Durante un tiempo pudo esconder la realidad de su corazón detrás de un apoyo aparente al ministerio evangelístico de Felipe. Luego vinieron los apóstoles Pedro y Juan a Samaria discerniendo, especialmente Pedro, la verdadera actitud de este antiguo mago que parecía haberse convertido a la fe del evangelio.

Es interesante resaltar que Felipe no parece haber notado este hecho, sin embargo, el apóstol Pedro lo discernió cuando Simón quiso comprar el don de Dios con dinero. Su corazón quedó expuesto. A Pedro no le impresionó su aparente conversión de la magia a Cristo, y le reprendió, conminándole a que se arrepintiese de esa maldad. El deseo de comprar el don de Dios lo denominó el apóstol: maldad. Sin diplomacia. Directo al grano. Sin rodeos para no perder el apoyo de un personaje tan relevante en la ciudad de Samaria, y que podía aportar credibilidad al evangelio.

El apóstol que había sido reprendido por Jesús cuando quiso evitarle su viaje a Jerusalén para ir a la cruz, había aprendido que la verdad no puede comprarse, y que hay que combatir ardientemente por la fe dada una vez a los santos para que no se mezcle con un corazón, que él mismo comprendió, estaba en hiel de amargura y prisión de maldad.

Hoy hemos sido tan tolerantes con ciertas conversiones aparentes de personajes «relevantes» que el evangelio ha perdido en muchos lugares el peso de verdad y credibilidad sin componendas.

Llama la atención que la respuesta de Simón a semejante reprensión fuera la de que ellos orasen por él, en lugar de arrepentirse de su pecado. Aquí tenemos un indicio de lo que más tarde sería la confesión de los pecados a un clérigo. Pedro envió a Simón el mago directamente a Dios, por si quizás le fuera perdonado el pensamiento que había concebido en su corazón (8:22). Por tanto, nada que se le parezca a un sacramento de confesión.

El que perdona pecados es Dios. Pedro lo sabía y conminó al mago para hacerlo directamente. Algunas personas piden oración a otros con la idea de que su piedad y autoridad pueda perdonarles los pecados, pero la Escritura enseña que podemos y debemos confesar nuestros propios pecados a Dios recibiendo el perdón de Él mismo si nuestro corazón es recto para con Él.

         El apóstol Pedro no actuó como mediador ante Simón el mago, sino que le envió directamente a Dios para que pidiese perdón por el pensamiento de su corazón.

138 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXX) –  Simón el mago (1)

Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos… diciendo: Éste es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo… También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe  (Hechos 8:9-13)

         Avanzamos en nuestro recorrido por los nombres propios, hijos de condenación, para encontrarnos en el libro de Hechos con un personaje verdaderamente singular, nos referimos a Simón el mago.

Felipe había descendido a Samaria para predicar el evangelio. Al hacerlo, el Señor confirmó su palabra con señales, de tal forma que muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad.

Simón llevaba tiempo en aquel mismo lugar impresionando a las multitudes con lo que llamaban el gran poder de Dios. Pero cuando vio las señales que acompañaban a Felipe se quedó deslumbrado. Me recuerda la confrontación de los magos de Egipto cuando Moisés fue enviado a Faraón y se estableció una especie de pugna hasta que tuvieron que reconocer que no podían seguir más allá con sus artes mágicas.

Simón, con una mente fascinada, creyó el mensaje de Felipe, incluso se bautizó, y no se despegó del evangelista. Podíamos decir que a partir de ese momento no se perdió ni un solo culto en el que predicaba Felipe. Lo cual no fue ninguna garantía de que su corazón fuera recto delante de Dios.

La confrontación vino a través de la visita que hicieron los apóstoles Pedro y Juan a la ciudad de Samaria. Atraídos por las noticias que llegaban de aquel lugar, donde muchos habían recibido la palabra de Dios, se presentaron en la ciudad y oraron para que los que habían creído recibiesen el Espíritu Santo.

Cuando vio Simón que por la imposición de manos se transmitía el Espíritu, quiso obtener aquella «habilidad» ofreciendo dinero a los apóstoles para conseguirlo. En ese momento su corazón quedó expuesto. El pecado de Balaam se manifestó abiertamente, y Pedro le reprendió dura y públicamente, diciendo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero… tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete… porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás.  Dura palabra para quién había gozado de gran fama en aquel lugar.

         Hacer confesión de fe, bautizarse y congregarse no siempre es garantía de abandonar las tinieblas. Simón lo hizo, pero su corazón aún era malo.

137 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXIX) –  Judas Iscariote

Varones hermanos, era necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, y era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio. Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se desparramaron… de que cayó Judas por transgresión, para irse a su propio lugar (Hechos 1:16-26)

         El personaje de Judas Iscariote encarna como pocos la figura de los hijos de condenación, aquellos que han sido destinados a condenación (Jud.1:4).  Es el paradigma de los traidores. Lo paradójico, es que el mismo Judas anduvo con Jesús, escuchó sus enseñanzas, hizo milagros cuando fue enviado con los demás discípulos a predicar el evangelio, echó fuera demonios y regresó con los demás regocijándose de que los demonios se les sujetaban. Además era «el tesorero», el que llevaba la bolsa para los gastos de los viajes que realizaba Jesús con los apóstoles.

Fue quien, llevado por la doctrina de Balaam, codició riquezas, y dio lugar al diablo en la última pascua que Jesús comió con los suyos. Está escrito que al tomar el pan Satanás entró en él (Jn.13:27 y Mt.22:3), cometiendo traición poco después, recibiendo treinta piezas de plata. Una vez el complot fue consumado, Judas quiso volver atrás, como Esaú, pero no hubo lugar para el arrepentimiento, aunque lo procuró con verdadera culpabilidad.

Así está escrito: Entonces Judas, el que le había traicionado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó (Mt. 27:3-5). Fue la acusación implacable de la conciencia una vez consumada la acción. Me recuerda a quienes matan a sus cónyuges para luego suicidarse.

El peso de la culpa es tan insoportable que el mismo diablo que empuja a tales acciones, se vuelve contra su víctima para devorarla.

En el caso de Judas, nos dice el apóstol Pedro, que así estaba mencionado en la Escritura: Sea hecha desierta su habitación (Hch.1:20 y Sal.69:25); y: tome otro su oficio (Hch.1:20 y Sal. 109:8). Concluyendo con esta expresión lapidaria: para irse a su propio lugar. ¿Qué lugar? La condenación eterna que no esconde el apóstol.

         La condenación de algunos, no solo la de Judas, está anunciada en la propia Escritura: El que no creyere será condenado. Pero hoy es día de salvación para todo aquel     que cree que Jesús es el Hijo de Dios.

136 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXVIII) –  Herodes el grande

Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto… porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo… Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores…    (Mateo 2:13-16)

El Nuevo Testamento menciona cuatro Herodes. Herodes el grande, que veremos aquí; Herodes el tetrarca (o Antipas), amante de su cuñada Herodías y quién pidió la cabeza de Juan el Bautista; el rey Agripa, que mandó decapitar a Jacobo, encarceló a Pedro, y murió comido de gusanos; y por último, tenemos a Herodes Agripa II, ante quién compareció el apóstol Pablo.

Aquí nos referiremos a Herodes el grande, hijo de Antipáter, que había recibido en el año 47 a.C. el título de procurador de Judea. Al morir dejó el gobierno de Galilea a su hijo Herodes que tenía 25 años. En el año 40 a.C. el Senado romano nombró a Herodes rey de los judíos por indicación de Marco Antonio, con el encargo de recuperar Judea de manos de Antígona, la última reina de la dinastía de los asmoneos o macabeos. Combatió durante tres años hasta que recuperó Jerusalén y decapitó a Antígona.

Herodes el grande era idumeo, de la familia de Esaú, pero como los idumeos habían sido vencidos por Juan Hircano (asmoneo en 125 a.C.), les fue impuesta la circuncisión y el judaísmo, por lo que eran tenidos oficialmente por judíos.

Herodes llegó a tener 10 esposas y un gran número de hijos que se enzarzaron en intrigas palaciegas. Vivió rodeado de supuestas o reales conspiraciones para asesinarle, lo que le llevó a manías persecutorias nacidas de su carácter celoso y desconfiado, ordenando la muerte a su esposa Mariamne, y la de los dos hijos que había tenido con ella, Alejandro y Aristóbulo.

Fue a la vez un gobernante que realizó construcciones gigantescas y ostentosas en Judea, reconstruyendo el templo de Jerusalén.

Este Herodes fue quien mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y los alrededores cuando los magos aparecieron en su palacio preguntando por el rey de los judíos que había nacido. En su afán por oponerse a la palabra de los profetas de Israel quiso matar al Mesías.

Tenemos en este personaje un prototipo de aquellos que se oponen a la manifestación del Hijo de Dios, aunque a la vez pretendan levantar edificios religiosos.

Los hijos de condenación pueden presentarse como grandes gobernantes, amigos de la religión establecida, y a la vez como enemigos de la verdad revelada.

135 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXVII) –  Amán agageo

Y vio Amán que Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba delante de él; y se llenó de ira. Pero tuvo en poco poner mano en Mardoqueo solamente, pues ya le habían declarado cuál era el pueblo de Mardoqueo; y procuró Amán destruir a todos los judíos que había en el reino de Asuero, al pueblo de Mardoqueo   (Ester 3:5,6)

         El nombre de Amán es prototipo de gobernante que busca la destrucción de Israel como pueblo. Ha habido varios a lo largo de la historia. Hoy, ese espíritu opera detrás del islamismo.

Amán vivió en el imperio persa. El espíritu destructivo que le dominó tuvo su origen en el engrandecimiento que el rey Asuero hizo de él. La orden real era que todos se arrodillasen ante Amán; pero un judío, con la ley de Dios en su corazón, no quiso hacerlo (recordemos que la ley dice que solo a Dios adorarás Mt.4:10 y Dt.6:13), y evitó inclinarse ante Amán.

La soberbia que se desató en este gobernante persa llegó al extremo de buscar, no solo la venganza contra Mardoqueo, sino la destrucción de todo su pueblo. Este comportamiento se ha repetido a lo largo de la historia.

Cuando un judío trasgrede su falta se le imputa a todo el pueblo. Hoy ese mismo espíritu destructor de la nación tiene lugar a través de un antisemitismo enfermizo.

Hamás tiene en su constitución la destrucción de Israel. La república de Irán ha anunciado repetidas veces su deseo de buscar el exterminio de todo el pueblo de Israel, y para ello se afana en conseguir la bomba atómica. El islam encarna hoy la voluntad de aniquilación de Israel y los cristianos, como lo hizo el nazismo en Europa.

El libro de Ester narra cómo se desarrollaron los acontecimientos una vez que Amán tramó un plan para destruir a todo el pueblo judío. Su odio fue tan nocivo que le llevó a la misma horca que él mismo había preparado para Mardoqueo.

La Providencia escogió a una mujer, Ester, para nacer en esa hora y ser instrumento de Dios en la liberación de Israel. Las palabras de Mardoqueo a Ester resuenan hoy con fuerza: No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna parte para los judíos… ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino? (4:13,14).

Ester, como figura de la iglesia, nos recuerda que debemos estar al lado de Israel en esta hora cuando todas las naciones presionan en su contra.

Finalmente Amán murió en la misma horca que había preparado para Mardoqueo. La fiesta de Purim recuerda este suceso histórico.

         Muchos han buscado y buscan la destrucción del pueblo de Israel, pero el Fuerte de Jacob los guardará providencialmente. Así está escrito.