17 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (II) – El siervo (2)

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… (Isaías 53:2,3)

         En nuestra anterior meditación confrontamos dos modelos de interpretación bíblica que han marcado la Historia de la Iglesia: la tensión entre una interpretación literal o simbólica de su contenido en lo que respecta al reino mesiánico. No podemos interpretar algunas cosas de manera literal, pero tampoco debemos hacerlo con ciertas verdades literales llevándolas a su desnaturalización mediante el simbolismo.

Cuando hablamos de la venida del Mesías, una parte del pueblo de Israel, ―especialmente fariseos y saduceos―, no comprendieron, o no quisieron ver, su mesianidad, porque no encajaba con la idea que tenían de un Mesías descendiente de David que aparece para dar continuidad al reino davídico.

Por su parte la iglesia, históricamente, ha soslayado la figura de Jesús como rey de los judíos y su reino venidero en la ciudad de Jerusalén para establecer el trono de David.

Los profetas anunciaron una primera venida del Mesías como siervo sufriente, de la que habla Isaías en el texto que tenemos para meditar; y por otro lado, los mismos profetas de Israel hablaron de un Mesías heredero del reino davídico literal en la ciudad de Jerusalén.

Veamos ahora la figura de Yeshúa como siervo de YHVH. Su aparición en Israel sería, en cierta manera, sin atractivo según la forma de pensar de muchos judíos contemporáneos de su primera venida. Sin embargo, los gentiles, sin el tropiezo de la herencia religiosa con sus prejuicios, no tuvieron grandes dificultades para ver en Jesús el Salvador del mundo, el redentor y substituto, el justo por los injustos para llevarnos a Dios.

Israel necesita ver a José, su hermano, aunque disfrazado de egipcio por la «gentilización» que se ha hecho de él en el ámbito cristiano, ocupando el trono a la diestra de Dios después de haber sido glorificado. Por otro lado, los judíos sí mantienen hasta hoy la esperanza del reino mesiánico venidero que gran parte de la iglesia ha abandonado y olvidado. El siervo sufriente de Isaías, desechado y despreciado entre los hombres, es el mismo rey venidero hijo de David.

         Israel necesita ver al Mesías en la figura de José, desechado por sus hermanos; y la iglesia de Dios reconocer en Jesús al rey de los judíos.

16 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (I) – El siervo (1)

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… (Isaías 53:2,3)

         Está escrito que debemos despojarnos de todo peso que nos asedia. También dice la Escritura que hemos heredado una manera de vivir de nuestros padres, es decir, tenemos una herencia múltiple, no solo cultural y social, sino también religiosa.

Como iglesia del Señor hemos heredado una forma de pensar gentil, separada de la herencia de Israel. Aunque fuimos injertados en el buen olivo, mediante el Mesías, para poder participar de su rica savia, también fuimos desmembrados de ella en un proceso que comenzó a inicios del segundo siglo II y se agrandó en el siglo IV, mediante las medidas tomadas cuando el Imperio Romano declaró el cristianismo religión oficial del Estado.

El emperador Constantino decretó una serie de medidas destinadas a pronunciar el vallado de separación con la forma de pensar hebrea, adoptando una mentalidad griega y romana que se afianzó durante toda la Edad Media.

La iglesia institucional abrió una brecha con el pueblo judío extirpando gran parte de la herencia recibida de los profetas y apóstoles, y lo hizo espiritualizando algunas de sus enseñanzas. La escuela de interpretación literal de las Escrituras de Antioquia, dio lugar a la escuela de interpretación simbólica de la escuela de Alejandría, que acabaría imponiéndose en la iglesia romana.

De esta forma llegamos a la teología del reemplazo, que enseña que Dios ha desechado a Israel como pueblo, y su lugar lo ocupa ahora la iglesia. Y con ese desplazamiento entramos en una forma de pensar griega y romana, helenística y pagana que anuló o reinterpretó algunas verdades esenciales de la esperanza de Israel contenida en los profetas. Me refiero aquí al abandono de un reino mesiánico literal en la ciudad de Jerusalén, cambiándolo por un reino espiritual en el cielo.

Gran parte de la Escritura se espiritualizó, llevando muchos aspectos teológicos a desembocar en una forma de pensar ajena a la Escritura revelada. Por otro lado, Israel, acostumbrado a una interpretación literal de las profecías, no entendió la doble venida del Mesías, la primera como siervo y la segunda como rey. Primero como hijo de José, y después como hijo de David y heredero del trono prometido.

         La herencia religiosa que todos acumulamos nos lleva a pensar de una  determinada forma que no siempre se corresponde con la verdad revelada.

15 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (XII) – Los hijos del reino (2)

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios  (Juan 1:12,13)

         Una de las grandes y gloriosas verdades que contiene el evangelio es la de ser hechos hijos de Dios. Éramos por naturaleza hijos de ira, vivíamos alejados de la ciudadanía de Israel, desligados de las promesas y los pactos hechos con Abraham y el pueblo de Israel. Éramos advenedizos, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

Nosotros los gentiles andábamos perdidos en la vanidad de este mundo, pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, nos salvó, no por obras que nosotros hubiéramos hechos, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:4-5). Éramos esclavos de nuestras pasiones y deleites carnales. El pecado nos dominaba como un tirano implacable. Vivíamos bajo la potestad de las tinieblas, llevados de aquí para allá, sin rumbo, sin sentido ni dirección en la vida.

Pero cuando oímos el evangelio, el mensaje que estaba oculto desde antes de la fundación del mundo, y que fue manifestado por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento de Dios, se  nos dio a conocer para que obedeciéramos a la fe en todas las naciones (Rom. 16:25-27). Ese mensaje libertador y transformador nos alcanzó y con él la adopción como hijos de Dios. De muerte a vida. De la potestad de las tinieblas al reino de su Hijo amado.

Ahora somos hijos, no esclavos, sino hijos, y se nos ha dado el Espíritu de su Hijo con el cual podemos clamar ¡Abba Padre! (Rom. 8:15). Hemos sido comprados como propiedad de Dios. Hemos sido hechos hijos de Dios. Engendrados por su voluntad soberana. Nacidos para vivir en su reino, en sus dominios, bajo su autoridad y cuidado; aunque si es necesario tengamos que padecer por un poco de tiempo algunas aflicciones en el presente siglo. Porque hemos sido hechos hijos y herederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (Rom. 8:17). Fundidos con el destino del Hijo de Dios. Vinculados a él para siempre. Predestinados para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Vidas con destino dentro del reino en el que ya vivimos como hijos de Dios.

Pero sigue habiendo «hijos del malo». Cizaña en medio del trigo. Por lo cual habrá una batalla hasta la manifestación del reino mesiánico en la tierra, donde los hijos serán manifestados en gloria.

         Hemos sido trasladados al reino como hijos de Dios por su soberana voluntad y una nueva naturaleza para dar fruto que honre al rey.

14 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (XI) – Los hijos del reino (1)

Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo  (Mateo 13:37,38)

         Estamos viendo de forma sucinta algunos aspectos del reino de Dios. Ya sabemos que hay tres manifestaciones distintas del reino en la Escritura. La primera en el corazón de los hombres, es la que tiene lugar cuando invocamos el nombre del Mesías-Rey. Entramos a formar parte del reino que ya ha venido de manera invisible, aunque se hace claramente visible por medio de las obras que emanan en aquellos que son ahora hijos del reino. Dio comienzo con el advenimiento de la primera venida del Mesías. El dijo que su reino no era de este mundo.

Luego hemos comentado brevemente el reino que tendrá su manifestación visible en la ciudad de Jerusalén en la segunda venida de Cristo. De este reino trata esta serie y lo abordaremos en profundidad en los próximos capítulos. Y también hay un reino eterno que tendrá lugar al final del reino mesiánico o milenial.

Hasta ahora hemos visto algunos aspectos fundamentales del reino de Dios que ha quedado establecido en los corazones de todos aquellos que han entrado mediante una nueva naturaleza, y que conforman el pueblo de Dios: judíos y gentiles.

Estamos haciendo un breve recorrido por las bases del reino de Dios: el rey, el reino, cómo se entra, la autoridad que contiene y ahora queremos pararnos unos instantes en los hijos del reino. En la parábola del trigo y la cizaña el Maestro dijo que el trigo, la buena semilla, son los hijos del reino; y la cizaña son los hijos del malo.

El reino de Dios tiene hijos. Son todos aquellos que han sido redimidos por la obra redentora de Jesús. Han recibido la palabra de Dios y dan fruto a treinta, sesenta y ciento por uno. Tienen una nueva naturaleza, se les compara con el trigo, cuyo proceso de maduración lo encontramos en otro mensaje del Maestro: primero hierba, luego espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado (Mr.4:26-29). Todo un proceso de crecimiento hacia la madurez cuyo resultado es dar fruto.

Los hijos del reino dan buen fruto. Sirven para alimentar a otros con la verdad que anidan en su interior y en su forma de vida. Son buena tierra, donde se ha sembrado la semilla y ha germinado produciendo el gozo del sembrador que es el Señor del reino.

         Los hijos del reino tienen la naturaleza del Rey, cuyo reino está edificado sobre la justicia, la verdad y la santidad de la vida. Son luz y sal en la tierra.

13 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (X) – La autoridad del reino (2)

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre…  (Marcos 16:15-20)

         Toda la autoridad de Dios está reunida en el nombre de Jesús. De su nombre emana la potencia del reino para que podamos extenderlo bajo su autoridad. Algunos pretenden, −no es nada nuevo−, asaltar la autoridad del reino sin pasar por la puerta. La puerta es el rey, la autoridad del rey, el sometimiento a su señorío. Había los que ejercían en su nombre pero no eran conocidos por él. Hacían obras, incluso obras espectaculares, pero el Señor no los conocía, ¿por qué? porque no habían entrado por la puerta de su reino. Querían el poder del reino sin la autoridad del rey. Otros pretenden los beneficios del reino pero alejados del rey.

Lo hemos visto en algunas ideologías como el comunismo, que ha pretendido traer justicia social a la tierra, erradicar la pobreza y anunciar un reino de paz y bienestar que ha hundido a naciones enteras en la miseria y la tiranía.

Otros, mediante filosofías y mecanismos de autoayuda pretenden hacer valer los principios del reino de Dios pero negando al Señor del reino. Ese ha sido desde el principio el intento de la rebelión de Lucifer.

Pero el reino de Dios contiene la soberanía del propio Dios, establecida mediante su voluntad expresada en su palabra. Jesús es el Verbo de Dios. Y en ese nombre está reunida toda la autoridad del Padre. Él la recibió porque vivió sujeto al Padre. Solo hacía lo que veía hacer al Padre. Y por ese sometimiento obtuvo el nombre que es sobre todo nombre. El nombre al que están sujetos todo dominio, autoridad y principados, triunfando sobre ellos en la cruz del Calvario.

Ahora, en su nombre podemos, bajo los mismos parámetros, salir a predicar y echar fuera demonios. Algunos quisieron hacerlo en nombre de Jesús, el que predica Pablo, y fueron expuestos en su fraude. No estaban sujetos a la autoridad pero querían ejercerla creyendo que podían burlar las leyes del reino (Hch. 19:13-17).

Dios no se responsabiliza de las consecuencias por la transgresión de su autoridad. Los hijos de Esceva fueron expuestos y avergonzados. El Señor confirma su palabra con señales y prodigios, pero nunca la rebelión (como la de Coré) que pretende los beneficios del reino sin vivir bajo la autoridad del rey. El Maestro enseñó a los suyos una y otra vez: Si permanecéis en mis palabras… Jesús oró por los que habían recibido su palabra, no por el mundo (Jn. 17:6-9,20).

         La autoridad del nombre de Jesús emana del sometimiento al señorío de Cristo, que nos hace discípulos para anunciar el reino en su nombre.

12 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (IX) – La autoridad del reino (1)

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado… (Mateo 28:18-20)

         La autoridad del reino emana de la voluntad del rey expresada en su palabra. Separados de él nada podemos hacer. No haremos la obra de Dios, será otra cosa. No edificaremos sobre oro, plata y piedras preciosas. El reino de Dios se construye sobre el sometimiento a su voluntad. Su voluntad es soberana. Y esa voluntad, expresada mediante su palabra, es la que debemos recibir y enseñar para que el reino se extienda.

El libro de los Hechos muestra esta verdad en toda su extensión. Los que recibían la palabra estaban juntos, entraban a formar parte de la familia de Dios, la comunidad de hijos, el cuerpo del Mesías. Los que la rechazaban quedaban fuera de los límites del reino de Dios.

Para ser discípulos hay que recibir la palabra del rey y Señor, someterse a ella. No hay opción. Es imperativo. No existe tal cosa como la posibilidad de escoger. El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismoCon Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo

Debemos ser renovados y transformados de la manera de pensar de este siglo para conocer cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Dios envía sus órdenes a la tierra, su palabra corre veloz (Sal.147:15). La palabra de Dios que sale de su boca no vuelve a él vacía, sin hacer antes la obra para lo cual ha sido enviada.

Sus dominios se extienden a medida que es recibida su palabra y con ella la autoridad del reino. Así es en el cielo, y debe ser en la tierra. Dice el salmista: YHVH estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos. Bendecid a YHVH, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo la voz de su precepto (Sal.103:19-20).

Jesús nos ha enviado con su autoridad para hacer discípulos, y enseñar en todas las naciones la verdad de su palabra. Nuestra autoridad está vinculada a nuestro sometimiento a su palabra. No a una institución religiosa. Jesús es la misma palabra de Dios, el Verbo de Dios. El es la palabra que se hizo carne, por tanto, estar sujetos a Jesús, unidos con él, es estar ceñidos a su palabra, de donde obtendremos la autoridad para extender su reino. Nos ha dado permiso para usar su nombre. En mi nombre… Pero separados de él no podremos.

         Dios extiende sus dominios en la tierra a través de los discípulos que reciben su palabra y quedan unidos a ella bajo su señorío y autoridad.

11 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (VIII) – Dos tronos complementarios (2)

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono (Apocalipsis 3:21)

         Hemos dicho que el trono de Dios está en el cielo, pero la Escritura habla de otro trono que estará sobre la tierra. No podemos, ni debemos, espiritualizar esta verdad expresada con claridad por los profetas, y recogida en la tradición judía ampliamente, así como por la iglesia primitiva, de amplia mayoría judía.

Jesús ha vencido en la cruz y ha sido glorificado sentándose a la diestra del Padre. Como dice el texto que tenemos para meditar, se ha sentado con su Padre en el trono. Como expresa el autor de Hebreos: Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de Dios de la Majestad en los cielos (Heb.8:1). El apóstol Pedro lo dice así: Quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades (1 Pedro 3:22). Este trono es el centro del universo. El punto focal sobre el que gira toda la revelación y la adoración en el libro de Apocalipsis.

Pero en nuestro texto el Señor habla de aquellos que vencen y se sientan con él en su trono, no es el trono celestial, sino lo que la Escritura llama el trono de David. Este trono estará ubicado en la ciudad de Jerusalén y se levantará en la segunda venida de Jesús para establecer su reino mesiánico y milenial en la ciudad de David, la ciudad del gran rey.

Dios hizo un pacto con David diciéndole que de su descendencia se sentaría en su trono un descendiente para siempre. El profeta Isaías anunció la llegada del nacimiento de un niño que se llamaría Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz; y añade: Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre (Is.9:6,7). El mismo profeta lo anunció en 2:1-4.

Cuando nació el Mesías en la ciudad de Belén, fue anunciado por el ángel Gabriel a María con estas palabras: Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:32,33).

Hay un trono de David que aún no ha sido levantado, pero lo será en el retorno del Mesías a Israel. Así está escrito: Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte (Sal.2:6) (Zac. 14:4,9). Lo iremos viendo ampliamente a lo largo de esta serie.

         El Mesías y redentor del mundo es también el rey de los judíos, que como heredero de David levantará su trono en la ciudad de Jerusalén.

10 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (VII) – Dos tronos complementarios (1)

Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros (Hebreos 1:8,9)

         Todo reino tiene su rey, y todo rey tiene su trono. Jesús ha sido entronizado a la diestra del Padre. Se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre. Tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra para enviar a sus discípulos a hacer nuevos discípulos. Jesús se ha sentado en el trono hasta que sus enemigos sean puestos bajo el estrado de sus pies.

Debemos entender dos dimensiones del trono del Mesías y Señor. Estamos hablando del trono celestial, a la diestra del Padre. Pero hay otro trono, del que hablaremos mas adelante con profundidad, y que estará asentado en Jerusalén; tiene que ver con el trono heredado de su padre David (Lc.1:32,33).

Por tanto, aunque ambos tronos pertenecen a un mismo rey y un mismo reino, sin embargo, debemos diferenciarlos en cuanto a su manifestación. El trono de Dios está en el cielo y nos habla de la divinidad de Jesús. El trono de David estará en Jerusalén y muestra la naturaleza humana del Mesías. Uno en el cielo, otro en la tierra.

El trono celestial que aparece en Apocalipsis es el centro del universo. En él está sentado el Padre, y a la diestra está sentado el Hijo. Leamos. Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col.3:1). Pero Cristo habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies (Heb.10:12,13). Este trono es el centro de donde emana toda la revelación del último libro de la Biblia. Es el trono de Dios, a cuya diestra está sentado el Hijo. Delante de él hay una gran multitud que nadie puede contar que adoran a Dios. Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero… el Cordero que está en medio del trono los pastoreará (Apc.7:9,17). Esteban lo vio cuando daba su vida por el Maestro. Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba [en pie, dice la Biblia de las Américas] a la diestra de Dios (Hch.7:55).

Sin embargo hay otro trono llamado el trono de David como veremos.

         La Escritura revela dos tronos. Uno el de Dios, que expresa la divinidad de Jesús; el otro de David que manifiesta su humanidad.

9 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (VI) – Un nuevo Señor

Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11)

         Jesucristo es el Señor. Esa es la confesión de fe que reconoce el cielo para poder tener entrada al reino de Dios en la tierra, y alcanzar su reino mesiánico y celestial en su día.

Jesús fue glorificado a la diestra del Padre después de acabar la obra que el Padre le dio para hacer. Y una vez concluida, fue entronizado en el cielo, en el trono de Dios. La prueba de ello fue el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Shavuot). Los apóstoles lo supieron, y Pedro, en su primer discurso después del derramamiento del Espíritu, dijo: Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo [Mesías] (Hch.2:36).

Jesús ha sido entronizado como Señor y Mesías. Predicar su nombre y su obra será a partir de ese momento el propósito esencial de la gran comisión. Pablo dijo: predicamos a Cristo, y a este crucificado. Si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creemos en nuestro corazón que Dios lo levantó de los muertos, seremos salvos; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación (Ro.10:8-10).

Por eso encontramos en las epístolas el tema del reino de Dios a través de la proclamación: Jesús es el Señor. No es Cesar el señor. Jesús es el Señor; y por esa declaración de fe, desde el corazón, muchos en los primeros siglos del cristianismo experimentaron el martirio. Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino.

Hoy vivimos lo mismo en muchas naciones del mundo, especialmente las de predominio islámico. El islam ha cambiado la confesión de fe. La base de su declaración se denomina la Shahada, y dice: «No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su mensajero». Observa que se trata de invocar un nombre, un dominio, una potestad. Jesús o Cesar. Yeshúa o Mahoma.

Por negarse a cambiar esta confesión muchos están siendo masacrados impunemente en el Oriente Medio, y en muchos países de África y Asia, todos ellos musulmanes. Los discípulos del Señor mantienen su confesión. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió (Heb.10:23).

         El que confiesa a Jesús como Señor tiene otro dueño, vive para él, y muere para él. Sea que vivamos o que muramos, somos del Señor.

8 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (V) – Cómo se entra (3)

… Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo  (Colosenses 1:12,13)

         La entrada al reino de las tinieblas fue una herencia que recibimos de Adán. Todos nacimos bajo ese dominio de rebelión, con la naturaleza del padre de la mentira, el que ha sido homicida desde el principio, por tanto, hemos participado en mayor o menor medida de su legado. El pecado entró en el mundo por el hombre.

Para poder entrar en el reino de Dios necesitamos salir del dominio de las tinieblas, y esa salida es un milagro liberador que solo Dios puede hacer. La puerta de salida de ese dominio es la cruz de Cristo y su sangre derramada en el Calvario; y la de entrada al reino es su resurrección. El cual [Jesús] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Rom. 4:25).

La salvación es de Dios. Por eso dice el apóstol: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia, y esa herencia tiene que ver con su propia naturaleza: creados en Cristo Jesús, en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24).

Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguemos a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo (el antiguo dominio del príncipe de este mundo del que hemos escapado) a causa de la concupiscencia (2 P.1:4).

Nacer de nuevo es salir de la potestad de las tinieblas, (su autoridad, dominio, cárcel, vivir bajo un ente espiritual dominante), y ser trasladados a otro reino, el reino de su Hijo amado. Y todo ello proviene de Dios. La salvación es de Dios.

Recordemos que hay en la Escritura tres expresiones del reino de Dios, una en el corazón, que es de la que estamos hablando; otra en Jerusalén, que es el reino mesiánico futuro del que hablaremos ampliamente más adelante, y la tercera se denomina reino eterno.

Debemos entender que para alcanzar el reino eterno, y participar del reino mesiánico, necesitamos ser parte del reino de Dios aquí y ahora mediante la fe en Jesús. El mismo dijo: Yo soy la puerta, el que por mi entrare hallará pastos. También dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí. Hay un solo Dios y un solo Mediador, Jesucristo hombre. Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los en el que podamos ser salvos que en el nombre de Jesús. El reino comienza aquí. El rey ya ha venido. El evangelio es la puerta de entrada (Ef. 1:13,14).

         La buena nueva es que el reino de Dios ha llegado, y aunque no es de este mundo, podemos entrar por la fe en Jesús para alcanzar el reino eterno.