Manual del cristiano – Acerca de la Biblia

MANUAL DEL CRISTIANOFundamentos bíblicos para la vida cristiana

Acerca de la Biblia

Los seguidores de la fe cristiana alrededor del mundo suman hoy por lo menos mil millones de personas. Este total incluye a cristianos de todos los sectores de la Iglesia, de todas las zonas de la tierra y multitud de antecedentes raciales. No todos éstos practican activamente su fe, pero todos son reconocidos como seguidores. Como tales, constituyen uno de los mayores y más importantes componentes de la población mundial. Virtualmente todos estos cristianos reconocen que la Biblia es la base autorizada de su fe y su práctica.

La Biblia también desempeña un importante papel en otras dos de las más extendidas religiones del mundo: el judaísmo y el islamismo. De acuerdo con todas las normas objetivas, es el libro más ampliamente difundido, leído e influyente en la historia del género humano. Año tras año continúa encabezando la lista de los libros más vendidos del mundo. Es obvio, por lo tanto, que toda persona deseando adquirir una buena educación general no puede omitir su estudio.

La Biblia, como la conocemos hoy, está dividida en dos secciones mayores: la primera, el Antiguo Testamento, contiene treinta y nueve libros. Fue escrito principalmente en hebreo, aunque algunas porciones se escribieron en un dialecto semítico llamado arameo. La segunda sección, el Nuevo Testamento, contiene veintisiete libros. Los más antiguos manuscritos existentes están en griego.

El Antiguo Testamento describe brevemente la creación del mundo y, en particular, de Adán. Relata que Adán y su esposa, Eva, desobedecieron a Dios y por consiguiente se trajeron una sucesión de consecuencias malignas sobre sí mismos, sus descendientes y todo el entorno en que Dios los había puesto. Entonces procede a trazar en forma resumida la historia de las primeras generaciones de los descendientes de Adán.

Después de once capítulos, el Antiguo Testamento se concentra en Abraham, un hombre escogido por Dios para ser el padre de un pueblo especial, por medio de quien Dios se dispone a proporcionar redención para todo el género humano. Relata el origen y la historia de este pueblo especial, al que Dios da el nombre de Israel. En conjunto, el Antiguo Testamento narra el trato de Dios con Abraham y sus descendientes durante un período de dos mil años.

El Antiguo Testamento revela varios aspectos importantes del carácter de Dios y sus tratos, tanto con individuos como con naciones. Incluida en esta revelación están la justicia de Dios y sus juicios; su sabiduría y su poder; su misericordia y su fidelidad. El Antiguo Testamento hace hincapié sobre todo en la fidelidad de Dios para guardar los pactos y las promesas que hace, tanto si se trata de individuos como de naciones. Céntrico en los planes especiales de Dios para Israel estaba su promesa, sellada por su pacto, de que él les enviaría a un libertador con la misión encomendada por Dios de redimir a la humanidad de todas las consecuencias de su rebelión y de restaurarla en el favor de Dios. El título hebreo de este libertador es Mesías —que literalmente significa “el ungido”.

El Nuevo Testamento relata el cumplimiento de esa promesa en la persona de Jesús de Nazaret. Esto lo indica el título que se le da: Cristo. El nombre se deriva de la palabra griega Cristos, que significa lo mismo que el título hebreo de Mesías, “el ungido”. Jesús vino a Israel como el ungido que Dios había prometido en el Antiguo Testamento. El cumplió todo lo que el Antiguo Testamento había pronosticado acerca de su venida. Visto desde esta perspectiva, el Antiguo y el Nuevo Testamento forman una única y armoniosa revelación de Dios y de su propósito para el hombre.»

Cita del libro “El Manual Del Cristiano Lleno Del Espíritu”

© Derek Prince Ministries International, Inc.

www.ministeriosderekprince.org

Manual del cristiano lleno del Espíritu – Introducción

Fundamentos bíblicos para la vida cristiana


MANUAL DEL CRISTIANO
Introducción

Me propongo iniciar una nueva serie sobre los fundamentos bíblicos de la vida cristiana. Para ello he pedido permiso para poder usar como guía el libro del maestro Derek Prince, titulado: Manual del cristiano lleno del Espíritu.

Vivimos tiempos de decadencia, especialmente en Occidente, donde los pilares de la fe han sido cuestionados peligrosamente. Las naciones, antes llamadas cristianas, hoy niegan sus raíces fundacionales sobre la herencia judeocristiana, legislando contra la ley natural y la ley de Dios.

Esa influencia ha socavado los cimientos de ciertos sectores de la cristiandad que han abandonado la firmeza de la fe, edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular, Jesucristo mismo. Como diría el apóstol Pablo: Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (2 Timoteo 4:3,4).

Resaltaré de este texto algunas cosas. En primer lugar la consciencia generalizada en el cuerpo del Mesías de que vivimos en los últimos tiempos. Un periodo distinguido por múltiples factores y señales; uno de los que menciona el apóstol en este texto es que no sufrirán la sana doctrina. Quiero poner el acento en la expresión «sana doctrina». La doctrina de Dios es sana, no doctrinaria, ni legalista, ni motivo de peleas entre hermanos. Hablamos de doctrina sana, no de intolerancia, obstinación y arrogancia para imponer a otros nuestros puntos de vista. Entiendo que la sana doctrina, saludable, se identifica por sus resultados en la vida de las personas que la reciben. Toda base doctrinal tiene el amor, la verdad y la justicia como fundamento.

Una parte de las nuevas generaciones de creyentes han crecido en medio de una ligereza insoportable haciendo concesiones a filosofías e ideologías de este mundo, de tal forma que a una endeble firmeza en la fe, se ha sumado el relativismo ante las verdades absolutas, sólidas y bien establecidas por generaciones. Por ello me ha parecido útil volver a recordarnos a nosotros mismos una buena parte de esas verdades fundamentales que son innegociables, y a la vez permiten la posibilidad de saber que hay quienes no la soportarán, ni estarán dispuestos a sufrirla, y mucho menos a luchar por ella. Pero siempre hay un remanente fiel que acepta el reto de pelear la buena batalla de la fe, y combatir ardientemente por la fe que nos ha sido dada. No para entrar en discusiones interminables, sino que con firmeza, puedan presentar defensa, con mansedumbre, de la esperanza que tenemos.

Por ello me ha parecido que el libro que usaré como base es una herramienta muy apropiada para este propósito. Iniciaré su recorrido presentando al autor, un predicador y maestro bíblico con más de 50 años de ministerio fructífero en muchas naciones del mundo, y que seguramente muchos de vosotros habréis oído de él, o leído alguno de sus libros. Os presento una semblanza de nuestro amado hermano, ya en la presencia del Señor, Derek Prince. Seguramente parte de la gran nube de testigos que tenemos a nuestro alrededor para seguir corriendo la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús.

Derek PrinceACERCA DEL AUTOR: Derek Prince

Nació en la India, de padres británicos. Fue educado como un erudito en griego y latín en las universidades de Eton y de Cambridge en Inglaterra, donde presidió una cátedra de Filosofía Antigua y Moderna en el King’s College, en Cambridge. También estudió hebreo y arameo en la Universidad de Cambridge y en la Universidad Hebrea en Jerusalén. Mientras prestaba su servicio al ejército británico durante la Segunda Guerra mundial, empezó a estudiar la Biblia y tuvo un encuentro con Jesucristo que transformó su vida. Tras aquella experiencia llegó a dos conclusiones. Primero, que Jesucristo vive. Y segundo, que la Biblia es un libro verídico, relevante y de actualidad. Dichas conclusiones cambiaron por completo el rumbo de su vida. Desde entonces ha consagrado su vida al estudio y la enseñanza de la Biblia. Su programa radial «Llaves para vivir con éxito» se transmite a diario en más de la mitad del planeta, e incluso es traducido al árabe, chino, croata, malgache, mongol, ruso, samoano, español y tongano. Es autor de más de 50 libros, además de 500 grabaciones de audio y 160 enseñanzas grabadas en video, muchas de las cuales han sido traducidas y publicadas en más de 60 idiomas. El don principal de Derek consiste en exponer la Biblia y sus enseñanzas de manera clara y sencilla. Puesto que no se limita a una denominación, ni tiene un enfoque parcial, sus enseñanzas resultan apropiadas y provechosas a personas de diversa procedencia racial y religiosa. Derek partió con el Señor en el año 2003.

Cita del libro “El Manual Del Cristiano Lleno Del Espíritu”

© Derek Prince Ministries International, Inc.

www.ministeriosderekprince.org

140 – En la obra de transformación

La vida en el EspírituPero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu (2 Corintios 3:18).

         La obra santificadora del Espíritu desemboca en una transformación evidente a la imagen de Jesús. Esta transformación también es llevada a cabo mediante el Espíritu del Señor. Ser transformados a la semejanza de Jesús es el final de la salvación, iniciada por Dios y culminada por Él mismo. De principio a fin la salvación, santificación y transformación es obra de Dios. Dios es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos delante de su gloria con gran alegría (Judas 24). El que comenzó la obra en vosotros la perfeccionará, hasta el día de Cristo (Fil.1:6).

El evangelio es poder de Dios para salvar (Ro.1:16). La impotencia de muchos creyentes en entender esta salvación tan grande es que fundamentan la obra sobre su propia voluntad y capacidades para mantenerse fieles a Dios. La salvación es de Dios y contiene el poder de Dios para realizar todo el proceso hasta el día final. El poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no, porque todas las cosas son posibles para Dios.

Esto no excluye nuestra obediencia y entrega al pacto. Es una fusión, una unidad indisoluble. El que se une al Señor es un espíritu con él. Nadie podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Ahora bien, debemos entender que hemos sido llamados a un pacto, no a un compromiso. Hemos sido llamados a la muerte con Jesús, a la sepultura con él, a la resurrección con él, a la exaltación con él y a la glorificación con él. Esta es la totalidad de la unidad que existe entre el creyente y Cristo. Todo ello realizado en el poder del Espíritu Santo, de principio a fin.

El Señor conoce a los que son suyos, «son suyos»; y todo aquel que invoca el nombre del Señor se aparta de iniquidad. Quiere agradar a aquel que lo tomó por soldado. Pablo dijo: «Esta noche ha estado conmigo el ángel de quién soy, y a quién sirvo». Somos propiedad de Dios. Si Dios no es poderoso para guardarnos ¿quién lo será? Nuestro destino es ser semejantes a Jesús mediante un proceso gradual de santificación y transformación que nos introduce en la plenitud con Cristo. Esta es la fe del evangelio. Esta es la obra del Espíritu en nosotros. Hay seguridad. Caminamos hacia la ciudad celestial en la que viviremos como hombres glorificados, levantados de la muerte, semejantes al Hijo de Dios.

         La transformación por el Espíritu Santo nos introducirá en el día cuando seremos glorificados, a la semejanza de Cristo, por toda la eternidad.

139 – En la obra de santificación

La vida en el EspírituPero nosotros siempre tenemos que dar gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad (2 Tesalonicenses 2:13).

         En nuestro tema general «¿Qué es el hombre?» hemos visto una de las series titulada: la santificación. Aquí queremos enfatizar la obra específica del Espíritu Santo en la santificación de los discípulos.

La santificación es la acción gradual del Espíritu en la vida del nuevo hombre transformándolo hasta el día de Jesucristo. El Espíritu Santo usa la palabra de Dios. Jesús dijo: «Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad» (Jn.17:17). Es la misma combinación que aparece en el texto que estamos meditando. La salvación se manifiesta mediante un proceso de santificación por el Espíritu, y además por la fe en la verdad. Espíritu y verdad producen santificación. Son los componentes básicos de la adoración. Los adoradores que Dios busca, es necesario que adoren en espíritu y verdad (Jn. 4:24).

Nacemos por el Espíritu y la palabra, somos santificados por el Espíritu y la verdad. También se llama en la Escritura a este proceso renovación. La salvación inicia un proceso sucesivo en el interior de la persona, que va produciendo una renovación interior, desde el espíritu, hacia el alma y el cuerpo, afectando a toda nuestra manera de vivir. Sed santos, como yo soy santo, dice el apóstol Pedro (1 P.1:15).

Por tanto, el Espíritu de Dios está involucrado en la obra general de la salvación de Dios al hombre. «El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo» (Tito 3:5).

El Espíritu nos sella como propiedad de Dios. Nos anhela celosamente para producir la imagen de Jesús en nosotros. Esto es en síntesis a lo que llamamos santificación: ser hechos a la imagen de Jesús (Rom. 8:29). Estamos siendo transformados en la misma imagen [la de Jesús] de gloria en gloria por el Espíritu (2 Co.3:18). La obra santificadora del Espíritu Santo es esencial. Somos apartados para Dios.

Santificar significar ser apartados para el Señor. Guardarse sin mancha del mundo (Stg.1:27). La redención incluye ser librados del presente siglo malo (Gá. 1:4). Por eso, no podemos separar la salvación realizada por Jesús de la obra santificadora del Espíritu Santo. Toda la Trinidad está involucrada en ella.

         La santificación es una obra sobrenatural del Espíritu Santo en cada uno de los herederos de la salvación. 

138 – En la obra de salvación

La vida en el EspírituPero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado (Juan 16:7-11).

         La salvación del hombre es un consejo divino. Un misterio revelado que estaba oculto desde antes de la fundación del mundo, y que ha sido manifestado, «y por las Escrituras de los profetas, conforme al mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones para ser guiadas a la obediencia de la fe» (Ro.16:25-27).

Esta salvación tan grande, «anunciada primeramente por el Señor, confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por diversos milagros y por dones del Espíritu Santo según su propia voluntad» (Heb. 2:3-4), fue confirmada por Dios mediante el Espíritu, en quienes fueron testigos.

El Espíritu es el que capacita a los anunciadores de la salvación, como hemos ido viendo en esta serie, pero antes, es quién convence de pecado, de justicia y de juicio para manifestar el Salvador a todos los pecadores. Nadie puede llamar a Jesús Señor si no por el Espíritu. El es quién revela al Hijo en los corazones de los hijos de los hombres. Quién convence de pecado para comprender la necesidad de una salvación preparada desde tiempos eternos.

Luego el Espíritu es quién capacita a los testigos para dar testimonio. Por tanto, el Padre envía al Hijo al mundo para que realice la obra de salvación, y el Espíritu Santo es quién manifiesta la profundidad de esa obra eterna en los corazones de los hombres, convenciéndolos de pecado, y viendo en Jesús la respuesta de Dios.

El Espíritu Santo es quién da testimonio de que somos hijos, que hemos sido redimidos, que somos de Dios, que nuestros pecados han sido perdonados, quién revela todo el potencial de la salvación que ha sido realizada. Sin esta acción interior en el corazón del hombre no hay cambio, ni transformación. La vida nueva es engendrada por el Espíritu y la palabra.

Todo el recorrido del libro de Hechos nos ha mostrado la importancia esencial de la obra del Espíritu en los discípulos para salvar y capacitar. Sin el Espíritu no hay salvación. Solo religión. Con la manifestación del Espíritu de Dios el potencial de la salvación se desplegará como un río de vida.

         Toda la Trinidad está involucrada en la gran salvación que hemos recibido. La acción del Espíritu de Dios activará la eternidad en los corazones.

137 – El Espíritu Santo es Dios

La vida en el EspírituAhora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad  (2 Corintios 3:17).

         El Espíritu Santo es Dios. Tiene una función específica de revelar al Hijo, recordarnos las palabras de Jesús, capacitarnos para realizar la obra de Dios, pero es Dios mismo operando en la vida del discípulo. Lo hemos visto ampliamente a lo largo de esta serie que estamos meditando. La Escritura revela con claridad que el Espíritu Santo tiene los atributos de la Deidad, y cuando hablamos de atributos entendemos que éstos sólo son propios de Dios.

El Espíritu es Omnipresente. Jesús enseñó a los suyos que enviaría el Consolador y estaría con todos ellos a la vez, por eso les dijo que les convenía que él se fuera, para que viniera el Espíritu y pudiera estar en la totalidad de los discípulos a la vez (Jn.16:7). El profeta Joel profetizó que el Espíritu se derramaría sobre toda carne, y el apóstol Pedro, recogiendo esa verdad el día de Pentecostés, dice que «la promesa —el don del Espíritu Santo— es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame» (Hch.2:38-39).

El Espíritu Santo es Creador«Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas» (Gn.1:2). Eliú, en su discurso a Job, dijo: «El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida» (Job 33:4). El salmista dice: «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca» (Sal.33:6). También dice: «Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra» (Sal.104:30). Sabemos que Dios sopló aliento de vida en el primer hombre, y vino a ser, fue creado, recibió la vida. De la misma manera que Jesús sopló sobre sus discípulos, y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn.20:22).

El Espíritu Santo es Todopoderoso. El texto que tenemos de base en nuestra meditación dice: «el Señor es el Espíritu», y sabemos que Jesús es Todopoderoso, como enseña el apóstol Juan. «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso» (Apc.1:8). Hay unidad entre el Hijo de Dios y el Espíritu, son de la misma naturaleza, tienen los mismos atributos.

El Espíritu es la verdad, como Jesús es la verdad. «Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad» (1 Jn.5:6). Se le llama «el Espíritu de verdad» hasta en tres ocasiones en Jn.14:17; 15:26 y 16:13. No hay duda. El Espíritu Santo tiene los atributos de Dios, por tanto, es Dios.

         Los atributos que solo pertenecen a Dios aparecen también en el Espíritu Santo, poniendo de manifiesto su Deidad y unidad con el Padre y el Hijo.

136 – Una Persona de la Trinidad

La vida en el EspírituLa gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros  (2 Corintios 13:14).

         Las últimas meditaciones sobre la vida en el Espíritu quiero dedicarlas a reflexionar sobre la personalidad del Espíritu. También veremos cómo actúa en combinación con el Padre y el Hijo en la obra de salvación, santificación y transformación.

El Espíritu Santo es una Persona. No una fuerza activa. La revelación de la Escritura no deja duda de esta verdad, aunque a nosotros nos parezca que hay aspectos misteriosos a la hora de comprender la unidad y diversidad de la divinidad. Recordemos las palabras del apóstol Pablo: «porque en parte conocemos» (1 Co.13:9). También dijo: «el conocimiento envanece, pero el amor edifica. Si alguno cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como lo debe saber; pero si alguno ama a Dios, ése es conocido por El» (1 Co.8:1-3).

Seguramente sabemos algo acerca de la personalidad del Espíritu Santo dentro de la Trinidad, −o como dice un autor: Tri-Uno−, creemos que en la Escritura se revela un Dios Trino, aunque es Uno, y solo Uno. Ahora quiero centrarme en las características del Espíritu Santo que nos llevan a afirmar que es una Persona, y por supuesto, una Persona de la divinidad.

El Espíritu Santo tiene voluntad. «El Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado» (Hch.13:2). Es quien tiene la iniciativa en la obra misionera. El Espíritu Santo se entristece. «Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef.4:30). El Espíritu Santo habla. «Y el Espíritu dijo a Felipe» (Hch. 8:29). Esta misma expresión se repite en muchos otros textos. El Espíritu Santo tiene sabiduría, conocimiento, inteligencia, es consejero. Así es como nos lo presenta el profeta Isaías actuando en la vida del Mesías, el vástago de Isaí que habría de brotar. Dice: «Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor» (Isaías 11:1-2). Aquí tenemos las siete manifestaciones del Espíritu con el que aparece también en el libro de Apocalipsis, denominado como los siete Espíritus de Dios (Apc.3:1; 4:5; 5:6).

Todo ello nos muestra con claridad que el Espíritu Santo tiene las características de la personalidad: voluntad, sentimientos, habla, sabiduría, conocimiento, inteligencia, consejo, etc. Con esta Persona de la Trinidad podemos tener comunión; como dice Pablo: «y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros».

         Tenemos comunión con el Espíritu Santo porque es una persona con quién podemos comunicarnos desde nuestro espíritu.

LA TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD

La vida en el EspírituLA TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD

         Y para terminar esta serie, aunque es imposible finalizar el tema, queremos dedicar las últimas meditaciones a la personalidad del Espíritu Santo; porque el Espíritu revelado en la Escritura es una Persona, una Persona de la Deidad.

         Veremos las características de su personalidad y atributos, así como su acción en la obra de salvación, santificación y transformación en la vida de los hijos de Dios.

  1. Una Persona de la Trinidad (2 Co.13:14)
  2. El Espíritu Santo es Dios (2 Co.3:17)
  3. En la obra de salvación (Jn.16:7-11)
  4. En la obra de santificación (2 Tes.2:13)
  5. En la obra de transformación (2 Co.3:18)

135 – El fruto del Espíritu – verdad

La vida en el EspírituPorque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad(Efesios 5:8-9 RV60).

         Con la verdad queremos cerrar la relación que hemos hecho sobre el fruto del Espíritu. Hay muchas manifestaciones del fruto del Espíritu que no veremos, pero con estas creo que tenemos una panorámica suficiente para saber discernir a los hombres llenos del Espíritu.

La verdad es un fruto del Espíritu. Pablo nos recuerda que el amor no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. La verdad hay que amarla, porque Jesús es la verdad (Jn.14:6). También el Espíritu es la verdad (1 Jn.5:6). Por tanto, cualquiera que se dice ser hijo de Dios y no ama la verdad, es mentiroso, no vive en luz, y la verdad no está en él. El apóstol Juan se gozaba viendo a sus hijos andar en la verdad. Jesús dijo que la verdad nos hará libres. El Espíritu de Dios nos guía a toda verdad. Produce en nosotros la verdad de Dios cuando nuestros corazones están en yugo con Jesús.

Hay quienes piensan que por saber algunos versículos de la Biblia andan en la verdad, pero sus hechos lo niegan. Porque no se puede tener la verdad como centro de nuestras vidas y mentir por sistema. El carácter de los hombres en los últimos tiempos se caracteriza, entre otras cosas, por ser amadores de los placeres en vez de amadores de Dios, de la verdad (2 Tim.3:4). En un mundo que está bajo el maligno (1 Jn.5:19) no podemos creer que un mensaje populista, aceptado por masas sin discernimiento, pueda contener la verdad de Dios.

La verdad siempre divide, porque resiste la mentira. La verdad fue crucificada en una cruz en el monte Calvario, pero hoy algunos creen poder usarla para enriquecerse evitando la persecución que le acompaña. Vano intento. Falso testimonio. La verdad está al alcance de quienes viven en el Espíritu, andan en luz y como resultado manifiestan una vida verdadera.

Dice Pablo que «los pecados de algunos hombres son ya evidentes, yendo delante de ellos al juicio; mas a otros, sus pecados los siguen. De la misma manera, las buenas obras son evidentes, y las que no lo son no se pueden ocultar» (1Tim. 5:24-25). Por tanto, amados hermanos, «el Señor conoce a los que son suyos, y: que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre de Señor» (2Tim. 2:19), manifestando el fruto del Espíritu viviendo en la verdad.

         Jesús es la verdad, el Espíritu es la verdad y los que son de la verdad aman a Jesús y viven en el Espíritu.

134 – El fruto del Espíritu – justicia

La vida en el EspírituPorque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)  (Efesios 5:8-9 RV60).

         El fruto del Espíritu es también justicia. La justicia de Dios siempre es más alta que la nuestra, por eso el evangelio contiene la justicia de Dios en Cristo para todos los que creen en él. La salvación de Dios es mediante su justicia, manifestada en la persona de Jesús y aplicada a todos aquellos que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia (Rom. 5:17). La justicia de Dios es aplicada a quienes han sido justificados por la fe en la obra redentora del Mesías. A partir de ese momento, justificados por la fe, tenemos paz con Dios, una naturaleza nueva y justa, creada en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24).

Por tanto, el fruto del Espíritu es mostrar la justicia en nuestra nueva manera de vivir. El reino de Dios no consiste en comida o bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). La enseñanza de Jesús es que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraremos en el reino de los cielos (Mt.5:20). El amor no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (1 Co.13:6). Jesús amó la justicia y aborreció la iniquidad, por eso el Señor le ungió con óleo de alegría, más que a sus compañeros (Heb.1:9). Este es el camino para ser ungidos: amar la justicia y aborrecer la iniquidad.

Algunos piensan que la unción se recibe «alegremente» y sin condiciones. Se pone de moda asistir a conferencias donde los ponentes hacen énfasis en conseguir «el elixir» que trae la felicidad al hombre sin apelar a la justicia y la verdad. No os engañéis, Dios no puede ser burlado… El que siembra para la carne, de la carne segará muerte. Pero el fruto del Espíritu es justicia.

Jesús, nuestro modelo y Señor, amó la justicia, aborreció la iniquidad, por eso fue ungido y anduvo haciendo bienes sanando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Juan el Bautista se dio cuenta que muchos de los que abarrotaban el río Jordán para ser bautizados —porque se puso de moda, y el personaje era «pintoresco»— solo querían huir de la ira venidera sin hacer frutos dignos de arrepentimiento, sin amar la justicia, sin ser vestidos de ella. Por ello les dijo: ¡Camada de víboras! (Lc.3:7-9). Nos hemos acostumbrados demasiado a las glorias sin el sufrimiento, lo cual conduce al auto-engaño, predominante en nuestros días.

         El fruto del Espíritu es también justicia, resultado de ser hijos de luz.