HOMBRES DE VERDAD (5) – Fe

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Fe

Pero tú has seguido mí… fe  (2 Timoteo 3:10).

El hombre de Dios es un hombre de fe, «porque sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). La fe en Jesús precede a la justicia, puesto que «justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). Una vez justificados recibimos una nueva naturaleza, somos hechos hijos de Dios, alcanzamos la salvación por gracia, no por obras, porque por gracia somos salvos, por medio de la fe. Con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. La fe viene por el oír la palabra de Dios. El justo vive por fe. En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: el justo por su fe vivirá. La fe es un don de Dios. Debemos combatir unánimes por la fe que ha sido dada una vez a los santos. A nosotros nos es concedido, a causa de Cristo, no solo que creamos en él, sino que también padezcamos por él. Hemos recibido una medida de fe para que no tengamos un concepto de nosotros mismos mayor que el que debemos tener, (no caer en la presunción), sino que pensemos con buen juicio, con cordura, de nosotros mismos.

La fe en Jesús nos conecta con el propósito de Dios, despliega su voluntad en nosotros y abarca a toda nuestra manera de vivir. No es una creencia en forma de reglamentos para cumplir, si no una fe por la cual vivir. La fe obra por el amor, se manifiesta en obras, glorifica a Dios y lleva fruto que honra a aquel que nos la dio. La fe es un don de Dios. Pasar del estado de incredulidad a la fe de los hijos de Dios es un milagro de la gracia de Dios en los corazones de aquellos que le buscan y aceptan el misterio de la fe para llegar a comprender. Por la fe entendemos (Hebreos 11:3). Por la fe alcanzamos buen testimonio delante de Dios. Los héroes del capítulo once de la carta a los Hebreos son héroes por el desarrollo de su fe en obras. Por la fe se alcanzan las promesas.

Jesús fue sorprendido por la fe de algunas personas, y por la incredulidad de otras, especialmente las del pueblo donde se había criado. Toda la Biblia está llena de hombres de fe. La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por fe andamos, no por vista. En definitiva, Pablo le dice a Timoteo que ha seguido su fe, la fe en el Hijo de Dios, en el Mesías de Israel, el Rey de gloria, el Redentor del mundo; la fe que había proclamado con valentía en muchas naciones, ante reyes, incluso delante de Cesar. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Juan 5:5).

         El carácter de los hombres de Dios, hombres de verdad, está identificado por la fe revelada en las Escrituras.         

HOMBRES DE VERDAD (4) – Propósito

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Propósito

Pero tú has seguido mí… propósito  (2 Timoteo 3:10).

Desde que Pablo fue transformado por el Señor en el camino a Damasco el propósito de su vida cambió radicalmente. Había sido antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, «se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad» (1 Timoteo 1:12-13). Ese día en la biografía personal de Saulo de Tarso hizo dos preguntas, que con sus respectivas respuestas, cambiaron la historia de su vida y la de millones de personas posteriormente. Las preguntas fueron estas: «¿Quién eres, Señor?» y «¿Qué quieres que yo haga?».Y las respuestas: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». La segunda vino a través del discípulo Ananías. «Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha asignado para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de su boca. Porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has visto y oído» (Hechos 22:6-15).

En otra ocasión, ante el rey Agripa, lo explicó así: «Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor me dijo: Yo soy Jesús a quién tu persigues. Pero levántate y ponte en pie porque te he aparecido con el fin de designarte como ministro y testigo… para que abras sus ojos a fin de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados. Por consiguiente, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial, sino que anunciaba… que debían arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento» (Hechos 26:14-20).

Sin duda alguna, Pablo fue obediente a la visión celestial, y ahora le pide a Timoteo que la mantenga, que siga el mismo propósito, porque en Pablo estaba personificado el propósito de Dios como discípulo de Jesucristo, incluyéndonos a nosotros también. Lo hemos complicado mucho. Queremos ser originales, pero no hay ninguna originalidad en el propósito de Dios, ya está revelado y fijado para todas las generaciones hasta que Jesús regrese. Pablo fue fiel a la voluntad de Dios y la expresó de tal forma que aún hoy sigue conmoviéndonos: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24 RV60). Al final de su vida pudo decir: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7). Propósito.

         Ahora le toca a Timoteo, y en él a todos nosotros, ministros del evangelio, mantener y seguir el propósito que tuvo Pablo dado por Dios mismo. Los hombres de verdad en los últimos tiempos mantienen el propósito apostólico sin adulterarlo.

HOMBRES DE VERDAD (3) – Conducta

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Conducta

Pero tú has seguido mí… conducta  (2 Timoteo 3:10).

En su segundo viaje misionero el apóstol Pablo llegó a la ciudad de Listra, encontró allí a un joven que ya era discípulo y los hermanos hablaban elogiosamente de él, su nombre era Timoteo. Pablo quiso que fuera con él y a partir de ese momento se convirtió en uno de sus más fieles consiervos, manteniendo su mismo sentir. Hablando de él a la iglesia de Filipos escribe: «Mas espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, a fin de que yo también sea alentado al saber de vuestra condición. Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío y que esté sinceramente interesado en vuestro bienestar. Porque todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús. Pero vosotros conocéis sus probados méritos, que sirvió conmigo en la propagación del evangelio como un hijo sirve a su padre» (Filipenses 2:19-22).

El Maestro encargó a los apóstoles que hicieran discípulos (Mateo 28:19), que se reprodujeran en otros, de la misma forma que ellos habían sido discipulados por él durante tres años y medio. Pablo escribió: «Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también  a otros» (2 Timoteo 2:2). No se trataba de seguir un modelo de crecimiento, de clonar personas a la imagen del líder, sino de seguir una conducta, un modelo de vida y doctrina, es decir, el evangelio recibido. Pablo no tuvo complejo alguno cuando escribió: «Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque muchos andan como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuáles piensan solo en las cosas terrenales» (Filipenses 3:17-19).

El apóstol Pedro tenía la misma enseñanza cuando escribió a los ancianos diciéndoles: «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados; sino demostrando ser ejemplos del rebaño» (1 Pedro 5:2-3). Esta es la verdadera sucesión apostólica. No un título, sino una conducta, —la de Cristo—, implantada a sus discípulos en cada generación mediante el poder del Espíritu Santo. Hoy encontramos a muchos cristianos más dispuestos a imitar métodos de crecimiento de iglesias (franquicias eclesiásticas) que modelos verdaderos de conducta piadosa y justa. Hombres de verdad.

El carácter de los hombres de Dios en los últimos tiempos sigue la conducta y doctrina apostólica que imitan la de Cristo.

HOMBRES DE VERDAD (2) – Enseñanza (doctrina)

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Enseñanza

Pero tú has seguido mi enseñanza (doctrina)…  (2 Timoteo 3:10 LBLA).

Timoteo había sido enseñado en la doctrina apostólica de Pablo. La revelación que el apóstol de los gentiles había recibido no fue por voluntad humana, sino por revelación de Dios. Lo tenemos recogido en sus cartas, especialmente en la de Romanos y Gálatas. La enseñanza o doctrina de Pablo era el evangelio, el único evangelio revelado por Dios a los hombres. Porque solo hay un evangelio, y si alguno os predica otro evangelio, sea anatema. «Pues quiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según el hombre. Pues ni lo recibí de hombre, ni me fue enseñado, sino que lo recibí por medio de una revelación de Jesucristo» (Gálatas 1:11,12).

Este evangelio fue confirmado por los demás apóstoles. «…Y les presenté el evangelio que predico entre los gentiles, pero lo hice en privado a los que tenían alta reputación, para cerciorarme de que no corría ni había corrido en vano… al ver que se me había encomendado el evangelio a los de la incircuncisión, así como Pedro lo había sido a los de la circuncisión… y al reconocer la gracia que se me había dado, Jacobo, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra de compañerismo, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión» (Gálatas 2:1-9).

Pronto aparecieron muchos predicadores con otro evangelio. Pablo tuvo que defenderlo fervientemente para que la verdad permaneciese con los discípulos y no se adulterase el mensaje. Es posible apartarse del evangelio de Dios y abrazar otros «evangelios». «Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente» (Gálatas 1:6). Sin embargo, el fundamento de Dios está firme y tiene este sello: «El Señor conoce a los que son suyos, y: que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor» (2 Timoteo 2:19). Está edificado «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular» (Efesios 2:20). Y nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. «Ahora bien, si sobre este fundamento alguno edifica con oro plata, piedras preciosas… la obra de cada uno se hará evidente… el fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece… recibirá recompensa… si es consumida por el fuego, sufrirá pérdida» (1 Corintios 3:11-15). Los hombres de Dios pelean la buena batalla de la fe, defendiendo el evangelio sin diluirlo ni traicionarlo.

Los hombres de verdad predican el evangelio de Dios tal como lo recibieron de los apóstoles y profetas. Su carácter es fiel a la verdad recibida.

HOMBRES DE VERDAD (1) – Pero tú

Hombres de verdadHOMBRES DE VERDAD – Pero tú

«Pero tú…»  (2 Timoteo 3:10).

A partir de este versículo el apóstol hace un giro trascendente. «Pero tú». Comenzó el capítulo diciendo a Timoteo que debía conocer la peligrosidad de los últimos tiempos por causa del carácter de los hombres, ahora se dirige al discípulo para decirle que hay otro tipo de hombres con un carácter distinto, el carácter de los hombres de Dios en los últimos tiempos. Hombres de verdad y dignidad.

¡Qué importa si estamos rodeados de iniquidad si nosotros hemos decidido seguir al Cordero por donde quiera que va! Podemos vivir en medio de Babilonia −como Daniel− pero decidir en nuestro corazón no ser contaminados con las formas del paganismo. Podemos ser defraudados por nuestros hermanos −como José− pero ver a Dios en ello y superar las decepciones cumpliendo el plan de Dios. Podemos vivir en el mundo pero no ser parte de él. Podemos presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios; servir a la justicia con todos los miembros de nuestro ser y no conformarnos al esquema y las formas de vida de este mundo porque pertenecemos a otro, somos de otro, hemos sido trasladados de la oscuridad a su luz admirable, de la potestad de Satanás a Dios, dejando de servir a los ídolos y sirviendo al Dios vivo y verdadero; esperando a su Hijo, quién nos libra de la ira venidera.

Lo que Pablo viene a decir en los siguientes versículos de su segunda carta a Timoteo es que el hombre de Dios es un hombre de la palabra y doctrina de la piedad. Un hombre formado por la verdad que la usa adecuadamente. «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15 LBLA). La fortaleza para resistir el ciclón de mentiras que nos ha golpeado en las últimas décadas está en la Roca inconmovible, el Verbo de Dios, la palabra de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros.

En el texto del  apóstol hay un giro trascendental. Ahora se dirige a los amantes de la verdad, los discípulos de Jesús, y les dice: «Pero tú» tienes otro fundamento. La fuente de la sabiduría está en las Escrituras. La verdad se sustenta sobre la verdad revelada, sobre la doctrina de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. En las próximas meditaciones veremos lo que Pablo le dice a Timoteo, y con él a todos nosotros que nos consideramos discípulos de Jesús, sobre cómo debe ser el carácter del hombre de Dios, un hombre de verdad, íntegro, y cuáles deben ser las obras que le acompañan.

         El hombre de Dios vive en el mundo pero no es del mundo. Está rodeado de mentira pero la verdad le sustenta. Su carácter es transformado a la semejanza de Jesús mediante la acción de su palabra viviente.

HOMBRES IMPÍOS (38) – Hipócritas (7) – Final de la serie

Hombres impíosHOMBRES IMPÍOS – Hipócritas (7)

¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno (Mateo 23:33)

Cuando llegamos al capítulo veintitrés del evangelio de Mateo nos encontramos con el discurso más duro que Jesús realizó a lo largo de su ministerio. La hipocresía de quienes representaban el legalismo religioso más estricto de la época atrajo las críticas más feroces del Maestro. En su origen fueron «los separados», significado de fariseos. Surgió como respuesta a la asimilación helenista, pero derivó paulatinamente en un legalismo exacerbado que debe hacernos reflexionar.

En nuestro texto se les llama generación de víboras, sin escapatoria de la condenación del infierno. Antes el Maestro había denunciado su actitud por no entrar en el reino e impedir que otros lo hicieran (Mateo 23:13). Se habían convertido en piedra de tropiezo. Devoraban las casas de las viudas y como pretexto hacían largas oraciones (Mateo 23:14,15). Diezmaban la menta, el eneldo, y el comino, pero abandonaban lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23:23). Su ceguera les llevaba a colar el mosquito y tragarse el camello (Mateo 23:24), poniendo el énfasis en lo intrascendente olvidando los aspectos relevantes de la ley de Dios, que en palabras del profeta Miqueas significaba: hacer justicia, amar misericordia, y humillarse ante Dios (Miqueas 6:8). Ponían su atención en el cumplimiento detallado de los aspectos externos de la ley como limpiar el exterior del vaso y el plato pero por dentro estaban llenos de robo e injusticia (Mateo 23:25).

Se olvidaban que la contaminación no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella, porque sale del corazón: malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias; esas cosas son lo que verdaderamente contamina al hombre (Mateo 15:17-20). Jesús también los llamó sepulcros blanqueados, por fuera se mostraban hermosos, pero por dentro están llenos de inmundicia y huesos de muertos (Mateo 23:27).

Exteriormente aparecían como justos delante de los hombres pero por dentro estaban llenos de hipocresía e iniquidad (Mateo 23:28). Según la afirmación de Jesús, que conoce el corazón de los hombres, tenían muy difícil escapar de la condenación del infierno (Mateo 23:33). Estas palabras son una grave advertencia para todos nosotros. Caer en el legalismo religioso puede ser muy fácil si en nuestro corazón hemos anidado la hipocresía. Por eso, sobre toda cosa guardada, guarda el corazón, porque de él mana la vida (Proverbios 4:23).

         La hipocresía constituye un verdadero enemigo de la vida espiritual que libera el legalismo y la dureza del corazón que conduce a la condenación.

HOMBRES IMPÍOS (37) – Hipócritas (6)

Hombres impíosHOMBRES IMPÍOS – Hipócritas (6)

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, lo hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros (Mateo 23:15)

Podemos reproducirnos en otros para vida o para muerte. Una vez más vemos que la enseñanza de Jesús pone énfasis en la responsabilidad que contraemos con los demás mediante nuestras acciones u omisiones. Todos somos herederos de una vana manera de vivir que hemos heredado de nuestros padres y la sociedad en la que hemos crecido. Luego podemos cambiar ese rumbo mediante la redención que hay en Cristo Jesús. Porque Jesús ha venido a enderezar lo torcido. Juan el Bautista vino para allanar el camino del Señor en nuestras vidas mediante un bautismo de arrepentimiento. Por tanto, llega el momento cuando somos responsables de nuestras propias decisiones.

Hay un tiempo para ser llevados por ayos-pedagogos, ese fue el propósito de la ley (Gálatas 4:1-7). Pero en Cristo ya no somos esclavos de la naturaleza pecaminosa heredada de los padres, sino que somos hijos de Dios, con una nueva naturaleza para glorificar a nuestro Padre que está en los cielos. Ahora bien, hay influencias que pueden determinar nuestro destino.

Existen experiencias que pueden marcar nuestras vidas para siempre. Esa era una de las actitudes que el Maestro reprochó con dureza a los fariseos. Recorrían tierra y mar para hacer un prosélito, y una vez conseguido lo hacían dos veces más hijo del infierno que ellos mismos. Increíble. Todo un esfuerzo monumental que acaba atando a una persona al mismo infierno. Piensa. Podemos desplegar un activismo evangelístico que esconda un poder hechicero de tal forma que lleve a multitudes al abismo. Hay líderes de sectas que trabajan más duro que cualquier pastor del evangelio para conducir a masas ingentes hasta las mismas entrañas del averno.

Observa lo que dice Jesús: «lo hacéis». Líderes y maestros falsos que atan a las personas a sí mismos de tal forma que sus vidas quedan ligadas a ellos en una carrera al precipicio. Debemos recordar siempre que nuestra influencia en otros no debe ser motivo de hechicería (creando lazos y ataduras) sino de liberación. No pertenecemos al hombre. Los hijos de Dios han sido comprados por precio para no hacerse esclavos de los hombres, tampoco del pastor de la iglesia. Hay un tiempo para guiar, llevar, conducir, y siempre ser modelo para que otros alcancen la madurez en Cristo, dependiendo de él y no de un líder carismático (Efesios 4:11-16).

         El carisma de un líder no es para atar a las personas a sí mismo, sino para llevarlas a la madurez en Cristo cumpliendo su voluntad.

HOMBRES IMPÍOS (36) – Hipócritas (5)

Hombres impíosHOMBRES IMPÍOS – Hipócritas (5)

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima de ellos no lo saben (Lucas 11:44)

Nos guste o no, seamos conscientes o vivamos ignorándolo, nuestras vidas repercuten en otras personas. En ocasiones mucho más de lo que llegamos a comprender. Abrimos o cerramos oportunidades para los demás. Somos de bendición o maldición para la sociedad en la que vivimos. Una nación está compuesta de múltiples personas con buenos y malos ejemplos. Si además ocupamos puestos de liderazgo de cualquier tipo las vidas de otras personas estarán ligadas en cierta medida a nuestro comportamiento. Por eso, el egoísmo que solo piensa en sí mismo, creyendo erróneamente que podemos vivir sin afectar a otros, no es más que una triste ignorancia que a veces conduce a verdaderos dramas.

El presidente de una nación tiene una responsabilidad especial, y sus obras, las leyes que aprueban los parlamentos, tienen repercusión en millones de personas. Por ello se nos insta a orar por las autoridades de manera decidida. Si el hogar tiene un padre ausente los hijos crecerán desprotegidos. Si la madre no actúa como tal la vida familiar sufrirá pérdida. Si los pastores de las iglesias piensan que pueden vivir como quieran y luego subirse al púlpito para exhortar a la grey como si no tuvieran responsabilidad en el crecimiento de cada hermano están siendo como aquellos fariseos que eran sepulcros blanqueados. Es decir, por fuera una capa de pintura para tapar la muerte que llevan dentro.

Somos transmisores de vida o muerte, y generalmente la transmitimos a través de nuestras palabras. La muerte y la vida están en poder de la lengua (Proverbios 18:21). La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (Santiago 3:6).

Los fariseos del tiempo de Jesús transmitían muerte y contaminación al pueblo con sus enseñanzas. La hipocresía de sus vidas escondía la muerte que anidaba en sus corazones. Esa muerte, escondida detrás de una apariencia de piedad, contaminaba a muchos. Recordemos que en la ley judía pasar por encima de un sepulcro contaminaba a las personas. Si el sepulcro no se veía era fácil contaminarse y vivir corrompido creyendo estar limpio (Lucas 11:44). Hay enseñanzas «bíblicas» que pueden esconder muerte y contaminación para muchos si no discernimos correctamente separando lo precioso de lo vil. Jesús lo denunció con firmeza.

         Cuando escondemos una vida de hipocresía podemos estar contagiando a otros detrás de una fachada de piedad contaminante.

HOMBRES IMPÍOS (35) – Hipócritas (4)

Hombres impíosHOMBRES IMPÍOS – Hipócritas (4)   

Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad (Lucas 11:39)

Jesús fue invitado a comer a la casa de un fariseo. Estando allí, pronto afloraron las costumbres de cada uno. El fariseo se extrañó que Jesús no se hubiese lavado las manos antes de comer. El Maestro percibió la actitud y los pensamientos de su anfitrión, y sin dar lugar a una falsa educación que evita siempre la confrontación, expuso decididamente el conflicto de unos hábitos elevados a la categoría de doctrina: Vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad. Esta aparente agresividad tuvo que coger por sorpresa a su anfitrión; y sin darle ocasión a la respuesta amplió su mensaje con varios lamentos en forma de ayes que golpearon a todos los asistentes a la comida. No fue un simple comentario mordaz. Fue una acusación en toda regla. No dio lugar a escaparse con argumentos que justificaran semejante actitud hipócrita, sino que decididamente comparó el comportamiento de los fariseos con la rapacidad, (o robo, dice la versión de las Américas), y maldad. Esto pone de manifiesto que se puede ser un estricto religioso, legalista y dogmático, y a la misma vez un ladrón teniendo la maldad anidando en el corazón.

Podemos defender posturas legalistas con una supuesta base bíblica y a la vez vivir tan lejos de la verdad libertadora del evangelio. El fariseo quedó mudo y fue un intérprete de la ley el que reaccionó a las palabras de Jesús tildándolas de afrenta (Lucas 11:45). Pero el Maestro no se arredró, sino que dirigiéndose ahora a su nuevo interlocutor expuso uno de sus comportamientos igualmente censurable: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! Porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis (Lucas 11:46).

¡Qué fácil es para el sistema religioso imponer cargas a otros! Atar a los hombres a doctrinas humanas elevadas a voluntad de Dios. El islam radical es una prueba perversa de lo que significa humillar a la mujer hasta convertirla en poco más que una esclava sexual. Obligar, imponer, someter con violencia o amenazas nunca ha formado parte del evangelio liberador de Jesús. Torcer las Escrituras para ejercer dominio sobre nuestros semejantes siempre tendrá al Señor enfrente de nosotros. Él lo llama rapacidad y maldad. Nuestra sociedad ha elaborado todo un entramado de eufemismos para esconder el verdadero estado corrupto de su corazón con apariencia de piedad.

         La hipocresía puede derivar en robo y maldad cuando la mayor preocupación de los maestros sea imponer legalismo y cargas.

HOMBRES IMPÍOS (34) – Hipócritas (3)

Hombres impíosHOMBRES IMPÍOS – Hipócritas (3)   

Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas (Lucas 12:1-3)

La hipocresía es representar un papel que no se corresponde con la verdad de lo que somos. Es vivir enmascarado. Es un fraude. Un engaño a nosotros mismos y a los demás. Un desequilibrio entre el interior y el exterior, la realidad y la fantasía. Jesús advierte a los suyos de este peligro: guardaos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía. Esta levadura se extiende a otros. Afectó al mismo apóstol Pedro y arrastró a otros judíos, incluyendo al bueno de Bernabé (Gálatas 2:11-14). Por su parte el apóstol Pablo tuvo la valentía de enfrentarse a ella por amor a la verdad del evangelio, y lo hizo desenmascarándola con firmeza.

Como hemos dicho, este enemigo de la vida cristiana se reproduce especialmente en el terreno religioso. Da a luz el legalismo y dogmatismo que rápidamente se propaga para producir un fruto nocivo para el crecimiento de la vida espiritual. Observa que Jesús dijo que la levadura de los fariseos es la hipocresía y se manifestaba en sus enseñanzas (Mateo 16:12). Sabemos que la nota predominante de esta forma de doctrina era el legalismo. Incluso cambiaron la palabra de Dios por tradiciones de hombres. Una vez que se levanta el edificio legalista es fácil confundir la dureza del corazón con la espiritualidad para acabar imponiendo cargas a otros que nosotros mismos no estamos dispuestos a levantar. Jesús fue especialmente duro con este comportamiento. Advirtió a sus discípulos del peligro que supone caer en ella.

Los fariseos de la época de Jesús eran los que más se acercaban a su enseñanza, y a la vez vivían tan lejos de ella. Tenían la doctrina correcta en muchos casos, pero la dureza de sus corazones legalistas los hizo caer en un comportamiento hipócrita que el Maestro combatió con dureza. Podemos ser muy ortodoxos en la doctrina y a la vez vivir muy alejados del Espíritu de Dios. Paradójicamente la dureza que produce el legalismo se opone a la verdad del evangelio. Dijeron de Jesús sus propios adversarios: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. En Jesús tenemos la respuesta adecuada a la hipocresía.

         Seguir el ejemplo del Maestro nos librará de caer en la levadura de los fariseos y su enseñanza dominada por la hipocresía.